LA PAZ QUE SE PERDIO.
POR MANUELITA LIZARRAGA ÁLCARAZ
“AÑORANZA DE LA EXQUISITA FRUTA “EL GUAJILOTE” Y QUE POCO A POCO SE HA EXTINGUIDO”.
El Guajilote, es una exquisita fruta regional que al paso del tiempo se ha ido extinguiendo como tantas otras frutas que antaño inundaron los huertos familiares y hacían la delicia de los niños y de los habitantes de aquella Paz que se perdió. Una fresca mañana de primavera caminaba por la avenida 5 de Mayo y casi llegando a la calle Félix Ortega, mis ojos no podían creer lo que estaban viendo…una hermoso y frondoso Árbol de Guajilote!, con fruto y en flor como plantada en plena banqueta, junto a la ventana de una antigua mansión…su presencia era para mi inconfundible y al ver esa planta y percibir ese aroma que me alegró el corazón me trajo tantos recuerdo!
Parece que estoy viendo mi perro viejo El Pachuco por entre los largos ropajes de mi abuela metiendo el hocico al canasto lleno de frutas del marchante, sacando el perro su guajilote…al perro le gustaban los guajilotes, al igual que a mi y a toda mi familia. Hacía tanto tiempo que no miraba una mata de guajilote, y comerlos, mucho menos…quizás desde que era niña nadie ha vuelto a saber de ellos…en aquellos huertos con árboles frutales, pilas y molinos de viento, mis hermanos, el perro y yo, nos perdíamos… cómo olvidar la huerta de Doña Ernestina de Vargas; la que estaba ubicada en Bravo / Serdán y Revolución del guayabo comía de esas frutas a placer!...pero si parece que percibo aquellos aromas y el canto de los pájaros. Recuerdo algunas frutas que abundaban y que no se ven ya.
Guanábana, Grandas, Uvas, Guajilotes, limas chichonas, naranja lima, limón real, zapotes, chico zapote, zapote negro, guayabas buchonas, de corazón rosa, tecomates, toronjas, guamúchiles, cañas., higos, entre tantas otras; además de las que quedan, como la naranjita, tamarindos, naranjos, papaya, naranja agria, mangos de bocadito, ciruelas y limones…eran las frutas más comunes y que no faltaban en las fruteras de cada hogar; y al ver el guajilote, surgen los bellos recuerdos y comparo las frutas de hoy a tan alto costo que difícilmente están al alcance de todos los bolsillos.
¡Y cabalgan los recuerdos en mi mente…! abuela abuela!, llegó el marchante…el marchante era Don José Briceño, un señor que vendía de casa en casa frutas y verduras de la región. Era alto y fuerte de tez morena, calzaba huaraches de correas de cuero, pantalón de mezclilla tipo overol, camisas de dril y sombreros de palma con copa alta, nariz aguileña y ojos profundos de dulce mirar; ya peinaba canas y su rostro denotaba nobleza. Lo que lo hacía verse muy singular era su alegre pregón…. ¡¡¡¡EL MARCHANTE, LLEGO EL MARCHANTE!!!! Que inundaba las callecitas de La Paz con su palanca al hombro y dos grandes canastas colgantes tejidas de palma por las hermanas Jordán, repletas de frutas y verduras sembradas y cosechadas con sus propias manos.
…canastas, que plantaba en la banqueta de nuestro hogar en Guillermo prieto/ Juárez y Piñeda, casa de Don Gelasio Aguilar y Doña Margarita Bomboste de Aguilar al tiempo de que gritaba ¡llegó el marchante, llegó el marchante!...el primero que salía al escuchar ese grito para él tan conocido, era mi perro viejo el pachuco, metía el hocico al canasto y sacaba un guajilote enmielado y corría alegremente con el…luego salíamos gozosas seguidas de mi abuela y madre, rodeábamos los canastos y escogíamos fruta a placer, caña en trozo, racimos de uva, granada, guayabas de aquellas del corazón rosa, guajilotes pasaditos hasta salates de la sierra y pencas de Maguey tatemados vendía y de verdura, macitos de ejotes, camote, chiles verdes, cebollitas, cilantro y chiles güeritos, zanahorias, betabeles, alfalfa, etc.
Y mi abuela sacaba de su seno el pañuelo hecho nudo repleto de monedas de plata de aquellas 0720, y pagaba todo lo que escogíamos, hasta el guajilote del pachuco.
El guajilote era muy común verlos en la mayoría de los huertos en la frondosa huerta de doña Anita Yenqee, había de todas frutas…El lico y Leonor tenían un tendejón y siempre daban de pilón un guajilote, una granada o una guayaba pescuezona…abundaban las guayabas y las uvas aquí en La Paz, guayaba grande de corazón rosa…que rico dulce en almíbar hacía mi madre y abuela de esa fruta, también hacían aguas frescas y atoles de guayaba…dulce de tomate, de cáscara de toronja y de limón real, jalea de camote de calabaza y guayaba. Para hacer el guayabate lo molía en el metate y decía la abuela “el guayabate para que quede bueno, se tiene que moler en el metate con todo semilla, y no se le debe poner panocha, solamente azúcar”.
Los guajilotes los comíamos pasaditos, casi enmieladitos, también mi abuela se los echaba al cocido porque antes aquí en la paz una de las costumbres era comer cocido; pero a los niños no les gustaba el guajilote en el caldo, son mas sabrosos pasaditos en el árbol. ¿cuál hambre había en La Paz? ¿Qué fue lo que pasó que en un abrir y cerrar de ojos nos quedamos sin nada? Antiguamente, dentro de las normas de la educación nos enseñaban además de tantas otras cosas del cuidado del agua, de la tierra y plantas, sobre todo medicinales y alimenticias.
El agua se sacaba del pozo únicamente la necesaria, después de bañarnos, con el agua que corría del baño, se regaba, plantas medicinales las mas comunes, y las de ornatos así como alimenticias, albahacar, ruda, romero, hierba buena, telimón epazote, guacamote micle nopales maíz cilantro, frijolito, cebollitas, tomate calabaza y hasta las enredaderas de tripa de aura, llamarada, manto de la virgen, que cubrían el cerco, el baño y el corredor, así como las balsaminas, en el lavadero, con la primera agua jabonosa se bañaban los árboles para evitar la plaga, con el agua de enjuague se regaban algunos árboles frutales y así se compensaba la que regábamos a cubetazos en el patio y frente de la casa.
En los sombreados corredores de la mayoría de los hogares, lucían colgantes jaulas de pájaros cantores, calandrias, tezontles, gorriones, cardenales, serranos, calandrias palmeros, etc., y entre aquel canto que inundaba el ambiente entre las flores se veía a las amas de casa, tranquila, hasta las abuelitas regando las plantas mientras los niños jugaban con las cortinas de caracoles, los que abundaban.
Había tantas frutas en los huertos en La Paz que la regalaban, y cuando sembraban en Los Planes era tanta la cosecha de verdura que a trocadas y dompes venían a repartir en las esquinas de las calles, chile verde California, y chile morón, así como chile güerito, calabacitas de olan, ejotes, tomates, cebollas, elotes, etc., y la gente gozosa corría arrastrando costales, guacales, cajas, y lo que podían y se los llenaban; que tiempo de abundancias en la Paz…cenábamos chiles tatemados con frijoles caldudos, una troncha de carne oreada asada, metida en un fierro llamado asador, un molcajete de salsa tatemados y tortillas de maíz hechas a mano. En aquellos tiempos la gente acostumbraba a hacer dulce de la fruta… ¡que dulces americanos ni que nada! Conserva, le decían en casa siempre había latas de conservas aquellos botes galleteros mi abuela los llenaba hasta el tope de cascaros de toronja, y las jaleas de camote y guayaba las guardaba en hojas de tamal. La única vez que hizo dulce de guajilote, no nos gustó…pero que rico le quedaban todos los ya mencionados además del dulce de brea, tomate y mango en almíbar.
Si teníamos todo eso, además de una canoa en la bahía con sus velas y canaletes la que estaba repleta de pescados callos de hacha, almejas y caguamas, gallineros repletos de aves un marrano, ¿y también un gran emparrado que daba hasta doscientos y trescientos racimos de uva, a poco no éramos ricos?... si la mantarraya, el tiburón y el cochito, lo tiraban en las orillas de las playas, así como las aletas y cabeza de caguama y de las res la regalaban, el librillo, la bofera y hasta los chicharrones, verdaderamente vivíamos en un paraíso.
Todo lo que me hizo recordar esa hermosa mata de guajilote en flor, que según sus dueños tiene más de 90 años, ¡cómo olvidar!, en aquella huerta de frondosos árboles frutales, el molino giraba y giraba y los chorros de agua dulce caían a la pila, trepada en el árbol de mango. Comía su fruto a placer y de arriba le tiraba al perro sus guajilotes que cortaba en la cumbre del árbol, mientras la abuela, con un ojo al gato y otro al garabato dándole largas chupadas a su cigarro del tigre, zurcía calcetines y remendaba la ropa…tiempos que no volverán pero que me encantan recordar, y compartir con usted estimado lector.
…Y el pachuco escondido entre los largos ropajes de la abuela metía el hocico a la canasta del marchante el Legendaria Don José Briseño y sacaba su guajilote.
Por el placer de Escribir. Recordar… Y.… compartir...
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