LA PAZ QUE SE PERDIÓ.
POR MANUELITA LIZÁRRAGA.
…MI ABUELA…LAS VERDOLAGAS… Y LA LLUVIA…
RECOLECTAR Y CONSUMIR VERDOLAGAS EN LA PAZ DESPUÉS DE LA LLUVIA… UNA
COSTRUMBRE QUE SE PERDIÓ…
¡Abuelita! ¡Abuelita! ¿Qué traes
muchacha, porque ese alboroto? Esta tronando y relampagueando rete bonito y el
perro el pachuco anda muy asustado; “pues métase por que no tarda en llover” y
le dio una larga chupada a su cigarro de “el tigre”, y después de aventar
fumarolas al viento dijo, “después de la lluvia vamos a ir a recolectar
verdolagas, para hacer el guisado que tanto le gusta a tu padre” ni bien
acababa de decir eso, y se soltó un torrencial aguacero de aquellos; mi perro
viejo el pachuco tenía catarro, y se miraba tan bonito de bajo de mi cama
echado en su tapete con su largo hocico metido entre las patas delanteras, los
ojos muy pelones, y con esa mirada tan peculiar de él, con su collar de alambre
de cobre en el cuello y siete limones tatemados que mi sabia abuelita le había
hecho para curarlo del catarro. Mientras el agua del cielo entre rayos y
centellas caía a torrentes sobre el techado, mi hermanita María de Jesús y yo
abrazadas nos acurrucábamos junto al perro iluminados por los relámpagos que
generosos inundaban aquella añorada habitación familiar con calor humano,
abuelita, perro y todo, allá al finalizar la década de los 40’s… cuando
empezaban a pavimentar la avenida 5 de Mayo.
¡Que hermosura cuando la lluvia
cesó! Vivíamos en la casa de piedra del Señor Ruíz, quien sabe quién sería ese
señor, yo tenía escasos cinco años y mi hermanita siete. La casa quedó en medio
de una gran laguna, croaban sapos y ranas, cigarrones y mariposas volaban, y el
perro como loco saltaba en el agua queriendo agarrarlas, y María y yo
embelesadas, gozosas, contemplábamos aquel bello espectáculo trepadas en el
pretil de aquella evocadora ventana enrejada de madera, y preocupadas porque al
pachuco le iba hacer daño mojarse; mientras que a él le valía. ¡Ya niñas,
bájense de ahí!, vámonos a las verdolagas gritó la abuela airada, canasta en
mano con esa voz autoritaria que la caracterizaba, y mi madre y demás hermanos
mayores también llevaban sus canastas y nosotras por más pequeñas unas bolsas
de ixtle… y todos felices en caravana seguidos del perro por allá del barrio del choyal, por veredas y
solares baldíos, ¡Había tantas verdolagas! “para la vaquilla no vamos a ir
porque está lejos, y aquí hay bastantes para llenar las canastas”, dijo la
abuelita, “nanita y ¿Por qué le dicen la vaquilla?”, “pues que se yo, será
porque hay muchas vacas, o se les perdió una vaquilla”, dijo muy airada, iba
molesta por que el perro se metió a la laguna y tenía catarro.
¡Se miraban tan hermosas las
verdolagas salpicadas por la lluvia, y las familias paceñas enteras canastas en
mano a los alrededores recolectando verdolagas!; y mi nanita iba diciendo,
señalando con el bastón “es increíble la bondad y sabiduría de Dios que semilló
la tierra desde que puso al hombre y a la mujer en ella para que toda alma
viviente se alimentaba a través de los siglos, y las verdolagas son un
nutritivo alimento cargado de todas las vitaminas que el cuerpo necesita”. Y
señalaba con su bastón mientras todos íbamos llenando canastas, y continuó
diciendo “estas verdolagas de hoja grande, no son para consumo humano, son
“puerqueras”, pero de todos modos vamos a llevarlas para darle a los puercos
(porque en aquel tiempo se acostumbraba engordar dos cochis en casa, uno para
consumo en navidad y el otro lo mataban para venderlo para los gastos para
Santa Claus) y estas verdolagas pequeñas dijo, la de la hoja chiquita, son las
meramente, las de consumo humano y se cortan dejando la raíz para que vuelvan a
crecer, hasta los animales son sabios, nomás ramonean las pasturas y demás
plantas que se van a comer”.
Y las canastas se iban llenando de
verdolagas salpicadas por la lluvia, y la abuelita nos iba enseñando para que
servía cada planta que encontraba a su paso: choales, malvas, diente de león,
toloaches, golondrinas, etc. Y continuó diciendo “y por este rumbo no hay guaco
solo se da rumbo al mar, en los arroyos”, mientras que el pachuco correteaba
una iguana, “!y hasta esa iguana es medicinal y alimenticia!” decía, y las
canastas quedaron repletas de verdolagas después de aquel torrencial aguacero.
Otro día fue fiesta en casa, las grandes cazuelas de barro sobre el pretil de
la hornilla estaban hasta el tope sentadas en las brasas… ¡Que rico guisado de
verdolagas con costillitas de puerco hizo mi madre! Y también una cazuela de
arroz blanco, y un jarro de frijol de la hoya y las tortillas de masa de
nixtamal hechas a mano hinchadas como un sapo, nomás volaban del comal a la
mesa, que en el medio tenía el molcajete de salsa tatemada en las brasas hecha
a mano, y una enorme jarra de agua de tamarindo endulzada con azúcar de terrón.
De postre, dijo mi nanita “se comen
un puño de dátiles pasaditos con un pedazo de chopito que está en el zarzo,
mientras dan las cuatro de la tarde que llegue el panadero, para como es la
costumbre, tomar el café de grano que acaba de tostar Juanita en la cazuela de
barro y lo cuele en la talega de manta que acabo de hacer, ya está curada en
los asientos del café y no le va salir el sabor a manta” terminó diciendo mi
nanita. ¡Cuántos gratos recuerdos inundaron mi mente después de estas lluvias
tan hermosas y ver tantas verdolagas en los jardines y veredas, y que se
desperdician lamentablemente porque en su gran mayoría la gente desconoce sus
bondades!
Al otro día, mi madre también hizo
verdolagas, pero ahora con granitos de frijol y queso picado; puso en la
cazuela de barro un pegoste de manteca de puerco, de aquellos que se criaban en
casa, tomate, cebolla, ajo machacado, chile verde, cilantro, todo picado lo
tapó; cuando suelta el hervor le puso sal y pimienta, le revolvió grano de
frijol de la hoya y cuadritos de queso, le puso las verdolagas previamente
lavadas y cosidas, y los tapó que dieran un hervor, y las sirvió bañadas de
queso raspado… ¡Riquísimas! Quedaron para chuparse los dedos… bellos recuerdos.
…y las niñas temerosas acurrucadas
junto al asustado perro el “pachuco”, escuchaban la torrencial lluvia sobre el
techado en aquel evocador cuarto iluminado por los relámpagos…
…por el
placer de escribir…recordar…y compartir…
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