miércoles, 19 de diciembre de 2018

LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA ALCARÀZ
“LA NIÑA DE LOS FOSFOROS”.
De: Han Christian Andersen.
¡Que frío tan atroz!. Caía la nieve, la noche se venía encima. Era el día de nochebuena. En medio del frío y de la obscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnutridos.
Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado; tan grandes que la niña las perdió al apresurarse al atravesar la calle para que no la atropellasen dos carruajes que iban en direcciones opuestas.
La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día, ningún comprador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un centavo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos.
Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se percibía por todas partes. Era el día de nochebuena, y en esta festividad pensaba la infeliz niña.
Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; con todos los fósforos y sin una sola moneda, su madrastra la maltrataría, y además, en su casa hacía también mucho frío.
Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con una furia aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah!, ¡Cuanto placer le causaría calentarse con una cerillita!, ¡si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos!.
Sacó una, ¡rich!, ¡cómo alumbraba y cómo ardía!, despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando rodeó su mano ¡Que luz tan hermosa!, creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada de bolsas y cubierta con una latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien!.
Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piecesitos para calentarlos también; más la llama se apagó, ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla.
Frotó otra, que ardió y brilló como la primera; y el lugar donde la luz cayó sobre la pared se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en la que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente, con finas porcelanas y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa!, ¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus piecesitos. Pero la segunda cerilla se apagó y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría.
Encendió un nuevo fósforo, creyó entonces verse sentada cerca de un magnifico nacimiento: era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios.
Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y muchachas parecían moverse y sonreír a la niña, ésta, embelesada, levantó entonces las dos manos y el fósforo se apagó. Toda las luces del nacimiento se elevaron, y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo. “Esto quiere decir que alguien ha muerto” – pensó la niña- porque su abuelita, que era la única que había sido buena con ella, pero ya no existía, le había dicho muchas veces “Cuando cae una estrella, es que un alma sube hasta el trono de Dios”.
Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó ver una gran luz en medio de la cual estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y radiante.
¡Abuelita!, gritó la niña, ¡llévame contigo! ¡cuando se apague el fósforo sé muy bien que ya no te veré ahí!, ¡desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento!.
Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita, y los fósforos esparcieron una claridad visible. Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa. Cogió a la niña en medio de la luz hasta un sitio elevado, que allí no hace frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.
Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios.
¡Muerta, muerta de frío en la nochebuena! El sol iluminó aquel ser sentado allí con las cajas de cerillas de las cuales una había ardido por completo. - ¡Ha querido calentarse la pobrecita!, dijo uno.
Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto ni en medio de qué esplendor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos.
……Por el placer de escribir…recordar…y compartir…
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