Por la
subidita frente al cine Juárez se ve la silla vacía...donde don Enrique Ramos,
propietario de la peluquería “El Zurdo” siempre estaba sentado mirando pasar a
la gente...y al ver la silla vacía vino a la mente aquel ayer...a veces don
Enrique estaba sin camisa...en otras ocasiones lo sorprendía con los ojos
entornados inmersos en sus recuerdos tarareando una canción...farolito, perfume
de gardenia o en otras ocasiones rascando las cuerdas de una antigua guitarra.
Don Enrique, además de ser uno de los mejores peluqueros de La Paz que se
perdió, tenía un espíritu bohemio...era un artista tanto para la música como para
cortar el cabello, así como para tocar instrumentos musicales como el saxofón,
la trompeta y la guitarra.
Son
pocas las gentes aquí en La Paz los que no se hayan cortado el cabello con el
Zurdo, frente al cine Juárez, y que no escuchaban esa frase tan singular de don
Enrique Ramos: “ERA VISTO”.
Al
pasar por la subidita frente al cine Juárez y al ver la silla vacía en la
banqueta, me sumergí en el pasado...y fluyeron los recuerdos. Antiguamente, la
peluquería era atendida por Don Liborio Barrera, Carlos Espinoza, Rufino Bustamante
y Don Enrique Ramos, quien por el año de 1952 paso a ser propietario de la
peluquería...el tris tras de las tijeras se escuchaban por la subidita, en la
peluquería el Zurdo...enmarcado con aquellos ruidos que se generaban en esa
arteria tan importante del corazón de La Paz...la peluquería siempre estaba
llena de gente. Era una costumbre que antes de entrar al cine Juárez, los
señores, chamacos y jóvenes se cortaban el cabello en la peluquería y se daban
su boleada con los boleritos de cajón. En esa época, de las peluquerías que
había en La Paz: La Escondida, donde estaba Don Polito, un dulce y tierno
viejecito nervioso, el que hizo un abanico de cartón, en el techo, y el cliente
le jalaba un mecatito para echarse aire, mientras Don Polito lo peluqueaba,
pero esa es otra historia; también estaba la Peluquería de El Veracruzano, y la
de Don Braulio Murillo de gratos recuerdos y muy apreciado por cierto, además
de los peluqueros que en sus hogares algunos cortaban el cabello, y otros iban
a domicilio.
Por
aquella bajadita del cine Juárez, de gratos y evocadores recuerdos, tantas
veces transitada, cuantas historias de amor se escribieron...me parece ver a
Mercadito en su labor sentado cruzado de piernas con el sombrerito en las
rodillas y con los zapatos del numero dos muy lustrados, rodeado del revoloteo
de palomas, y de las familias del ayer, entrando y saliendo del cine; así como
a Don Enrique Vonborstel, siempre de ropajes blancos regañando al
barrendero...las tijeras de los peluqueros sonando...el tiroteo de balazos de
las películas de villanos, de Chicote, Pancho Villa, así como de Clavillazo y
Tin Tan, aunado a las rechiflas y taconeos en el piso de madera del cine Juárez...!tan
clásicos!...el zumbar de las máquinas de coser de los sastres Don Julián Pérez
y Don Manuel Wong, entre aquellos aromas de las exquisitas tortas de Doña
Chuy...las notas musicales que inundaban aquella bajadita, arrancadas a las
teclas de los instrumentos musicales, en la antigua Escuela de Música...así
como la romancera nevería la Flor de La Paz llena de alegría con su música de
rocola y su tradicional nieve de garrafa, de gratos recuerdos, además del
carretón del tío Badajoza bajo el árbol de la india inundado de pájaros
cantores...el zumbido de las licuadoras de “chocomiles” en el puesto del
Español...y los cepillos raspando hielo para los raspados con Don Trino Osuna,
enmarcado con los gritos del baratero cumbre que se escuchaba de puerta a
puerta pregonando sus mercancías en el antiguo Mercado Madero.
A
través de los años, gentes de todos los estratos sociales pasaron por las
largas y profesionales tijeras de Don Enrique Ramos, quien era originario de
Nayarit; y quien contrajo nupcias con la señorita María del Socorro Gallardo
Meza...procrearon nueve hijos radicaban en la hermosa tierra minera de Santa
Rosalía, donde era él era músico...luego la familia se trasladó a esta bella
ciudad de La Paz, hasta su fallecimiento. Sus hijos, Rodrigo, Enrique, Hipólito,
Edmundo, Leoncio, Flora, Maura, Sofía y Marta, lo recuerdan con gran amor y
nostalgia. Enrique y Rodrigo continúan con la tradicional peluquería El Zurdo,
siguiendo el ejemplo de su padre, y la que ahora se llama Peluquería Ramos; e Hipólito
ya rindió cuentas al Creador.
Antaño...cuando
en la plazuela y el kiosco del malecón parecía un bello jardín adornado de
lindas flores con la presencia de las muchachas del pueblo luciendo sus
peinados de moda, de cola de caballo y permanente así como sus crinolinas y
ropajes largos...y los jóvenes con el cabello embarrado de brillantina quienes
perfumados a lavanda y old spice,
gozosos acudían a las tardeadas a bailar al compás de la hermosa música
amenizada por la orquesta de los “Canarios” de Don Luis Gonzalez y Don Rafael
Castro, así como Don Enrique le daba el toque alegre tocando el saxofón y la
trompeta.
La
peluquería el Zurdo está impregnada de historia chascarrillo y anécdotas de los
clientes que por ahí pasaron, y que han dado paso a la leyenda... cuenta uno de
los hijos de Don Enrique que Don Angel Mateoti puso de moda el corte Flep Tap,
y los jóvenes y señores del ayer lo usaron mucho, “El conono” y “panchito el
loco” siempre decían “córtamelo tipo Matteoti”, a mí también decían los
clientes...un peso y 1.50 se cobraba el corte de cabello, pero de aquellos
pesotes de plata Ley 0720 que un escándalo hacían cuando al suelo caían y se
iban rebotando tintineando. Los clientes eran y son como de la familia, algunos
muy conocidos por sus apodos...”El Mapachon”, “El Popocha”, “El Mariquita”, “El
Chorizo”, “El Nando Pineda”, “El Diablo”, “El Babita”, “El pata de cañón”, “El
Orejas” y “Don Loreto Amador”. Anita y Marianita hacían el día más ameno con
sus puntadas entre fumarolas y chascarrillos enmarcados con el tris tras de las
largas tijeras de los peluqueros. Don Enrique tenía un cliente muy
especial...Don Raúl Miranda, a quien cuando al terminar de cortarle el cabello
nunca estaba conforme y Don Enrique le ponía el espejo para que se viera, y Don
Raúl decía “Me quedó disparejo este lado”, y como Don Enrique sabía que estaba
bien cortado el cabello, nada más le sonaba las tijeras y Don Raúl ni cuenta se
daba...y luego le mostraba nuevamente el espejo y Don Raúl decía “Ahora si me
quedo muy bien”.
Pero
una vez, a un agricultor del Valle de Santo Domingo, al señor Alberto Poloni,
Don Enrique le cortó mal una patilla, dejándole solo una, se enojó tanto el
señor Poloni que nunca más volvió a la peluquería, quien además murió muy joven
por un paro cardiaco; y a Don Enrique le dio tanta pena, que fue el último
corte que hizo en su vida. Y después de eso, las tijeras de Don Enrique nunca
volvieron a sonar. Sus hijos se hicieron cargo de la peluquería desde 1962...y
las tijeras de Don Enrique Ramos así como el cine Juárez, quedaron en silencio
para siempre....y aunque el tris tras de las tijeras aún se escucha, así como
pasos silenciosos que vienen y van...Como el canto de los pájaros en los árboles,
el revoloteo de palomas, el zumbar de las máquinas de coser del sastre...la
silla en la banqueta quedo solitaria...pues Don Enrique se nos adelantó en el
camino sin retorno y la silla vacía en la banqueta, anuncia que la peluquería
inició sus labores continuando con la tradición...
...”ERA VISTO”...y a modo de travesura, Don Enrique Ramos
nada más le sonaba las largas tijeras a Don Raúl Miranda.
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