LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA
ALCARÁZ
“...RICARDA O ROCIO DE LA
MAÑANA...”
Las gruesas y largas trenzas color azabache de la mujer,
rodaban sobre su prominente busto...sus grandes ojos en el óvalo perfecto de su
rostro de ébano, de bellos rasgos indígenas, a través de la flama ardiente
denotaban el temple de su raza...a la vez que una gran preocupación y
tristeza...en medio de los turgentes pechos caía un pendante, regalo de
Fulgencio, su esposo, labrado en concha nácar en forma de mariposa con su
nombre grabado a punta de pedernal...Ricarda...
En el
humilde jacal de techumbre de palma, adobe y paja, enclavado sobre la loma
junto al arroyo grande...Ricarda, sentada junto al bracero dejaba vagar sus
pensamientos mientras las blancas tortillas danzaban en sus morenas manos,
miraba sin ver la lumbreantes hornilla al crepitar de los tizones encendidos.
Negros
nubarrones se formaban en el cielo, presagiando tormenta, en la tierra húmeda
sobre un petate de carrizo, el llanto del pequeño Ricardo se confundía con el
aullar del viento y el torrencial aguacero cayendo sobre el techado...
Fulgencio había salido pal pueblo a llevar una carreta cargada de leña y carbón,
traería provisiones de la tienda del Negro Simón allá en el pueblo, pero no
alcanzaría a pasar el arroyo grande, pensaba Ricarda preocupada, mientras
tomaba al niño en sus brazos y lo prendía a su generoso seno...rayos y
centellas iluminaban el cielo cimbrando la vivienda....las aguas de la lluvia
caían sobre el techado y corrían caudalosas por el arroyo grande, en los
corrales, los animales estaban inquietos y el perro, el “Estate quieto”, tenía
largo rato ladrando como si presintiera algo.
El
jarro de los frijoles hervía, el niño tomaba su alimento prendido al pecho de
Ricarda quien con la otra mano palmeaba las tortillas en el comal, de repente,
un tremendo patadón voló la frágil puerta por los aires, apareciendo, en el
marco de la misma, como salidos del infierno, dos tipos de mala catadura...eran
dos bandoleros fugitivos de la ley...Ricarda al ver esa mirada torva, llena de
lascivia, sintió temor, más por su pequeño bebé al que rápidamente lo amarró
con el reboso junto a su pecho al ver que los tipos se lanzaban sobre ella...
¡No nos hagan daño por favor!, suplico la madre, no lastimen a mi hijo, está
tan pequeño y no sabe defenderse...mire, somos muy pobres, lo único que tenemos
es una cabra y una marrana, llévenselas si quieren, pero no nos hagan daño decía
Ricarda aterrada.
Mientras dentro del jacal de Fulgencio estaba a
punto de desatarse la pasión y la violencia, aquellos hombres no tendrían
piedad y así lo entendió Ricarda a l escucharlos...es buena moza la india, y el
escuincle un estorbo, dijo uno, contestando el otro, echemos un volado a ver quién
va primero...el torrencial aguacero caía con más fuerza y las aguas broncas crecían
en los arroyos...Ricarda, como un torbellino, con la sangre indígena hirviendo
en su cuerpo se dispuso a vender cara su
honra y a defender la vida de su hijo con su propia vida si era
preciso...aquellos malos hombres echaban volados disputándose sus suerte, la
brava mujer con agilidad asombrosa como una pantera tomo un tizón ardiendo y lo
atasco en el rostro de uno de los bandidos, y aprovechando la sorpresa, en una acción
relampagueante, de entre sus ropajes saco una enorme y filosa daga y la sepulto
con fuerza en el corazón del otro bandido, partiéndoselo en dos, el que cayó
muerto al instante sobre el humeante brasero.
El otro hombre se revolcaba retorciéndose de dolor
entre cenizas calcinantes, frijoles y tortillas desparramadas en el suelo, los
truenos y la lluvia apagaban los estertores de dolor de aquel hombre y el
llanto del niño. Ricarda, con su hijo atado al pecho con el rebozo, salió
corriendo sin mirar atrás...y en la oscuridad de la noche se los tragaron al
instante las turbulentas aguas del arroyo grande. Al amanecer. Todo estaba en
calma...un silencio sepulcral envolvía el jacal de Fulgencio y Ricarda, entre
el monte y las charcas se escuchaba el alegre canto de Fulgencio que regresaba
con el rostro lleno de ilusiones y el corazón henchido de alegría...traía la
carreta llena de alimentos, unos mocasines para Ricarda y un juguete para el
pequeño Ricardo...la sonrisa de Fulgencio se fue congelando poco a poco en su
rostro de duras facciones...el ambiente se iba enrareciendo a cómo iba
avanzando, acercándose a su hogar...sentía un raro presentimiento…fustigaba más
fuerte a las bestias que tiraban de la carreta, no se escuchaban los ladridos
del perro como era la costumbre...todo estaba en silencio...el perro no salió a
su encuentro y no se divisaba el juncal cuerpo de Ricarda en el marco de la
puerta del jacal...esto ya no le gusto a Fulgencio, quien presintiendo lo peor,
de un salto bajo de la carreta...el perro estaba muerto a su paso...un hombre yacía
casi tatemado en el brasero...pos que paso aquí tata Dios?, onde están mi
Ricarda y mijo?, de pronto escucho un leve quejido y desesperado se encamino
para los corrales de donde provenían los lamentos...Fulgencio se quedó espantado.
El otro bandolero tenía el rostro y los ojos quemados...pos quien es usted? Y
que paso aquí? Inquirió Fulgencio...el hombre con su último aliento...le dijo
“fue la india, quisimos abusar de ella, pero se defendió como leona” y onde estén
mi mujer y mi hijo? Se juyo pal monte en la oscuridad de la noche, y al decir
esto el bandido expiró, quedando Fulgencio como fulminado por un rayo en
aquella espantosa soledad.
A varios kilómetros del hogar de Fulgencio en esa
mañana después de la trágica lluvia, el viejo Macario y su esposa Narcisa,
buscaban frutos, raíces y flores silvestres...de pronto el llanto de un niño
llamo su atención, y ante sus sorprendidos ojos no podían dar crédito a la
escena que miraban...en una loma entre varañas y troncos enredada de las negras
y largas trenzas estaba una mujer inconsciente con un niño prendido al seno
amarrado con un rebozo a punto de caer al abismo, las turbulentas aguas los habían
arrastrado y las trenzas enredadas entre las varañas habían salvado a Ricarda y
al niño...los ancianos, como pudieron desprendieron al bebe del seno de la
mujer, y a la madre le tuvieron que cortar las trenzas para poder sacarla de
entre aquellas varañas...Narcisa guardo las trenzas y el pendante de concha nácar
que le quito del pecho a la mujer donde decía Ricarda, pero como los viejitos
no sabían leer no supieron que decía en el pendante.
A consecuencia de aquella trágica noche Ricarda perdió
la memoria, y los ancianos, al niño y a la madre se los llevaron a vivir a su
rancho...como no sabían como llamarlos, les pusieron otro nombre a Ricarda la
llamaron “Roció de la mañana” y al niño le llamaron “Pequeño halcón”, serán los
hijos que no tuvimos, dijeron Macario y Narcisa. La vida siguió su curso,
pasaron varios inviernos, Pequeño halcón se convirtió en un fuerte y apuesto
mozo que ayudaba a sus padres adoptivos en las tareas propias del campo, así
como era un magnifico cazador. Una fina escarcha blanqueo las cienes de Roció de la mañana, acentuando su belleza
quien aún no recobraba la memoria.
Una
tarde de verano, después de realizar las labores cotidianas, Narcisa, con la
esperanza de que pudiera recordar algo, entrego a Roció de la mañana el
pendante de concha de nácar en forma de mariposa así como las trenzas color
azabache las que había guardado el día en que los encontraron atrapados entre
las varañas a ella y a su hijo...Roció al ver el pendante como que quería
recordar pero los recuerdos no fluyeron en su mente. El pequeño halcón se
preparaba para salir de cacería aquella cálida mañana, y al ver el pendante,
este le gusto, y su madre se lo colgó al cuello diciéndole que nunca se lo
quitara porque sentía que algo importante significaba en sus vidas...pequeño halcón
se dirigió al monte...negros nubarrones en el cielo presagiaban tormenta...ya
andando en el monte, Pequeño halcón iba siguiendo la huella de un venado, pero
el aguacero se soltó y en el arroyo grande las aguas corrían caudalosas
arrastrando todo lo que encontraban a su paso...el muchacho al ver que corría
peligro, se subió a la copa de un gran árbol para guarecerse y de pronto sus
ojos descubrieron un anciano sobre un techado que arrastraba la corriente con
gran turbulencia y sin pensarlo mucho, se aventó a su rescate desafiando las
fuertes corrientes.
Después
de muchos esfuerzos y peripecias, halcón logro rescatar a aquel hombre del
peligro quien al verle el pendante en su pecho con el nombre de Ricarda,
renació en él la esperanza...el anciano, era Fulgencio, quien por la pena de
perder a su familia encaneció prematuramente por la tristeza...y pregunto quién
te dio ese pendante muchacho, y cómo te llamas?, mi madre, Roció de la
mañana, contestó, el joven y mi nombre
es Pequeño Halcón. Luego, el muchacho invitó al señor a su rancho quien acepto
con gusto...fue un encuentro de gran felicidad para Fulgencio quien al ver a su
esposa y pronunciar su nombre...Ricarda...los recuerdos volvieron a la mente de
Roció de la mañana.
Macario
y Narcisa le relataron el encuentro de Ricarda y el niño aquella mañana después
de la trágica noche de lluvia e invitaron a Fulgencio que se quedaran a vivir
con ellos ya que estaban solos y muy ancianos y Ricarda y el joven Halcón eran
su única familia...Fulgencio acepto el ofrecimiento con gran jubilo, y todos
vivieron muy felices en aquel ranchito... “El salto del Indio”
…Y las turbulentas aguas del
arroyo grande… arrastraban a Ricarda y al niño, en la obscuridad de la noche
quedando enredados entre las varañas en la cumbre de aquella loma…
…Por el placer de escribir…recordar…y…compartir…
*ESTA CRONICA FUE PUBLICADA
HACE MAS DE 15 AÑOS, EN LOS PRINCIPALES MEDIOS DE COMUNICACIÓN MASIVA Y CON
MAYOR PRESTIGIO EN LA CIUDAD DE LA PAZ*
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