viernes, 13 de abril de 2018

LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA ÁLACARAZ
“LA SUDCALIFORNIANA DOÑA MARIA ISABEL LUCERO LUCERO VIUDA DE MURILLO...Y SUS GRATOS RECUERDOS”.
Doña Chavelita, encantadora muchacha de la tercera edad de ojitos malicioso y tierna sonrisa juguetona, mientras paladeaba exquisito café de grano en la tranquilidad de su hogar aquella tarde de invierno dijo, que ella es muy afortunada porque además de gozar de cabal salud y guardar en su memoria tantos bellos recuerdos y narrativas de sus mayores, Dios le concedió la fortuna de contar con una numerosa y unida familia, y ser nativa de esta tierra bendita por la mano de Dios...que ella desciende de gente valerosa e intrépida...los Murillo, dijo, proceden de Norteamérica, son de las familias más antiguas que se asentaron en estas tierras después de la expulsión de los padres jesuitas.
La narrativa, era una tradición familiar, a falta de maestros los mayores transmitían sus conocimientos de generación en generación, y los tatarabuelos contaban que eran los tiempos aquellos en que quedaron en decadencia las misiones, y los indios californios se iban extinguiendo a causa de las epidemias según se dijo, y al cambio de cultura, entre otras cosas. El padre Junípero Serra iba abriendo brecha de Baja California Sur rumbo a la Alta California desde luego, según contaban los mayores después de haber saqueado lo que quedaba en las misiones y también algunos indios californios. Y que sus antepasados, los primeros que llegaron a Sudcalifornia, los señores Justo y Josefa Murillo decidieron a aventurarse en busca de una mejor vida.
Sus tatarabuelos, dice, venían de Norteamérica cargados además de sus esperanzas, y su inquebrantable fe por conquistar estas tierras que según se decían eran hostiles y áridas, traían los utensilios necesarios propios de la época para cubrir las mínimas necesidades para la supervivencia...algunos cambios de ropa, un par de mulas, el metate, un comal, semillas, algún dinero y trastes entre otras cosas ya que no podían traer mucho porque la jornada era larga y aventurada y venían a la buena de Dios...sin ninguna prisa...donde caía la noche, ahí parajeaban...así pasaron muchas lunas y soles, y ellos venían un rato caminando y otro rato al trote de las bestias...les tocó ver muchas cosas e injusticias en su camino...varios enfrentamientos de gringos e indios por defender sus tierras, así como vieron cómo los extranjeros los mataban.
La intrépida pareja Murillo Murillo lograron sobrevivir de milagro escondiéndose aquí y allá sorteando mil peligros así, después de muchos meses de camino Don Justo y Josefa Murillo quienes dejaron hijos y bienes en Norteamérica, llegaron a finales del siglo XVIII, a estas tierras, a un hermoso lugar al que bautizaron como el rancho El Agua Escondida donde se asentaron y es la cuna del apellido Murillo en Sudcalifornia...dice Doña Chavelita que ella guarda todavía el vasito de peltre que trajo de Norteamérica su bisabuela Magdalena Murillo Vejar...continua diciendo Doña Isabel que su bisabuela Magdalena enviudó en Norteamérica, y se vino a estas tierras en busca de sus padres Justo y Josefina, dejando enterrado en el tronco de un árbol, un jarro con monedas de oro, que eran sus bienes, porque supuestamente, se iban a regresar, lo que nunca pudieron hacer....
Le acompañaron en este viaje sus hijos Guadalupe y Melenciana Véjar Murillo, de 15 años de edad, quién venía de novia con Tomás Murillo quién también les acompañaba. Al igual que sus padres, sufrieron mucho durante el largo viaje. En el rancho El Agua Escondida, se inundó de alegría con la llegada de la familia de Los Murillo Murillo quienes se tuvieron que quedar, porque simplemente no pudieron regresar, y sus abuelos, Melenciana y Tomás se casaron y se fueron a vivir al rancho El Cantil, donde tuvieron varios hijos entre ellos, de donde desciende Doña Chabelita y su esposo y todos los Murillo que habitan estas tierras.
Sus antepasados, dice, eran unos maestros, enseñaban todas las artes y las buenas costumbres. La gente ni se enfermaba y si acaso era del estómago o cualquier resfriado los que curaban con plantas medicinales del campo, ya que dominaban este conocimiento. Las mujeres trabajaban el rancho y las tierras al igual que el hombre. El rancho, dice, era una escuela de las artes manuales...se hacía hasta el hilo para coser las prendas de vestir, las que también se hacían a mano, mientras que salió la primera máquina de coser al mercado, también se hacían además de sembrar la tierra y todas las labores propias del rancho, curtir cueros, fabricaban calzado hacían jabón, vino, cueras, suaderos, trabajos de herrería, y todos los implementos que el ranchero necesitaba para la supervivencia.
Fue una infancia muy hermosa la que vivió ella llena de anécdotas y narrativas que hacían la vida del campo muy sana y tranquila. También le contaban sus mayores que el aquel tiempo todavía quedaban indios californios y que en la tinaja de la vieja agarraron a una india la que iba acompañada de una niña pero la mujer murió de coraje y ahí mismo la sepultaron y a la niña india la criaron sus antepasados los Murillo Murillo. Continua diciendo Doña Chabelita que antes llovía mucho y había bastante ganado pero que a partir de la gran sequía de 1933, la que duró siete años, la ganadería y el campo, ha venido a menos, que ella es la menor de doce hermanos, que nació el cuatro de noviembre de 1927, en el rancho La Huertita, que su padre gracias a Dios aún vive y tiene 105 años, se llama Don Epifanio Lucero Murillo y su mamá se llamó Juanita Lucero Arce. Otro de sus gratos recuerdos es que sus abuelos hacían trastes de barro para el servicio de la casa, era todo un arte este trabajo, y mientras los hacían, les contaban que era la abuela Magdalena le tocó ver cómo se casaban los indios Californios y que lo hacían de esta manera: que hacían un hoyo en la tierra y lo medio calentaban con ramas, metían a la novia cubriéndola de flores silvestres de la cintura para abajo y el novio parado a un lado, y luego bailaban alrededor las tribus y familiares, tocando con cuernos, caracoles, carrizos y tamboriles de cuero y así quedaban casados los antiguos californios quienes eran gentes pacíficas....y así Doña Isabel Lucero pasó de su feliz infancia a su juventud y contrajo matrimonio con el joven Nicanor Murillo Velez, especialista además de todas las labores del rancho en curtir pieles y en preparar gamusas, tejían reatas y hacían bozales, así como suaderos de la estopa del dátil, que fue un hombre muy trabajador y honrado, buen esposo y padre de familia, de quien guarda muy gratos recuerdos y que Dios bendijo su hogar con nueve hijos, Maria de Jesús, Antonio Mario, María, Isidro, Josefina, Eulalia, Maximino, Juan Manuel y Ramona quienes la han inundado de dicha y de muchos descendientes, terminó diciendo la encantadora muchacha de la tercera edad Doña Chabelita Lucero añadiendo que recuerda con cariño al zapatero del Rancho El Pilar, a Don Alberto Gómez, quien hacía bonitos zapatos rechinadores y relucientes en aquella época.
Con esa mirada y dulce sonrisa que la caracteriza Doña Chabelita continuó diciendo que ella vive muy feliz desde que se casó en el Rancho San Fermín desde donde les manda un saludo a la gran familia de Sudcalifornia especialmente a la juventud, que le echen muchas ganas y que no pierdan el ánimo y el buen camino sobre todo los valores morales; que la vida es muy bonita y que hay que vivirla, pero bien, con la familia y con los amigos.
…Y por aquellos pedregosos y polvorientos caminos de la recién abierta, hasta la alta california…. Aquella intrépida pareja Josefina, y Justo, a trote de mula hollaban el camino plasmando sus huellas a ratos caminando y a ratos sobre la bestia, parajeando donde caía la noche, a través de incontables soles y lunas…
….Por el placer de escribir….recordar..y..compartir….

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