LA PAZ...QUE SE PERDIÓ.
POR MANUELITA LIZARRAGA ALCARÀZ.
“ECLIPSE DE LUNA...Y AQUELLAS
COSTUMBRES DE LA MATERNIDAD”.
- PARA CUIDARSE DE LOS EFECTOS DEL ECLIPSE
DE LA LUNA, LAS MADRES EN LA DULCE ESPERA SE ACOSTUMBRABA: NO EXPONERSE A
LOS REFLEJOS LUNARES, USAR PANTALETA ROJA, CON UN COLGAJO DE LLAVES, Y
DANZAR ALREDEDOR DE LA CASA POR 9 VECES.
Referente al maravilloso espectáculo de eclipse total
de luna, que dios nos regaló el pasado 20 de enero del año que corre, los voy a
transportar a épocas pasadas, tal vez les tocó vivir aquellos momentos y
costumbres de nuestras lindas gentes del ayer, que tienen una gran importancia
y estoy segura de que los varones también vivieron estas cosas. Cuando las
formas del cuerpo de la futura madre se deformaban perdiendo su belleza,
adquiriendo otro encanto, el de la maternidad, privilegio bendito con el que
Dios dotó a la mujer...el de ser madre. En el abultado vientre palpitaba un
nuevo ser el que orgullosa lucía cubriéndolo con la tradicional bata de
maternidad, y aquellas emociones que únicamente las mujeres sentimos, y que
algunas eran afortunadas y compartidas por el esposo que cariñoso recostaba su
cabeza en el vientre de la futura madre para sentir los movimientos de su hijo
y gritaba emocionado “éste será pelotero o boxeador”; o de lo contrario “que
floja, tarda en moverse, será niña”.
En la
dulce espera del hijo, sublimes y gratos momentos que se viven durante el
embarazo. Que si será niño, que si será niña, que ya patea, que se estiró, que
se siente como un gusanito que se mueve, que los achaques, que los antojos, que
con el cambio de luna se sienten así, que se tiran los calostros que cuando la
luna llena el niño nacerá, que salió paño en la cara, que no duerma boca abajo
y que al sentarse no cruce las piernas por que se lastima el niño, no usar
tacones y en los primeros meses tener cuidado de no subir escalones y trapear
los pisos, en fin tantas cosas mientras se espera al nuevo miembro de la
familia que vendrá a revolucionarlo todo pero que inundará de felicidad el
hogar. La tina con agua de manzanilla calientita para bañar al niño debería de
estar lista, así como el cordón y el romero para amarrar el ombligo, y el té de
rosa de Castilla para que se le limpie el estómago al bebé y no le den cólicos.
También debía estar listo, además de la maleta, por lo menos un cambio de ropa
por si sale siete mesino (terror de las antiguas casaderas, porque acostumbraban
a contarle los meses cuando se casaban). El niño al rasgar el vientre y recibir
la primera nalgada por la comadrona o el medico, y lanzar el llanto al cielo,
la sonrisa de Dios en la tierra es a través del rostro de la feliz madre que
acurruca a su hijo amorosamente después del parto, olvidando todo dolor. ¡Que
poco se usaban las cesáreas en ese tiempo, había que parir a grito mexicano y
ya!
Cuanto
temor sentíamos las mujeres embarazadas cuando la luna se eclipsaba; los
mayores aconsejaban que nos escondiéramos por que la luna se comería al niño y
nacería deforme. Con un colgajo de llaves amarradas alrededor del abultado
vientre (por que ya no teníamos cintura) le dábamos nueve vueltas a la casa y
si no había llaves, nos poníamos un calzón rojo con alfileres colgados y a
darle 9 vueltas a la casa. Se les tapaban todos los hoyos a los techados o si
tenían ranuras las paredes de la casa, cerrar puertas y ventanas para que no se
filtraran los reflejos de la Luna, por que dañaría al niño. En fin, la madre
tenía que esconderse de los efectos del eclipse de la Luna; Así como también a
los árboles frutales se les tenía que poner un trapo rojo para que no se dañara
la fruta.
Aquellos
momentos de la larga espera que se gozaban con las gentes mayores, familias y
amistades a la hora del café, para saber si sería niño o niña quien vendría. La
futura madre se escupía la palma de la mano y le echaba en la misma una hormiga
colorada dentro de la saliva y si después de muchas peripecias la hormiga salía
viva, el bebe sería hombrecito y si la hormiga moría en la mano, nacería una
niña. Otra de las cosas que hacían era que acostaban a la embarazada, que se
relajara y el niño se movía para todos lados, le cortaban un cabello a la mujer
y le colgaba al mismo una argolla matrimonial y se la ponían a la altura del
ombligo y si el anillo se quedaba quieto, sería niña, y si el anillo se movía
como péndulo hacia un lado y hacia otro, entonces sería varón. Estas costumbres
tan sanas se disfrutaban y se usaban antigua y generalmente no fallaba. Ahora
usan el ultrasonido y como que le quitan la emoción al saber que va a nacer, si
niño o niña. Alguna de las mujeres antiguas dominaba la práctica para escoger
antes de embarazarse si querían tener niña o niño. Había también en aquellos
tiempos la “comadrona” que sobaba la barriga para componer al niño en su lugar.
Las mujeres trabajaban de otra manera y hacían mucho ejercicio con el quehacer
de la casa que hasta en los últimos momentos antes del parto se estaba
trabajando, por que decían las antiguas que el ejercicio agiliza el trabajo de
parto.
Algo
debía influir la Luna en la naturaleza por que decían los mayores, los que
conocían de la pesca, que las mareas se regían por la Luna; y de niña escuchaba
entre los pescadores “que no le vaya a dar la Luna al pescado o a los callos de
hacha por que se los come”. Una vez de traviesa, nada mas para comprobar si era
cierto eso de que la Luna se come el pescado, en aquella ocasión mi hermano Florencio
trajo bastante pescado, callos de hachas y almejas catarinas esa noche, y los
andaban cuidando de los reflejos de la Luna, cuando todos se fueron a dormir,
me levanté y los quites del lugar de donde los habían escondido y los dejé al
aire libre. Pues no me lo va a creer, se los tragó la Luna, estaban manidos o
echados a perder y los habían sacado esa noche de invierno. Eran unos pargos
colorados, sierras, un mérito, un robalo, una cabrilla, y unas bandejas de
callos de hacha de aquellos “chinos” grandotes de media Luna a los que les
habían puesto un puntito de carbonato para que amanecieran mas gordos, ¡y todo
se echó a perder! La caguama que había traído fue lo único que se logro por que
le tuve miedo para moverla, o seguramente no le gustaba a la luna, o porque aún
estaba viva. ¡Que cintariza de perro bailarín me metieron en esa ocasión y que
nunca la he podido olvidar!, pero jamas lo volví a hacer. Los pescadores, de los
barrios el Esterito, y del Manglito, deben de saber de estos efectos de la Luna
sobre el pescado.
Volviendo
a lo del embarazo, después del parto, se acostumbraba que, con el pañal orinado
del niño, la madre se tallara la cara y se le quitaba el paño, si éste le había
salido. Costumbres antiguas. Si el niño se enfermaba del mal de ojo, lo curaban
con un chorro de leche de pecho en los ojos y sanaba. No se le debía de dar
pecho al bebe estando enojada la madre porque éste se enfermaba del estomago.
No se le cortaba el cabello ni las uñas hasta que estaba bautizado, así como no
se debía dormir con la luz apagada mientras estaba gentiles, porque según se
aparecía la llorona buscando a sus hijos; por lo que obligaba a los padres a
bautizarlo luego luego. Cuando la madre amamantaba al bebé ésta no debía estar
comiendo por que el niño se ahogaba. Para dar de comer al niño la madre debía
de estar llena y tomarse un vaso de agua para que bajara abundante la leche, y
decía mi abuela que no debía de darle el sol en la espalda por que la leche se
secaba, así como debía de cubrirse la espalda con algún lienzo para que la
leche estuviera siempre calientita. El niño no debía llorar en el pecho de la
madre por que este se “soplaba” y se tapaban los pezones. ¡Que tierno!, ¿verdad?
En el
patio, se miraban tan bonitos los tendederos llenos de blancos pañales
elaborados por las propias madres, los que con el sol y el aire se les quitaba
la manchita de orín si el jabón de barra no lo lograba. Si no había pinzas para
la ropa se metían entrelazados el mecate del tendedero las puntas del pañal, y había
que recogerlos antes de las tres de la tarde para que conservaran el calor de
los rayos solares porque decían las mayores que beneficiaban la salud y los
huesos del bebe. Mientras tomábamos el café en la sana convivencia familiar,
los planchábamos con la mano y se acomodaban el altero de pañales a los pies de
la cuna del niño, el que se miraba tiernamente dormido o con el piecito metido
en la boca o con su zapeta y sus alfileres artísticamente abrochados o
contándose los deditos diciendo “agu”. Mientras en la cocina se escuchaba el
golpe de la maceta en la carne seca sobre la piedra y hervía el atole de masa en
la olla que seria la cena para la madre y a través de ella para el niño el que dormía
prendido al pecho toda la noche y amanecía sin hambre y no se enfermaban. Por
tu salud y la de tu niño cría a tu hijo con leche de pecho; te dará mayor
felicidad, y por las dudas si estas embarazada, por si o por no cúbrete de los
eclipses de luna, cúbrete de sus reflejos y cuélgate un puñado de llaves en la
cintura y ponte un calzón rojo y le das nueve vueltas a la casa. A los arboles
frutales también ponles sus trapos rojos y los pescadores que cubran el pescado
de los reflejos de la luna.
...Ahora...los
tendederos en los patios se ven muy tristes, lucen sin pañales sin
chambritas...pero en cambio los botes de la basura están llenos de pañales
desechables...una joven madre soltera me decía mientras miraba la novela en el
televisor “no tengo trabajo, y ni para comprar pañales desechables ni leche”
...suspirando pensé...mejor no lo digo…
“…Por
el placer de Escribir… Recordar y Compartir…”
Este trabajo fue publicado,
hace más de 15 años en el periódico “El sudcaliforniano” revista “Compás” y
programa de radio “Contacto directo”” XENT radio la paz.
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