LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA ÁLCARAZ
POR MANUELITA LIZARRAGA ÁLCARAZ
“GRACIAS A JUAN DIAZ APRECIADO POR LOS GUAYCURAS, SE FACILITO LOS INICIOS DE LA FUNDACION DE LA MISION DE LA PAZ”.
• El HOMBRE DE LA CUEVA, EN EL CERRO DEL SIELENCIO…. EL CERRO DE LA CALAVERA, TENTATIVAMENTE…
El padre Bravo dice en el libro de historia de Baja California, de Pablo L. Martínez, en su relación referente al establecimiento de la nueva colonia lo siguiente: “en el año de 1712 la tripulación de un buque pescador de perlas mato injustamente a cuatro isleños de San José, y luego por temor a las represalias se retiro de las costas peninsulares pero los allegados a los muertos permanecieron vigilantes para vengarze de alguna forma. Esta oportunidad se presento al siguiente año cuando arribaron a la isla de espíritu santo cuatro barcos. Tres de ellos por temor a los corsarios o piratas se internaron en el golfo para pescar sin peligro de ser asaltados por los piratas. Quedo en la isla citada un barco pequeño al mando del capitán Juan de dios villegas, vecino de Colima, con catorce buzos. Los buzos comenzaron a tener amistad con los antiguos californios, quienes sin dar a conocer sus siniestros propósitos llegaban mansamente a donde aquellos estaban, y entre otras cosas simples pedían a los tripulantes que dispararan sus armas.
El objeto era muy distinto al que suponían los extranjeros pues lo que deseaban los indios era saber hasta que grado podían serle fatales, u el tiempo que dilatarían hacer uso de ellas en caso de ataque. Así pues, con toda paciencia prepararon su plan, que consistió al fin en matar al capitán, a un contramaestre mallorquín y a otro español cuando estaban descuidados. Liquidada esta parte de su plan fueron hacia las canoas y como todos los buzos estaban desprevenidos acabaron con ellos, respetando tan solo la vida de Juan Díaz, con el propósito de que este le sirviera de timonel y aparejase las velas del pequeño barco de Villegas del cual se apoderaron.
Cuando termino el periodo de la pesca, regresaron los demás barcos internados con el fin de tomar fondo en los puertos de nueva Galicia, y al llegar frente a las islas, determinaron tomar contacto con lo s indios. Estos no los esquivaron, y después de asegurar a Juan Días sobre la cumbre de un cerro, se aprestaron a los rescates. Que consistió en lo que ellos mismos habían pescado en el producto del buceo de los hombres de Villegas y en los objetos del barco capturado los de los tres barcos internados. Comprendieron la procedencia de tales objetos e imaginaron lo acaecido a sus compañeros, sin embargo se hicieron disimulados y ni siquiera dieron aviso al presidio de Loreto como era su deber más estricto. Los indios mataron a todos los tripulantes y las embarcaciones, hacia cada vez mas agua y llego el momento que a los naturales les pareció conveniente prenderle fuego salvando solamente el herraje.
Los isleños habían dejado el barco donde hacían trabajar a Juan Díaz excesivamente achicando las bodegas. Un día. En que los indios se fueron de pesca el cautivo. Juan Díaz, quiso huir y para el efecto corto el cable del ancla e hizó la vela mayor, pretendiendo hacerse a la mar en calidad de tripulante único desprovisto de abastecimientos. Los isleños le dieron pronto alcance y lo hicieron regresar aplicándole como castigo alternativamente arrojándolo al mar y sobre cubierta hasta que lo dejaron bien aporreado. Al acabarse el barco quedo Juan Díaz sin que hacer entonces los naturales se dedicaron a burlarse de su persona y entre otros actos que les aprecian de buen humor encontraron para hacerle una escopeta que había quedado cargada en tierra, pero la pólvora llego a su fin gastada en salvas, y tal contrariedad pensaron los indios subsanarla sustituyendo la pólvora con carcoma de palo podrido, de donde ellos sacaban su lumbre; pero pronto los indios se convencieron que no era lo mismo pólvora que carcoma. Un día determinaron los naturales isleños embarcar en la bahía de la Paz, y así fue como organizaron una expedición nombrando de capitán a Juan Díaz quien iba armado de escopeta y machete, y quien iba vestido a la manera de los indios y quien dieron como tarea el paseara por la playa para que los cuidara de los Guaycuras por quienes sentía gran terror. Cuando Juan Díaz se vio solo aprovecho e intento nuevamente huirse, dio a correr por el monte con la mayor rapidez posible. Los isleños le gritaban “capitán”; pero el no se dio por entendido, ni los californios intentaron seguirlo por miedo de caer en manos de los temidos Guaycuras.
Juan Díaz paro de caminar cuando llego a la cima de una colina como a una legua de la paz; ahí encendió una pequeña fogata y se dispuso a pasar la noche. Al día siguiente descubrió el aguaje del rosario donde los barcos del buceo acostumbraban la aguada. En la propia mañana llego a ese punto sin encontrar alma viviente; Juan se dispuso asentar su reales ahí, y para tal efecto formo una choza de piedras, durante el día se encerraba y por las noches salía a las playas en busca de caracoles con los cuales aderezaba sus sencillos manjares. Sus idas y venidas dejaban huellas como era de esperarse y así fue como se dieron cuenta los Guaycuras y la siguieron dos veces sin dar con el hombre de la cueva, así le decían, el hombre de la cueva. Pero una mañana, al fin lo descubrieron a la tercera búsqueda y Juan Díaz juraba en su fuero interno que había llegado sus últimos momentos, teniendo en cuenta las referencias que tenía acerca de los naturales de la tierra por los mismos isleños.
Pero para su sorpresa , sucedió lo contrario de los que Juan Díaz esperaba, los Guaycuras sin embargo, lo llevaron a su rancherías, le ofrecieron pobres obsequios, y le presentaron humildes manjares; pero diversos de los que tenia por costumbre para calmar los imperativos de su cansado estomago. Además, los californios le prometieron no hacerle daño alguno. Lo cuidaban, y cuando estos salían a pescar lo llevaban con gran respeto junto a ellos y cerca de la playa le formaban una enramada para que tomara descanso. De cuando en vez se acercaban para ofrecerle pescado en tanto que las mujeres hacían lo propio con trozos de mezcal tatemado, raíces y semillas comestibles. Pero a pesar de tantos cuidados y atenciones, Juan Díaz entristecía más y más cada día; y algunos de los Guaycuras que lo vieron llorar le preguntaron la causa de su quebranto. Juan Díaz les contesto que deseaba ver a sus parientes, a los que no podía olvidar; entonces le ofrecieron los indios que al avistarse el primer barco lo dejarían partir para que volviese al seno de los suyos; pero a la vez le dijeron que si deseaba volver a su tierra, a la de los Guaycuras lo recibirían con afecto, y lo cuidarían como hasta el momento había ocurrido.
Seis meses y siete días transcurrieron entre la cueva y los Guaycuras en la vida de Juan Díaz en esta tierra de la paz, hasta que llego en momento que pareció a lo lejos la esperada embarcación. Los Guaycuras llevaron a Juan Díaz hasta una punta del cerro más alto donde prendieron luminarias las que llamaron la atención de don José Larreategia, capitán de la embarcación la que ya estaba frente a la costa. Se botaron canoas al agua para acercarse a la costa y así fue como Juan Díaz quedo libertado y puso sus plantas sobre la cubierta del Balandro que pertenecía al general Don Andrés de Rezaba. Juan Díaz contó rápidamente toda su tragedia, y recibió desde luego regalos que la tripulación tuvo a bien ofrecerle. Otro tanto hicieron con los indios Guaycuras en señal de agradecimiento” termina diciendo la crónica del padre Bravo.
Gracias al encuentro con Juan Díaz de los Guaycuras que acompañaban al Padre Salvatierra en su primera excursión en 1716, se logro con éxito la fundación de la misión de Nuestra señora de los Dolores de la Paz, pero hasta en 1720 con el padre Bravo y Juan de Ugarte.
…Por el placer de escribir… Recordar... Y… Compartir…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario