jueves, 13 de diciembre de 2018


LA PAZ  QUE SE PERDIO.
POR MANUELITA LIZARRAGA ALCARAZ.

“EL BOTECITO SOBRE EL ARMARIO...ERA LA ALCANCIA PARALA NAVIDAD”.

            Al recordar aquel tintineo que hacían al caer las monedas en el botecito sobre el armario para Santa Claus, en Navidad,  cuanta alegría sentíamos mis hermanos y yo!...hasta mi perro viejo el pachuco, quien se echaba bajo el armario sobre un tapete de costalito tejido de nuditos, pegaba un salto al escuchar aquel inconfundible ruido que lo sacaba de su plácido sueño...monedas que con mucho esfuerzo, mis padres y abuela le iban echando al botecito durante todo el año; ya fueran dos centavos, una jolita, una peseta, un cinco del monito, diez o 20 centavos, un tostón, un pachuco, y cuando era una moneda de a peso, de aquellas de plata, ¡cuánto ruido hacían! “ese ahorro es para la alcancía, es la limosnita de Santa Claus que trae regalos a los niños, por el nacimiento del niños Dios”, decía mi madre.

            Ese dinero en aquel bote sobre el armario era sagrado, era intocable...el que era custodiado celosamente por el perro...cuanta ilusión nos daba ver ese bote sobre la vitrina durante todo el año...en aquella época, la costumbre era que, al empezar el año nuevo se iniciaba aquel ahorro y la crianza de un cerdo, cochi o marrano. La crianza del puerco para la Navidad era todo un rito...durante los primeros 3 meses del animal, lo criaban con toda limpieza, y lo alimentaban con quelites, ejotes de mezquite, lavadura y desperdicios. Luego, era capado. Había señores que se dedicaban a ese oficio. Mi suegro, Don Antonio Gutiérrez Jordán, fue uno de ellos con todo arte y sabiduría, con una filosa navaja de hoja cortaba en sus partes nobles al animal...algo le quitaba, luego lo cocía con aguja e hilo común y corriente y le echaba un puño de ceniza  en la herida. Eso era todo, “listo”, decía mi suegro, “ahora si hay que darle maíz, y salvado para que el animal engorde, crezca bonito para la Navidad y ya no apestará a verraco”.

            ¡Que emoción y alegría con la llegada de diciembre!, para ese tiempo el marrano ya estaba grande y el bote sobre la vitrina atascado de monedas y billetes...”se acerca la noche buena, el día de la navidad, el día que nació el niño Jesús y por tal motivo le traerán regalos a todos los niños que se portaron bien durante todo el año y a los que se portaron mal, también les traerán, ya que no hay niños malos, unos son mas traviesos que otros, pero Santa Claus sabe qué se merece cada quien”,  decía mi abuelita. El 22 de diciembre, el dinero del botecito sobre la vitrina desaparecía, como por arte de magia, “ya le llevó tu papá la limosna a Santa Claus”, decía mi madre; y con que ilusión e inocencia esperábamos aquel día. No se usaba la famosa cartita, eso fue muy comercial hasta que hubo radio, aquí en La Paz. La primer radiodifusora, la XENT de gran prestigio y tradición. Lo niños no pedían, era la ilusión de la sorpresa de acuerdo al comportamiento de aquel año, Santa Claus traía lo que él quería, eso era lo emocionante.

            El mismo 22 de diciembre, mataban el puerco. ¡Era un fiestón en casa!...hasta cuatro latas de manteca daba, y había manteca para guisar durante bastante tiempo del año. La sangre del puerco la guisaban con olores, yerbabuena y verduras. Los costillares eran adobados para los tamales de la cena de Navidad...la cabeza, el espinazo y las patitas eran para la pozolada del día 25, donde acudía toda la familia y amigos a desayunar. Los demás huesitos del puerco los guisaban ese día del 22, entomatados o en chile colorado. El día 23 de diciembre, una tronadera de chicharrones y buñuelos traíamos todo el día. También los chicharrones los guisaban entomatados con chile güerito y cilantro. La demás carne del puerco, la hacían chorizo ¡y que chorizo! Todo el día se escuchaba el golpeteo de los cuchillos macheteando la carne, la que después de picada la ponían a reposar en vinagre, para luego ponerle el adobo que la abuela hacia con olores y con los chiles colorados que habían puesto a secar ensartados en cordeles, para esa ocasión. Las tripas del cerdo, eran lavadas y en ellas metían el chorizo, el que se ponía a secar en tenderetes bajo el corredor... ¡que sabrosos eran los chorizos oreados y asados!...ensartábamos los chorizos en un fierro largo y delgado llamado asador y los asábamos en las brasas. Luego cuando ya estaba el chorizo cocido lo sacábamos y lo recatábamos en un birote... ¡qué cosa tan sabrosa y que olores había en los patios a buñuelos y chorizo en aquel ayer! ¿Los comió alguna vez así estimado radio escucha?

            Aquellos inolvidables aromas en aquella época de navidad, a fritanga de buñuelos, miel de panocha, canela y clavo, a chile frito colorado para la pozolada, tamales y el chorizo, inundaba los patios en los hogares y el viento los llevaba por todo el barrio mezclándose los olores. En los patios las mesas lucían con manteles blancos llenos de buñuelos secándose al sol, los que guardaban en cajas de cartón y desde el 23 de diciembre empezaba la fritanga y los iban guardando en un cartón para el día 24 y la refusilata de chamacos entrando y saliendo a la cocina pescando los buñuelos al vuelo, ¡tan exquisitos! mientras los mayores hacían los tamales y la pozolada hervía en la encalada hornilla de lumbreantes tizones, la que era para el desayuno del día 25. En aquella época de los 50, no se acostumbraba el arreglo del nacimiento en los hogares, por lo menos en nuestra casa y no recuerdo haber visto en otras, solo en la iglesia y en el santuario. Si acaso, un arbolito ya fuera de palo verde, un brazo de pino o un sirio, el que metíamos en un bote con arena encalado o forrado de papel de china, adornado con bolitas de papel de cajetillas de cigarros, de las que se hacían estrellitas también, le poníamos al árbol monitos de sololoy, cazuelitas y jarritos de barro, en miniatura, los que cambiábamos al “Tanayo” por caracolitos pintos y hermosas conchitas que recogíamos en la orilla de la playa para ese fin. Por la tarde de 24 de diciembre, a toda prisa buscábamos en los tendajones del pueblo cajas de cartón de las más grandes para ponerlas en los pies o cabecera de la cama para que Santa Claus nos dejara los regalos. ¡Con cuanta ilusión esperábamos la noche buena!  Como era la costumbre, cenábamos temprano tamales y buñuelos por que había que acostarse a buena hora, después de rezar el padre nuestro, el acto de contrición, el angelito de la guarda, a San Lázaro Bendito, la oración de “lomita santa lucia”, desde luego junto a la abuelita y hasta el perro también escuchaba por que se salía del cuarto hasta que nos acostábamos. Mientras que los niños dormían, los mayores acudían a la misa de gallo. No se acostumbraba fiesta, ni borrachera.

            La puerta de la casa, tenia un agujerito y decía mi madre “A las doce la noche, hace muchos años nació en Belén el niño Dios, y por ese agujerito va a entrar Santa Claus. Duérmanse por que no le gusta que lo miren” y nos quedábamos dormidas viendo aquel agujerito, pensando como le iba a hacer Santa Claus para entrar por eso tan chiquito. Bendita inocencia de los niños de aquel tiempo. Ahora, los niños esperan despiertos hasta las doce de la noche en la gran fiesta, y simplemente toman el regalo del árbol. El 25 de diciembre, amanecen desvelados y sin mucho ánimo de jugar. Antes, ¡que bello amanecer para los niños! Lo primero era ver el contenido de las cajas de cartón que por lo general era un suéter, unas calcetas, unos calzones, unos moños, una cuerda para saltar, un juego de matatena, un monito de sololoy o una muñequita de trapo. También estaba una bolsa de papel estraza conteniendo cacahuates, galletas abetunadas o de animalitos, un trozo de alfanfor (dulce de coco), huevitos, dulces de anís y menta, de aquellos Larín, adornada la bolsa con una mandarina, una manzana, un chiflo y un espanta suegra. ¡Que felicidad con cosas tan sencillas!, el regalo entre los adultos no se usaba. Decían que la navidad era para los niños. Con que amor y esfuerzo preparaban nuestros padres esas bolsitas que tan felices nos hacían. Ese día del 25 de diciembre, entre pitidos de chiflos y estruendo de petardos lo primero era ir a misa a adorar al niño Dios. El nacimiento lo arreglaban en la iglesia y en el santuario con diablo y todo. Era un encanto para los niños. Y al regresar, nos esperaba un plato de exquisita pozolada bañada de cebollita finamente picada y limón. No se acostumbraba ponerle lechuga ni rábanos, ni acompañarla con pan, que también es sabrosa. Y los niños felices jugábamos con juguetes tan sencillos.

            ...y el bote de la limosna para Santa Claus, en Navidad sobre aquel armario...era custodiado celosamente por mi perro viejo el pachuco.


…por el placer de escribir…recordar…y compartir…




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