LA PAZ QUE
SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA
“DOÑA CLAUDIA RUIZ MORALES
CUMPLIO 101 AÑOS DE VIDA”.
La
tierna y dulce muchacha antigua de plateados cabellos, doña Claudia Ruiz
Morales, con una lucidez envidiable narra su vida, dándole gracias a Dios por
permitirle cumplir ciento un años, gozando de cabal salud en esta tierra
bendita de Dios, con las dolencias propias que le ha dejado el largo recorrido
por la vida, vive rodeada del cariño de sus hijos, nietos, bisnietos,
tataranietos, así como amigos y demás familiares, quienes la colman de inmenso
cariño, admiración y respeto. Doña Claudia es un ejemplo viviente de lucha y
valor, de la mujer mexicana, mujer luchadora de una fortaleza envidiable y de
una fe inquebrantable en Dios y la vida. No se doblegó ante la adversidad, y de
sus pobrezas y esfuerzo sacó a sus hijos adelante en aquel México de hambre
para el pobre y de bonanza para el rico y explotador gracias a un presidente
como Porfirio Díaz que aborrecía al pueblo de México y quien decía “EL MEJOR
INDIO ES EL INDIO MUERTO”.
Doña Claudia
es un ejemplo para las juventudes de ahora, que no aguantan nada y ante
cualquier problema, recurren al suicidio, demostrando la falta de valores y la
fe en Dios y la vida. Doña Claudia vio la luz primera en Santos Reyes Nopala
Uquila, Oaxaca, el 7 de mayo del año 1900. Época del quinto periodo
presidencial del porfiriato, de tristes recuerdos. Sus padres, Demecio Ruiz y
Felipa Morales, fueron de los muchos indígenas que vivieron las injusticias de
la dictadura del porfiriato. Durante este régimen se hicieron repartos de
tierra, de miles de hectáreas, a miles de agricultores, pero superior fue el
número de campesinos que sufrieron despojos, víctimas de los latifundistas y de
la voracidad de compañías extranjeras deslindadoras. La vida rural, era una
explotación indiscriminada para el campesino. Los dueños de las haciendas y
fábricas, en su mayoría no vivían en las tierras que acaparaban; se iban a las
grandes ciudades a vivir en la opulencia y en la aristocracia de los productos
de sus haciendas, del sudor y sufrimiento de los indígenas; dejaban en manos de
administradores y capataces sus propiedades, quienes eran los mas sanguinarios
con los trabajadores; los hacían trabajar de sol a sol y les pagaban 20
centavos diarios de salario, o a veces un puño de maíz; dijo.
Las condiciones de vida a que estaban sometidos los
peones eran muy triste. El amo, en su mayoría extranjero que adulaban a
Porfirio Díaz, el administrador y la autoridad, limitaban su libertad los tenía
en la ignorancia y sin escuelas. En cada hacienda había una capilla y el
sacerdote mismo se inclinaba a favor de los intereses de los hacendados
desprotegiendo al campesinado. Las deudas por otra parte, mantenían al peón
vinculado a la hacienda. Doña Claudia dice que el cansancio en su cuerpo es la
larga cadena que arrastra de pobrezas y de injusticias y que por lo que se
escucha, en medio de su ignorancia dice que tal parece, que México va a vivir
otra época como la del porfiriato, y con
profunda tristeza continua narrando, que además del jornal tan bajo, no
siempre lo recibían en dinero, sino una parte en maíz y tenían que soportar los
malos tratos del capataz y los abusos en las tiendas de raya. Había familias
que llevaban más de 100 años trabajando para los hacendados, para cubrir un
adeudo de 50 pesos, y no habían conseguido escapar a la usura de sus patrones.
Toda esa época de revoluciones e injusticias en su
infancia, fue una cadena que arrastraban sus antepasados, y que continuó gran
parte de su vida. La que vivió en gran pobreza. Ella estaba muy chica, pero
recuerda claramente todas las revueltas que había. Cuánto sufrieron los
mexicanos, más el campesino cuando el usurpador, traidor y asesino Victoriano
Huerta, mandó matar al apóstol de la democracia Francisco I. Madero, presidente
de México y al vicepresidente Pino Suárez aquel 23 de febrero de 1913. Pisoteadas
las libertades públicas sin respeto al orden legal, el honor y la dignidad
cívica, México vivía uno de sus momentos más sombríos de su historia con el
asalto al poder de Huerta. Madero era la esperanza del pobre, era muy querido
por la gente del pueblo, ya que se distinguió por su bondad y su alto espíritu
de servicio. Era un ranchero generoso, ejercía la medicina homeópata
gratuitamente, y fundó varias escuelas y comedores gratuitos también para niños
pobres. Fue época de terror e
inseguridad para la nación con la infame traición de Huerta. Luego viene el
asesinato del senador Belizario Domínguez, que representaba a Chiapas, por
atreverse a decirle sus verdades al presidente usurpador, indignado por las
falsedades del informe de Huerta. El crédito estaba aniquilado, la prensa
amordazada, el hambre y la miseria amenazaban apoderarse de toda la superficie
de México.
Don Belisario Domínguez dijo, tuvo la valentía de llamar
a Huerta asesino, y declaraba que con su feroz ambición de mando, el presidente
de la República estaba dispuesto a derramar toda la sangre mexicana, a cubrir
de cadáveres todo el territorio nacional, a convertir en una inmensa ruina toda
la extensión de nuestra patria, con tal de que él no abandone la presidencia,
ni derrame una sola gota de su sangre. Don Victoriano Huerta es un soldado
sanguinario y feroz que asesina sin vacilación ni escrúpulo a todo aquel que le
sirve de obstáculo. ¡No importa señores!, la patria os exige que cumpláis con
su deber de pedir la renuncia de Huerta, aún con el peligro y aún con la
seguridad de perder la existencia. Y por eso lo mataron, le arrancaron la
lengua y a rastras, dejando regueros de sangre, en la tierra, lo fusilaron en
el paredón sin ninguna consideración por órdenes de Huerta aquel siete de
octubre de 1914.
Para los mexicanos, los indígenas principalmente, era
puro sufrir en ese México bronco Zapata, Villa, Alvaro Obregón y Carranza
derrocaron a Huerta, pero también fueron asesinados por defender los derechos
del pueblo. Luego vino la persecución cristera encabezada por Plutarco Elías
Calles, y las condiciones del peón siguieron siendo de los más inhumanos.
Tenían que trabajar toda la familia para poder aspirar a alimentarse con maíz,
sal, guaje y yerba santa. Comer frijol era un lujo de cada semana. La carne, ni
la conocían. A doña Claudia le tocó vivir de cerca todas las revoluciones en su
lucha por la justicia y el campesinado, nomás volaban las balas entre los
surcos al grito de “tierra y libertad”. Su vida de casada fue lo mismo que la
de sus padres, trabajar en los surcos para los latifundistas en aquella pobreza
de sol a sol comiendo tortillas con sal y semillas de guaje ganando 20 centavos
diarios, para mantener doce hijos, porque quedó viuda muy joven. Sus hijos son
Maximino, Roberto, Teófilo, Josefina, Pablo, Liborio, Juana, Sirilo, Margarita,
Arnulfo, Gonzalo y Paulina, quienes le dieron 40 nietos, 31 bisnietos y 3 tataranietos.
Con gran tristeza, doña Claudia termina diciendo que le
ha tocado enterrar a casi toda su familia de hermanos y demás parentela nada
mas ella queda, y alguno de sus hijos, ya que sepultó ocho de ellos y 11
nietos, pero que a pesar de la vida tan pobre y tan dura que le tocó vivir, le
da gracias a Dios por permitirle llegar a los 101 años plena de salud y de fe
en la vida, y de la dicha tan grande de tener el privilegio de vivir desde 1970
en esta tierra tan hermosa y tranquila como lo es la ciudad de La Paz y sus
lindas gentes que la habitan. Agradece infinitamente el amor y el amparo que le
brindan sus hijos, ya que en estos tiempos se han perdido valores, y en algunas
familias estorban los ancianos, y lo único que ella tiene para corresponder a
este cariño y amparo, es un caudal de amor sin medida, el que siente que es
correspondido.
…Por el placer de escribir…Recordar…Y
compartir…
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