viernes, 28 de febrero de 2014

“DOÑA TRINIDAD BELTRAN MARTINEZ...DESCENDIENTE DE LOS FUNDADORES DEL BARRIO EL CHOYAL... Y SUS GRATOS RECUERDOS”.


·        DOÑA TRINI TRABAJO ACTIVAMENTE PARA LA FUNDACION DEL SANTUARIO DE GUADALUPE, JUNTO DON DÑA RAFAELA VERDUGO DE GONZALEZ, TERESA BENOIT Y MUCHOS MAS.
·        SU ABUELO, DON SANTOS BELTRAN, ASI COMO LOS MAESTROS DE ALBAÑINL, CAMPOS, Y DON LIBRADO GAUME CONSTRUYERON LA CHIMENEA DEL TRIUNFO....UN PUÑADO DE ORO EN UN MOÑO COLORADO LES PAGABAN A LA SEMANA.
·        SU ABUELA REFUGIO MARTINEZ, Y TATARABUELO, ANTONIO MARTINEZ, ERAN LEGITIMOS CALIFORNIOS...ORGULLOSAMENTE INDIOS PERICUES.
·        NACIO A LA VIDA ETERNA EL PASADO 20 DE FEBRERO DE ESTE AÑO.

        Eran los felices tiempos aquellos de La Paz de antaño en el barrio El Choyal...la casita de mis abuelos construida de adobe, troncos y techumbre de palma, se perdía en aquella inmensidad del monte, entre cardonales, mezquitales, palos verdes y choyales, entre otra vegetación...era la primera vivienda, la fundadora de ese popular barrio, la de la familia Beltrán Martínez... El Choyal le puso mi abuela al ranchito cuando llegó a él porque había mucha choya seca, y no se batallaba por la leña, dijo recordando con añoranza, la encantadora muchacha antigua, de plateados cabellos y sonreído rostro como las margaritas, Doña Trinidad Beltrán Martínez.

         En aquella casita donde se respetaba la ley de Dios, crecer y multiplicad, continuó diciendo con nostalgia Doña Trini, casita de gratos recuerdos donde nacieron sus padres, Natividad Martínez Acevedo y Abraham Beltrán Martínez, descendientes del indio pericú, eso decían los mayores con gran orgullo y donde nació ella un Dos de junio de 1916 además de nueve hermanos: Ubaldo, Abraham, Santos, Juan, Francisca, Juanita, Rosa María, Jesús y Elena. Ella y sus hermanos fueron los niños más felices de la tierra, por lo menos de ese barrio El Choyal, donde crecieron tan sanos, educados bajo las normas y costumbres más estrictas de la época, ante la mirada y la protección de sus abuelos.

         ¡Pero cómo no recordar a  la abuela si era tan bondadosa y cocinaba tan sano y sabroso!, ahora, dice Doña Trini, pura chatarra se come por eso hay tantas enfermedades. Viene a mi mente, dijo, aquel techado arropado de humo, y aquellas hornillas de lumbreantes tizones y cazuelas de barro las que mi abuela hacía, repletas con aromáticos guisados. Una de las costumbres en casa, y en toda La Paz era para el almuerzo el cocido de huesos de res con todos su menesteres el que no debía de faltar en casa; o eran albóndigas, o era caldo de pescado, ¡y que caldo de pescado señores!, cortado el pescado en tronchos con cabeza, carne y huesos y hasta los azotillos le echaban...el caldo de chopa oreada, era especial; el de liza, pues no se diga, y si no, de perdida, se hacía el caldo de pargo colorado o mulato, mero, estacuda, garropa, o robalo, y las albóndigas se hacían de pescado especial para eso, o de carne de res, pulpa negra tenía que ser, o si no había más se hacían de liebre o de venado; pero en el almuerzo no debía de faltar en aquellas hornillas las grandes cazuelas de barro con el hirviente caldo, era la comida del pobre...ahora, difícilmente se come cocido porque sale muy caro cocinarlo, además de que algunas personas ni lo conocen; dijo con tristeza Doña Trini, añadiendo que ahora algunas personas ya ni cenan porque engordan.

         Su abuelita, dice, para la cena hacía aquellas inolvidables “michas”, para todo aquel muchachero comelón. Era tan sabrosa la micha por cierto. Molía el nixtamal en el metate, hacía una gruesa y gran torta con la masa, la que amasaba con manteca de res, canela y panocha, luego la ponía en el comal y la tapaban con una cazuela de barro para que no se saliera el vapor, ¡Que hornos ni que nada!, quedaba un pastel muy rico, esponjadito que hasta lo sonaba con sus morenas manos como un tambor y decía “Ya está”, les daban de cena. Les daban una rebanada de aquella micha, un plato de frijoles caldudos o refritos bañado de queso raspado o en trozos, como quisieran, y un vaso de te limón o damiana, y quedaban tan llenos que hasta se les podía tronar un piojo en la barriga.

         Recordar a la venerable abuelita es muy grato dice Doña Trini... ¡cómo le gustaba que le peinara sus largos y negros cabellos así como a sus hermanas!, se formaban en fila india con los cabellos destrenzados, junto al perchero donde estaban encajados en la cola de caballo los destramadores y peines piojeros; y colgadas las correas de gamuzas y los coloridos moños; les embarraba el cabello con aromática brillantina que ella misma preparaba con tuétanos de res, y pétalos de flores, mientras les contaba lo orgullosa que estaba de ser descendiente de indios californios, del rebelde pericú, concretamente, sus costumbres y sufrimientos, y sus demás hermanos partían chuniques en el patio donde en camastros sobre lonas se pasaban los tendales de dátiles al sol. El trenzado les duraba por varios días, de lo bien peinadas que quedaban y las vestían como lo que eran, como niñas con vestidos largos con bolsitas y moños, ahora a las niñas las visten como adultas.

         Otro de los bellos recuerdos de Doña Trini es cuando se iban a  tomar el retrato familiar, eso era muy importante; era todo un rito ¡había un alboroto en casa!, sacaban de los arcones las mejores ropas, las que guardaban celosamente con bolitas aromáticas para ocasiones especiales y sus tías mayores y abuelita peleaban las alpargatas de gamuza y de mezclilla, para tal ocasión, y su padre se ponía su sombrero de pelo y hasta se quitaba las antiparras, porque tenían que salir muy arreglados en el retrato...se miraban tan bonitos todos así vestidos que a sus ojos de niñas le parecían como gente muy acomodada y claro que no lo eran, pero sí de muy buenas costumbres.

         Los tiempos han cambiado mucho, dice Doña Trini...al paso  del tiempo, en el barrio El Choyal se fueron asentando otras familias...una casita aquí, otra casita más allá y así fue creciendo hasta lo que ahora es, una gran familia sudcaliforniana....y la ciudad de La Paz llegaba hasta donde es ahora la gasolinera de Castro, y al otro ladito fue un panteón por donde  es ahora la papelería Agruel... la  gente le sacaba la vuelta, el pasar por ahí, porque decían que asustaban...continua recordando la muchacha de cabecita de lirios florecidos que fue a la primaria a la Escuela No. Cuatro, la que estaba donde fue el sobarso, o el tambo, y después fue un hospital antituberculoso, a ella le encantaba mirar a los enfermos para ayudarlos; como era pequeñita, todavía, se empinaba a pies juntillas, y colgándose por las rejas de las ventanas les hacía mandados comprándoles cigarros, pan y fósforos en la tiendita de Don Onésimo Cosío quien hacía un pan muy sabroso y tenía un llamativo sistema de dar el pilón a los niños mandaderos.

Don Onésimo dice, en una estante tenía frascos de vidrio pintados de diferentes colores con el nombre de cada niño mandadero y a cada compra que hacían, le iba poniendo un granito de maíz a su frasco hasta que se llenaba y el niño pedía un premio: a veces era un gran paquetón de pan, melcochas, alfeñiques, o un cucurucho de pinole, o un puño de panochas o galletas abetunadas que tanto gustaba a los niños. ¡Qué bonita era la niñez de antes!. Recuerda con cariño a su hermano Abraham Beltrán Martínez quien falleció un 22 de julio hace dos años, fue un gran hombre, fue de los mejores buzos de madreperlas, y de los fundadores de la CROM en 1924 que con su trabajo de la estiba dieron prestigio y bonanza al histórico muelle fiscal, el que fue el detonante de la economía en el antiguo territorio de Baja California Sur toda una época de oro en el comercio y la marina mercante...Abraham, dijo, fue un hombre de leyenda. ¡cómo le gustaba escuchar cuando les contaba tantas aventuras que vivió y cosas que le pasaron!, entre ellas que vio y escuchó el canto de las sirenas, dijo que, buceaba aquella vez en las profundidades del mar, cerca de San Juan de Ulloa, y que las corrientes marinas lo envolvían en un hermoso canto que lo embelesaba...no comprendía de donde procedía ese canto, ni que era lo que pasaba y como pudo emergió a la superficie y ante sus sorprendidos ojos estaban dos hermosas mujeres flotando en el agua con sus blancos y desnudos senos al aire libre y muy larga cabellera, y al verlo a él hicieron unas graciosas piruetas y se sumergieron levantando sus colas de pescado de la cadera para abajo, como pudo salió del mar, y contó lo que había visto pero nadie le creyó.


         En aquel tiempo, continúa diciendo Doña Trini que su padre se puso muy enfermo, ya estaba grande de edad avanzada, ¡y que susto se llevaron ella y su hermana Rosa cuando vieron a la llorona!, ella tenía quince años, era una noche de luna de aquellas de Octubre, serían como la una de la mañana, allá en el barrio El Choyal, las mandaron a la casa de enfrente, de la familia también, de María de Beltrán, a traer un sartén de brazas para atizar la olla del té y para calentar al enfermo, ya iban cruzando la calle, cuando les pasó casi rozando sus cabezas algo así como un envoltorio de sábanas blancas, que gritaban ¡mis  hijos, donde están mis hijos, denme a mis hijos!, y pues que hijos le íbamos a dar, si apenas teníamos 15 años...por allá aventaron el sartén con las brasas y de un salto estaban arriba del enfermo y un escándalo tenían y su papá con aquella calma les dijo “ay mijita si nomás es la llorona que anda buscando a sus hijos”, y luego les contaba la leyenda...pero que susto se llevaron....antes dijo recomendaban los mayores que no dejaran llorar los niños en la noche,  y ni la luz apagada porque se acercaba la llorona creyendo que eran sus hijos.

         ¡Cuánta tristeza sintió cuando murió su padre!, el no quiso que lo llevaran en la carroza, pidió que lo cargaran en hombros hasta el panteón en riguroso silencio, vestidos todos de negro, como era la costumbre, pero un llanto  llevaban todos caminando rumbo al panteón de los san juanes, recuerda que le echaron dentro de la casa las antiparras que tanto le gustaban, terminó diciendo Doña Trini, añadiendo que Dios es muy bondadoso con ella, que vive al amparo de sus dos hijas, Leonor y Dorita,  tres nietos y yernos, que son una bendición... y de La Paz, de aquella Paz tranquila, de romance  y de molinos de viento, y de tantas otras cosas bellas, hay mucho que recordar, dijo la encantadora Doña Trini, orgullosa de ser descendiente de indio pericú.


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