...”Ya los enanos ya se enojaron, porque las viejas los
apalearon...hazte chiquito, y hazte grandote, porque te tumbo de un
garrote”...y el perro, el “pachuco”, al canto de mi madre, moviendo la colita,
en las dos patitas traseras bailaba para arriba y para abajo...chaparro, largo
y grueso, así era mi inolvidable perrito el ““pachuco””...en su afilada y
alargada cabeza, destacaban los grandes y tristes ojos de tierno mirar...además
de sus redondas y grandes orejas, las que caían generosas a los lados, hacían
que mi perro viejo se viera más bonito con sus patas chuecas, su negro y
brilloso pelaje y su colita larga y tiesa con tres pelitos blancos en la punta,
los que hacían juego con la mancha blanca plasmada en su cara y con lo blanco
del cuello al pecho y toda la panza.
Una
soleada mañana de invierno, el “pachuco” llegó a nuestro hogar...fue regalo de
mi prima Haydee, por el nacimiento de mi hermanita menor...por la década de los
40, por la empedrada calle de Independencia se escuchaba el traqueteo de la
carreta tirada al trote por briosos corceles en la que venía la cuna que
mecería a mi hermanita...un escándalo se hizo en casa al ver llegar la carreta...corrimos
a su encuentro, y con el alboroto, tropecé enredándome entre los largos ropajes
de la abuela, y rodamos en el suelo las dos... era una cuna de madera pintada
de azul de aquellas tradicionales, sencilla, de dos largas patas, arriba un
palo atravesado y un colgante cajón de rejitas...dentro de la cuna venia una
caja de zapatos, y dentro de ésta, un lindo perrito negro con sus ojos muy
pelones y las orejotas largas con un moño colorado. Destacaban sus grandes ojos
y las orejas entre el moño. Fue un día de fiesta en casa. La llegada de la
niña, la cuna y el perro. El ““pachuco””, fue celebre en la familia durante sus
14 años de vida...””pachuco””, así le puso mi madre, porque decía ella que el
perro valía más que cuatro reales...”Este perro vale lo que pesa en oro”, decía
mi abuelita. El perro formó parte de la familia. Era el compañero de juegos y
andanzas de los niños, y compañero de mi padre en su trabajo; además que fue mi
compañero madrugador y de la abuelita, cuando íbamos al antiguo mercado Madero
a la compra diaria, y a moler el nixtamal en el novedoso molino de don Ramón
Briseño. En la Lonchería de don Conrado de La Peña, tomábamos café con pan, y
al perro, mi abuelita le compraba su huarache. Hasta la fecha, nos hacen reír
las gracias del “pachuco” y teníamos como chiste que decíamos: “y como dijo el
“pachuco””.
En
las madrugaditas aquella de La Paz de antaño, cuando la costumbre era que las
mujeres del ayer a esa hora ya andaban barriendo la calle, frente y patio de
sus casas, y entre aquellos olores a tierra mojada, flores y café de grano por
las empedradas callecitas mi abuelita y yo caminábamos bajo la lápida celeste
tachonada de estrellas, rumbo al mercado Madero, seguida de mi fiel amigo...mi
perro viejo el “pachuco”. En realidad el perro no estaba viejo, lo que pasa es
que yo en mis juegos lo acariciaba rascándole los cachetes, lo que tanto le
gustaba, yo le decía “vengase mi perro viejo, mi querido amigo”. Y el perrito
cerraba los ojitos, y aunque no lo crea, se reía y movía la colita. A través
del tiempo, valoro más a mi viejo amigo y me doy cuenta que fue un perro
maravilloso e inolvidable. No acabaría nunca de contar todo lo que hacía y
tampoco no lo creerían. El “pachuco” era un perro noble, muy valiente e
inteligente...era un animalito que no estorbaba en ningún lado...mi perro es
inolvidable, tenía inteligencia casi humana, porque cuantas vivencias pasamos
juntos en aquella Paz antigua de carretas, barcos mercantes, molinos de viento
y huertos familiares de frutales y floridos jardines entre tantas otras cosas
bellas de evocadores recuerdos. Cuando niña, me parecía muy normal que actuara
en aquella forma...y a cómo pasa el tiempo me doy cuenta que tuve un gran amigo
el que se comportaba a la altura de las circunstancias. Mi padre, don Bernardo
Lizárraga Tiznado fue un hombre muy trabajador y obligado...en aquella época,
trabajaba en la “Perseverancia”, era el tendejón de mi tío Billi de La Peña,
donde es ahora el Bazar, tienda de gran prestigio de regalos y detalles...aparte
de que vendían de todo también fue licorería, y vendían tequila de barril en
burritas y en medias así como en litros. En los “apersogaderos”, donde
amarraban las bestias los rancheros y
mineros que bajaban de la sierra que se surtían de provisiones, el perro echadito
muy pensativo esperaba a mi padre a que saliera para acompañarlo rumbo a la
casa, algunos decían que mi padre hasta platicaba con el perro. Mi padre
siempre llevaba en el hombro lo que sería nuestro alimento...un costillar de
res, piezas de carne oreada, o panelas de queso, sartas de chorizo, pescado
seco, ya fuera garropa que era la que tanto le gustaba, en fin variadas
cosas...pero cuando éste se quedaba “por alguna causa dormido en alguna
banqueta”, el perro se llevaba arrastrando aquellas cosas con el hocico y las
dejaba en los pies de mi madre...”Mala señal”, decía mi madre, al tiempo que
cortaba la parte de la carne por donde la había cogido el perro, porque esa era
su parte, “Este hombre ya debe de estar tomado”, decía, “pues el perro llegó solo con la
carne”...y el “pachuco” y mi madre se regresaban a buscar a mi padre donde
había quedado dormido.
Una
vez, jugando, una niña vecina se llevó mi muñeca de trapo; aquella de cuerpo de
aserrín y de largas trenzas hechas de medias, la que mi abuelita me compró con
don Chavalito Ibarra, aquel dulce viejecito de sombrero y que siempre tocaba su
música de boca cuando las muchachas pasaban por su tiendita. El perro me vio
tan acongojada, que quien sabe cómo le hizo, que fue y me trajo la muñeca poniéndola
sobre mi cama...en otra de tantas ocasiones, había llovido bastante y el arroyo
arrastraba el sombrero de palma de alta copa de mi abuela...el perro, al ver el
escándalo que ella hacía, sin que nadie le mandara se lanzó al agua y rescató
el sombrero...”este “pachuco” vale lo que pesa en oro”, decía mi abuelita
acariciándole la cabeza quien se ponía muy contento, pelaba los dientitos y
movía la colita. Al “pachuco” no le gustaba que nos castigaran...cuando mi
madre o padre cogían el cinto o la cuarta para pegarnos, el perro pegaba un
salto a sus manos y les quitaba el cinto o la reata y corría con él. Siempre no
nos escapábamos, nos daban nuestras buenas tundas...por eso es que mi madre le
cantaba, “ya los enanos...” frente a la casa estaba el Kínder o jardín de niños
“El Choyal”, y el perrito estaba sentadito esperando nuestra salida...cuando
era campaña de vacunación y pasaban las enfermeras vacunando, el “pachuco” nos
alertaba para que nos escondiéramos...en nuestros juegos y vivencias siempre
estaba el perro...el “pachuco” era un perrito con alma...cuando los mayores
contaban leyendas y cuentos de tesoros y piratas a la luz de los candiles, el
perro estaba entre nosotros disfrutando aquellos momentos....cuando pasaba mi
madrina Siria rumbo a su trabajo, el perro ladraba y me jalaba el vestido para
que la viera y saliera a su encuentro y ella sacaba de su monedero un diez de
aquellos o una jolita, y le los daba, ¡que feliz me sentía con ese diez en la
bolsita de mi vestido!.
¡Cuántas
veces nos acompañó el perrito al panteón en las madrugaditas!...yo llevaba el
balde con que acarrearíamos agua de la pila del molino del panteón, mi madre y
abuela las flores y coronas de hojalata pintadas, mi hermanita mayor la escoba
y el perro se encargaba de llevar mi inseparable muñeca de trapo. Cuando murió
mi abuelita, mamá chica, le decíamos, otra de mis abuelitas, el padre de la
parroquia de Nuestra Señora de La Paz echó las campanas al vuelo, anunciando
duelo, y como la costumbre era cuando alguien moría, en la iglesia prestaban
los candeleros, los que llevamos mis hermanos mayores y yo y mi perro viejo se
llevó mi muñeca de trapo para que yo pudiera llevar un candelero...cuando el
cortejo fúnebre, en una carreta seguida de los dolientes llevaron el ataúd
cubierto de flores, conteniendo el llorado cuerpo de mi abuelita chica, y el
“pachuco”, seguía a la carreta metido bajo de ella hasta el panteón..!Que
mortificados nos sentimos, la familia, y un lloradero de chamacos había aquella
mañana de primavera cuando el pachuco se tragó un trozo de carne enyerbada y el
perro ya se moría, se retorcía y pataleaba...pero mi sabia abuela con sus dotes
de curandera, luego luego molió un par de panochas y la revolvió con leche,
luego, entre aquella rueda de angustiados chamacos agarró al pachuco y el abrió
el hocico y le retacó el batido de panocha con leche, luego agarró al perro de
las dos patas traseras y le dio volantín hasta que lo mareó...luego el perro
vomitó el veneno y quedó curado; todos bailamos de júbilo porque el perro se
había salvado.
Mi nanita con todos sus conocimientos,
siempre traía al pachuco armado hasta los dientes contras las enfermedades...le
ponía su collar de alambre de cobre con cinco limones tatemados ensartados para
el catarro, y se los amarraba al cuello....y de vez en cuando, lo embarraba de
aceite quemado, contra la sarna, y a veces, lo bañaba de creolina para que no
criara garrapatas ni gusanos...claro que todo eso le caía muy gordo al perro y
se tenía que a aguantar, nomás churía el hocico y pegaba unas cuantas
reculadas. Y mi abuela le decía al perro “No sea pendejo”, para que siempre
esté sano y tenga bonito el pelo...y si, le salía muy brillante el pelo al
pachuco con el aceite quemado.
A VECES CUANDO VEO EN LA
CALLE TANTOS PERRITOS CON SARNA VIENE A MI MENTE AQUEL REMEDIO DEL ACEITE
QUEMADO DE MI ABUELA Y ME DIGO CON TRISTEZA SI LA GENTE SUPIERA QUE EL ACEITE
ES UN BUEN REMEDIO CONTRA LA SARNA HARIAN UNA BUENA CARIDAD CON ESTOS POBRES
ANIMALES. ¡Qué gordo le caía al “pachuco” cuando mi madre le ponía el bozal y
el ortigón en el hocico! En la culata de la casa, sin que se diera cuenta la
abuela, yo se lo quitaba y metía el perro debajo de mi cama para que no lo
vieran en todo el día. El “pachuco”, tenía 16 años cuando una fatídica mañana
de verano, un vehículo lo
atropelló...quizá porque ya estaba viejito y sus sentidos no le ayudaban...o
quizá porque era de la época romántica de La Paz antigua, de las carretas y de
los molinos de viento...lo cierto es que con la muerte del singular perrito
sufrimos un gran pesar...y hasta la fecha, el “pachuco” es inolvidable...es
tema de conversación en la familia, por que recordamos todas sus anécdotas...’y
como dijo el “pachuco”’...
“Ya
los enanos, ya se enojaron... por qué las viejas los apalearon, hazte chiquito
y hazte grandote, porque te tumbo de un garrote”...al canto de mi madre, el
perrito bailaba en las dos patitas traseras moviendo la colita y se hacía para
arriba y para abajo...
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