LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA
“EL MOGOTE...SUS CIRUELAS Y
PITAHAYAS...LEYENDA DE PAZ”.
Cuentan
los mayores una bonita leyenda de paz, del legendario mogote y sus exquisitas
ciruelas y pitahayas.
Gracias a los sufridos californios, legítimos dueños de
esta bella península, nosotros, las generaciones anteriores, y las futuras,
podemos disfrutar por tradición de las ciruelas y pitahayas del mogote del que
se cuentan numerosas leyendas de piratas, tesoros y aparecidos.
Los antiguos pobladores de estas tierras se alimentaban
de semillas, raíces y frutos silvestres así como de la caza y pesca.
A la luz de los candiles y fogatas contaba la abuela, que
en épocas lejanas, en una ocasión un grupo de californios andando de cacería
seguían las huellas de un venado de los que abundaban en estas tierras. Los
nativos se escondieron entre el follaje en unos arbustos, pero de pronto, con
sorpresa vieron que unos coyotes bajo unas palmeras escarbando la tierra
sacaban agua dulce para beber y ellos, también llevaban mucha sed. Se quedaron
quietos camelando que se fueran los coyotes y cuando estos se fueron y también
el venado se les escapo se acercaron a saciar su sed con aquella agua tan dulce
y cristalina y bautizaron ese paraje con el nombre de “EL AGUA DE LOS COYOTES”.
A los nativos les gusto tanto ese lugar que lo tomaron como paraje. Desde
entonces allí pescaban y buceaba la almeja para alimentarse. A un lado del
médano pelón fueron formando un conchero con la concha de la almeja, y el
viento, la arena y el tiempo fueron cubriendo ese conchero hasta parecer otro
médano.
Por la angostura los californios caminaban rumbo al
mogote y lo sembraron de pitahaya y ciruelas por que querían probar si el sabor
se daba diferente. Al paso del tiempo, el mogote se cubrió de ciruelas y
pitahayas con sabor más exquisito que las del monte. Pensaron los nativos que
quizás ese sabor tan especial se debía a la cercanía del mar y sus manglares.
La cosecha era muy abundante y las familias completas acudían a recolectar las
ciruelas y pitahayas en sus tiempos, hasta nuestros días.
Cuenta la leyenda que había dos tribus enemigas. Que uno
de los jefes tenía una hija muy bella a la que adoraba y se llamaba NIMBO. La
muchacha se distinguía entre las demás doncellas por su bondad, sencillez y su
sentido de servir a los demás. Además de la dulce belleza de su persona, tenia
los ojos tan negros como la noche. Su piel no era ni morena ni clara, de
facciones delicadas, adornaba de perlas su larga cabellera tan negra y
brillante como el ala del cuervo. Usaba brazalete de concha nácar elaborado a
punta de pedernal, y de su cuello colgaban varios hilos de perlas del mejor
oriente que caían del falderin de piel de venado que cubría la esbeltez de su
cuerpo.
La princesa Nimbo, en la alborada tomaba su batea de
madera de copal y su redecilla y salía a los campos a recolectar los frutos
silvestres y regresaba a la ranchería cargada de alimento al atardecer, el que
repartía entre los ancianos que ya no
podían trabajar. Nimbo era el orgullo de su padre el jefe guerrero TAMBA.
Pero una tarde nublada, Nimbo no regreso más a su hogar,
sus pasos y sus acciones era observado por el hijo del jefe de la tribu
enemiga, el príncipe TAJERAL, quien quedo prendado de la linda joven y todas
las tardes la camelaba entre los arbustos. En una de esas ocasiones, TAJERAL no
aguanto más su amor por Nimbo y la RAPTO. El padre de la muchacha estaba
inconsolable. Los días pasaban y sin su hija nada era igual. Los emisarios iban
y venían suplicándole a su enemigo el jefe TIKI MO que le devolviera a su adorada hija sin ningún resultado.
Pero una tarde, los habitantes de la aldea del jefe Tamba
sorprendidos miraban en la lejanía una columna de polvo que se levantaba la
cielo...era una gran comitiva de la tribu del jefe Tiki Mo encabezada
precisamente el jefe, la princesa Nimbo y el príncipe Tajeral quienes mandaron
por delante unos emisarios cargando unos gigantesco garapachos de caguama
adornados en concha nácar repletos de rojas y jugosas pitahayas y otro adornado
igualmente repletos de ciruelas del mogote como un regalo para el padre de la
muchacha suplicándole la mano de Nimbo para su hijo el príncipe Tajeral y hacer
las paces las dos tribus.
Y cuenta la leyenda que el padre de la princesa Nimbo
quedo maravillado con los garapachos de pitahayas y ciruelas, y sobre todo con
su exquisito sabor, gustándole tanto que no lo penso mucho y accedió al
matrimonio de su hija con el príncipe Tajeral. Fue así que hubo paz en la aldea
y desde entonces las pitahayas y ciruelas del mogote simbolizan el amor y la
paz, en La Paz. Por eso es ese tradicional dicho “QUIEN VISITA LA PAZ, COME
CIRUELAS Y PITAHAYAS DEL MOGOTE SE QUEDA A VIVIR FELIZMENTE EN LA PAZ”.
“…Por
el placer de Escribir… Recordar y Compartir…”
Este trabajo fue publicado,
hace más de 10 años en el periódico “El sudcaliforniano” revista “Compás” y
programa de radio “Contacto directo”
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