LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA
ALCARAZ
“LA LEYENDA DEL
MECHUDO...GUAMONGO...Y LAS PERLAS DE SUDCALIFORNIA”.
Al
vuelo de las flechas y las aves del cielo, los antiguos californios estaban
acostumbrados a perder su mirada en la inmensidad del mar, cielos y serranías.
Con sorpresa, una mañana de otoño del año de 1534, contemplaron el velaje de
una embarcación que salía entre las crestas del oleaje, para ellos desconocida.
Eran Fortún Jiménez de Bertandoña y su tripulación compuesta de 37 extranjeros,
quienes después de dar muerte a Diego Becerra de Mendoza, se adueñaron del
barco, y huyendo, las aguas los arrastraron por accidente, a la península
californiana; donde ante los atónitos ojos de los nativos, los náufragos se
pusieron a cosechar perlas a manos llenas y a tratar de violentar a las
mujeres, lo que provocó su furia, matando a Fortún Jiménez y a 20 compañeros
suyos.
Después de la matanza, 18 supervivientes con miles de
peripecias, se hicieron a la vela como pudieron, al frente de ellos iba un joven
marinero, Manuel Preciado, quien llevó algunas perlas y las noticias de lo
sucedido, a las costas de Sinaloa, difundiéndose así la noticia de la
abundancia de perlas en la tierra recién descubierta, quienes le pusieron por
nombre a la Isla de Espíritu Santo, “La
Isla de las Perlas”. Después de la llegada de Hernán Cortés aquel 3 de mayo de
1535, y que dio por nombre a esta ciudad de La Paz, “la Santa Cruz”, desde el
siglo XVI, atraídos por el misterio, la aventura y las perlas que dio paso a la
leyenda, cientos de galeones de intrépidos navegantes surcaron los mares del
Golfo de California cegados por la ambición de poseerlas. Cruentas batallas de
crueles piratas se cuentan entre ellos.
Hasta finalizar el siglo XVI, con la llegada del padre
Eusebio Francisco Kino quien trajo la virgen de Guadalupe y fundó la primera
misión en San Bruno, luego vino el Padre Juan María de Salvatierra, trayendo la
virgen de Loreto, fundador de la misión del mismo nombre. Después, los padres
Piccolo, Juan de Ugarte, Bravo, entre muchos otros con el objetivo de implantar
la fe cristiana, cambiar las costumbres de los californios y establecer un
puerto seguro para protección de las naos de Filipinas. La corona de España
hacía concesiones a los armadores para la pesquería de perlas, y el pago era de
esta manera; cada vez que salía del agua un buzo, la concha madre perla más
grande, era para la virgen. Todas las demás conchas madre perla se iban
colocando en un montón, y en la noche se dividían así: ocho conchas para los
dueños, ocho en otro montón para los buceadores, y dos en un tercer montón para
el gobierno. Por eso se hizo la costumbre entre los nativos quienes eran los
buceadores de perlas, de sacar la mejor perla para la virgen de Loreto.
Cuenta la leyenda, que una mañana de ardiente sol del mes
de Junio, que es cuando empieza la temporada, cuando las aguas estaban mas
calientes y transparentes, al suroeste de la Isla de San José, a unos doce
kilómetros de la bahía “La Amortajada”, donde abundaban las tintoreras y grandes
mantarrayas que medían hasta 20 pies de ancho, las que envolvían con sus aletas
a los pescadores de perlas arrastrándolos a las profundidades del mar, y
sorteando estos peligros, andaban dos grupos de indígenas buceando las perlas.
En uno de los grupo iba el hechicero o guama de la tribu, hombre de gran poder
de sugestión quienes estaban rebeldes a someterse a la fe cristiana, y rendían
culto a “guamongo”, rey del mal; y el otro grupo era de los californios ya
bautizados. Al término de la jornada, cuentan que uno de los pescadores de la
misión de Loreto, tomando su cuchillo y canastilla, único equipo de buceo que
usaban, dijo: “Voy por la perla para la Virgen” y se lanzo al mar; emergiendo
después de dos o tres minutos con el rostro descompuesto y muy espantado. Algo
raro había visto en el fondo de las aguas. El guama o hechicero burlándose de
él, llamándole cobarde, le dijo al tiempo que se lanzaba al mar que él iba por
la perla para guamongo, o sea, para el diablo. El hechicero se perdió entre las
turbulentas aguas...los grupos de pescadores de perlas estaban expectantes en
sus rústicas embarcaciones mecidas por el oleaje...pasaban los minutos, y las
horas y el hechicero nunca salió a la superficie.
Cuando las aguas se aclararon un poco, uno de los californios,
de los mas animosos, tomando una lanza tiburonera y un largo cordel, descendió
al fondo del mar con intención de prestarle ayuda al guama; pero al instante se
regreso horrorizado. En ese inmenso placer perlero donde se daban las conchas
de mas de 20 centímetros ideales para las perlas mas grandes, estaba el
adorador de guamongo, el hechicero, aprisionado entre largos mechones parecidos
a lianas que flotaban entre el mar en forma fantasmal, ahogado con los ojos
desorbitados, con el cestillo de alambre a la cintura, lleno de conchas
gigantes, y en sus manos a modo de ofrecimiento, una concha abierta con una
gran perla adentro, pero la perla era negra. Al californio le pareció escuchar
carcajadas burlescas y que el hechicero con esos grandes ojos tan pelones le
decía ¡ven, ven!, moviéndose lentamente entre las aguas, entre esos mechones.
El mar estaba enfurecido...negros nubarrones en el cielo
presagiaban tormenta...los atemorizados pescadores de los dos grupos,
emprendieron el regreso a sus lugares de origen. Como buenos remeros que eran,
las embarcaciones parecían que volaban perdiéndose y saliendo entre el oleaje.
Cuando al fin llegaron con la nefasta noticia, unos se santiguaron y decían que
la virgen había castigado al blasfemo, otros en círculos danzaban gritando que
guamongo se había cobrado cruelmente su tributo. Por las dudas, los pescadores
de perlas dejaron de bucear en “Punta Mechudo” o “EL Mechudo” que a raíz de
este escalofriante suceso, lleva ese nombre: El Mechudo, dando paso a la leyenda.
Varios pescadores que ignoraban esta leyenda, se han
aventurado a buscar perlas por el mechudo, pero han salido espantado por que en
el fondo del mar, en ese placer perlero, sale un hombre de largos cabellos de
ojos muy pelones que los llama “!ven, ven¡” mostrándole en sus manos una gran
concha abierta con una hermosa perla negra adentro. Desde entonces, según se
dice, nadie se atreve a pasar por el mechudo. Por si las dudas, mejor le sacan
la vuelta. Ya que saben que el mechudo es el guardián de las perlas de
Guamongo.
…Por el placer de
escribir…Recordar…Y compartir…
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