jueves, 6 de septiembre de 2018


LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA.

“AQUEL VIEJO PESCADOR...Y EL CICLON DEL 59”.



            ¡llegó Polencho!...!llegó Polencho!...llena de alegría gritó mi madre, asomando sus cabezas por cercos y ventanas las vecinas...aquella tarde del siete de septiembre de 1959, mi hermano, el pescador, después de un largo día de faena en el mar, llegó cargado a la casa...la desabrochada camisa se la volaba el viento...con el pantalón arremangado hasta las rodillas y el rojo paliacate anudado a su cabeza apenas podía la palanca al hombro, donde colgaban lindos pescados...dos grandes garropas, un mero y dos pargos colorados, una canasta de ciruelas y otra de pitahaya así como un balde de cayos de hacha...bajó todo aquello diciendo: “vengo por la carretilla porque también agarré una caguama y cortaron los dátiles en los palmares y me dieron cuatro racimos...!voy por ellos!”. Es para no creerse, cuanta alegría había esa tarde en casa, ni señales había siquiera del ciclón...todo estaba en calma.

            Mis pasos se escuchaban presurosos por el andador costero del malecón...regresaba de la escuela aquella noche del siete de septiembre del 59...caminaba a la altura de la casa del “Tanayo”, un hombre industrioso con historia en La Paz. Serían como las 8 y cuarto de la noche...esa tarde había tenido clase de contabilidad y cálculo mercantil impartida por el profesor Ebodio Balderas en la Escuela de Enseñanzas Especiales Número 27, la que fundó y era directora la emérita señorita Concepción Casillas Seguame. Al otro día a las siete de la mañana tendría prueba de español y literatura con el inolvidable profesor Manuel Torre Iglesias. Con las libretas bajo el brazo admiraba el maravilloso espectáculo que ofrecía a mi vista en aquellos momentos el cielo y el mar; el mar estaba tranquilo con su marea alta...el agua parecía un espejo que duplicaba las imágenes de las pequeñas embarcaciones de vela...el cielo lucía bellísimo aborregado de blancas nubes, más bien acolchonadito, por más que buscaba la luna y las estrellas no las encontré, y se reflejaba en aquel espejo de cristalinas aguas el cielo tan hermoso...ni señales de chubasco.

Caminaba en medio de aquella ensoñación y de repente un airecillo empezó a soplar, volando mi larga cola de caballo, meciendo y arrullando las palmeras del malecón...las olas empezaban a reventar suavemente contra la banqueta del muro costero como aumentando su fuerza... al pasar por los frondosos grandes árboles de álamo, que se enseñoreaban y eran punto de referencia para los habitantes de la época en Márquez de León y Abasolo, el ruido de su follaje parecían susurros en mis oídos presagiando tormenta...como si se estuvieran despidiendo, como presintiendo que ya no los volvería a ver...apresuré el paso bajo aquel cielo aborregado...todo el ambiente era normal, llamando mi atención la parvada de tijeretas y gaviotas buscando refugio en tierra, a esas horas de la noche...las calles eran obscuras, como de costumbre; las batientes de la cantina “La jaiba” de Don Mario Verdugo y de “La luna bar”, de Don Pedro Álvarez se abrían y cerraban donde salían volando a patadas algunos señores peleoneros, generalmente eran pescadores del Manglito y El esterito.


Temerosa, abrazando mis cuadernos, al fin llegué donde había luz que era en la tienda “La voz del manglito” del chinito Santiago Unzón. Me quedé parada bajo la pálida luz del foco, como agarrando aire...porque me esperaba otro trecho obscuro...pasando por la cantina “La copa cabana” de Don Pilarillo Carballo y donde está ahora la Escuela Rosendo Robles también estaba muy obscuro. Allí era un solar baldío y contaba la gente que salía un caballo prieto sin jinete reparando y relinchando terroríficamente, pelando tamaños dientes, que fueron muchos los espantados, pero tenía que pasar por ahí, bajo aquel hermoso cielo acolchonadito, pegando en mi rostro aquel airecillo perfumado a brisa de mar...el arbolito manglito dulce que estaba en el solar donde es ahora una maquiladora, y que dio  origen al nombre del barrio El manglito, se mecía con el viento...como despidiéndose también...ni señales de chubasco se miraban.

Al fin llegué a mi añorado hogar, y al abrir el zaguán ¡que felicidad!...golpeó mi nariz aquel exquisito aroma a fritanga de pescado, café de grano y a tortillas de maíz y de harina; despertando en mi un apetito atroz...mis ojos no podían dar crédito a lo que estaba a la vista...!el corredor estaba inundado de aquellas cosas que había traído Polencho aquel viejo pescador...caguamas, garropas, meros, pargos colorados, callos de hacha, dátiles, pitahayas y ciruelas del mogote!. Y por si fuera poco, la gran cazuela donde hacían la capirotada estaba sobre el petril  de la encalada hornilla de lumbreantes tizones atascada de tronchas de pescado frito, pargo y garropa con todo y hueso y cuero. Así se freía antes el pescado. Había también un molcajete de salsa con tomates y chiles güeritos tatemados en las brasas, un cazuelón de frijoles caldudos y la jarra de café de talega. El hermoso y amado rostro de mi madre se vislumbraba entre el humo tras las hornillas, echando tortillas a mano de maíz y de harina. Aventé los cuadernos y me puse a disfrutar de aquel manjar...recordaba con nostalgia a mi perro viejo El pachuco, que por esas fechas hacía un año había muerto atropellado por un carro.

Esa noche del siete de septiembre, después de cenar, y hacer mi tarea de taquigrafía a la luz del farol, hasta jugamos a la oca y a la lotería...ni siquiera nos imaginábamos lo que venía...en la madrugada del 8 de septiembre ya teníamos el ciclón con todas sus fuerzas...era uno de los meteoros de los más devastadores, claro que no como el de 1918,  ni como el de 1941, a decir de los pescadores ¡que hermoso me pareció, todo estaba iluminado por la luz de San Thelmo!, decía mi padre, aguerrido lobo de mar...mi madre me metió dos cintarazos porque estaba encaprichada en irme a la escuela en medio de ese chubasco, pues yo había vivido junto con María mi hermana la experiencia del ciclón del 54 cuando veníamos en el barco “La estrella costera” con mi padre, y nos agarró por Cerralvo, pero al fin niña me pareció una linda aventura, pues yo tenía 10 años; y el profesor Manuel Torres Iglesias, era muy estricto. Por la casa y los techados ni nos preocupábamos, pues mi papá ya la tenía asegurada, como era la costumbre en estos meses de agosto y septiembre, al fin marinero de gran experiencia, nomás entraban estos meses y empezaba a cruzar la casa con cables o fuertes mecates amarrándolos de los troncos de los árboles y puntas de fierro en el suelo. En cuanto a comida, menos preocupación teníamos. Esta tarde mi hermano el pescador por fortuna había abastecido bastante. En cuanto al agua para tomar, pues ahí estaba el pozo de cinco metros de profundidad con metros de agua dulce y cristalina y también tuvieron mucho cuidado en taparlo para protegerlo, en cuanto a las aguas broncas tampoco eran problema, pasaban por donde tenían que pasar, POR LOS CAUCES NATURALES DE LOS ARROYOS. Arriba del paredón estaba la casa y el pozo de agua, y por un lado pasaba el arroyo por debajo del alcantarilla... ¡qué tiempos!

Por las rendijas de las ventanas mirábamos los árboles como arañitas en el suelo...otros eran levantados de cuajo y volaban al cielo...pero las casitas ni las agarraba el viento...ahora cualquier lluvia que cae deja un cochinero en las calles porque los arroyos están invadidos, algunos otros han desaparecido...le pido a Dios que no vuelva a haber otro ciclón de los grandes, pues todas esas casas desaparecerían como el ciclón Liza y el arroyo buscaría su cauce natural. Cuando el ciclón del 59 cesó, únicamente se hundieron algunas embarcaciones y otras se vararon, arrancó de cuajo las palmeras y los árboles de la India que embellecían el malecón así como antiguos y hermosos álamos, entre otras cosas que derribó  que a mi paso sentí que de mí se despedían. Asimismo, a la casa de Doña Bartola le cayó un eucalipto encima, la casita estaba entre las palmeras en Allende y Alvaro Obregón...también arrancó de cuajo el manglito solito que dio origen al nombre del barrio, y que contaban los mayores que salía un enano dando saltos perdiéndose entre los pitahayales entre la obscuridad de la noche...tumbó también la torre y el reloj que embellecían el parquecito Cuauhtémoc y no pasó a mayores. El ciclón del 59 es uno de los más fuertes antes del fatídico Liza del 30 de septiembre del 76.

...La camisa la volaba el viento...el pantalón arremangado hasta las rodillas...el paliacate amarrado a su cabeza y con la palanca al hombro cargada de pescado, una tronazón de talones de aquel viejo pescador se escuchaba entre las susurrantes palmeras del barrio de pescadores El manglito…

…Por el placer de escribir…Recordar…Y compartir…

*Esta crónica fue publicada hace más de 15 años en el periódico sudcaliforniano, revista compás, en el programa de radio contacto directo XENT radio La Paz*




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