martes, 26 de junio de 2018

LA PAZ...QUE SE PERDIÓ.
POR MANUELITA LIZARRAGA ALCARAZ.
“ECLIPSE DE LUNA...Y AQUELLAS COSTUMBRES DE LA MATERNIDAD”.
Del 14 al 15 de abril, habrá eclipse total de luna...la compañera de la tierra, estará de nupcias con el sol. Seguramente que será un bonito espectáculo y los invito a contemplar el maravilloso fenómeno en esta hermosa tierra Sudcaliforniana...regalo de la naturaleza para los ojos de todo ser viviente y para recrear el espíritu...u al evocar los eclipses del pasado y aquellas costumbres una sonrisa juguetona se dibuja en mi rostro el que no es ya el de una colegiala y una fina escarcha adorna mis sienes, y me regocijo al recordar la importancia que tenía éste fenómeno para los antiguos y de que manera repercutía en la vida humana, animal, en las plantas y en el mar. Quizás les cause risa al escuchar este artículo, pero lo que escribo es en serio.
Los voy a transportar a épocas pasadas, tal vez les tocó vivir aquellos momentos y costumbres de nuestras lindas gentes del ayer, que tienen una gran importancia y estoy segura que los varones también vivieron estas cosas. Cuando las formas del cuerpo de la futura madre se deformaban perdiendo su belleza, adquiriendo otro encanto, el de la maternidad, privilegio bendito con el que Dios dotó a la mujer...el de ser madre. En el abultado vientre palpitaba un nuevo ser el que orgullosa lucía cubriéndolo con la tradicional bata de maternidad, y aquellas emociones que únicamente las mujeres sentimos, y que algunas eran afortunadas y compartidas por el esposo que cariñoso recostaba su cabeza en el vientre de la futura madre para sentir los movimientos de su hijo y gritaba emocionado “éste será pelotero o boxeador”; o de lo contrario “que floja, tarda en moverse, será niña”.
En la dulce espera del hijo, sublimes y gratos momentos que se viven durante el embarazo. Que si será niño, que si será niña, que ya patea, que se estiró, que se siente como un gusanito que se mueve, que los achaques, que los antojos, que con el cambio de luna se sienten así, que se tiran los calostros que cuando la luna llena el niño nacerá, que salió paño en la cara, que no duerma boca abajo y que al sentarse no cruce las piernas por que se lastima el niño, no usar tacones y en los primeros meses tener cuidado de no subir escalones y trapear los pisos, en fin tantas cosas mientras se espera al nuevo miembro de la familia que vendrá a revolucionarlo todo pero que inundará de felicidad el hogar. La tina con agua de manzanilla calientita para bañar al niño debería de estar lista así como el cordón y el romero para amarrar el ombligo, y el té de rosa de Castilla para que se le limpie el estómago al bebé y no le den cólicos. También debía estar listo, además de la maleta, por lo menos un cambio de ropa por si sale siete mesino. El niño al rasgar el vientre y recibir la primer nalgada por la comadrona o el medico, y lanzar el llanto al cielo, la sonrisa de Dios en la tierra es a través del rostro de la feliz madre que acurruca a su hijo amorosamente después del parto, olvidando todo dolor. ¡Que poco se usaban las cesáreas en ese tiempo, había que parir a grito mexicano y ya!
Cuanto temor sentíamos las mujeres embarazadas cuando la luna se eclipsaba; los mayores aconsejaban que nos escondiéramos por que la luna se comería al niño y nacería deforme. Con un colgajo de llaves amarradas alrededor del abultado vientre (por que ya no teníamos cintura) le dábamos nueve vueltas a la casa y si no había llaves, nos poníamos un calzón rojo con alfileres colgados y a darle vueltas 9 a la casa. Se le tapaban todos los hoyos a los techados o si tenían ranuras las paredes de la casa, cerrar puertas y ventanas para que no se filtraran los reflejos de la Luna, por que dañaría al niño. En fin la madre tenía que esconderse de los efectos del eclipse de la Luna; Así como también a los árboles frutales se les tenía que poner un trapo rojo para que no se dañara la fruta.
Aquellos momentos de la larga espera que se gozaban con las gentes mayores, familias y amistades a la hora del café, para saber si sería niño o niña quien vendría. La futura madre se escupía la palma de la mano y le echaba en la misma una hormiga colorada dentro de la saliva y si después de muchas peripecias la hormiga salía viva, el bebe sería hombrecito y si la hormiga moría en la mano, nacería una niña. Otra de las cosas que hacían era que acostaban a la embarazada, que se relajara y el niño se movía para todos lados, le cortaban un cabello a la mujer y le colgaba al mismo una argolla matrimonial y se la ponían a la altura del ombligo y si el anillo se quedaba quieto, sería niña, y si el anillo se movía como péndulo hacia un lado y hacia otro, entonces sería varón. Estas costumbres tan sanas se disfrutaban y se usaban antiguamente y generalmente no fallaba. Ahora usan el ultrasonido y como que le quitan la emoción al saber que va a nacer, si niño o niña. Alguna de las mujeres antiguas dominaban la practica para escoger antes de embarazarse si querían tener niña o niño. Había también en aquellos tiempos la “comadrona” que sobaba la barriga para componer al niño en su lugar. Las mujeres trabajaban de otra manera y hacían mucho ejercicio con el quehacer de la casa que hasta en los últimos momentos antes del parto se estaba trabajando, por que decían las antiguas que el ejercicio agiliza el trabajo de parto.
Algo debía influir la Luna en la naturaleza por que decían los mayores, los que conocían de la pesca, que las mareas se regían por la Luna; y de niña escuchaba entre los pescadores “que no le vaya a dar la Luna al pescado o a los callos de hacha por que se los come”. Una vez de traviesa, nada mas para comprobar si era cierto eso de que la Luna se come el pescado, en aquella ocasión mi hermano Florencio trajo bastante pescado, callas de hachas y almejas catarinas esa noche, y los andaban cuidando de los reflejos de la Luna, cuando todos se fueron a dormir, me levanté y los quite del lugar de donde los habían escondido y los dejé al aire libre. Pues no me lo va a creer, se los tragó la Luna, estaban manidos o echados a perder y los habían sacado esa noche de invierno. Eran unos pargos colorados, sierras, un mérito, un robalo, una cabrilla, y unas bandejas de callos de hacha de aquellos “chinos” grandotes de media Luna a los que les habían puesto un puntito de carbonato para que amanecieran mas gordos, ¡y todo se echo a perder!. La caguama que había traído fue lo único que se logro por que le tuve miedo para moverla, o seguramente no le gustaba a la luna, o porque aún estaba viva. ¡Que cintariza de perro bailarin me metieron en esa ocasión y que nunca la he podido olvidar!, pero jamas lo volví a hacer. Los pescadores, de los barrios el Esterito, y del Manglito, deben de saber de estos efectos de la Luna sobre el pescado.
Volviendo a lo del embarazo, después del parto, se acostumbraba que con el pañal orinado del niño, la madre se tallara la cara y se le quitaba el paño, si éste le había salido. Costumbres antiguas. Si el niño se enfermaba del mal de ojo, lo curaban con un chorro de leche de pecho en los ojos y sanaba. No se le debía de dar pecho al bebe estando enojada la madre porque éste se enfermaba del estomago. No se le cortaba el cabello ni las uñas hasta que estaba bautizado, así como no se debía dormir con la luz apagada mientras estaba gentiles, porque según se aparecía la llorona buscando a sus hijos; por lo que obligaba a los padres a bautizarlo luego luego. Cuando la madre amamantaba al bebé ésta no debía estar comiendo por que el niño se ahogaba. Para dar de comer al niño la madre debía de estar llena y tomarse un vaso de agua para que bajara abundante la leche, y decía mi abuela que no debía de darle el sol en la espalda por que la leche se secaba, así como debía de cubrirse la espalda con algún lienzo para que la leche estuviera siempre calientita. El niño no debía llorar en el pecho de la madre por que este se “soplaba” y se tapaban los pezones. ¡Que tierno!, verdad?.
En el patio, se miraban tan bonitos los tendederos llenos de blancos pañales elaborados por las propias madres, los que con el sol y el aire se les quitaba la manchita de orín si el jabón de barra no lo lograba. Si no había pinzas para la ropa se metían entrelazados el mecate del tendedero las puntas del pañal, y había que recogerlos antes de las tres de la tarde para que conservaran el calor de los rayos solares porque decían las mayores que beneficiaban la salud y los huesos del bebe. Mientras tomábamos el café en la sana convivencia familiar, los planchábamos con la mano y se acomodaban el altero de pañales a los pies de la cuna del niño, el que se miraba tiernamente dormido o con el piecito metido en la boca o con su zapeta y sus alfileres artísticamente abrochados o contándose los deditos diciendo “agu”. Mientras en la cocina se escuchaba el golpe de la maceta en la carne seca sobre la piedra y hervía el atole de masa en la olla que seria la cena para la madre y a través de ella para el niño el que dormía prendido al pecho toda la noche y amanecía sin hambre y no se enfermaban. Por tu salud y la de tu niño cría a tu hijo con leche de pecho; te dará mayor felicidad, y por las dudas si estas embarazada, mañana que abra eclipse total de luna, cúbrete de sus reflejos y cuélgate un puñado de llaves en la cintura y ponte un calzón rojo y le das nueve vueltas a la casa. A los arboles frutales también ponles sus trapos rojos y los pescadores que cubran el pescado de los reflejos de la luna.
...Ahora...los tendederos en los patios se ven muy tristes, lucen sin pañales sin chambritas...pero en cambio los botes de la basura están llenos de pañales desechables...una joven madre soltera me decía mientras miraba la novela en el televisor “no tengo trabajo, y ni para comprar pañales desechables ni leche”...suspirando pensé...mejor no lo digo…
“…Por el placer de Escribir… Recordar y Compartir…”
Este trabajo fue publicado, hace más de 15 años en el periódico “El sudcaliforniano” revista “Compás” y programa de radio “Contacto directo”” XENT radio la paz.
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