miércoles, 4 de abril de 2018

LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA ÁLCARAZ
…“LA PAZ PARAISO DEL AYER…PARAISO DE MIS RECUERDOS”…
EL ver un pelicano muerto en la orilla de la playa por la contaminación, recordé con tristeza y añore las aguas cristalinas donde abundaban los peces de la mejor calidad; enormes callos de hacha, media luna y redondos del tamaño de mis manos de niña de 10 años, almejas catarinas, jaibas enormes, caracoles, cangrejos, y en la orillita, grandes cantidades de pececitos multicolores de gran variedad. La resaca no dejaban tantos sargazo más bien dejaba conchitas, y caracoles en gran cantidad sobre las arenas del mar. Era común ver a los niños y jóvenes con sus fidgas, fisgando jaibas y recogiendo caracoles; yo misma cuando niña buceaba las hachas las almejas. El fondo del mar tenía sus arenas limpiecitas y enterradas en ellas el preciado alimento, toda la orilla de la playa desde el esterito hasta las hamacas estaba inundado de esas riquezas marinas alimenticias. ¡No había hambre en la paz!, y las aves del cielo apenas podían levantar el vuelo, de las hartadas que se daban.
Por las tardes era costumbre de la gente del ayer, salir al malecón a esperar además del tradicional airecillo de leyenda, el Coromuel, el regreso de los pescadores en el marco de los bellos atardeceres sudcalifornianos, y que llegaban rodeados de una parvada de tijeretas, pelicanos y gaviotas; y cargadas su barcas con el producto de su esfuerzo diario, y era tanto lo que traían que lo regalaban a los habitantes de esta ciudad, a los presos, a los hospitales, traían pescado de gran calidad, meros, pargos colorados, robalos, garropas, cabrillas, palometas, agujón ( o marlín), caguamas, callos de hacha, almejas y para las gaviotas tiburones, después de quitarle la aleta y el hígado , que le vendían al Tanayo y mantarrayas, si señor! Lo tiraban en las orillas del mar, ese pescado no se consumía, era para las aves marinas, de rapiña también; así como las vísceras de los peces.
Lo único que no ha cambiado en la paz es sus atardeceres, aunque ya con tanto edifico de varios pisos no se aprecia igual, pero les falta la abundancia, el encanto de aquellos tiempos; el mar ya no es el mismo, los pescadores por el malecón, y por la rivera del mar, la parvada de pelicanos y gaviotas que daban la bienvenida a los pescadores, aves, que apenas podían levantar el vuelo de gordos que estaban y que con su trinar alegraban la tarde crepuscular. Como es posible que suceda esto, ya son muy pocas las gaviotas que viene de lejos, ya que nuestra bahía está inundada de yates y de construcciones que contaminan sus aguas, sus aguas son negras comparadas a otros tiempos cuando niña jugaba con las olas así como la gran familia sudcaliforniana y me gustaba mirar el reflejo dorado de los rayos del sol en el agua que hacían aún más bellos los pececitos de colores y la arena en el fondo del mar.
Me entro la nostalgia y me encamine rumbo al malecón, reconozco que mis pasos son ya más lentos, no tengo la agilidad del ayer, cuando corría jubilosa por el malecón al escuchar el silbar de los barcos mercantes atracando en el muelle fiscal, la estrella costera, el salvador, el Korrigan, el Anita, el Arturo, el viosca, el Edna rosa alias la señorita, el blanco, entre muchos más, para recibir a mi padre que llegaba trayendo la apreciada carga de frutas y verduras así como semillas y cereales que vendía a los comerciantes de aquel entonces fue el pionero de los abasteros mayoristas de esta ciudad en ese renglón no habían grandes tráileres, tiraban la carga al muelle, y de ahí en camioncito al almacén, fueron tiempo de auge y bonanza para los estibadores y cargadores de aquel entonces, hasta 1964 que entro el transbordador, el primer ferri aquí en la paz, señal que el progreso para unos y pobreza para otros, se pagaron pesos por centavos.
No pude evitar recordar los frondosos álamos que había donde empieza el malecón el que era punto de referencia, había un barranco y el mar entraba hasta el tronco de los hermosos álamos que por muchas décadas le dieron belleza y sombra a nuestro malecón costero, hasta que los vientos huracanados del ciclón del 59 los derribo junto con la linda torre y el reloj del parque Cuauhtémoc y las palmeras del malecón entre otras cosas. Fui buscando por la orilla como antaño, y las aguas ya no son cristalinas ni profundas no hay conchitas ni caracoles, las que como arrocitos se sentían en los pies, cangrejos y jaibas tampoco hay, así como los niños en las playas ni la parvada de pelicanos. Frente al hotel los arcos están las mismas piedras, frente a lo que fue la antigua Ford, y el parque Cuauhtémoc, las mismas piedras pero el muellecito de madera ya no está, cangrejos no encontré ya, los niños de hoy creo que los conocen en dibujos nada más y los pececitos en elegantes peceras están y el pescado de calidad que consumíamos los sudcalifornianos se van fuera; da tristeza visitar los puestos de mariscos y encontrar pierna, tiburón u otro pescado de tercera o cuarta calidad congelados contaminados tal vez, los callos de hacha de mala vista donde ni se venden por el alto precio, ¿ qué fue lo que paso?
…Y en las blancas arenas inundadas de una diversidad de conchitas y caracoles… los niños del ayer alegremente correteaban con fidgas en mano tras las enormes jaibas que por ellas andaban…
…Por el placer de Escribir…Recordar…Y…Compartir…

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