viernes, 17 de noviembre de 2017

LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA

“DOÑA CLAUDIA RUIZ MORALES CUMPLIO 101 AÑOS DE VIDA”.


            La tierna y dulce muchacha antigua de plateados cabellos, doña Claudia Ruiz Morales, con una lucidez envidiable narra su vida, dándole gracias a Dios por permitirle cumplir ciento un años, gozando de cabal salud en esta tierra bendita de Dios, con las dolencias propias que le ha dejado el largo recorrido por la vida, vive rodeada del cariño de sus hijos, nietos, bisnietos, tataranietos, así como amigos y demás familiares, quienes la colman de inmenso cariño, admiración y respeto. Doña Claudia es un ejemplo viviente de lucha y valor, de la mujer mexicana, mujer luchadora de una fortaleza envidiable y de una fe inquebrantable en Dios y la vida. No se doblegó ante la adversidad, y de sus pobrezas y esfuerzo sacó a sus hijos adelante en aquel México de hambre para el pobre y de bonanza para el rico y explotador gracias a un presidente como Porfirio Díaz que aborrecía al pueblo de México y quien decía “EL MEJOR INDIO ES EL INDIO MUERTO”.

Doña Claudia es un ejemplo para las juventudes de ahora, que no aguantan nada y ante cualquier problema, recurren al suicidio, demostrando la falta de valores y la fe en Dios y la vida. Doña Claudia vio la luz primera en Santos Reyes Nopala Uquila, Oaxaca, el 7 de mayo del año 1900. Época del quinto periodo presidencial del porfiriato, de tristes recuerdos. Sus padres, Demecio Ruiz y Felipa Morales, fueron de los muchos indígenas que vivieron las injusticias de la dictadura del porfiriato. Durante este régimen se hicieron repartos de tierra, de miles de hectáreas, a miles de agricultores, pero superior fue el número de campesinos que sufrieron despojos, víctimas de los latifundistas y de la voracidad de compañías extranjeras deslindadoras. La vida rural, era una explotación indiscriminada para el campesino. Los dueños de las haciendas y fábricas, en su mayoría no vivían en las tierras que acaparaban; se iban a las grandes ciudades a vivir en la opulencia y en la aristocracia de los productos de sus haciendas, del sudor y sufrimiento de los indígenas; dejaban en manos de administradores y capataces sus propiedades, quienes eran los mas sanguinarios con los trabajadores; los hacían trabajar de sol a sol y les pagaban 20 centavos diarios de salario, o a veces un puño de maíz; dijo.

            Las condiciones de vida a que estaban sometidos los peones eran muy triste. El amo, en su mayoría extranjero que adulaban a Porfirio Díaz, el administrador y la autoridad, limitaban su libertad los tenía en la ignorancia y sin escuelas. En cada hacienda había una capilla y el sacerdote mismo se inclinaba a favor de los intereses de los hacendados desprotegiendo al campesinado. Las deudas por otra parte, mantenían al peón vinculado a la hacienda. Doña Claudia dice que el cansancio en su cuerpo es la larga cadena que arrastra de pobrezas y de injusticias y que por lo que se escucha, en medio de su ignorancia dice que tal parece, que México va a vivir otra época como la del porfiriato, y con  profunda tristeza continua narrando, que además del jornal tan bajo, no siempre lo recibían en dinero, sino una parte en maíz y tenían que soportar los malos tratos del capataz y los abusos en las tiendas de raya. Había familias que llevaban más de 100 años trabajando para los hacendados, para cubrir un adeudo de 50 pesos, y no habían conseguido escapar a la usura de sus patrones.

            Toda esa época de revoluciones e injusticias en su infancia, fue una cadena que arrastraban sus antepasados, y que continuó gran parte de su vida. La que vivió en gran pobreza. Ella estaba muy chica, pero recuerda claramente todas las revueltas que había. Cuánto sufrieron los mexicanos, más el campesino cuando el usurpador, traidor y asesino Victoriano Huerta, mandó matar al apóstol de la democracia Francisco I. Madero, presidente de México y al vicepresidente Pino Suárez aquel 23 de febrero de 1913. Pisoteadas las libertades públicas sin respeto al orden legal, el honor y la dignidad cívica, México vivía uno de sus momentos más sombríos de su historia con el asalto al poder de Huerta. Madero era la esperanza del pobre, era muy querido por la gente del pueblo, ya que se distinguió por su bondad y su alto espíritu de servicio. Era un ranchero generoso, ejercía la medicina homeópata gratuitamente, y fundó varias escuelas y comedores gratuitos también para niños pobres.  Fue época de terror e inseguridad para la nación con la infame traición de Huerta. Luego viene el asesinato del senador Belizario Domínguez, que representaba a Chiapas, por atreverse a decirle sus verdades al presidente usurpador, indignado por las falsedades del informe de Huerta. El crédito estaba aniquilado, la prensa amordazada, el hambre y la miseria amenazaban apoderarse de toda la superficie de México.

            Don Belisario Domínguez dijo, tuvo la valentía de llamar a Huerta asesino, y declaraba que con su feroz ambición de mando, el presidente de la República estaba dispuesto a derramar toda la sangre mexicana, a cubrir de cadáveres todo el territorio nacional, a convertir en una inmensa ruina toda la extensión de nuestra patria, con tal de que él no abandone la presidencia, ni derrame una sola gota de su sangre. Don Victoriano Huerta es un soldado sanguinario y feroz que asesina sin vacilación ni escrúpulo a todo aquel que le sirve de obstáculo. ¡No importa señores!, la patria os exige que cumpláis con su deber de pedir la renuncia de Huerta, aún con el peligro y aún con la seguridad de perder la existencia. Y por eso lo mataron, le arrancaron la lengua y a rastras, dejando regueros de sangre, en la tierra, lo fusilaron en el paredón sin ninguna consideración por órdenes de Huerta aquel siete de octubre de 1914.

            Para los mexicanos, los indígenas principalmente, era puro sufrir en ese México bronco Zapata, Villa, Alvaro Obregón y Carranza derrocaron a Huerta, pero también fueron asesinados por defender los derechos del pueblo. Luego vino la persecución cristera encabezada por Plutarco Elías Calles, y las condiciones del peón siguieron siendo de los más inhumanos. Tenían que trabajar toda la familia para poder aspirar a alimentarse con maíz, sal, guaje y yerba santa. Comer frijol era un lujo de cada semana. La carne, ni la conocían. A doña Claudia le tocó vivir de cerca todas las revoluciones en su lucha por la justicia y el campesinado, nomás volaban las balas entre los surcos al grito de “tierra y libertad”. Su vida de casada fue lo mismo que la de sus padres, trabajar en los surcos para los latifundistas en aquella pobreza de sol a sol comiendo tortillas con sal y semillas de guaje ganando 20 centavos diarios, para mantener doce hijos, porque quedó viuda muy joven. Sus hijos son Maximino, Roberto, Teófilo, Josefina, Pablo, Liborio, Juana, Sirilo, Margarita, Arnulfo, Gonzalo y Paulina, quienes le dieron 40 nietos, 31 bisnietos y 3 tataranietos.

            Con gran tristeza, doña Claudia termina diciendo que le ha tocado enterrar a casi toda su familia de hermanos y demás parentela nada mas ella queda, y alguno de sus hijos, ya que sepultó ocho de ellos y 11 nietos, pero que a pesar de la vida tan pobre y tan dura que le tocó vivir, le da gracias a Dios por permitirle llegar a los 101 años plena de salud y de fe en la vida, y de la dicha tan grande de tener el privilegio de vivir desde 1970 en esta tierra tan hermosa y tranquila como lo es la ciudad de La Paz y sus lindas gentes que la habitan. Agradece infinitamente el amor y el amparo que le brindan sus hijos, ya que en estos tiempos se han perdido valores, y en algunas familias estorban los ancianos, y lo único que ella tiene para corresponder a este cariño y amparo, es un caudal de amor sin medida, el que siente que es correspondido.



…Por el placer de escribir…Recordar…Y compartir…



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