“MI ABUELA Y SUS
CONOCIMIENTOS HERBOLARIOS”.
La
alcoba en penumbras donde los niños dormían plácidamente se iluminó de pronto a
la luz de los relámpagos que se filtraban por las rendijas de puertas y ventanas...aquella
madrugada de la década de los 50 de La Paz de la música y el romance...de los
molinos de viento y de los buques de cabotaje...el agua en el techado caía a
cántaros...haciendo un bello soneto con el croar de sapos y ranas...ni el
estruendo de los rayos ni aquel soneto lograron apagar el lastimero llanto de
la niña motivado por un fuerte dolor de oído.
Metida entre aquellos ropajes de la abuela...al calor
humano, y de aquellos aromas a limpio, jabón, tabaco y ceniza, de sus blancas
enaguas, me revolví inquieta al sentir que ella se levantaba a encender la
lámpara en el buró...la dulce ancianita conocedora de las bondades de la
medicina herbolaria, pronto le dio solución a aquel problema que entre llantos
y truenos interrumpió nuestro sueño y rompió el silencio de aquella noche...mi
perro viejo “el pachuco” y yo, observábamos atentos lo que la abuela
hacía...ésta salió presurosa al patio bajo la lluvia, cortó una hojita de
albahacar, otra de ruda y luego partió un diente de ajo, los que al calor de l
tubo de la lámpara los calentó. Luego los envolvió en un algodón haciendo un
pequeño tapón el que lo aplicó en el oído de la niña que lloraba...como por
encanto el dolor desapareció y toda la familia, hasta el pachuco echado en su
tapete, continuó durmiendo arrullados por la lluvia.
¡Que bello amanecer después de aquella noche de
lluvia!...los sapos y ranas continuaban croando y acompañados del perro, entre
aquellos aromas a chuales, tolochaes y tierra mojada, besando nuestros rostros
el aire húmedo de la alborada, apretujando junto a mi pecho mi muñeca de trapo,
brincando charcas mi abuela y yo transitábamos felices rumbo al antiguo mercado
Madro, como era la costumbre, a la
compra diaria y a moler e nixtamal en el molino de Don Ramón Briseño.
“Abuelita el otro día te vi lavarle los ojos con orines a
la niña...y aquella vez que mi mamá amaneció colte. Escuché clarito cuando le
susurraste al oído “que se quite los calzones Bernardo y te envuelves el cuello
con ellos”, cuéntanos abuelita al pachuco y a mi porque sabes tantas
cosas”...el perro y yo atentos la escuchábamos. “A través de los siglos...en el
lento paso de los milenios el conocimiento se ha ido enriqueciendo con todas aquellas antiguas
recetas herbolarias que en tantos años han sanado a un gran número de personas,
las cuales, sin importar su credo, su raza o condición social hallaron el
alivio a sus males.
Los indígenas, por ejemplo, vivían en armonía con la
tierra y la naturaleza...y sabían sobrevivir sin trastornar el equilibrio y el
medio ambiente, ya que cuidaban la flora y la fauna para obtener medicina,
alimento, ropa y abrigo. La causa de su extinción fueron las epidemias y la
ambición que les trajeron a su
maravilloso mundo los europeos, legando a la humanidad esta bella tierra con
todas sus riquezas en calidad de préstamo. Porque la tierra y la naturaleza es
de las generaciones venideras, nosotros estamos de paso, y podemos disfrutar de
sus recursos sin depredarlos. Nuestros antepasados dominaban para su
supervivencia, además de tantas cosas, el conocimiento de las propiedades
curativas de las plantas; el que se ha transmitido de boca en boca por
generaciones. El hogar que cuenta con abuelitos o personas mayores, es
afortunado, es como si tuvieras médico en casa, y es bueno que tengas interés
en aprender, a veces es bueno ser preguntón, pero tenemos que saber ser
prudentes”.
A mis escasos años no entendía que significaba la palabra
prudente, ni el pachuco tampco, pero nos parecía muy interesante todo lo que la
abuela contaba y veíamos que hacía. – Nanita, por qué don Miguelito, el
curandero, cuando le da el ataque a mi abuelita chica y se le engarruñan las
manos, este dice “le vamos hacer una limpia”...y le pone una barejoniza con
ramas del paraíso, albahacar y ruda?...- Ahh, eso yo no lo sé, él tiene su
manera de curar, como otros curanderos del pueblo. – Fíjate abuelita que con
doña Toñita Belmur, la esposa del zapatero, le llega mucha gente de los ranchos
y le traen enfermos para que los cure y también traen chivos, gallinas, guajolotes,
quesos y hasta loquitos...se hoyen rezos y cantos y salen bonitos olores a
ramas y humo. – ¡Y como sabes todo eso muchacha metiche!...- No se lo quería
decir, porque se iba a enojar, pero cuando usted se sienta a zurcir la ropa y
darle el golpe al cigarro, me pongo a jugar a la matatena atrás del cerco de
Doña Toñita...y se lo juro nanita que miro sin querer...-¡Cállese la boca que
ya llegamos a la lonchería de Don Conrado de La Peña, nos vamos a tomar un
café!. Al escuchar eso el perro que me parecía que se miraba tan bonito con el
collar de alambre de cobre con limones tatemados en el cuello, porque éste
tenía catarro, movió la cola de contento porque a él le compraba mi abuela un
huarache.
En aquel ayer, en las encaladas y lumbreantes hornillas
en las ollas hervían las yerbas que la abuela cocía, golpeaba nuestra nariz
aquellos aromas que de ella salían...huatamote, romero, malba, guayaba,
yerbabuena, etc..., en aquel entonces cada determinado tiempo, los mayores se
purgaban con sal inglesa, aceite de ricino o con yerba del indio...”hay que
hacerse una limpia de estomago”, decía mi abuelita, y los purgados durante el
día estaban a dieta con té de albahacar, yerbabuena, cojoyos de micle y de
guayabo...y de alimento tomaban atole de masa, caldito de pollito o pichón o
caldo de papas con bolas de cilantro. A los niños, ¡que gordo nos caía cuando a
la abuela le daba por desparasitarnos!, al despertar nos agarraba en la cama,
nos tapaba la nariz diciendo “para que no se de cuenta la lombriz”, y no metía
una taza de epazote durante nueve días...y si no queríamos, os amenazaba con
ponernos una lavativa con agua de malba...nos teníamos que doblegar, nos
tomábamos el epazote. Ah, pero que
bonito cuando nos daba para la cena tecito de yerbabuena, con leche... o
telimón, o té de hojas de naranjo con panocha, o té de damiana, o de geraneo de
olor, o simplemente hoja de limón. Y cuando nos ponía una cintariza, os daba
agua endulzada para el susto.
En aquel añorado hogar, donde no faltaba el pozo de agua,
las flores, los árboles frutales, y las plantas medicinales, las que eran más
comunes en la región...albahacar, yerbabuena, ruda, romero, guatamote, yerba
del manzo, manzanilla, micle, poleo, eucalipto, naranjo agrio, epazote,
granados, guayabas, lomboy, hojas de bruja, sávila, zapote y el aromático
telimón, así como toloaches, golondrinas y malvas. Todas estas plantas
medicinales en el jardín, curaban las enfermedades mas comunes, dolor de
estomago y diarreas, dolor de oído, catarro, constipado, hemorragias, dolor de
garganta, llagas, nacidos, jiotes, boquilla, almorranas, dolor de cabeza,
calenturas, mal de ojos y lombrices.
Para las cortadas en la piel, contenían la hemorragia de
sangre con un puño de sal...y si era muy fuerte, a le herida le ponían savia de
lomboy o tabaco, para los chipotes por golpes les aplicaban vinagre o un puño
de sal, o un pedazo de carne y al mudar los dientes los niños, se hacían buches
de salmuera...y para las ampollas en la boca buches de agua con carbonato o se
quemaban con piedra de alumbre. Si nos picaba “un bitachi”, abeja u hormiga
colorada simplemente aplicaban un emplaste de lodo...pero lo que mas me gustaba
ver era cuando la abuela mandaba a los chamacos a que se quitaran los
mezquinos...los niños echaban un puño de graos de sal entera a la lumbre y
corrían...el chiste estaba en que no se debía escuchar tronar la sal ¡y se
caían los mezquinos!.
Otra de las virtudes que adornaban a mi inolvidable
abuela, además de que bajaba el latido, levantaba molleras, y curaba empachados,
así como a los niños pujones los curaba con un mecatito de la ropa de algún
Juan, pero nacido el día de San Juan, o cuates, también fue una magnifica
sobandera...componía lastimados...mi perro viejo y yo la acompañábamos a curar
a los lastimados...!que arte el de mi nanita!... llegaba a equis hogar, yo le
detenía su bastón, el sombrero de palma y la botella de aceite de comer, con el
perro echado junto a mis pies...ella se sentaba en una silla o banca y a sus
pies por un lado ponía un traste con lumbreantes brasas, se calentaba las manos
embarradas de aceite de comer, y suavemente sobaba al lastimado buscando los
nervios y tendones con los dedos calientes, luego pegaba el jalón y decía “ya
tronó”, era que ya quedaba acomodado el hueso en su lugar...hombros, muñecas,
tobillos, huesos quebrados, los que entablillaba, rodillas saltadas, etc., y al
terminar de sobar, calentaba en las mismas brasas hojas de zapote, las
embarraba de aceite y las aplicaba en la parte dañada, luego las vendaba; con
tres sobadas tenían los enfermos para quedar como nuevos. Y el pañuelo hecho
nudo en el seno de mi abuela, se ponía abultado con las monedas de plata ley
0720 que estos le daban.
Las plantas, decía ella, así como todo lo que nos rodea
deben respetarse y cuidarse, porque es como cuidar la vida misma...aquella vez
cruzábamos el arroyo del palo rumbo a la playa, iba a sobar a un lastimado y
durante el camino con el bastón me iba señalando, diciendo para que servían las
plantas que encontrábamos a nuestro paso...”este es guaco, y es bueno para el
piquete de cualquier animal ponzoñoso, principalmente el alacrán, para los
hongos de los pies y el mal olor, también para la influencia, trancazo o
dengue; este otro, es yerba del pasmo, huele hermoso y es bueno para la
inflamación de los pies y para los nacidos; la raíz de choya cocida con bolas
de cilantro es buena para la inflamación del estomago y del vientre, y para
después del parto y las calenturas...la raíz de choya cocida con guaco, es
buena para el dolor de huesos...el palo adán antes se hacía jabón además de ser
desmanchante para telas finas es bueno para el dolor de muelas y el levántate
Don Juan para las reumas...la flor de la minorama frita en infundia de gallina,
poleo y romero es bueno para el constipado y mas semillas de ciertos mezquites
curan el mal de ojo, así como la leche de pecho en los recién nacidos.
Íbamos, por aquel arroyo de blancas arenas perfumados a
flores silvestres y ramas del campo...el perro y yo, estábamos asombrados de
todo lo que la abuela sabía y nos contaba...con el pie aventé unas bolingas de
chiva y la abuela dijo “!hasta esos cerotes de chivas son curativos!”, - Pero
abuela, para que puede servir eso. – No
sea suata, que si sirve!...cuando se tiene sarampión, y todavía éste no ha
brotado, se ponen a cocer amarrados en un trapito limpiecito unas bolingas de
chiva, con bolas de cilantro y una raja de canela; se toma ese té y el
sarampión brota parejito y la iguana que esta cazando el pachuco en ese tronco,
su carne es sabrosa y cura la tosferina.
“Pues yo no me tomaría eso si me diera sarampión, ni me
comería la iguana si me diera tosferina ni aunque me pegaran con una
cuarta”...- Ni churas la cara, ni digas tonterías, porque ya te los tomaste.
Dios Guarde si te picara u uvar, tarántula o víbora, tendrías que tomar un té
de yerba sin raíz...- Uy, y eso que es?. – Mejor no te lo digo porque no lo vas
a creer...y aprieta el paso muchacha sin atropellar esas matas de toloache que
son malignas paro también son medicinales sabiéndolas usar, sus hojas curan
nacidos y cocidas con azufre curan el pie de atleta y malos olores en los pies.
Abuelita, y la gente que vive para la sierra, en esos
lugares tan lejos y que ni usted, ni el pachuco y ni yo conocemos, como le
hacen para curarse cuando se enferman?, - Hum, la gente del campo, es la gente
mas sana y hay quienes curan hasta la rabia, ellos saben como curarse porque en
su habitat están rodeados de una gran riqueza de plantas medicinales, además de
todas las que ya te he dicho; gobernadora, cardón, choya, yerba del indio,
yerba de la buena mujer, chicura, estafiate, tabardillo, copal, copalquin, palo
de arco, palo blanco, jumete, carambullo, y palo de brea, jojoba, orégano,
damiana y palo brasil, y muchas más, y este conocimiento se pasa de generación
en generación.
Te acuerdas abuelita que cuando mordió al pachuco aquel
perrote prieto le embarraste sávila y sanaron sus feas heridas...y cuando mi
tío Lao lo mordió en una pierna aquella perra pinta de doña Anita Yenqui, lo
curaste cociendo un clavo y un puño de
pelos de la cola de la perra...y como olvidar cuando me espiné el talón y la
espina me la sacaste con la cera caliente de una veladora.
Después de visitar aquel enfermo, muy serios pasamos
nuevamente por el arroyo del palo, ya estaba oscureciendo, varias chacuacas
presurosas se perdían entre el follaje inquietando al perro, de pronto la
abuela dijo “te fijaste coyote?, como había gallinas en esa casa”, - Claro que
las vi, y también vi un gallo bien raro, todo enchinado como guajolote. – Pues ese
gallo es chino, y también es medicinal...su pluma cura la punzada o el golpe de
aire en los ojos...pero tiene que ser la pluma del ala izquierda. Válgame Dios
abuela, deveras que sabe usted muchas cosas...y no viste a la niña con el
hábito de San Blas?, y en la cocina estaban saliendo aromas como que estaban
cociendo cáscaras de granados y raíz de San Miguelito...bueno, han de estar
malos de la garganta y con eso van a hacer gárgaras. – Abuelita, se acuerda de
la fea cicatriz que se hizo con el hacha en un pie cuando cortaba leña en el
leñero?...-mmj, - Como se llama el aceite con que se quitó la
cicatriz?...-Vagre, lo sacan del pescado bigotón que se llama “chiguili”. –
¡Ese fue el pescado que se comió mi hermana mayor y se le atoró una espina, la
que con todas las luchas del mundo no fue posible arrojarla! Y usted abuela le
dijo: “ muchacha toma un tizón ardiendo de la hornilla y mételo alreves y echa
a correr”, pos así lo hizo la muchacha, dio unos pasos y arrojó la espina.
Abuelita aquella vez que partía chuniques atrás de la
cocina, sin querer escuché que le decía a mi madrina para tener niña se
acostara su viejo por su mano izquierda, y que para tener varón se acostara su
viejo por su lado derecho, como está eso abuelita?. ¡como se enojó mi abuela cuando
le pregunté eso! – Y que más oyó usted muchacha mentecata!, se lo juro por el
pachuco que no oí nada más....- Pues no está usted para saberlo!. Mi abuelita
guardó un silencio sepulcral ...tenía el rostro desencajado...iba muy
enojada...!pero si te digo nanita linda que no escuché nada más, por eso te
pregunté!...continuamos caminando por aquel arroyo, casi anochecía y el canto
del grillo ya se escuchaba...mi abuela iba calladita, ya no quiso seguir
hablando, el perro en la oscuridad de prieto, ni se miraba. Pero si escuchaba
sus pequeñas pisadas en la arena...Abue, nanita...y mi nanita no me
contestaba...yo ya estaba muy preocupada, quería romper aquel silencio que me
lastimaba...abuelita tengo miedo, dicen que por aquí sale un hombre sin cabeza
y un perro prieto echando lumbre por los ojos...al escuchar eso el pachuco
también sintió miedo...!que perros prietos ni que ocho cuartos!, si te sale te
voy a dar un té de palo de brasil para mal de espanto, al escucharla el alma me
volvió al cuerpo.
Bellos recuerdos...cuantas cosas hubiera podido yo
aprender de mi adorada e inolvidable abuelita...pero ella murió cuando apenas
tenía yo diez años.
...Y la luz de los relámpagos iluminó aquel cuarto en
penumbras donde los niños dormían...