viernes, 5 de septiembre de 2014

“ ATRAIDOS POR LA EXPLOTACION DE LA ‘ORCHILLA’..SE ASENTARON VARIAS FAMILIAS EN LA PAZ, Y PARTE DEL ESTADO“.



            Así lo dijo, la sudcaliforniana doña Lucia Sosa y Silva Gonzalez...”Mi padre se forjó bajo el cabo del hacha...fue un leñador toda su vida, criaba bestias y ganado, y hacía carbón...la brisa del mar y el cariño de mi madre así como la de sus hijos, atenuaba sus fatigas...’El Pozo de Rodríguez’, hermosos rancho rodeado de bosques y de costas...!cuanto añoro aquel  ayer, de pobrezas, esfuerzos y alegrías compartidas con mis mayores y demás familia!”, exclamó con un profundo suspiro doña Lucia, respetable muchacha antigua, descendiente de los primeros pobladores del Esterito y de Rodríguez y de quienes ella se siente muy orgullosa. Sus tatarabuelos fueron María Ignacia Chávez, partera empírica y don Manuel Cienfuegos. Fueron los fundadores del barrio el Esterito, y los primeros en hacer ladrillo aquí en La Paz, con la primer ladrillera del Esterito, quienes llegaron de Sonora, atraídos por la recolección de orchilla, entre otras maravillas de esta tierra peninsular. Continúa diciendo doña Lucia que así como traen obreros para las pizcas de algodón, chile y verduras, y algunos se quedan, así venían a la recolección de orchilla los yaquis de Sonora y de diferentes nacionalidades, y algunas familias se fueron quedando.

            En su rugoso rostro y tierna mirada, se aprecian mil fatigas, penas y sin sabores por el transitar de la vida...sus cabellos están plateados por el paso de varios inviernos...sus enjutos labios continúan diciendo como en un murmullo “Mis antepasados hace como dos siglos se asentaron en estas tierra del Esterito...de los Cienfuegos, ya quedan muy pocas gentes...la costumbre era en aquel ayer, que a falta de escuela, pues yo no se leer, ni escribir, los mayores nos contaban la historia de cómo y el por qué;  así como nos transmitían todos sus conocimientos. Fueron tiempos muy bonitos...por las noches, alrededor de las hornillas o en el patio, al aire libre a la luz de las fogatas, contando las estrellas, los abuelos nos contaban historias tan bonitas, hasta que aprendíamos todo lo referente a las familias, de nuestros antepasados, sus costumbres y tradiciones.

            En el ayer, cuanta alegría sentíamos al divisar la columna de humo de la chimenea del barco negro que se avistaba en la lejanía, en la inmensidad del mar...!viene el barco negro!, gritaba la gente con gran alboroto. Al fin verían coronados sus esfuerzos de varios meses de trabajo...toneladas de orchilla empacadas como arrobas de alfalfa, de doce kilos y medio el paquete, esperaban a la orilla del mar para ser embarcadas. Buscando orchilla se vinieron numerosas familias a ésta península como los Carballo, Martínez, Cienfuegos, Sosa y Silva, entre otras.

            La orchilla es una rama que se da en el monte por las costas, la recolectaban por el tepetate, cunano, costas de Sonora, Los Inocentes y toda la costa Norte. Fue muy apreciada y explotada desde tiempos inmemoriales. La utilizaba para pintar telas y todo tipo de cosas. Se cree según versiones de algunos entendidos, que fue el material con que están pintadas las pinturas rupestres. Los antiguos habitantes de la península utilizaban la orchilla para dar color a sus cosas, y la técnica que usaban era que en un cuerno de res, echaban orín y le ponían un clavo al cuerno, machacaban la orchilla y retacaban el cuerno, lo dejaban fermentar un tiempo y les quedaba una pintura de muy buena calidad, la que ya no se quitaba, eso era a lo rústico, entre los indígenas y los rancheros de aquel ayer, por que la orchilla la exportaban fuera del país. Contaban los antiguos, continua diciendo doña Lucia, que el rancho El Pozo de Rodríguez lo fundó un señor de ese apellido, por eso se llama así. Luego, pasó a ser propiedad de la familia Sosa y Silva. Mis antepasados, Victoriano Sosa y Silva, fue el segundo dueño, el tercer, Francisco Sosa y Silva y después fue de mi padre, Don Gerardo Sosa y Silva Martínez, o don Alfonso, como cariñosamente lo conoció la gente hasta su muerte, quien bajo el cabo del hacha nos creció haciendo leña y carbón, y quien falleció a los 119 años sin ninguna enfermedad, quedó dormidito en su cama como un pajarito.

            Con la mirada puesta en la lejanía y con una inmensa nostalgia, doña Lucia dice,  fueron tiempos muy duros. Su padre tenía un pangón que le cabían 20 cargas de leña y bastante carbón, el que traía a La Paz, por mar tenía que ser, pues no había caminos, mucho menos carretera. La carga de leña se la pagaban a .50 centavos y el costal de carbón a un peso. Doña Eusebia Castillo le compraba toda la leña y el carbón durante toda su vida; pues ella de eso se mantenía, era la que abastecía al pueblo de La Paz de leña y carbón, ya que puras hornillas se usaban en aquel tiempo. El atracadero de las canoas era la mojonera, en los palmares del Manglito. Allí lo esperaba doña Eusebia con las carretas para llevarse la carga y mi padre regresaba con el pangón atascado de provisiones para nuestras necesidades. Don Luis Domínguez fue el primer poblador de los Datilares del palmar del Manglito, y allí atracaban las canoas procedentes de las rancherías donde no había caminos, ya que el comercio se hacía vía marítima, de las comunidades Los Dolores, San Evaristo, San Juan de La Costa, Rodríguez, El Quelele, EL Coyote, La Soledad, entre otras; y la gente se venía a la orilla del palmar a esperar las embarcaciones para comprarles los productos propios de la región. Así como de la pesca. Quesos, pieles curtidas, mantequilla, dulce de pitahaya, miel de abeja, miel de caña, naranjas, bordados, tejidos de palma, petates, sombreros, canastas, calzado, cueras, entre otras cosas.

             En aquella época no había escuelas, y los mayores nos enseñaban todos sus conocimientos aprendidos a su vez de los antepasados hasta que los memorizábamos. Fuimos 8 hermanos: Manuela, Lucia, Eufemia, Belem, Alfonso, Antonia, Concepción y Fernando. Mi madre fue una gran maestra que sabía todas las artes y oficios propios de las mujeres de su época. Mientras mi padre en los montes bajo el cabo del hacha cortaba las cargas de leña, y hacía el carbón, mi madre Magdalena Gonzalez Cienfuegos, nos enseñaba además de los quehaceres de la casa, a ordeñar, a elaborar quesos, mantequilla, zorrillo, requesón, así como a pescar, salar la carne, curtir pieles, a elaborar el dulce de pitahaya con todas sus técnicas y ciencias que es una tradición de familia, la costura, bordados, tejidos, y destasar reses y chivos y hasta tocar la guitarra; ya que ella estudiaba la guitarra con don Tereso Hernández. Con nostalgia doña Lucia Continua diciendo, nos contaba mi tatarabuelo, que la primera ladrillera fue en el Esterito, y que su abuelo, don Manuel Cienfuegos, quien era yaqui de Sonora, de allá trajo ese arte de trabajar el barro y hacer ladrillo. Decía también, que donde está ahora La Perla de La Paz, era puro monte y el mar casi llegaba allí, que a él le toco desmontar y hacer los ladrillos para la construcción de La Perla de La Paz, que fue la primera de ese material. Luego se desencadenó con todas las construcciones antiguas, las que salieron de la ladrillera. Cuando cumplíamos los doce años, la costumbre era que mi padre nos daba un horno carbonero para que lo trabajáramos cada quien. El cortaba la leña, y nosotros hacíamos el carbón y los empacábamos en costales. Hasta 20 costales sacábamos de cada horno, y él lo traía a La Paz en la barca a vender, a un peso cada costal y eso era para nuestros gastos, los que eran pocos pero ahorrábamos para  las propias necesidades del rancho. A mi padre le gustaba que tuviéramos nuestro propio dinero ganado por nosotros mismos, era parte de nuestra formación. Con cuanta ilusión salíamos a la playa a atisbar las lejanías enmarcadas con aquellos bellos atardeceres en Rodríguez. Esperábamos el regreso de mi padre con el pangón lleno de cosas. ¡Qué bonito sentíamos cuando atracaba la barca en la arena y ayudábamos a bajarlas!, y con ansiedad le preguntábamos. ¿Me trajo la tela y los hilos?, y a mi ¿las peinetas?, decía mi hermana, y mi padre decía alzando las manos ¡ten’se quietas, déjenme llegar! Pero a tu madre si le traigo un tápalo para cuando venga el cura en la cosecha de la pitahaya  y nos de la bendición. Esas cosas tan sencillas eran parte de la vida diaria y que nos hacían tan felices a nuestras familias, dentro de aquella pobreza de bienes materiales.


              Terminó diciendo doña Lucia, que actualmente Rodríguez continua siendo propiedad de la familia Sosa y Silva, pero los tiempos han cambiado. Su padre con el pangón ya no está, su madrecita con sus conocimientos y ciencia tampoco está, pero el conocimiento que dejaron y su ejemplo quedó en el semillero de las generaciones nuevas y las familias ahora se mantienen de la pesca.

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