miércoles, 31 de agosto de 2016



Lic. En Podología Rocío Bedolla.


LA PAZ QUE SE PERDIÓ.
POR MANUELITA LIZÁRRAGA.
…MI ABUELA…LAS VERDOLAGAS… Y LA LLUVIA…
RECOLECTAR Y CONSUMIR VERDOLAGAS EN LA PAZ DESPUÉS DE LA LLUVIA… UNA COSTRUMBRE QUE SE PERDIÓ…

¡Abuelita! ¡Abuelita! ¿Qué traes muchacha, porque ese alboroto? Esta tronando y relampagueando rete bonito y el perro el pachuco anda muy asustado; “pues métase por que no tarda en llover” y le dio una larga chupada a su cigarro de “el tigre”, y después de aventar fumarolas al viento dijo, “después de la lluvia vamos a ir a recolectar verdolagas, para hacer el guisado que tanto le gusta a tu padre” ni bien acababa de decir eso, y se soltó un torrencial aguacero de aquellos; mi perro viejo el pachuco tenía catarro, y se miraba tan bonito de bajo de mi cama echado en su tapete con su largo hocico metido entre las patas delanteras, los ojos muy pelones, y con esa mirada tan peculiar de él, con su collar de alambre de cobre en el cuello y siete limones tatemados que mi sabia abuelita le había hecho para curarlo del catarro. Mientras el agua del cielo entre rayos y centellas caía a torrentes sobre el techado, mi hermanita María de Jesús y yo abrazadas nos acurrucábamos junto al perro iluminados por los relámpagos que generosos inundaban aquella añorada habitación familiar con calor humano, abuelita, perro y todo, allá al finalizar la década de los 40’s… cuando empezaban a pavimentar la avenida 5 de Mayo.
¡Que hermosura cuando la lluvia cesó! Vivíamos en la casa de piedra del Señor Ruíz, quien sabe quién sería ese señor, yo tenía escasos cinco años y mi hermanita siete. La casa quedó en medio de una gran laguna, croaban sapos y ranas, cigarrones y mariposas volaban, y el perro como loco saltaba en el agua queriendo agarrarlas, y María y yo embelesadas, gozosas, contemplábamos aquel bello espectáculo trepadas en el pretil de aquella evocadora ventana enrejada de madera, y preocupadas porque al pachuco le iba hacer daño mojarse; mientras que a él le valía. ¡Ya niñas, bájense de ahí!, vámonos a las verdolagas gritó la abuela airada, canasta en mano con esa voz autoritaria que la caracterizaba, y mi madre y demás hermanos mayores también llevaban sus canastas y nosotras por más pequeñas unas bolsas de ixtle… y todos felices en caravana seguidos del perro  por allá del barrio del choyal, por veredas y solares baldíos, ¡Había tantas verdolagas! “para la vaquilla no vamos a ir porque está lejos, y aquí hay bastantes para llenar las canastas”, dijo la abuelita, “nanita y ¿Por qué le dicen la vaquilla?”, “pues que se yo, será porque hay muchas vacas, o se les perdió una vaquilla”, dijo muy airada, iba molesta por que el perro se metió a la laguna y tenía catarro.
¡Se miraban tan hermosas las verdolagas salpicadas por la lluvia, y las familias paceñas enteras canastas en mano a los alrededores recolectando verdolagas!; y mi nanita iba diciendo, señalando con el bastón “es increíble la bondad y sabiduría de Dios que semilló la tierra desde que puso al hombre y a la mujer en ella para que toda alma viviente se alimentaba a través de los siglos, y las verdolagas son un nutritivo alimento cargado de todas las vitaminas que el cuerpo necesita”. Y señalaba con su bastón mientras todos íbamos llenando canastas, y continuó diciendo “estas verdolagas de hoja grande, no son para consumo humano, son “puerqueras”, pero de todos modos vamos a llevarlas para darle a los puercos (porque en aquel tiempo se acostumbraba engordar dos cochis en casa, uno para consumo en navidad y el otro lo mataban para venderlo para los gastos para Santa Claus) y estas verdolagas pequeñas dijo, la de la hoja chiquita, son las meramente, las de consumo humano y se cortan dejando la raíz para que vuelvan a crecer, hasta los animales son sabios, nomás ramonean las pasturas y demás plantas que se van a comer”.
Y las canastas se iban llenando de verdolagas salpicadas por la lluvia, y la abuelita nos iba enseñando para que servía cada planta que encontraba a su paso: choales, malvas, diente de león, toloaches, golondrinas, etc. Y continuó diciendo “y por este rumbo no hay guaco solo se da rumbo al mar, en los arroyos”, mientras que el pachuco correteaba una iguana, “!y hasta esa iguana es medicinal y alimenticia!” decía, y las canastas quedaron repletas de verdolagas después de aquel torrencial aguacero. Otro día fue fiesta en casa, las grandes cazuelas de barro sobre el pretil de la hornilla estaban hasta el tope sentadas en las brasas… ¡Que rico guisado de verdolagas con costillitas de puerco hizo mi madre! Y también una cazuela de arroz blanco, y un jarro de frijol de la hoya y las tortillas de masa de nixtamal hechas a mano hinchadas como un sapo, nomás volaban del comal a la mesa, que en el medio tenía el molcajete de salsa tatemada en las brasas hecha a mano, y una enorme jarra de agua de tamarindo endulzada con azúcar de terrón.
De postre, dijo mi nanita “se comen un puño de dátiles pasaditos con un pedazo de chopito que está en el zarzo, mientras dan las cuatro de la tarde que llegue el panadero, para como es la costumbre, tomar el café de grano que acaba de tostar Juanita en la cazuela de barro y lo cuele en la talega de manta que acabo de hacer, ya está curada en los asientos del café y no le va salir el sabor a manta” terminó diciendo mi nanita. ¡Cuántos gratos recuerdos inundaron mi mente después de estas lluvias tan hermosas y ver tantas verdolagas en los jardines y veredas, y que se desperdician lamentablemente porque en su gran mayoría la gente desconoce sus bondades!
Al otro día, mi madre también hizo verdolagas, pero ahora con granitos de frijol y queso picado; puso en la cazuela de barro un pegoste de manteca de puerco, de aquellos que se criaban en casa, tomate, cebolla, ajo machacado, chile verde, cilantro, todo picado lo tapó; cuando suelta el hervor le puso sal y pimienta, le revolvió grano de frijol de la hoya y cuadritos de queso, le puso las verdolagas previamente lavadas y cosidas, y los tapó que dieran un hervor, y las sirvió bañadas de queso raspado… ¡Riquísimas! Quedaron para chuparse los dedos… bellos recuerdos.

…y las niñas temerosas acurrucadas junto al asustado perro el “pachuco”, escuchaban la torrencial lluvia sobre el techado en aquel evocador cuarto iluminado por los relámpagos…



…por el placer de escribir…recordar…y compartir…

domingo, 28 de agosto de 2016

LA PAZ QUE SE PERDIO


“ESE SOLAR BALDIO...Y ESA PILA EN RUINAS...ME TRAE GRATOS RECUERDOS DE MI ABUELITA”.

POR MANUELITA LIZARRAGA


Cada vez que paso por ahí, vienen a mi mente los recuerdos...Santana Tiznado Velarde de Lizárraga, fue su nombre que endulzó mi feliz infancia a su lado...cuántas enseñanzas y gratos recuerdos guardo en mi mente y en mi corazón, aprendidos a través de mi corta vida junto a ella, “Doña Anita”, le decían sus amigas y yo le decía “mi nanita”. A cada paso me encuentro encantadores viejecitos de cabellos escarchados y espaldas encorvadas, y al verlos, busco en sus rostros aquellos rasgos, y mis pasos me llevan a cada casa, donde viví tan feliz a su lado...!pero si parece que la estoy viendo!...bajita, de largos y trenzados cabellos, entre plateados y dorados, de ojos claros, gateados, de finas facciones, con sus largos ropajes, su sombrero de palma, un bastón y zapatos como botines de piel de ternera, de aquellos que fabricaban con Don Julio y Esteban Beltrán; también los hacían con el señor Aguirre...era la abuelita más dulce, sabia y bella de la tierra...otros decían que era muy mal hablada y refunfuñona, pero a mi, me trataba como a la niña de sus ojos...”mi coyote”, me decía de cariño.

Al ver ese solar baldío y los vestigios donde hubo alguna vez un molino de viento, con nostalgia recordé que semanas enteras pasaba con  adorada abuelita. Tenía su casa en Bravo y Guillermo Prieto, había una gran huerta de árboles frutales, un molino de papalote con una gran pila para el agua, además de todas las frutas regionales que ahí se daban, me encantaba el chico zapote. En ese tiempo, estaba yo en la Escuela Número 1. Ahí cursé mi primer año con la inolvidable maestra Beatriz Zumaya de Taylor, la que elaboraba exquisitos pirulines y yo le ayudaba a venderlos a la hora del recreo. Frente a la casa estaba la tienda de un chinito, que entre otras cosas,  vendía sabroso pan...las puertas de la casa son las mismas de aquellos tiempos...y  toda la estructura de la construcción es la original, parece que por ahí no ha pasado el tiempo...por la tarde, mi abuela barría y regaba la empedrada banqueta frente a la calle; sacaba dos sillas donde nos sentábamos a esperar “el coromuel”... “vamos a esperar el coromuel”, decía ella, y me contaba cuentos y leyendas de aquellos tiempos. A mi corta edad me imaginaba que el coromuel era un gran pirata, y se refería al tradicional “airecillo” que dio paso a la leyenda. El coromuel.

Mi abuelita tenía unas reacciones tan repentinas que me encantaban; a media noche, se le ocurría que fuéramos a visitar a mi Tía Chuy, su hija, quien vivía en Revolución y Degollado; tenía su casa con un gran huerto donde se cultivaban frutas y verduras. Mi abuelita era un tesoro de sabiduría. Tenía el don de sobar fracturas y lastimados...la gente la buscaba para que los arreglara, y cuando se luxaban, usaba aceite de comer para sobarlos, y ponía a calentar en un traste con brazas hojas de zapote para ponerles después de la sobada y luego los vendaba. Mi perro El pachuco y yo le acompañábamos y ayudábamos con la venda  y el aceite. Gracias a los conocimientos herbolarios de mi abuelita, fuimos unos niños muy sanos. Rara vez nos enfermábamos, y si acaso era del estomago, que generalmente era por comelones. Ella tostaba arroz hasta quemarlo, y nos daba remojado en agua...o si no, un vaso con agua con almidón con limón...o un té de yerbabuena con hojas de micle, albahacar y cogollos de guayabo; luego, nos hacía un exquisito caldo de pichón, o pollito de aquellos, o de papas, y con un atolito de masa y listo, quedábamos curados del estomago. Para evitar que tuviéramos parásitos, nos daba guayabas, semillas de calabaza tostada, ¡y que gordo nos caía cuando nos daba té de epazote en ayunas, por nueve días!, nos tapaba la nariz, y decía “Para no despertar la lombriz”,  y zas, carajo, nos metía una taza de té de epazote. Con albahacar, ruda, y ajo calientito hacía un tapón con algodón y nos curaba el dolor de oído; y cuando las anginas se inflamaban, hacíamos gárgaras de  cáscara de granada, o de té con raíz de san Miguelito o simplemente nos ponía un collar de tomates tatemados con los pies metidos en un balde con agua, y luego nos ponían el hábito de San Blas y quedábamos curados. Para el catarro, lo curaban con una pastilla de sulfadiacina, un té de hojas de eucaliptos con canela, endulzada con miel de abeja, y listo...nos envolvían en una cobija, para que sudáramos la calentura, y si teníamos constipados o mormados, mataba una gallina y freía infundia con poleo, flores de vinorama y romero, y era buenísima...o simplemente aspirábamos agua salada en el mar. Los ojos los curaba con té de manzanilla o con orines. Claro, que antes no estaba tan contaminado el ambiente como lo está ahora, y la alimentación era distinta, quizá por eso, hacían efectos ese tipo de medicamentos.

En verdad que era sabia mi abuelita, me cuidaba el cabello como un tesoro. Freía tuétano de res y le ponía flores aromáticas, esa era la brillantina, la que guardaba en una olllita muy pequeñita colgada del techo del corredor...cuando me trenzaba el cabello con una correa de gamuza y con coloridos moños, me duraba hasta tres días el peinado. Había veces que molía tomate con miel de abeja y me ponía en el cráneo, me lavaba el cabello con agua de guatamote, y también con agua asentada de barro...”para que el cabello le crezca, sano, largo y hermoso y nunca tenga caspa”, me decía...y así fue, siempre tuve mi cabello largo, y nunca he tenido caspa hasta la fecha. Gracias a la madurez e inteligencia de mi madre que permitió que mi nanita interviniera en mi formación, pues el cariño, la experiencia y sabiduría de una abuela es un tesoro maravilloso que le da al niño seguridad, es como un refugio seguro...es un deleite que no tengo palabra para definir esos sentimientos tan bellos...y ahora que yo soy abuela, todo es diferente...somos anticuadas, no se permiten las sugerencias y opiniones cuando los niños se enferman, pero es comprensible, ahora todo es tan de prisa y tan distinto a la vida de antes, aunque se pierdan algunos valores en la lucha constante por la supervivencia, pero siento que esos valores tan fundamentales como lo es la convivencia de los abuelos con los nietos, no debe perderse...es como si a los niños les fueran quitando la raíz...es como si les fuera quedando un vacío por la falta de vivencia con los abuelos...el cariño por la madre, y por los abuelos, son sentimientos muy bellos, pero diferentes con su valor cada uno.

En la costura, mi abuelita también era sabia, que bonito bordaba y tejía...ella me enseñó a pegar botones, a bastillar y a realizar mis primeras puntadas sobre la costura, a trenzar las hilazas, y zurcir calcetines, así como a pegar remiendos...le metíamos un foco al calcetín y quedaban bien zurcidos. Antes las mujeres remendaban los pantalones y camisas de los señores, y se veían muy dignos. Ahora, cualquier roturita y la ropa se deshecha. Para lavar, mi abuelita que bonito lo hacía, utilizaba para desmanchar la ropa, el palo adán...y mis calcetas las desmanchaba con utatabes machucados, porque yo tenía la maña de brincar con calcetines. Para blanquear la ropa, usaba cenizas de la hornilla, o cernada...me encantaba sacarle los carbones abollados en el agua al traste donde ponía la ropa blanca la que luego la tendía en el suelo en el rayo del sol. Las camisas de mi Tío Lao, las sábanas, fundas, servilletas, sus faldías y hasta mi refajo, quedaban blanquísimos. Parece que aun percibo el olor a limpio que salía de la ropa cuando la planchaba, con planchas de aquellas...y aquellos aromas a ropa limpia y a cigarro “del tigre” cuando me hacía rollo con mi abuela bajo las cobijas. Cómo se enojó mi abuelita, cuando parió “la facha” era una perra pinta con unos pestañones, muy noble el animal por cierto...tengo presente su dulce mirada como pidiendo perdón...metió su larga cabeza entre las faldillas de mi  nanita con un lastimero gemido...casi con lágrimas pues había parido a sus perritos bajo la hornilla...”tate quieta, eres una callejera”, le decía mi abuelita mientras se fumaba su cigarro del tigre mirando al cielo muy digna...y la perdonó...y yo encantada cuidaba de los perritos...también tenía su gata que se llamaba “la pola”...eran nuestros compañeros, además de las gallinas, un gallo consentido que lo llamaba “el mojo cuan”.

Los días santos de mi abuelita, o  de las madres, mi tía Jesús Lizárraga De La peña le llevaba una garrafa de nieve de fresa y un pastel de aquellos de la Nevería La flor de La Paz, acompañado del mariachi, y sus cortes de tela para sus vestidos y zapatos. El angelito de la “guarda”, “San Lázaro Bendito, con tus cordones benditos amarra tus animalitos para que no nos piquen a mi ni a mis hermanitos”...entre otras oraciones además del Padre nuestro, fueron los rezos que me enseñó antes de irme a la cama y después de rezar, antes de dormir, me daba un vaso de agua...” para que tome agua la palomita”, decía, o sea el alma. Mi abuelita sabía muchas cositas.

Esa antigua mansión, con el solar y una pila en desuso impregnada de tiempo y olvido, ubicada por la Bravo y Guillermo Prieto hablan de un bonito pasado de La Paz que se perdió...de huertos familiares, molinos de viento, abuelita y todo...me encanta pasar por ahí para hundirme en el recuerdo.


…Por el placer de recordar, escribir y compartir…
Facebook: La Paz que se perdió.

jueves, 25 de agosto de 2016

"La luz de San Thelmo"

LA PAZ QUE SE PERDIO.
POR MANUELITA LIZARRAGA.
“LA LUZ DE SAN THELMO...PRESAGIO DE VENDAVALES...Y TERROR EN LOS HOMBRES DEL MAR”.

            “!Ave María purísima!”, decían los mayores, es la luz de san Thelmo, presagio del mal y terror de los hombres del mar, Dios nos agarre confesados, se persignaban y agarraban agua bendita y le echaban a aquella bola de luz circulante, y a aquellos reflejos que caían al suelo. Yo estaba muy pequeña, y gran parte de mi vida transcurrió entre pescadores y marinos,  escuchaba de ellos, las experiencias vividas por diversas personas por la luz de San Thelmo, las que me parecían muy bellas. No comprendía en ese tiempo, y se me quedó grabado aquel recuerdo que me parece interesante. Me entró la inquietud por saber mas de aquellos recuerdos sobre la luz de San Thelmo, y recurrí como es mi costumbre, a la voz de los venerables ancianos, quienes en sus cabellos salpicados de fina escarcha impregnados de historia, sabiduría y experiencia, son un libro abierto para el que quiera leer en ellos...y a mi me encanta platicar con estos muchachos y muchachas antiguas porque guardan en su memoria tantas cosas que no están escritas en los libros; están sólo en la mente de los mayores. Con esta intención, llegué esa cálida tarde al hogar del señor Lorenzo Verdugo, quien me contó entre muchas otras cosas, sobre éste fenómeno físico de la naturaleza.
            “El ciclón más devastador que ha azotado la península de Baja California Sur y que se tenga memoria es el de 1918 y se vio la luz de San Thelmo, presagio de grandes desgracias. Decían los mayores que hubo otro huracán de las mismas proporciones que éste, en 1895. Cuenta con nostalgia, Don Lorenzo Verdugo, joven de la tercera edad que le tocó vivir ese fenómeno de la naturaleza cuando apenas él tenia nueve años. Fue el 15 de septiembre de 1918, como a las diez de la mañana se miraba entre nubarrones en el cielo, en el mogote frente al puerto de La Paz, dos grandes trombas o culebras de agua. Al tañer de la campana de la Iglesia, toda la gente del pueblo estábamos en el malecón sin medir el peligro, y sin temor alguno, con gran curiosidad contemplando las culebras de agua. Por fortuna, una se disolvió atrás del mogote; y se miraba muy bonito, cómo del medio de la culebra para arriba fluían grandes borbollones de agua y muchos peces y del medio para abajo se deshacía de la misma forma. La otra tromba, ante la mirada de toda la gente fue a reventar por un lado de la colina del sol. Cayó tanta agua que se hizo ese zanjón a un lado del cerro, del Centro de Radio y Televisión y no estaba ese arroyo; y también cayó mucho pescado que la gente muy contenta lo traía en carretillas. Para las dos de la tarde de aquel día, ya no había lluvia, todo estaba en calma.
            Era el 15 de Septiembre, día de las fiestas patrias. Por tal motivo, estaban adornados el Palacio Municipal, la Casa de Gobierno y la plazuela para el tradicional festejo. Por la tarde, mi padre don Loreto Verdugo, ordenó a mi madre que nos alistara para llevarnos a la plazuela a disfrutar de esas fiestas. Todavía quedaban charcas de la lluvia de la mañana en la que entre penumbras se reflejaban las sombras de las personas, árboles y demás cosas...las banderitas y demás adornos estaban mojados...los mechones en los árboles iluminaban pálidamente aquel ambiente tan familiar. El comentario obligado entre los asistentes era el suceso de las trombas y el montón de pescado que había caído del cielo esa mañana...eran como las ocho de la noche...los pinos llorones que adornaban la plazuela se mecían  lúgubremente con las ráfagas de viento que se empezaba a sentir...mi padre, viejo pescador, volteó al cielo y poniéndose el sombrero, muy preocupado dijo ‘mujer, recoge los niños y vámonos, porque estos vientos huracanados no me gustan nada’. Mis hermanos y yo, metidos entre los largos faldones de mi madre, corríamos de prisa...y cuando íbamos dando vuelta por la logia masónica rumbo a la casa, porque vivíamos por la calle Serdan  casi llegando a la calle 16 de Septiembre, cuando se soltó aquel aguacero y fuertes ventarrones que difícilmente podíamos sostenernos en el suelo, y el llegar a la casa fue toda una odisea.
            La humilde vivienda  de madera de fuertes horcones y techumbre de palma se cimbraba con el viento. De pronto, mi madre aterrorizada vio la luz de San Thelmo en la torre del molino de viento, y escandalizada gritó ‘ave María Purísima es la luz de San Thelmo habrá desgracia!” era como una bola de fuego que se mecía en el aire para un lado y para otro. La casita parecía acordeón. Las caudalosas aguas del arroyo de la calle 16 de Septiembre, pasaban por debajo de la casita, la que estaba iluminada por la luz de San Thelmo; y se miraba que las aguas arrastraban cardones, otros árboles, techos de casas, ruedas de molinos de viento, animales y muchas cosas más que mis aterrorizados ojos de niño no podían comprender. Fue terrible. El huracán duró toda esa noche del 15 de Septiembre y todo el día del 16; hasta como a las once de la noche empezó a amainar la fuerza del viento y la lluvia. El amanecer del 17, fue muy triste casi acabó con la Ciudad de La Paz. el mar se metió por el arroyo de la calle 16 de Septiembre, y los botes de las armadas perleras y demás embarcaciones las arrastró el viento hasta donde es ahora el Cánada. Varias embarcaciones las aventó la marejada fuera del malecón y un barco de tres mástiles que estaba fondeado en el mogote, lo aventó el viento hasta donde es ahora la Agencia Arjona, allí jugábamos por mucho tiempo junto con otros compañeritos. En este ciclón de 1918, el más devastador, hubo muchos destrozos y algunos muertos, varias embarcaciones se hundieron. No murió mas gente porque no se construían las casas en los arroyos”. Termino diciendo Don Lorenzo Verdugo sobre esta experiencia de la luz de San Thelmo y el huracán de 1918.
            Aquella mañana bajo la pertinaz llovizna mis pasos me llevaron hasta el hogar de don Celestino Orantes de oficio carpintero de rivera, intrépido lobo de mar; y me contó su experiencia sobre la luz de San Thelmo. “ Fue en Septiembre de 1918, aquí en La Paz azotó un terrible ciclón, el más devastador de todos los tiempos. Eran como las ocho de la noche, me encontraba abordo fondeado frente al mogote junto con el capitán y otros marineros. El mar estaba muy picado, vientos huracanados se sentían, decían los mayores que sabían de estas cosas que amenazaba tormenta. De pronto a esa hora de la noche se soltó un aguacero muy iluminado con vientos muy huracanados, entró por entre Norte y Este y con sorpresa vimos que en el mástil del barco pendía una bola luminosa que sus reflejos iluminaba toda la embarcación. ¡es la luz de San Thelmo!, gritaba el capitán espantado, santiguándose, ¡habrá una gran desgracia!, hay que rezar para que la bola de luz no baje a cubierta porque vamos a naufragar!, pero la bola de luz corrió por toda la cubierta, y los vientos huracanados y la marejada  aventó la embarcación 40 metros fuera del mar, y nos salvamos de milagro como pudimos. El barco era el ‘DAW’ venía cargado de garbanzo, maíz, frijol  calabaza, y la bahía quedó inundada de aquellos granos. Se ahogó de una manera tonta, un marinero que no sabía nadar, se llamaba Cesareo Olachea, al momento que vio la luz de San Thelmo se asustó tanto que se arrojó al mar. Hasta los 8 días lo encontraron por el rumbo del Esterito”. El ciclón de 1918, terminó diciendo don Celestino Orantes,  que en gloria esté, fue el mas devastador que ha habido en Baja California Sur, y la luz de San Thelmo es presagio de desgracia. Según los antiguos, son varios los testimonios sobre ésta misteriosa luz en el ciclón del 15 de septiembre de 1918; como Doña Dominga de Amao, dice que ella tenía seis años, y que escuchaba a sus padres, en este ciclón de 1918, gritando aterrorizados ¡se ven luces en el ojo del huracán , es la luz de San Thelmo, Dios nos proteja, habrá desgracias”; pero que ella no vio esa luz porque estaba encerrada. Al día siguiente entre todas las desgracias que hubo escuchó que se ahogó una mujer que se había trepado a un ciruelo. En Agosto de 1934, dice don Lorenzo Verdugo que hubo en La Paz otro ciclón de grandes proporciones, pero nunca como el de 1918, y que también entre los nubarrones, se vieron bolas de luz azul verdosa y decían los mayores que era la luz de San Thelmo.
            Doña Lucia Verdugo, del rancho el Ancón, dice que en 1941, ella tenía 6 años, cuando azotó la entidad un ciclón muy grande. Que vivían en ese tiempo en el rancho El Rosario, rumbo a Los Planes. Que ella no vio la luz de San Thelmo porque la tenían encerrada junto con sus hermanos para protegerlos del huracán, pero que escuchaban afuera de la casa el escándalo que traían su abuelito Agustín y su tío Amado Mendoza y demás familia, que gritaban aterrorizados entre el aullar del viento, paredones que se desgajaban, y árboles que caían a las corrientes del arroyo, es la luz de san Thelmo, anuncia desgracia, hay que quemar palmas  y rociar agua bendita, maltratar, rezar y apalear los reflejos hasta que desaparezcan. Y apretujados ella y sus hermanitos bajo las cobijas en la cama de lias de cuero, escuchaban aquellas maltrataderas y rezaderas a la vez, así como el golepeteo de escobazos en el suelo y paredes de la casa. El amanecer después de este ciclón de 1941, fue desolador. El arroyo se llevó mucho ganado y otros animales, así como tumbo árboles y algunas casitas, pero no hubo muertos en ese rumbo de Los Planes. Decía su abuelito que él tenía conocimiento a través de sus antepasados de éste fenómeno de la luz de San Thelmo, que presagia desgracia y es el terror de los hombres del mar, que estaba relacionado con el mal, pero nadie ha sabido explicar el porqué de estos sucesos, y por qué San Thelmo es el santo de las desgracias.

            En el Libro Pervivencias, escrito por el licenciado Felix Ortega (q.e.p.d.) cuenta su experiencia cuando niño, sobre el ciclón de 1941, aquí en La Paz. “Como a las tres de la madrugada el ciclón empezó a entrar con vientos arrachados y ensordecedores de 120 kilómetros por hora, derrumbando árboles, molinos de viento y todo lo que encontraba  a su paso. Todos gemían aterrorizados, porque el agua caía a chorros de cubetazos, su padre, el señor  Felix J. Ortega en medio de aquel vendaval le dio una enseñanza más. ‘Mira Felix’, le dijo señalando a la estructura del molino, al que el viento le había tumbado  la rueda y el timón; ‘ fíjate en aquel espantajo brillante, obsérvalo,  es como una bola de fuego que sube y que baja, le llaman luz de San Thelmo, es un fuego fatuo que solamente se presenta en las grandes tempestades y es el terror de los marinos cuando se pone en la proa de los barcos, porque indica naufragio, desastre y muerte’. Para las once de la mañana del día siguiente, los vientos huracanados alcanzaban velocidades de 150 kilómetros por hora, y las mangas de agua se sucedían una tras otra. Alguien gritaba que se estaba saliendo la mar. En efecto, la calle 16 de Septiembre estaba convertida en un incontenible cauce de aguas broncas que arrastraban de todo, y al juntarse estas corrientes con las de la bahía, daban la impresión de que La Paz estaba siendo sepultada por el mar”. En este ciclón de 1941, donde se vio la luz de San Thelmo también hubo varios muertos.
            En 1954, dicen los jóvenes de la tercera edad los hermanos Arredondo Yepis, del paredón del Yaqui  del barrio del Esterito, que en aquella ocasión andaban pescando por la Isla Espíritu Santo, que la noche estaba tranquila...no se miraban indicios de mal tiempo...cuando de pronto, su hermanos Amadeo y él , vieron como una gran bola de fuego prendida en la punta de un cerro la que se reflejaba con bellos fulgores en el agua, y oscilando de un lado a otro; “es la luz de San Thelmo”, dijo asustado, y su hermano espantado sacó el rifle y le tiró dos balazos. La marinería de dos barcos que andaban por allí, al escuchar los tiros se acercaron preguntando que pasaba, por qué los balazos y él les contestó que se asustaron porque vieron la luz de San Thelmo en el cerro. Al escuchar esto, los capitanes de los barcos, inmediatamente levaron anclas, y sin decir nada, se fueron muy espantados como alma que lleva el Diablo. Los barcos parecían que hasta volaban. Fue un fuerte chubasco el que hubo en 1954, que no pasó a mayores, y que también se vio la luz de San Thelmo. En el ciclón de 1959, fueron varios los que vieron la luz de San Thelmo en distintas partes de la ciudad. Doña Lucia Sosa y Silva cuentan que a su tío Antonio León, los agarró el chubasco en alta mar, andaban pescando él y un grupo de compañeros, y de pronto se prendió una bola oscilante de fuego en el palo del mástil, y gritaron asustados “es la luz de San Thelmo, vamos a naufragar”, pero que entre ellos, venía un marinero de Acapulco, y agarrando una reata, empezó a chicotear las luces, maltratando y rezando a la vez, y se subió al palo del barco, pegándole reatazos, mientras que los demás le daban de escobazos  haciendo lo mismo, y otros achicaban la embarcación. No comprendían como lograron sobrevivir a aquel fuerte vendaval.
            Por su parte, don Gilberto Lucero, de las familias más antiguas de La Paz, fundadoras del legendario barrio del Esterito, de oficio buzo y pescador ribereño, quien hace apenas un mes y días que falleció, me contó que él toda su vida anduvo en el mar, pero que nunca tuvo la suerte de ver la luz de San Thelmo. Que tiene conocimiento de este fenómeno natural, por sus antepasados, por la versión oral a través de generaciones y de las experiencias que han pasados otros marineros, de que esta luz de San Thelmo es presagio de desgracia, naufragios, vendavales y muerte. Pero nadie ha sabido explicar por qué le dicen San Thelmo, y trae desgracia; la  maldicen y le rezan, agarran a palos los reflejos y le echan agua bendita, como que es el bien y el mal. Yo soy poco entendido en esto dijo, pero como hombre de mar y por la experiencia que tengo debe ser un fenómeno físico de electricidad estática de la atmósfera , presagio de mal tiempo, pero no entiendo porque lo relacionan con el mar. La aurora boreal, si tuvo la fortuna de verla, es un fenómeno maravilloso inigualable. Pero eso es ya otra historia. Continua diciendo don Quiqui Lucero, que en el chubasco de 1959, un escándalo traían los vecinos del Esterito porque vieron en las palmeras la luz de San Thelmo. Fue el 8 de Septiembre de ese mismo año, eran como las nueve de la noche, todo estaba tranquilo, ni señales de chubasco había y doña Victoria Gonzalez de Bustamante vio la luz de San Thelmo, y gritaban que presagiaba desgracia y todo el vecindario traía un escándalo echándole de palos y rezándole, pero como te digo, yo no vi nada, nada mas escuchaba. En la madrugada del 9, ya teníamos el chubasco encima. Por otra parte, doña Conchita Carrillo de Castro, también del barrio El Esterito, vio desde su ventana la luz de San Thelmo. Era una bola de fuego prendida en la estructura del molino, al que se le había caído el papalote. Sus reflejos verde azul subían y bajaban e iluminaba toda su ventana y demás árboles.
            “Aquel fatídico 30 de Septiembre de 1976, entre penumbras y el tétrico aullar del viento embravecido azotando todo lo que se encontraba a su paso, a través del cristal de la ventana de mi hogar, apretujando contra mi pecho mi inseparable amigo, mi osito de peluche aterrorizada miraba la refulgente luz prendida de un árbol, la que giraba en círculos, y la bola de luz verde azul se movía para todos lados, amenazando caer a la tierra, miraba también  a mi madre con faroles encendidos acompañada de un montón de gente, quienes espantados gritaban “es la luz de San Thelmo habrá una desgracia”, al tiempo que rezaban y rociaban de agua bendita, y los señores agarraban a escobazos los reflejos en el suelo del patio y paredes de la casa, a la vez que la maltrataban; y decían, “si cae al suelo la bola de luz, será mas grande la catástrofe”. Yo apenas tenía doce años, y si, tenía razón mi madre, la luz de San Thelmo, fue presagio de desgracia, fue cuando esta ciudad de La Paz sufrió el mas atroz de los huracanes, el ciclón Liza que desapareció colonias enteras y mató a mas de 20.000 gentes. Damnificados no hubo, porque todos murieron”. Testimonio de la señora Rosita Ramírez. La señora Alicia Castro, cuenta que ella tenía trece años, estaba en la escuela secundaria cuando el ciclón Liza, y vivía por el rumbo de los Olivos...ella nunca había escuchado nada sobre la luz de San Thelmo; pero ahora que se ofrece sobre eso, viene a su mente aquel recuerdo que sepultó en lo mas profundo de su ser. Aquella noche del 30 de Septiembre de 1976, espantada miraba por la ventana...aullaba el viento, caían árboles, volaban letreros luminosos y tapas de tinacos...las aguas corrían caudalosas por el arroyo arrastrando en ellas, refrigeradores, vehículos, lavadoras, techos de casas, árboles, gente y un sinfín de cosas. Y lo que llamó su atención es que en medio de la obscuridad algo como una luna refulgente iluminaba todo eso que ella podía ver. Los reflejos de esa bola de luz ondulaban en el agua, donde se salían montones de manos clamando al cielo, y daban los reflejos sobre las palmeras y el cristal de su ventana. Ella guardó en su mente ese feo recuerdo y nunca  comentó con nadie sobre esa luz misteriosa porque consideró que era normal, ya que ella no había vivido la experiencia de un fenómeno de la magnitud como lo fue el ciclón Liza.
            Doña Chuyita de Ruiz, dice “mi esposo y  yo vimos la luz de San Thelmo la noche del ciclón Liza y vivimos la mas espantosa experiencia de nuestra vida. Yo tenía conocimiento de esa misteriosa luz, presagio de desgracia y terror de los hombres del mar, a través de  mi padre don Raúl Tapiz, intrépido marino y lobo de mar. Esa fatídica noche del 30 de Septiembre de 1976, nos salvamos por un milagro de Dios. Con nuestro primero hijo, un bebe de apenas ocho meses, íbamos a visitar unos compadres a la colonia Chula vista. Nos regresamos porque el agua en el arroyo empezaba a bajar...y logramos pasar de vuelta. Ante nuestra vista hasta la Secundaria Morelos se presentaba un panorama aterrador. Todo era un inmenso mar...aún no comprendo como es que logramos llegar desde la calle Jalisco y Forjadores hasta la calle 5 de Febrero con el agua a medio vehículo. Volaban tapas de tinacos, árboles, letreros, alambres y el agua corría a raudales por la calle 5 de Febrero. Llegamos hasta la calle Abasolo con la intención de refugiarnos en la casa de mis padres, por las calles Nayarit y Belizario Dominguez pero no pudimos pasar. El agua en el arroyo  “Del Palo” estaba a varios metros de altura, iluminada por la luz de San Thelmo. En lo que es ahora el patio Fiscal de Aduana. Allí estaban montañas de carros rebalsados, encimados unos arriba de otros, de todas marcas y colores, así como refrigeradores y lavadoras, y muchas cosas hasta quejidos se escuchaban...y todo esto lo iluminaba esa ondulante bola de luz verde azul. Espantados nos regresamos a nuestro hogar, sin imaginar la desgracia que acababa de pasar, en lo que nosotros dimos la vuelta. Por un pelito y nos lleva el arroyo”.  Terminó diciendo Doña chuyita Tapiz de Ruiz.
            Aquel amanecer del primero de Octubre de 1976, día del holocausto, la bahía de La Paz estaba infectada de tiburones hasta la Isla Espíritu Santo, teñida sus aguas de sangre humana, con el festín que los animales se daban con los cuerpos que arrastró la enorme ola de aguas negras contenidas en el bordo, construido de piedra y lodo y que se pudo haber evitado esta desgracia. Quedaron sepultados en la arena de los arroyos, miles de muertos así como de casas y vehículos con familias enteras, además de una escuela de dos plantas donde se refugiaron más de 80 gentes; ésta se derrumbó quedando sepultada con su cargamento humano. La señora Clementina Geraldo de Lucero, también vio la luz de San Thelmo cuando el ciclón Liza. Ella estaba en el Sargento, y admirada contemplaba entre las nubes tres bolas de luz verde azul que se paseaban de un lado a otro frente a la Isla Cerralvo, y los mayores de su casa, atemorizados gritaban “es la luz de San Thelmo, es mala señal habrá desgracias”; y de rodillas se pusieron a orar.

Don José Nuñez dice que cuando el ciclón Liza él vio la luz de San Thelmo. “era una bola de luz tan intensa que iluminaba toda la casita, que hasta parecía de día. Y que gracias a la iluminación de ésta luz del santo de las desgracias don Nicodemo Morales pudo sacar con una reata, de las turbulentas aguas del arroyo a la mujer de Ramón Casillas, y que gracias también a esta luz, el señor Ferron, héroe y mártir del ciclón Liza, pudo salvar a más de 30 gentes, rescatándolos del arroyo donde él salió herido con vidrios y piquetes de varilla, luego se cangrenó falleciendo a los pocos días. Este señor Ferron Es un héroe olvidado.

                La luz de San Thelmo, siempre será un misterio, pero lo cierto es, que presagia desastres, tempestades y muerte.



          …POR EL PLACER DE ESCRIBIR… RECORDAR… Y COMPARTIR…

Ponencia presentada en la octava jornada de literatura regional organizada por la UABCS.