Su espalda encorvada está y su cabecita cubierta por fina escarcha que dejó la brisa del mar y los inviernos que por él han pasado...¡Como olvidarle, si fue más que un hermano, más que un padre; no te hizo falta saber leer y escribir para dar amor! Enmarcó nuestra infancia con su querida presencia llenando nuestro corazón de alegría; deleitaste el paladar con la exquisitez de aquél manjar de nuestra bahía de La Paz que se perdió…
…Fumando y silbando emprendía el camino rumbo a la playa, en la alborada; con una botella de café, cigarros y algunos tacos, un desteñido paliacate rojo amarrado en la cabeza a medio cubrir sus negros cabellos aún, y los humildes apeos de pescar. Los anchos pantalones te los volaba el viento, y con firmeza calzabas tus curtidos pies con huaraches de suela de llanta; ¡cuánta alegría sentíamos mis hermanos y yo cuando él se marchaba a pescar!... ¡Va Polencho a pescar! decía mi madre; y cuanta abundancia de alimento marino había en nuestra humilde casa gracias a ti hermano, querido pescador, quizás en aquel tiempo no aquilatamos tu grandeza y ahora que mis sienes están cubiertas de hilos de plata cuánto añoro esa riqueza!. Cuando por las tardes regresabas cansado pero feliz por la pesca diaria...¡que bendición por haberte tenido tan cerca!. Recuerdo aquel “mero” que medía más de dos metros; lo traías arrastrando, le partiste la cabeza con un hacha, mi madre ya no hallaba que hacer con tanta carne, cada sábado había caguama en casa, cuanto alimento quien lea esto, quizá no lo crea, pero en el corredor de nuestra casa había hasta 7 caguamas tiradas en el suelo, entre brincos y aleteos sacándole a los mordiscos jugábamos arriba de ellas, nuestras cabezas pegaban en los tendederos de callos de hacha que el traía, y mi madre ponía a secar de tantos que había. Costales de langostas también traían y enormes pargos colorados y garropas, así como cabrillas.
Todas las exquisiteces de la bahía disfrutamos gracias a él; nos enseñaste a bucear las hachas, a amar y a conocer la bahía; a remar la panga y a izar la vela: se miraba hermosa la bahía llena de veleros con sus pescadores en aquél ayer.
A freír el pescado nadie te ganaba; lo descamabas con todo arte y en trozos gruesos con hueso y cuero lo freías y que sabroso te quedaba; y mi madre haciendo tortillas de maíz, pero de masa de nixtamal tatemado en las brasas los tomates y los chiles güeritos para la salsa; las hornillas de mi casa siempre estaban encendidas y gracias a ti hermano querido, había abundante alimento, las vecinas y comadres de mi madre también disfrutaban aquellos manjares; y la cocina lucía llena de gente entre aquellos olores a fritanga de pescado.
En la nieve de tu cabeza y en los surcos de tu cara se denotan las alegrías y tristezas compartidas con aquel calor de hogar que mi madre nos rodeaba. Con cuanta ansiedad esperábamos tu llegada; cuando en el muelle fiscal trabajabas, llegabas con las bolsas del pantalón atascadas de dinero, un peso me dabas y era mucho, hasta para ahorrar me alcanzaba...
Cuando cortabas los racimos de dátiles en los palmares había fiesta en la casa! Ponías a “pasar” los dátiles y de sus varejones hacías escobas para que yo barriera el patio. Antes las mujeres sudcalifornianas, al amanecer barrían y regaban el frente de sus casas; jalábamos agua del pozo y a regar... ¡qué bonito se miraba! Hasta parece que percibo aquel aroma a tierra mojada, a flores y escucho el ruido del balde al caer al fondo del pozo y el chillar de la rondanilla. Ahora tus pasos son lentos, ya casi te alcanzo, nuestros caminos por las vicisitudes de la vida tomaron sendas diferentes, pero lo vivido en aquél hogar de lumbreante hornilla difícilmente se olvidará; hay algo que nos une, el inmenso amor a mi madre que también lo fue de ti y que por amor a ella dabas tanto. Para todos fueron tantas vivencias a su lado por la bahía de antaño que disfrutamos.
Qué lástima que no sepas leer lo que con el corazón escribo. Para ti… son las dos de la mañana y no puedo dormir, mis ojos están llenos, mis lentes empañados; si, son lágrimas porque también se llorar.
Tengo el libro de mis recuerdos abierto y me asombro; aún tengo mucho que escribir, ojalá y la vida me alcance para hacerlo.
¡Cuánto añoro aquel hogar, mi madre, hermanos y aquél viejo pescador ; su velero que llenó de alegría mi niñez y mi juventud y vive en mi mente y en mi corazón...
…Y la canoa de aquel viejo pescador cortaba las ondulantes aguas desplazándose a vela tendida con el aire fresco del coromuel, enmarcado con aquellos atardeceres de ensueño. Sentada en aquella palmera doblada que caía al mar, y chapoteando el agua con los pies, esperaba su regreso.
“…Por el placer de Escribir… Recordar y Compartir…”
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