martes, 2 de septiembre de 2014

“ANTAÑO, LA PAZ...FUE LA CIUDAD DE LOS MOLINOS DE VIENTO’.


            Al pasar frente a la antigua casona construida de ladrillo macizo, cal y piedra, por las calles Ignacio Ramírez y Pineda, donde vivió la estimada señora doña Anita Yenquee y su familia, me llena de gozo al recordar  y al mismo tiempo viene a mi mente aquellos gratos momentos vividos en compañía de mi nanita, y a la vez me llena de tristeza e impotencia, el ver de que la mayoría de los edificios antiguos de La Paz están en poder de los extranjeros. Es lamentable que se hayan perdido importantes valores entre ellos el valor estimativo, histórico y cultural, así como de nacionalismo de nuestro terruño, y que tanto defendieron con su sangre los antiguos héroes sudcalifornianas que no les importaba el color verde de los billetes sino el nacionalismo para herencia de generaciones venideras.

            Los antiguos habitantes de esta hermosísima ciudad capital de La Paz vivían tranquilamente alrededor de los molinos de viento, una gran pila, un huerto familiar de generosas y pródigas tierras con sus canales de riego, donde se cultivaban una diversidad de hermosas y perfumadas flores, y tenían el alimento diario en una variedad de frutas y hortalizas, así como plantas medicinales para curar las pocas enfermedades que había. Los gallineros estaban repletos de aves y los cielos y los árboles estaban inundados de pájaros cantores que al decir de los mayores eran un tranquilizante para los nervios y no había estrés; en los mares abundaban las mejores especies marinas, y las familias de escasos recursos que no podían adquirir un molino de viento, simplemente tenían un pozo o noria que aproximadamente a escasos 5 metros de profundidad fluía el agua dulce y cristalina, la que era sacada con un balde mediante una soga y rondanilla o cigüeña. En el ayer, el pueblo de La Paz lucía bellísimo con sus callecitas barridas y regadas, con su colorido de flores, abundantes árboles frutales, y la sinfonía que hacían los 1,250 molinos de viento que había aquí en La Paz.

            La vida diaria en el pueblo, era tranquila. La gente, acostumbraba por las tardes sacar sus poltronas a la banqueta y sentarse a ver pasar la gente mientras tomaban el café de granito acompañado de pan calientito o galleta marinera, a esperar el aire fresco del coromuel, que movía los molinos de viento y platicaban con sus vecinos de enfrente, de banqueta a banqueta el acontecer diario. Viene a mi mente una de tantas vivencias cotidianas al lado de mi adorada, sabia e inolvidable abuelita, nativa de la tierra del venado, las olas altas y la tambora; El Rosario, Sinaloa. Santana Tiznado Velarde de Lizárraga fue su nombre. Vivíamos por la calle Ignacio Ramírez y pineda, en una casona de madera pintada de amarillo, embanquetado de piedra y piso de madera. En frente de la casa vivía su gran amiga doña Anita Yenquee, de las que recuerdo, su hija Leonor y “lico”. Doña Anita Yequee tenia una gran huerta con su molino de viento, donde abundaban los arboles frutales, había de todas las frutas que se pudiera imaginar. Uvas, zapotes y chicozapotes, guajilote, guanábanas, granadas, guayabas, lima chichona, naranja lima, limón real, toronjas, mangos, naranja, tecomates, plátanos, entre otros deliciosos frutos que ya no se ven, y que las vendían o regalaban de pilón a los niños en el tendajón de grande mostrador de gruesa madera de su propiedad.

            Mi abuelita, así como doña Anita tenían la costumbre de sacar a la banqueta por las tardes, sus respectivas poltronas, y se ponían a platicar de banqueta a banqueta a esperar el aire fresco del coromuel, y yo sentada a sus pies junto a su perra pinta consentida, “la facha”, ¡era una hermosura esos momentos!, quedaron para siempre grabados en mi mente y en mi corazón. Todos los molinos de La Paz al unísono empezaban a dar vuelta con el viento del coromuel. Se movían todos los arboles del pueblo, y era un deleite sentir ese frescor perfumado a  brisa de mar, flores o azahares que inundaban de dicha los corazones de todos los habitantes de La Paz. una tarde de Julio, para mi inolvidable, día santo de mi abuelita estaban las dos Anitas sentadas en sus respectivas poltronas en sus banquetas como era su costumbre platicando el acontecer diario; cuando de repente llego el mariachi a tocar una hora de música, y también al mismo tiempo una persona de la nevería la Flor de La Paz con una garrafa de nieve de fresa, de aquella que hacia doña Heber, de gratos recuerdos romanceros así como traían también un exquisito pastel, el que mi querida e inolvidable tía Chuy, doña Jesús Lizárraga de De La Peña le había enviado, como era su costumbre que el día de las madres, y su santo, le mandaba el mariachi a mi abuela con nieve, pastel, cortes de tela para sus naguas y sus zapatos de piel de ternera o de mezclilla que hacían con el zapatero del pueblo, el señor Aguirre. ¡Era la locura para una niña de escasos 6 años!, ver  ese quequi tan sabroso, la media barriquita con hielo picado con sal, y dentro de ella envuelta en un costalito la garrafa repleta de nieve de fresa.

            Las respetables señoras, de largos ropajes ¡pero si parece que las estoy viendo! mi abuelita y doña Anita yenquee, se ponían muy contentas al disfrutar esa fiesta con el mariachi, nieve y todo, la que compartía con la gente que iban pasando. Por esa calle de Ignacio Ramírez  y Pineda está palpable el recuerdo que quedo grabado en mi mente y en mi corazón. La antigua mansión de ladrillo macizo de doña Anita yenqee está igual; la casa de gruesas maderas pintada de amarillo en la esquina de enfrente donde vivíamos tan felices mi abuelita, mis tíos María y Lao, así como su perra la facha, su gata la pola, y su gallo el mojocuan, ya no están; además de su lavadero y su media barrica donde lavaba con ceniza sus enaguas, mis calcetas, y la ropa blanca de mi tío Lao, tampoco están y desde luego las dos Anitas, mi abuelita y doña Anita tampoco están acudieron al llamado del señor hace muchos años. Todavía quedan en La Paz uno que otro molino de viento que se yergue majestuoso como desafiando al tiempo sobresaliendo entre los arboles. Y también quedan contados pozos de agua con su rondanilla y todo, ya los tengo detectados.

            ...viejo molino de viento
            Fuente de vida y verdor
            Cuanto extraño tu tong tong

            Mi mayor anhelo es tener en el patio de mi casa un molino de viento, no le hace que  sea viejito, aunque no saque agua ya, nada mas por estarlo viendo, y recordar aquel ayer de La Paz que se perdió. Causa tristeza ver que los hermosos y antiguos edificios están en manos extranjeras o con prestanombres. Ya no es necesario la invasión con violencia como en otros tiempos. Estamos invadidos pero a través del billete verde que compra consciencias. Ojalá que se ponga un remedio a tiempo y después no sea demasiado tarde y suceda lo mismo que en el pasado, que se perdió gran parte de México. Y como dice doña Dominga de Amao, respetable escritora y periodista sudcaliforniana:




“Un rumor trae el viento
que parece un quejido lejano
en su vaivén se acerca o se aleja
a veces parece tan triste
que asusta escucharlo
parece venir de la entraña misma  de la patria
ese gemir sube la cima
y baja confundido en otras voces
es la patria que se queja por tantos ultrajes
la empeñan, la venden,
el futuro de sus hijos
¡ser esclavos de extranjeros en su propia patria!
Lloraran después
Como mujeres plañideras

Lo que no supieron defender como hombres”.

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