martes, 5 de agosto de 2014

“ LOS PANADEROS, Y SU ARTE...EN SUDCALIFORNIA. “


después de casi dos siglos de que Hernán Cortes  y su comitiva hollaron las blancas arenas de la Bahía de La paz, para infortunio de los naturales de éstas tierras...las tranquilas aguas del golfo de California guiaban las barcas con su preciada carga...los hombres de la sandalia, la cruz y la sotana. Quienes traían un caudal de conocimientos, el corazón repleto de amor, justicia, piedad, y en sus labios la palabras de Dios...abrieron surcos en la mente de los gentiles, cambiando su cultura, y sembrando la fe cristiana ...en la tierra, a golpe de azada sembraron entre otras cosas de gran beneficio, el trigo, surgiendo la espiga dorada para elaborar entre otros alimentos, el exquisito y tradicional pan. Los Padres Jesuitas fueron los primeros panaderos en la Península.

            Después de estar 70 años en las misiones, y de su expulsión el 3 de Febrero de 1768, las misiones ya no fueron lo mismo; y la península quedó desolada. Poca población de indígenas había, uno que otro rancho, explotación de las minas de plata, por don Manuel de Ocio, primer hombre rico de la región, y otros mineros, ganaderos y pesquería de perlas, así como explotación de orchilla y torote, además de la caza indiscriminada de la ballena gris por extranjeros, era el movimiento que había en ese tiempo. Y el segundo panadero después de los padres jesuitas, lo fue don Antonino Ruffo Bataglia, quien por los años de 1822, ya navegaba por estos mares en su barco “El San Antonio”, y en 1830, se estableció en La Paz fundando la primer panadería “LA PERLA DE LA PAZ”. al golpe del hacha sobre el leñero, y al calor del lumbreante horno, se forjó el panadero; quien sobre el tablero en la enorme bola de masa, trabajaba hábilmente con el amasijo y el bastón natural, dejando correr su imaginación y con sus diestras manos artísticamente les iba dando forma, surgiendo el exquisito pan que llega a nuestra mesa deleitando el paladar mas exigente.

            Para cumplir con la demanda de pan de la población hasta nuestros días, el panadero es esclavo de la panadería. Tienen que laborar 16 horas diarias para que las charolas en los jauleros siempre estén llenas con una variedad de figuras de aromático pan: conchitas, huaraches, empanaditas, cochitos, rollos, ladrillos, tostadito macho y azucarado, novias, picones, barritas, quequitos, pastelitos, semitas, birotes, negritos, ojos de buey, chamuchos, trompadas, entre otros que tanto gusta a los niños y a toda la familia. En el encendido y humeante horno de ladrillo, están puestas las esperanzas de los panaderos, oficio tan noble y bendecido que  complementa el alimento diario de los sudcalifornianos. El hacha en los leñeros, las palas biroteras y de pan de dulce, no tienen descanso. A las 5 de la mañana el pan debe estar listo. Antiguamente, la costumbre en La Paz, en aquellas madrugaditas era acompañar con el exquisito pan o galleta marinera el café de grano tostado en cazuelas de barro, meneado con cuchara de palo y colado en talega de manta. En aquella añorada Paz de antaño, en la alborada, al canto del gallo, de graznar de las gaviotas, el alegre trinar de los pájaros canores, porque había mucho de todo eso en ésta risueña ciudad; y en ese marco de callecitas perfumadas a tierra mojada, brisa de mar y efluvios de coloridas flores, en la tierra húmeda iban quedando plasmadas las huellas de la sandalias elaboradas de vaqueta de la tenería suela viosca, tejidas con correas de cuero, de los populares panaderos del pueblo: Don Fidencio García, Don Chemita, Antonio y Bernabe Camacho, así como don Juanito Duarte, entre otros que escapan a la memoria, quienes tocaban de puerta en puerta de los hogares vendiendo el pan calientito a las 7 de la mañana y a las 4 de la tarde, portando en sus cabezas sobre un yagual de manta, la enorme canasta tejida de cojoyo de palma, atascada de exquisito pan tapada con una blanca servilleta de manta también, bordada artísticamente a punto de cruz, con hermosos arreglos florales, y al grito del panadero ¡El panadero, llegaron los chamucos y los tibores!, las puertas de los hogares se abrían como por arte de magia golpeando su nariz del panadero, aquellos exquisitos aromas que escapaban de la cocina a guisados de machaca, chorizo, café de granito, pescado frito, entre otros, enmarcando los sonrientes rostros de la madre, los niños, hasta de los abuelitos y el perro, con su charola dispuestos a escoger el pan a placer, el que al levantar el panadero la servilleta, salían aquellos olores tan deliciosos. Pero lo que era mas sabroso todavía eran las zurrapas que iban quedando en el fondo del canasto, y que el panadero repartía a puños a los niños. Zurrapas quedaban también en las vitrinas del pan, de los tendajones del pueblo, y los tenderos las daban a los chamacos de pilón en un cucurucho de papel estraza. ¡que tiempos!.

            En épocas de las armadas perleras, de la pesca, marineros de los barcos mercantes, así como los rancheros, sintieron la necesidad de un pan que no se enlamara, ya que se iban al mar por largas temporadas. Y debido a eso, los panaderos desplegando su imaginación y arte jugando con el bastón y la masa después de realizar varias pruebas, surgió LA EXQUISITA GALLETA MARINERA; la que hasta nuestros días es una tradición su consumo entre pescadores, familias citadinas,  y la gente del campo. Antiguamente, se acostumbraba a la hora del café acompañarlo de galletas marineras. Con mayor razón, en tiempos de lluvias y chubascos, alrededor de las lumbreantes y encaladas hornillas a la luz de lo candiles, o de los tizones, escuchando a los mayores, emocionantes cuentos y leyendas de piratas, tesoros enterrados y de aparecidos. O a la hora de esperar el tradicional aire fresco del coromuel, sentados en las banquetas de las casas, viendo pasar la gente, tomando café con nata y tronando galleta marinera. También era una buena costumbre, que a los chamacos encimeros se les daba una galleta o un birote, y una panocha, y se mandaba a jugar al patio para que no escuchara pláticas de los grandes y felices los chamacos se iban pegándole una mordida al borite y otra a la panocha, y no había chamacos traumados por que se no se enteraban de los problemas de los mayores, y con unos cintarazos dados a buen tiempo, se les quitaba lo traumado.

            En los tendajones de la época, lucían atascada del exquisito pan elaborados al natural por los panaderos sudcalifornianos o por arraigo, artistas del horno, del bastón y la harina. Algunos de los mas antiguos que recuerdo y que todavía continúan elaborando a la antiguita el pan con leña, y otros acudieron al llamado del señor. Además de don Antonino Ruffo Bataglia, el señor Dibeni, Onésimo Cosio, Juan García Sanchez, Macedonio Osuna, Lucio y Miguel Monroy, Don Gelasio Aguilar con su panadería “La Vencedora”, de gratos recuerdos, Esteban Talamantes, Juan Cota Osuna, Luis Murillo con “La Popular”, Elvira C. De Monroy con “La Colimense”, Manuel Cota, Andrés Galván de panadería “Falcón”, “Las 5 o”, de don Oscar Sosa y Silva, Antonio Ortega, don Luis Garciglia, Antonio Gutiérrez Jordán “Don Chole” con panadería “El Horno”, Felícitas Sanchez, con panadería “El Paso”, Manuel Romero, Angelita Abaroa ( la inolvidable doña quico), así como doña chimana, llamada así cariñosamente, pero era la señora de Susarrey, especialistas en pasteles de novias, suspiros de monjas, y exquisitos pays de picadillo. La señora Chimana, fue quien me hizo mi pastel de bodas. Apolonio Casillas, Pedro Lieras, Angel Guerrero, Maximiliano Martínez, Salomón y Cliofas Manzano, José Nuñez, Ramón García, Atanasio Meza, y Guadalupe Chavez, la panadería Lilia en el interior del mercado Madero. En 1949, yo tenía 5 años, y recuerdo que hacían exquisito pan en 5 de mayo y Gómez Farías, en esa casona antigua que está igual hasta la fecha, creo que es Panadería Gloria, entre otros panaderos quienes se distinguieron con el nombramiento de maestros al preparar la levadura natural y dominar este arte.

            En aquella época, en las callecitas de La Paz una polvareda levantaban los burros al trote cargados de leña y carbón, así como las carretas cargadas también con leña y carbón, tiradas por mulas que acudían a vender a las panaderías y a los hogares, arropados de humo los techados...la carga de leña costaba 4 pesos. El costal de harina de los grandes, 4 pesos, el kilo de azúcar de terrón, 24 centavos, el guacal de panocha, 4 pesos, pero de aquellos pesotes de plata ley 0720, que tintineaban tan bonito al caer al suelo, haciendo un escándalo . La pieza de pan de dulce a 3 centavos y a dos por cinco, el costal de galleta marinera, 3 pesos, y el pan duro que quedaba de otro día lo regalaban...!que sabroso era el pan duro remojadito con café prieto en un jarrito de barro!.


            Muchas felicidades a todos los panaderos del Estado de Baja California Sur, de ayer y de hoy, y si nos están escuchando en los Estados de Sinaloa, Torreón y Coahuila, pues también un saludo a todos los panaderos que nos escuchan.

viernes, 1 de agosto de 2014

“LA MARIPOSA”, le puso la palomilla del muelle fiscal al puesto de tortas o “campesinas” de don Lencho Sánchez, y su traca traca. Es que el puestecito en mención tenía una puerta a cada lado que se abría del mostrador para arriba...!vamos a la mariposa de don Lencho a los chocomiles y a las campesinas!, decía la gente desde la década de los 30 hasta los 60 del siglo pasado.

            Aquellas voces que se escuchaban en el pasado...al pasar frente al histórico muelle fiscal.

            ¡Don Lencho, un chocomil y una campesina, despácheme rápido por favor que ya está atracando el barco al muelle fiscal!...!no es cierto yo llegué primero!, ¡mentiras, fui yo!...gritaban los jornaleros y estibadores de antaño, en el marco  del alegre campaneo dado por el güero Gilberto en la torre  del vigía y el pitido de los barcos mercantes, que atracaban o salían del muelle...los jornaleros con prisas, sudorosos, con el paliacate anudado en la cabeza o al cuello, abriéndose pasos a codazos entre el montón de estibadores para llegar al puestecito de don Lencho y adquirir el frugal alimento. El popular puestecito estaba ubicado a la bajadita del muelle, junto a la Aduana del pasado, la que estaba donde ahora son las oficinas de Hacienda. ¡Cuánto movimiento había en esa arteria a todas horas del día!; y seguido se tropezaba uno con los rieles que había en el suelo, que iban hasta los almacenes de Ruffo...antiguos vestigios de que en el muelle, cuando era de madera, alguna vez hubo rieles por donde transportaban las mercancías en furgones.

            El traca traca de la negra charanguita modelo 30 que recorría el malecón rumbo al histórico muelle fiscal seguida de perros y chamacos, así como las exquisitas tortas, jugos, chocomiles y raspados, además del bonito carácter de don Lencho, lo hicieron muy popular entre los trabajadores del muelle, y los de la casa Ruffo, quienes se disputaban todo lo que vendía, así como por la gente del pueblo. Por el puesto  La Mariposa de Don Lencho, el paso era obligado por los niños del ayer, a la salida del matiné del cine Juarez o cuando salían a dar la vuelta, y ¡que felices se ponían con su largo vaso repleto de raspado de fresa con leche, o de vainilla, y hasta con un alto copete!, y solo costaba .20 centavos. También las familias que salían a pasear al malecón a contemplar el atardecer y a esperar el aire fresco del coromuel, como era la costumbre, abarrotaban el puesto de don Lencho, buscando las campesinas o tortas, así como raspado, chicles y sodas.

            En el puesto de don Lencho, siempre estaba estacionada a un ladito, la negra charangita llena de menjurjes...y por los alrededores de La Mariposa y el Muelle siempre andaban por allí los populares personajes que eran parte del folklore de La Paz que se perdió...la elegante y perfumada Marianita, el popochas, el Conono, y el Guilo; así como “El Chunique”, quien siempre andaba muy pulcro  vestido con guayabera blanca cargando al hombro sus artesanías, como careys, tamborillos y una diversidad de bonitos arreglos trabajados con sus propias manos en caracol, coral y concha fina. El Chunique, se paseaba del Hotel Los Arcos hasta el Hotel Perla, ofreciendo sus obras de arte a los turistas extranjeros y del interior de la República quienes venían a La Paz a descansar, y a disfrutar de la tranquilidad y belleza de nuestra entidad, del platillo tradicional de la región LA CAGUAMA, LA MACHACA CON TORTILLAS DE HARINA, ASI COMO EL QUESITO DE APOLLO Y MANTEQUILLA DE RANCHO, además de los mariscos como el callo de hacha y almejas que en algunos hoteles y restaurantes los regalaban de botana, entre otros disfrutes, y luego se marchaban, no se quedaban. Y el que se quedaba, invertía y no se llevaban las ganancias al extranjero, era derrama que quedaba invertido también en esta entidad.

            Don Lencho Sánchez fue el primero en vender tortas en La Paz y también chocomiles; y se hizo muy popular sobre todo por su charanguita negra con su traca traca que parecía de juguete. Don Lencho, fue muy estimado por todos quienes le conocimos. En las madrugaditas aquellas, de La Paz dormida...don Lencho con su traca traca rompía el oscuro silencio rumbo al muelle fiscal; pues debía tener lista su vendimia para las siete de la mañana, que empezaba todo el movimiento; antes, todos los comercios habrían sus puertas a las ocho de la mañana y los dos  únicos bancos que había El Nacional y el de Londres, abrían a las 8. Los Ruffo tenían su propio banco o casa de cambio y se trabajaba hasta los sábados. ¡Como vendía Don Lencho!, todo el día estaba lleno de gente su puesto. Lupita su Hija era su eficiente ayudante. Los Turistas también deleitaban su paladar con las ricas y novedosas tortas de don Lencho...fósforos, cigarros, chicles, sodas y cervezas también vendía. Los habitantes de La paz se atropellaba a su paso por esa calle del muelle. La gente, estaba acostumbrada a identificar los barcos que llegaban o salían, por el pitido que hacían y que inundaba toda la población, rompiendo la monotonía de aquellos tranquilos días de bonanza comercial, y turística de La Paz que se perdió, ya que por el muelle fiscal era la columna vertebral del movimiento, comercial, político y social que daba vida, alegría y bonanza a los habitantes del ayer.

            Desde que se empezó a poblar La Paz, con el primer habitante, el soldado Juan Espinosa, allá por 1811, del siglo antepasado...después se estableció la aduana marítima en 1830 y había un fondeadero, por donde subían y bajaban las mercancías en pangos. El muelle fiscal se fundó durante el gobierno del Don Felix Gibert en 1862.  Se puede decir que el boom comercial empezó en La Paz desde 1830 hasta 1964 del siglo pasado, que se inauguró el primer transbordador LA PAZ. al cerrarse el muelle fiscal, y abrirse el puerto de altura de San Carlos y el de Pichilingue, quedó mucha gente sin trabajo aquí en La Paz. empezó la falluca, se dio paso al progreso, el que trajo aparejado la drogadicción, delincuencia, enfermedades, cárceles llenas, desintegración familiar, gente mas pobre cada día, pérdida de valores, en fin se puede decir que ha sido alto el costo del progreso, hemos pagado pesos por centavos.

            Vienen a mi mente algunos de aquellos barcos que daban movimiento y trabajo a la gente de La Paz de ayer, y que los llenaban de felicidad, así como llenaban también los bolsillos con el jornal diario con aquellos pesotes de plata ley 0720, y que eran suficientes para que sus familias vivieran dignamente: El Sonorita, El Progreso, El Blanco, EL Raúl, El Araguan, El Estrella Costera, El Salvador EL Santa Teresa, EL Viosca, EL Arturo, El Anita, Los Corrigans, El Spruce, así como el Salvatierra. En el Salvatierra llegaron a La Paz el primero de enero de 1942, mas de 300 familias sinarquistas, procedentes del interior de la República a colonizar el Valle de Santo Domingo, venía al frente de ellos, su líder Salvador Abascal, y abarrotaron el puesto de Don Lencho para saborear las exquisitas campesinas. Estuvieron estos aguerridos señores un año en María Auxiliadora entre muchas privaciones y sufrimientos. Fracasó la empresa, algunos regresaron a su tierra y otros quedaron aquí en La Paz. ELLOS FUERON LOS PIONEROS, OLVIDADOS POR LA HISTORIA, LOS PRIMEROS EN COLONIZAR EL VALLE DE SANTO DOMINGO, EN EL VALLE DE LOS CABALLOS, O MARIA AUXILIADORA. Pero ésta es otra historia que está olvidada también. Todos esos barcos, entre tantos otros capitaneados por aguerridos marinos que escapan a la memoria y que impulsaron el desarrollo de Baja California Sur.

            En aquella época el campanero en la torre del vigía tenía mucho trabajo, sacando sus gallardetes y tocando la campana. Nomás se la llevaba atisbando la lejanía con el largo catalejo prieto anunciando la llegada de las armadas perleras y los barcos de cabotaje, así como anunciando con los banderines rojo o amarillo en épocas de ciclones, y el puesto de Don Lencho Sánchez también tenía mucho trabajo....ahora, ¡cuanta soledad!, la torre del vigía muy engalanada luce silenciosa retando al tiempo, testigo mudo de la historia comercial y mercante que por mas de dos centurias  fue el progreso y la felicidad de los antiguos habitantes de la ciudad de La Paz.

            ...Ahora, el antiguo muelle fiscal, testigo de importantes acontecimientos históricos en La Paz...luce otros ropajes...otro rostro que embellece nuestra ciudad, con otras gentes, con otras cosas...ahora el muelle es turístico que deleita la mirada de todo ser v

jueves, 31 de julio de 2014

“ANTAÑO...FABRICAR JABON, FUE UNA INDUSTRIA FAMILIAR”.



            Bajo el techumbre de palma del fresco y cómodo corredor, del hogar de los hermanos, los jóvenes de la tercera edad, Don Antonio y Celedonia Espinosa Amador...mientras en la lumbre el jarro con hueso seco y frijol hervía, inundando la casa de agradables olores...entre sorbo y sorbo de aromático café de grano, hacen gratos recuerdos de su vida tan feliz en el Rancho San Antonio, en San Luis Gonzaga, al lado de sus padres: Don Policarpio Espinosa Camacho y Bernarda Amador Cota; así como de sus abuelos paternos y maternos: Epitacia Camacho Geraldo y Cornelio Espinosa Orantes; Dolores Cota y Santiago Amador, Luisa Geraldo y Andrés Camacho. Ellos fueron hijos mayores de seis hermanos, nacieron en San Luis Gonzaga en 1914 y 1915...época de movimientos revolucionarios y políticos en el territorio de Baja California Sur...de la explotación de la horchilla, la minería y las perlas.

            La histórica y hermosa misión de San Luis Gonzaga, fue fundada inicialmente como visita de la misión de Nuestra Señora de Los Dolores en 1721 por el padre Jesuita Clemente Guillén. Y en 1740, la misión fue edificada por el padre Lambert Hostell; así como las visitas colindantes de San Juan Nepomuseno, Santa María Magdalena, San Hilario, San Luis y La pasión. Por medio de canales de riego de piedra, en la misión de San Luis Gonzaga se inició el cultivo de higos, uvas, dátiles y azúcar; y una iglesia de piedra fue levantada por el padre Johan, Jacob Baegeret. En 1751. La población indígena fue calculada en 310, en 1745; en 360 en 1752; y 310 en 1768 cuando la expulsión de los jesuitas en la península.

            La vida en el rancho en San Luis Gonzaga, dicen, era muy hermosa...eran tiempos en que había mucho ganado, chivas y bestias y los campos estaban inundados de frutos silvestres. A través de los mayores, se heredaban el conocimiento y dominio de todas las artes para la supervivencia en aquellas soledades. Su padre, Don Policarpio, era jabonero, y fabricaba jabón en barra, para el consumo familiar, y vecinal. Era todo un arte este oficio de la fabricación del jabón, el que era de muy buena calidad y todos los miembros de la familia participaban en esta labor, así como en todas las labores del rancho. Este era el proceso: Don Policarpio el jabonero, formaba grandes castillos de palo de lomboy, pero que estuviera verde, y le prendía fuego hasta que se consumía todo aquello y quedaba convertido en flor de ceniza, la que su padre la hacía mezcla y la batía durante tres o cuatro días; y cuando estaba en su punto esta mezcla, la echaban en una gran pila, le agregaban agua hasta que quedara buena la “lejía” para hacer el jabón. Luego ponían la lejía a hervir en grandes peroles, le agregaban el cebo de res crudo y mucha sal para que se cortara con la lejía. Y la iban batiendo poco a poco y la iban probando y agregando más lejía si era necesario, hasta que echara espuma; luego la enfriaban y la echaban en cajitas, y le ponían un costal y la estaban moviendo para que se filtrara en la arena; ya que aquellos aromáticos bloques de jabón estaban secos y duros, los cortaban con un cordel al tamaño de un pan de jabón y lo echaban en cajas para el consumo familiar, y para las gentes de rancherías aledañas; a veces traían el jabón  a La Paz a cambiar por mercancías.

            En aquellos años, llovía bastante en el territorio de Baja California Sur...serranías y campos estaban cubiertos de verde, perfumada y florida alfombra que hacían la vida muy placentera al ranchero sudcaliforniano, así como a todos los animales del campo. En el rancho San Antonio, en San Luis Gonzaga, era una escuela de oficios y artes...cada quien se hacía sus propios zapatos...tenían máquina para coser calzado y para elaborar la ropa. Pintaban las telas utilizando la orchilla y el mezquitillo, a veces hasta el lomboy, y había ocasiones que tenían que elaborar el hilo para coser. Las mujeres desde temprana edad ya sabían los quehaceres de la casa así como del rancho y dominaban las artes manuales...bordaban, tejían, y hacían prendas para vestir a toda la familia. El calzado también se fabricaba en casa dominaban este oficio, desde sacrificar  al animal, curtir la piel, y elaborar los zapatos así como las hormas a la medida de cada quien, y como no había clavos, hacían estaquillas de palo de arco para clavar las suelas. Así como hacían también las cueras y todos los implementos en vaqueta que el ranchero necesitaba para su montura.

            En la cuestión de herrería, había una fragua, un fogón y el yunque para elaborar espuelas, cuchillos, cencerros, machetes, y todo lo necesario en esta rama de la herrería. Las mujeres mayores, además de hacer las labores del rancho, desde ordeñar hasta elaborar el queso y todos sus derivados, hacían cazuelas y ollas de barro para el servicio en la cocina. Era todo un arte este trabajo, así como también realizaban el tejido de palma, en canastos, sombreros, suaderos, costureros, etc. Suspirando, Antonio y Celedonia continuaron diciendo que era una vida tan sencilla la de la gente del campo que lo mismo le daba oscurecer que amanecer, pero muy integrada; no se necesitaban grandes cosas ni mucho dinero para ser felices. Por los ancianos había y todavía hay un gran respeto y veneración, así como por los compadres principalmente. El entretenimiento de los niños y mayores era rascar las cuerdas de la guitarra bajo los árboles o bajo el cielo tachonado de estrellas y jugar a la malía. Todos los días en la casa de sus padres, mataban un chivo, o cazaban liebres, o venados, o gallinas o guajolotes. Los que abundaban; pero la carne no debía de faltar. Las hornillas siempre estaban encendidas y las cazuelas llenas de aquellos guisados, porque decía Don Policarpio, su padre el jabonero, que el visitante no debía seguir su camino, si no era bien atendido en su casa.

            En el rancho San Antonio de San Luis Gonzaga, siempre había comida para el que iba llegando, las lluvias abundaban, y el ganado siempre estaba bueno para la venta y la matanza. Mataban las reses, beneficiaban la carne, y la ponían a secar salándola y cuando ésta estaba seca, formaban grandes pacas, así como guacales de queso seco, y en bestias las llevaban a vender a La Paz...a .40 centavos el kilo de carne, el queso a .10 o 15 centavos si era de apollo, y los panes de jabón a cinco centavos. Hacían hasta cinco días de camino por brechas y veredas y regresaban a los doce días. En ese tiempo, no vendían azúcar, se usaba pura panocha, la que hacían por toneladas en Todos Santos y su padre compraba hasta diez cargas de panocha, más en la época revolucionaria. Tenían que ir desde San Luis Gonzaga hasta Todos Santos por caminos secretos que sólo los muy mayores conocían. En cuanto a frutas y semillas, había mucha en el monte de acuerdo a la temporada sobre todo, el alimento silvestre, regalo tan grande de la naturaleza, la pitahaya, ciruelas, salates de la sierra, o higos silvestres, zaya, jícama entre una diversidad de raíces y plantas medicinales. También hacían tatema de mezcal, y tostaban bellotas, que ya molida hacían un chocolate muy sabroso. El ranchero, también dominaba  el conocimiento de las plantas medicinales para las pocas enfermedades que había, la gente ni se enfermaba y morían a edad muy avanzada. El oficio de jabonero de su padre, los ponía a todos en movimiento, y lo realizaban hasta cuatro o seis veces en el año, haciendo buenas cargas de jabón, y era muy noble y bendecido este trabajo, ya que les dejaba buenas ganancias. Don Policarpio a todos su hijos les repartía las ganancias para que se compraran lienzos para que se hicieran prendas de vestir, hasta a su señora madre y abuelas estrenaban peinetas de carey, naguas  y tápalos nuevos para cuando iban a las tradicionales fiestas a la misión de San Francisco Javier.

            Cuando los hombres del rancho iban a venir a La Paz, a vender los productos y a traer mercancías, era una gran fiesta en casa, los preparativos. Hasta 130 reses arriaban hasta La Paz, traían también varias cargas de carne seca, guacales de queso, cargas de jabón, miel de abeja, pelotas de cera de panal, para la fábrica de velas y veladoras que había, sombreros, canastos y algunos bordados. Después de 15 días o más, los hombres regresaban cargados de provisiones, y algún dinero, y muy felices. Todo era bonanza, hasta aquel trágico año de 1933 en que hubo una gran sequía  que casi se acabaron los animales en el territorio. Pero la gente del campo son muy aguantadores y perseverantes. Pero la situación ya no fue la misma. En 1944 tuvieron que emigrar a esta hermosa ciudad de La Paz de los molinos de viento y barcos mercantes, abandonando aquellas tierras que por generaciones perteneció a la familia Espinosa Amador, y desde luego ya no fue lo mismo. Pero ellos estaban acostumbrados a batallar y a la vida sencilla. Se adaptaron luego luego al cambio, sus padres y demás hermanos se emplearon en los ranchos ganaderos ya que La Paz era un gran rancho; también trabajaron en la Ticsa haciendo brechas a pico y pala, así como en el carrizal y en los ejidos. Dicen Doña Celedonia y Don Antonio, que eso si, gracias a Dios, siempre ha estado muy junta y muy unida la familia. Terminaron diciendo, añadiendo que, el motivo por el que se escasean las lluvias, es porque han deforestado el campo, hay mucho pavimento y los árboles llaman la lluvia, que por favor ya no den permisos para tumbar árboles, que por el contrario, se planten muchos árboles y tendremos más lluvia.

             A sus 84, y 85 años, los tiernos viejecitos al calor de su hogar rodeados de su familia ven pasar los años lentamente, gozando de cabal salud dándole gracias a Dios porque les ha permitido ver el paso de varias generaciones y comparar el pasado y el presente, y darse cuenta que Dios es muy grande y que no se necesita mucho para ser felices, disfrutando los gratos momentos que la vida les va dando en cada amanecer.
“ANTAÑO...FABRICAR JABON, FUE UNA INDUSTRIA FAMILIAR”.



            Bajo el techumbre de palma del fresco y cómodo corredor, del hogar de los hermanos, los jóvenes de la tercera edad, Don Antonio y Celedonia Espinosa Amador...mientras en la lumbre el jarro con hueso seco y frijol hervía, inundando la casa de agradables olores...entre sorbo y sorbo de aromático café de grano, hacen gratos recuerdos de su vida tan feliz en el Rancho San Antonio, en San Luis Gonzaga, al lado de sus padres: Don Policarpio Espinosa Camacho y Bernarda Amador Cota; así como de sus abuelos paternos y maternos: Epitacia Camacho Geraldo y Cornelio Espinosa Orantes; Dolores Cota y Santiago Amador, Luisa Geraldo y Andrés Camacho. Ellos fueron hijos mayores de seis hermanos, nacieron en San Luis Gonzaga en 1914 y 1915...época de movimientos revolucionarios y políticos en el territorio de Baja California Sur...de la explotación de la horchilla, la minería y las perlas.

            La histórica y hermosa misión de San Luis Gonzaga, fue fundada inicialmente como visita de la misión de Nuestra Señora de Los Dolores en 1721 por el padre Jesuita Clemente Guillén. Y en 1740, la misión fue edificada por el padre Lambert Hostell; así como las visitas colindantes de San Juan Nepomuseno, Santa María Magdalena, San Hilario, San Luis y La pasión. Por medio de canales de riego de piedra, en la misión de San Luis Gonzaga se inició el cultivo de higos, uvas, dátiles y azúcar; y una iglesia de piedra fue levantada por el padre Johan, Jacob Baegeret. En 1751. La población indígena fue calculada en 310, en 1745; en 360 en 1752; y 310 en 1768 cuando la expulsión de los jesuitas en la península.

            La vida en el rancho en San Luis Gonzaga, dicen, era muy hermosa...eran tiempos en que había mucho ganado, chivas y bestias y los campos estaban inundados de frutos silvestres. A través de los mayores, se heredaban el conocimiento y dominio de todas las artes para la supervivencia en aquellas soledades. Su padre, Don Policarpio, era jabonero, y fabricaba jabón en barra, para el consumo familiar, y vecinal. Era todo un arte este oficio de la fabricación del jabón, el que era de muy buena calidad y todos los miembros de la familia participaban en esta labor, así como en todas las labores del rancho. Este era el proceso: Don Policarpio el jabonero, formaba grandes castillos de palo de lomboy, pero que estuviera verde, y le prendía fuego hasta que se consumía todo aquello y quedaba convertido en flor de ceniza, la que su padre la hacía mezcla y la batía durante tres o cuatro días; y cuando estaba en su punto esta mezcla, la echaban en una gran pila, le agregaban agua hasta que quedara buena la “lejía” para hacer el jabón. Luego ponían la lejía a hervir en grandes peroles, le agregaban el cebo de res crudo y mucha sal para que se cortara con la lejía. Y la iban batiendo poco a poco y la iban probando y agregando más lejía si era necesario, hasta que echara espuma; luego la enfriaban y la echaban en cajitas, y le ponían un costal y la estaban moviendo para que se filtrara en la arena; ya que aquellos aromáticos bloques de jabón estaban secos y duros, los cortaban con un cordel al tamaño de un pan de jabón y lo echaban en cajas para el consumo familiar, y para las gentes de rancherías aledañas; a veces traían el jabón  a La Paz a cambiar por mercancías.

            En aquellos años, llovía bastante en el territorio de Baja California Sur...serranías y campos estaban cubiertos de verde, perfumada y florida alfombra que hacían la vida muy placentera al ranchero sudcaliforniano, así como a todos los animales del campo. En el rancho San Antonio, en San Luis Gonzaga, era una escuela de oficios y artes...cada quien se hacía sus propios zapatos...tenían máquina para coser calzado y para elaborar la ropa. Pintaban las telas utilizando la orchilla y el mezquitillo, a veces hasta el lomboy, y había ocasiones que tenían que elaborar el hilo para coser. Las mujeres desde temprana edad ya sabían los quehaceres de la casa así como del rancho y dominaban las artes manuales...bordaban, tejían, y hacían prendas para vestir a toda la familia. El calzado también se fabricaba en casa dominaban este oficio, desde sacrificar  al animal, curtir la piel, y elaborar los zapatos así como las hormas a la medida de cada quien, y como no había clavos, hacían estaquillas de palo de arco para clavar las suelas. Así como hacían también las cueras y todos los implementos en vaqueta que el ranchero necesitaba para su montura.

            En la cuestión de herrería, había una fragua, un fogón y el yunque para elaborar espuelas, cuchillos, cencerros, machetes, y todo lo necesario en esta rama de la herrería. Las mujeres mayores, además de hacer las labores del rancho, desde ordeñar hasta elaborar el queso y todos sus derivados, hacían cazuelas y ollas de barro para el servicio en la cocina. Era todo un arte este trabajo, así como también realizaban el tejido de palma, en canastos, sombreros, suaderos, costureros, etc. Suspirando, Antonio y Celedonia continuaron diciendo que era una vida tan sencilla la de la gente del campo que lo mismo le daba oscurecer que amanecer, pero muy integrada; no se necesitaban grandes cosas ni mucho dinero para ser felices. Por los ancianos había y todavía hay un gran respeto y veneración, así como por los compadres principalmente. El entretenimiento de los niños y mayores era rascar las cuerdas de la guitarra bajo los árboles o bajo el cielo tachonado de estrellas y jugar a la malía. Todos los días en la casa de sus padres, mataban un chivo, o cazaban liebres, o venados, o gallinas o guajolotes. Los que abundaban; pero la carne no debía de faltar. Las hornillas siempre estaban encendidas y las cazuelas llenas de aquellos guisados, porque decía Don Policarpio, su padre el jabonero, que el visitante no debía seguir su camino, si no era bien atendido en su casa.

            En el rancho San Antonio de San Luis Gonzaga, siempre había comida para el que iba llegando, las lluvias abundaban, y el ganado siempre estaba bueno para la venta y la matanza. Mataban las reses, beneficiaban la carne, y la ponían a secar salándola y cuando ésta estaba seca, formaban grandes pacas, así como guacales de queso seco, y en bestias las llevaban a vender a La Paz...a .40 centavos el kilo de carne, el queso a .10 o 15 centavos si era de apollo, y los panes de jabón a cinco centavos. Hacían hasta cinco días de camino por brechas y veredas y regresaban a los doce días. En ese tiempo, no vendían azúcar, se usaba pura panocha, la que hacían por toneladas en Todos Santos y su padre compraba hasta diez cargas de panocha, más en la época revolucionaria. Tenían que ir desde San Luis Gonzaga hasta Todos Santos por caminos secretos que sólo los muy mayores conocían. En cuanto a frutas y semillas, había mucha en el monte de acuerdo a la temporada sobre todo, el alimento silvestre, regalo tan grande de la naturaleza, la pitahaya, ciruelas, salates de la sierra, o higos silvestres, zaya, jícama entre una diversidad de raíces y plantas medicinales. También hacían tatema de mezcal, y tostaban bellotas, que ya molida hacían un chocolate muy sabroso. El ranchero, también dominaba  el conocimiento de las plantas medicinales para las pocas enfermedades que había, la gente ni se enfermaba y morían a edad muy avanzada. El oficio de jabonero de su padre, los ponía a todos en movimiento, y lo realizaban hasta cuatro o seis veces en el año, haciendo buenas cargas de jabón, y era muy noble y bendecido este trabajo, ya que les dejaba buenas ganancias. Don Policarpio a todos su hijos les repartía las ganancias para que se compraran lienzos para que se hicieran prendas de vestir, hasta a su señora madre y abuelas estrenaban peinetas de carey, naguas  y tápalos nuevos para cuando iban a las tradicionales fiestas a la misión de San Francisco Javier.

            Cuando los hombres del rancho iban a venir a La Paz, a vender los productos y a traer mercancías, era una gran fiesta en casa, los preparativos. Hasta 130 reses arriaban hasta La Paz, traían también varias cargas de carne seca, guacales de queso, cargas de jabón, miel de abeja, pelotas de cera de panal, para la fábrica de velas y veladoras que había, sombreros, canastos y algunos bordados. Después de 15 días o más, los hombres regresaban cargados de provisiones, y algún dinero, y muy felices. Todo era bonanza, hasta aquel trágico año de 1933 en que hubo una gran sequía  que casi se acabaron los animales en el territorio. Pero la gente del campo son muy aguantadores y perseverantes. Pero la situación ya no fue la misma. En 1944 tuvieron que emigrar a esta hermosa ciudad de La Paz de los molinos de viento y barcos mercantes, abandonando aquellas tierras que por generaciones perteneció a la familia Espinosa Amador, y desde luego ya no fue lo mismo. Pero ellos estaban acostumbrados a batallar y a la vida sencilla. Se adaptaron luego luego al cambio, sus padres y demás hermanos se emplearon en los ranchos ganaderos ya que La Paz era un gran rancho; también trabajaron en la Ticsa haciendo brechas a pico y pala, así como en el carrizal y en los ejidos. Dicen Doña Celedonia y Don Antonio, que eso si, gracias a Dios, siempre ha estado muy junta y muy unida la familia. Terminaron diciendo, añadiendo que, el motivo por el que se escasean las lluvias, es porque han deforestado el campo, hay mucho pavimento y los árboles llaman la lluvia, que por favor ya no den permisos para tumbar árboles, que por el contrario, se planten muchos árboles y tendremos más lluvia.

             A sus 84, y 85 años, los tiernos viejecitos al calor de su hogar rodeados de su familia ven pasar los años lentamente, gozando de cabal salud dándole gracias a Dios porque les ha permitido ver el paso de varias generaciones y comparar el pasado y el presente, y darse cuenta que Dios es muy grande y que no se necesita mucho para ser felices, disfrutando los gratos momentos que la vida les va dando en cada amanecer.

martes, 29 de julio de 2014

“AQUEL VIEJO PESCADOR...Y EL CICLON DEL 59”.



            ¡llegó Polencho!...!llegó Polencho!...llena de alegría gritó mi madre, asomando sus cabezas por cercos y ventanas las vecinas...aquella tarde del siete de septiembre de 1959, mi hermano, el pescador, después de un largo día de faena en el mar, llegó cargado a la casa...la desabrochada camisa se la volaba el viento...con el pantalón arremangado hasta las rodillas y el rojo paliacate anudado a su cabeza apenas podía la palanca al hombro, donde colgaban lindos pescados...dos grandes garropas, un mero y dos pargos colorados, una canasta de ciruelas y otra de pitahaya así como un balde de cayos de hacha...bajó todo aquello diciendo: “vengo por la carretilla porque también agarré una caguama y cortaron los dátiles en los palmares y me dieron cuatro racimos...!voy por ellos!”. Es para no creerse, cuanta alegría había esa tarde en casa, ni señales había siquiera del ciclón...todo estaba en calma.

            Mis pasos se escuchaban presurosos por el andador costero del malecón...regresaba de la escuela aquella noche del siete de septiembre del 59...caminaba a la altura de la casa del “Tanayo”, un hombre industrioso con historia en La Paz. Serían como las 8 y cuarto de la noche...esa tarde había tenido clase de contabilidad y cálculo mercantil impartida por el profesor Ebodio Balderas en la Escuela de Enseñanzas Especiales Número 27, la que fundó y era directora la emérita señorita Concepción Casillas Seguame. Al otro día a las siete de la mañana tendría prueba de español y literatura con el inolvidable profesor Manuel Torre Iglesias. Con las libretas bajo el brazo admiraba el maravilloso espectáculo que ofrecía a mi vista en aquellos momentos el cielo y el mar; el mar estaba tranquilo con su marea alta...el agua parecía un espejo que duplicaba las imágenes de las pequeñas embarcaciones de vela...el cielo lucía bellísimo aborregado de blancas nubes, más bien acolchonadito, por más que buscaba la luna y las estrellas no las encontré, y se reflejaba en aquel espejo de cristalinas aguas el cielo tan hermoso...ni señales de chubasco.

Caminaba en medio de aquella ensoñación y de repente un airecillo empezó a soplar, volando mi larga cola de caballo, meciendo y arrullando las palmeras del malecón...las olas empezaban a reventar suavemente contra la banqueta del muro costero como aumentando su fuerza... al pasar por los ocho grandes arboles de álamo, que se enseñoreaban y eran punto de referencia para los habitantes de la época en Marquez de León y Abasolo, el ruido de su follaje parecían susurros en mis oídos presagiando tormenta...como si se estuvieran despidiendo, como presintiendo que ya no los volvería a ver...apresuré el paso bajo aquel cielo aborregado...todo el ambiente era normal, llamando mi atención la parvada de tijeretas y gaviotas buscando refugio en tierra, a esas horas de la noche...las calles era obscuras, como de costumbres; las batientes de la cantina “La jaiba” de Don Mario Verdugo y de “La luna bar”, de Don Pedro Alvarez se abrían y cerraban donde salían volando a patadas algunos señores peleoneros, generalmente eran pescadores del Manglito y El esterito.


Temerosa, abrazando mis cuadernos, al fin llegué donde había luz que era en la tienda “La voz del manglito” del chinito Santiago Unzón. Me quedé parada bajo la pálida luz del foco, como agarrando aire...porque me esperaba otro trecho obscuro...pasando por la cantina “La copa cabana” de Don Pilarillo Carballo y donde está ahora la Escuela Rosendo Robles también estaba muy obscuro. Allí era un solar baldío y contaba la gente que salía un caballo prieto sin jinete reparando y relinchando terroríficamente, pelando tamaños dientes, que fueron muchos los espantados, pero tenía que pasar por ahí, bajo aquel hermoso cielo acolchonadito, pegando en mi rostro aquel airecillo perfumado a brisa de mar...el arbolito manglito dulce que estaba en el solar donde es ahora una maquiladora, y que dio  origen al nombre del barrio El manglito, se mecía con el viento...como despidiéndose también...ni señales de chubasco se miraban.

Al fin llegué a mi añorado hogar, y al abrir el zaguán ¡que felicidad!...golpeó mi nariz aquel exquisito aroma a fritanga de pescado, café de grano y a tortillas de maíz y de harina; despertando en mi un apetito atroz...mis ojos no podían dar crédito a lo que estaba a la vista...!el corredor estaba inundado de aquellas cosas que había traído aquel viejo pescador...caguamas, garropas, meros, pargos colorados, callos de hacha, dátiles, pitahayas y ciruelas del mogote!. Y por si fuera poco, la gran cazuela donde hacían la capirotada estaba sobre el petril  de la encalada hornilla de lumbreantes tizones atascada de tronchas de pescado frito, pargo y garropa con todo hueso y cuero. Así se freía antes el pescado. Había también un molcajete de salsa con tomates y chiles gueritos tatemados en las brasas, un cazuelón de frijoles caldudos y la jarra de café de talega. El hermoso y amado rostro de mi madre se vislumbraba entre el humo tras las hornillas, echando tortillas a mano de maíz y de harina. Aventé los cuadernos y me puse a disfrutar de aquel manjar...recordaba con nostalgia a mi perro viejo El pachuco, que por esas fechas hacía un año había muerto atropellado por un carro.

Esa noche del siete de septiembre, después de cenar, y hacer mi tarea de taquigrafía a la luz del farol, hasta jugamos a la oca y a la lotería...ni siquiera nos imaginábamos lo que venía...en la madrugada del 8 de septiembre ya teníamos el ciclón con todas sus fuerzas...era uno de los meteoros de los más devastadores, claro que no como el de 1918,  ni como el de 1941, a decir de los pescadores ¡que hermoso me pareció, todo estaba iluminado por la luz de San Thelmo!, decía mi padre, aguerrido lobo de mar...mi madre me metió dos cintarazos porque estaba encaprichada en irme a la escuela en medio de ese chubasco, pues yo nunca había vivido la experiencia de un ciclón; y el profesor Manuel Torres Iglesias, era muy estricto. Por la casa y los techados ni nos preocupábamos, pues mi papá ya la tenía asegurada, como era la costumbre en estos meses de agosto y septiembre, al fin marinero de gran experiencia, nomás entraban estos meses y empezaba a cruzar la casa con cables o fuertes mecates amarrándolos de los troncos de los árboles y puntas de fierro en el suelo. En cuanto a comida, menos preocupación teníamos. Esta tarde mi hermano el pescador por fortuna había abastecido bastante. En cuanto al agua para tomar, pues ahí estaba el pozo de cinco metros de profundidad con metros de agua dulce y cristalina y también tuvieron mucho cuidado en taparlo para protegerlo, en cuanto a las aguas broncas tampoco eran problema, pasaban por donde tenían que pasar, POR LOS CAUCES NATURALES DE LOS ARROYOS. Arriba del paredón estaba la casa y el pozo de agua, y por un lado pasaba el arroyo por debajo del alcantarilla...!que tiempos!.

Por las rendijas de las ventanas mirábamos los árboles como arañitas en el suelo...otros eran levantados de cuajo y volaban al cielo...pero las casitas ni las agarraba el viento...ahora cualquier lluvia que cae deja un cochinero en las calles porque los arroyos están invadidos, algunos otros han desaparecido...le pido a Dios que no vuelva a haber otro ciclón de los grandes, pues todas esas casas desaparecerían como el ciclón Liza y el arroyo buscaría su cauce natural. Cuando el ciclón del 59 cesó, únicamente se hundieron algunas embarcaciones y otras se vararon, arrancó de cuajo las palmeras y los árboles de la India que embellecían el malecón así como los ocho antiguos álamos que a mi paso sentí que de mí se despedían. Asimismo, a la casa de Doña Bartola le cayó un eucalipto encima, la casita estaba entre las palmeras en Allende y Alvaro Obregón...también arrancó de cuajo el manglito solito que dio origen al nombre del barrio, y que contaban los mayores que salía un enano dando saltos perdiéndose entre los pitahayales entre la obscuridad de la noche...tumbó también la torre y el reloj que embellecían el parquecito Cuauhtémoc y no pasó a mayores. El ciclón del 59 es uno de los más fuertes antes del fatídico Liza del 30 de septiembre del 76.

...La camisa la volaba el viento...el pantalón arremangado hasta las rodillas...el paliacate amarrado a su cabeza y con la palanca al hombro cargada de pescado, un tronazón de talones de aquel viejo pescador se escuchaba entre las susurrantes palmeras del barrio de pescadores El manglito.

“Por el placer de escribir…recordar…y compartir…”
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viernes, 25 de julio de 2014

“ EL ALMIRANTE OBREGON PERLA...EN LA LEYENDA DE LA PAZ DE ANTAÑO”




            La humareda arropaba los techados de tejamanil y palma del caserío dormido, arrullados por las susurrantes palmeras, trino de pájaros canores y molinos de viento...el silencio era roto por los ruidos propios del amanecer...al despuntar el alba, por las tranquilas callecitas de La Paz perfumadas a tierra mojada y efluvios de  perfume de hermosas flores, el follaje, como mullida alfombra, amortiguaba el lento caminar de un personaje muy singular, el Almirante Obregón Perla,  así como las pisadas de los demás habitantes del pueblo, dirigiéndose con su canasta o morral bajo el brazo, como era la costumbre, al antiguo mercado Madero, punto de reunión de la gran familia sudcaliforniana para realizar las compras diarias.

            Su porte era distinguido...alto y huesudo se autonombraba él mismo Almirante Obregón Perla...nunca nadie supo de donde vino, ni cuál era su verdadero nombre...bajo el mugriento sombrero, atravesado de plumas de colores, que cubría su cabeza, se distinguían hilos de plata en sus sienes...los grandes ojos bajo las pobladas cejas denotaban inteligencia y en su rostro la bondad...vestía un harapiento uniforme como de militar, con un enorme cinturón de cuero cubierto de alambres y pedacería de metal... en sus piernas se ponía polainas de cuero también enrolladas de alambre y cadenetas, así como muñequeras de cuero sucio en los brazos calzaba botines de lona que era parte de su uniforme de almirante, y los dedos de sus manos los traía llenos de tuercas, a manera de anillos, portaba un largo fierro a guisa de sable...era un personaje muy singular que paseaba por toda la ciudad pidiendo ropa y mendrugos...formaba parte del paisaje folklórico de aquella Paz de antaño. Al ver las manos de algunas señoritas, que en todos sus dedos llevan anillos, y hasta en los tobillos se ponen cadenitas y se ven muy bonitas por cierto, me recordaron a Obregón Perla, que de alguna manera con sus tuercas en los dedos impuso la moda de ahora.

 Un día cualquiera apareció de repente  paseando por las orillas de las playas de la hermosísima bahía de La Paz...cuentan que Obregón Perla, en su juventud fue un honrado empleado de “El Boleo” en Santa Rosalía, se decía que habitaba bajo los pilares del muelle fiscal y que dormía vestido con todos su colgajos de metales. Obregón Perla, sentado en la blanca arena bajo la sombra del frondoso pino en el legendario e histórico muelle fiscal, entre fumarolas del grueso puro, perdía su mirada en la lejanía del mar...dejaba vagar sus pensamientos, confundiéndose con el vuelo de las gaviotas...Mateo, un viejo pescador de los tradicionales barrios del Manglito y El Esterito, con su palanca al hombro se acercó a él extrañado de ver a ese personaje con esa  rara indumentaria,  e interrumpiendo sus evocadores momentos, le preguntó ¿quién eres forastero y de donde has venido?. Obregón Perla como un resorte se levantó haciendo un ruidajo con los alambres y metales de su indumentaria donde se estrellaban los reflejos del sol,  y cuadrándose con un saludo militar levantando su mano llena de tuerca a manera de anillos, señaló con el bastón a la distancia y dijo “Soy el Almirante Obregón Perla y estoy cuidando mi flota de barcos fondeados en la bahía, porque en breve zarparé a los siete mares y llevaré mis baúles llenos de perlas a lejanas tierras”.

Mateo el pescador, paseó su mirada al mar buscando la flota de aquel personaje tan singular, pero ésta existía sólo en la imaginación del almirante Obregón Perla. Rascándose la cabeza, el pescador al rítmico vaivén de la palanca continuó su camino hundiendo sus pisadas en las níveas arenas . Obregón Perla con su indumentaria llena de alambres y metales, y su sombrero cubriendo su cabeza,  con su acompasado caminar, se paseaba por las callecitas de La Paz rumbo al mercado Madero  y al malecón donde vivía bajo los pilares del muelle, y según él tenía fondeada su flota imaginaria.

¡Adiós almirante!, le gritaba la gente a su paso, a modo de saludo, y él levantaba su sable y respondía “voy a  mi barco insignia para zarpar a los siete mares...llevaré mis baúles llenos de perlas a lejanas tierras. Obregón Perla, con su lento caminar y su sombrero cubriéndole las plateadas sienes recorría los ya desaparecidos tendajones de La Paz, entre ellos “El huracán” de don Alejandro Gallo quien le daba una gruesa de puros y los demás comerciantes, siempre tan nobles, le daban algunas cosillas que le pudieran servir de alimento. En los lugares públicos, a la gente le gustaba escuchar sus fantasías. Obregón Perla decía que él era un gran almirante y que tenía fondeados en la bahía su flota de barcos, donde guardaba baúles llenos de perlas, y zarparía a los siete mares llevando sus tesoros a lejanas tierras.


¡Adiós almirante!, le gritaban los niños y adultos y Obregón Perla con su andar acompasado levantaba el sable a modo de saludo y contestaba “voy a mi barco insignia, zarparé a los siete mares, rumbo a lejanas tierras”. Obregón Perla fue un personaje muy singular...fue parte del folcklor  de aquella Paz antigua... una vez no se le vio ya más...la gente estaba acostumbrada a verlo deambular por aquellas evocadoras callecitas de La Paz...al morir el almirante Obregón Perla, se fue un pasado romántico de aquella Paz de molinos de viento y de barcos de cabotaje entre tantas otras cosas  y su flota y sus baúles de perlas imaginarios se perdieron en el mito y la leyenda...sólo quedó su nombre en una fría lápida en el panteón de Los San Juanes...y en el recuerdo, de quienes fueron niños  en otras épocas y ahora peinan canas...!Adiós almirante Obregón Perla!.

miércoles, 23 de julio de 2014

“BUSCANDO ESTRELLAS...UN CONCURSO TRADICIONAL EN LA PAZ...BELLOS RECUERDOS”.


            Motivo de sana convivencia familiar, fueron los tradicionales concursos de aficionados “buscando estrellas”; organizado por Cerveza Sol, Peñafiel y La Superior transmitido por reconocido medio electrónico de la localidad...y como conductores del programa los carismáticos e inolvidables Gustavo y Víctor Manuel Gutiérrez Gonzalez. El primer lugar se llevaba el gran premio de ¡500 pesos!. era un dineral de aquellos billetes buenos “cueros de rana”. Los votos eran las corcholatas de peñafiel, cerveza sol y superior

            Era aquella Paz de la música y el romance, por la década de los 60, época de oro de La paz que se perdió. Terminaba la moda del permanente, e iniciaba la cola de caballo, los bonitos peinados cardados que parecían tanques de guerra, duros por el spray...las modas de las crinolinas, las había muy bonitas de encaje, de tira bordada, de dul, y de popelina, y algunas hasta se almidonaban...los vestidos largos y  a media pierna, amplios, rectos, chemis, mumus, y la falda de medio paso...cuánto se batallaba con las rayas de las medias, ya que se movían los ligueros, y la raya se iba para un lado...los danzones, música romántica del recuerdo,  el mambo, el rock and roll, luego el twist, en fin tiempos de ensueños en aquella Paz de serenatas y de barcos de cabotajes, cuando nos conocíamos todos, y la gran familia sudcaliforniana se reunía en el kisco del malecón a disfrutar las tardeadas así como en el jardín Velasco.  Estaba en su auge el Valle de Santo Domingo con la producción del algodón y el trigo, había mucho movimiento en el muelle fiscal. Todavía se usaban las embarcaciones de remos y vela...empezaban a entrar los motores fuera de borda, y los pescadores se resistían a adquirirlos. Recuerdo que el primer motor que sacó fiando en La Perla de La paz Fito el pescador, le costó 15.000 pesos. no lo ajustó bien a la panga y se le fue al fondo del canal...fito guardo la vela y los remos, andaba echando curricán en la bahía, presumiendo su motor y de repente éste se le fue al fondo del mar y por allá voló la canoa al garete...en que aprietos se vio fito remando con las manos hasta llegar a la orilla del palmar...fue una anécdota muy comentada entre los pescadores del Manglito y el Esterito.

            Y precisamente, este cómico suceso, fue el comentario obligado mientras escuchábamos en aquel fresco corredor arropado de perfumadas enredaderas el programa de aficionados “buscando una estrella”, el que inició en el merendero Los Pinos, donde ahora es una prestigiada tienda de ropa, en Degollado y Madero. Este programa aglutinaba a todos los habitantes de La Paz, y del territorio; principalmente de los barrios el Manglito, Esterito, Centro, Choyal, Arroyo del Palo o Pueblo Nuevo...y empezaba a nacer la colonia Los Olivos. Cada jueves el pequeño radio Hitachi de batería era el centro de atención en el seno familiar...a las 8 de la noche debía estar en casa todo mundo para disfrutar el programa de aficionados, en compañía de toda la familia y hasta de los vecinos, o de lo contrario en la explanada del malecón y luego continuaba el baile en la Mutualista. Después se realizaba el concurso buscando estrellas en el Casino Moctezuma, el que estaba ubicado en Bravo y Héroes de Independencia...este Casino fue construido especialmente para este fin.

            Todos éramos tan felices aquí en La Paz...hasta nos andábamos riendo solos...bueno, también ahora lo somos pero de distinta manera, como que la gente ya no sonríe como antes, quizás porque vivimos muy de prisa y no había tantas preocupaciones como ahora... no había devaluaciones ni inflaciones...ni se mencionaban esas palabras los pescadores ribereños eran libres como el viento, y por lo tanto dueños del producto de su trabajo...vivíamos como en un ensueño, todavía era la época de las ilusiones, todo era color de rosa. Que emoción cuando presentaban a los concursantes, y que rechifla cuando les tocaban la campana!...”los estrambolicos”, eran los comicos del momento así como el llanero y el destartalado quienes subian la foro a bailar, y a ponerle sal y pimienta aquella fiesta !que cante el “caballero incógnito”!...y se soltaba el griterío, aquellos ruidos que se escuchaban aplausos, taconeos y tamborileos en las mesas...!que salga el Javier Solis, Carlos Lizárraga!, a quien no lo olvidan todavía algunas muchachas del ayer, que por cierto ya peinan canas al igual que yo, porque según era muy atento y bailador, además de que cantaba muy bonito y tenía fama de que no dejaba muchacha sentada...y el mariachi Uruapan, además de las orquestas de Don Rafael Castro y Don Luis Gonzalez le daban vuelo a los instrumentos musicales acompañando al “quemado de Todos Santos”, así como Conrado Mendoza, nativo del lado de San Pedro, la Cututina Uruchurto, y aquellas muchachas que nunca faltaban a estos eventos y que cantaban tan bonito, y  que a una de ellas le  decían la Lucha Villa, la inolvidable Chula Angulo, Alma Vázquez, María Antonieta Lucero, los muchachos Aviles, Guillermo Green, y como olvidar a Dorita Muñoz, y la chula Angulo quien además le cantaba los presidentes de la República Mexicana cuando estos visitaban La Paz...era todo un espectáculo, los recibían en el aeropuerto.

            Y como no recordar la entusiasta participación de Rafael Chávez y su hermano, Gloria y Maritoña Tamayo, el Olímpico , los Meza Alcalá, el Tevano y aquellas dos hermanas que llegaban barriditas de San José del Cabo y hacían su parada en la casa de los “medios malos”, Rosita Cota y su hermana entre tantas personas que escapan a mi mente, que hicieron la emoción y sana alegría familiar de aquellos tiempos, contribuyendo a impulsar la cultura y el amor a nuestro terruño peninsular y a sus gentes a través de la canción, ranchera, romántica, boleros, etc., y de la música mexicana tan nuestra. Después del concurso, y que algunos salían todos campaneados terminaba con un gran baile popular, donde la muchachada le daban vuelo a las crinolinas y le sacaban chispas al piso con el taconeo, amenizados por las orquestas del momento de don Rafael Castro y Luis Gonzalez, ante la vigilante mirada de los padres de las jóvenes, abuelos o chaperones...todavía se usaban los chaperones...y quienes no faltaban en este bonito concurso buscando una estrella, además de la gran familia sudcaliforniana, entre los que recuerdo, eran franco de la Peña, la estimada señora doña Lidia Beltran de Gómez y sus hijos, que no se perdían un concurso...familia Quijada Marquez, Castro Hirales, Peralta, Mora, Aldama, quienes se distinguían siempre en primera fila gritando porra al ritmo del campanero.

            En la gran final, en ocasiones venían a apadrinar a las nuevas estrellas algunos artistas de renombre... Emilio Galvez, Chelelo y Paco Michel de la canción vernácula otra vez, vino a tocar el gran Venus Martínez, le gustó tanto La Paz que se quedó, quizás fue porque comió ciruelas y pitahayas del mogote; fue o es Director de la Orquesta del Gobierno del Estado para fortuna nuestra. En el patio de la casa de Mario Cota se hacían los ensayos...también en el waikiki y Jaliciense a las doce del día citaban a los concursantes...era una alegría en ese barrio, estaba inundado de notas musicales y hermosas canciones...siempre había música, ensayaban las orquestas de don Rafael Castro y Don Luis Gonzalez, con los concursantes...la gente no tenía tiempo para estar triste.


            Ojalá que se retomara esta costumbre y se organizaran programas tan bonitos como estos, de buscando una estrella que era motivo de sana convivencia familiar, e impulsaba las aptitudes artísticas de las juventudes...buscando una estrella, un concurso en La Paz que se perdió.