miércoles, 25 de junio de 2014

“LOS CUATRO MOLINOS...MI ABUELA...Y LA LLUVIA”.


POR MANUELITA LIZARRAGA.

¡Abuelita...abuelita, ya está chispeando y tronando! – si, parece que va caer un aguacero...- ay nanita no vamos a alcanzar a llegar a los mangos a los cuatro molinos...al escuchar esto, mi perro viejo el pachuco, se metió bajo la carretilla que mi abuelita empujaba...nanita nanita, don Gilito y doña Chepita Arreola van a espantar la lluvia. - ¿por qué dices eso muchacha?. – Porque allá andan a la carrera en el patio recogiendo la ropa en el tendedero, y usted ha dicho que así se espanta la lluvia. – si, pero a esta lluvia ya no la espantan porque ya la tenemos encima. ¡y se soltó el aguacero!, que hermosura!...mire abuelita el molino de la huerta de Don Luis Diebene, parece que se va caer con el viento. – si, se les olvidó “manearlo”, ¡corre muchacha, hay que refugiarnos en esa barda, bajos las ramas de esa mata de mango que salen por ella!. Dijo mi abuelita atascándose el sombrero hasta las orejas...que lindo lucían los verdes ojos y las rubias trenzas de mi abuelita bajo el sombrero!, abuelita, ahí es con el Mayor Torres y tiene un perro prieto muy bravo y grandote.- No le hace, correremos el riesgo, porque si nos regresamos, capaz de que te da el patatús, allí esperaremos a que amaine la lluvia. Me metí bajo los largos ropajes de mi abuela con aquel perro que temblaba echado a nuestros pies. – nanita, se me antoja una taza de café de grano con galleta marinera o birote de la tienda de don Luis Dibene. - ¡ahora se aguanta!, quería comer mangos y aquí estamos bajo la lluvia, muchacha antojadiza.
            Los racimos de mangos sazones de con el Mayor Torres...tocaban nuestras cabezas...ni se te ocurra pellizcar esos mangos, porque entonces si que nos echan el perro, además dañarías la mata cortando la fruta verde. – si no más alce la mano para rascarme la cabeza.- mjj....mientras llovía, bajo aquellos ramajos una humareda salía...mi abuelita, a la luz de los relámpagos se fumaba su cigarro del tigre, acallando los ladridos del perro, tras aquella barda el estruendo de los truenos en el cielo. Parece que aun percibo aquel calorcito humano y aquel aroma a limpio, a ceniza y tabaco que despedía el cuerpo de mi nanita. (Porque mi abuelita lavaba sus refajos y la ropa blanca con cenizas, o cernada). Cuando la lluvia cesó, el perro se sacudió, y todas empapadas pero felices, continuamos el camino rumbo a los cuatro molinos. Los sapos y ranas croaban a nuestro paso...parecían crisálidas las gotas de lluvia en las hojas de los árboles iluminadas por el sol que empezó a salir para más tarde ocultarse. Me entretenía viendo la rodada de la llanta de madera de la carretilla, y las pequeñas huellas del pachuco, las de mis pies descalzos, así como a las de la abuela que iban dejando plasmadas en el lodo. ¡Muchacha camina con cuidado que te vas a chalpear de lodo las canillas!
            ¡Que bella lucía La Paz en el ayer!, más aun en aquella tarde de lluvia. Había más de 1250 molinos de viento y huertas por todos lados. Los molinos los había de lámina y de madera especial con las que los construyó el señor Borrego, quien vivía en Serdán y Ocampo, así como también construía carretas y carretones; bueno, eso decía mi tía Chuy. Las familias antiguas en su gran mayoría tenían sus huertos familiares plantados de frondosos árboles frutales, yerbas medicinales, flores y hortalizas, un hermoso molino de viento y su pila y acequias de riego. Las tierras eran fértiles y generosas y redundaban en abundantes cosechas de aquellos frutos de la región.
            Los cuatro molinos con sus cuatro pozos de 20 metros de profundidad, su pila de 15 metros con capacidad de 60.000 litros cúbicos de agua, fueron las huertas mas populares y de mayor importancia en La Paz, plantadas de árboles frutales donde la gente del pueblo podía consumir la fruta, hasta regalada, y en los hogares, los floreros y fruteros en los centros de la mesa del comedor, lucían hermosos mangos, aguacates, guayabas buchonas, rosas y blancas, granadas, limones, limones reales, naranjas, naranja lima, lima chichona, guajilote, guanábanas, etc. Para los niños de aquella época y también para las familias era un espectáculo maravilloso ver los cuatro molinos, y todos los molinos de La Paz, girando a un solo tiempo, dando vueltas con el viento, principalmente con las ráfagas del tradicional coromuel, escuchar el tong tong de la bomba de pichancha que jalaba el agua por tubería de 3  pulgadas, y caer el chorro a la pila; luego el agua salía por las acequias de riego para las otras huertas.
            Después de aquella hermosa lluvia, al fin llegamos a los cuatro molinos. Mientras la abuela y el huertero cortaban la fruta y llenaban la carretilla, el perro y yo chapoteábamos el agua y me trepaba a los árboles entre los pájaros, a comer frutos a placer; mientras el perro camelaba unas tusas en los troncos de los árboles. “Ojalá que el pachuco logre pillar esos animales que tanto daño hacen”, dijo el huertero con la carretilla hasta el tope de preciados frutos bajo los árboles. Después de un rato, mi abuela, el perro y yo descansábamos chapoteando el agua en las acequias. – oiga abuelita, usted que tiene tanto conocimiento, sabe de casualidad a quien se le ocurrió poner estas huertas tan bonitas que además que a los niños hacen felices a tanta gente?  La dulce ancianita no esperaba la pregunta, y con la boca toda embijada de mango, ya que el jugo de éste le escurría hasta por los codos, y yo pues no se diga, ésta se quedó pensativa mientras pelaba una roja y jugosa granada, y luego dijo – pues me la pusiste dura muchacha, pues yo no conocí  a quien sembró estas tierras, pero en una de las reuniones en casa de tu tía Chuy, escuché que tu tío Billi platicaba con unos señores acerca de los cuatro molinos, y según decían que un ingeniero nacido en Alemania llamado Maximilain Hash Willy, siendo muy joven llegó a esta hermosa tierra de La Paz en la primera década del siglo pasado, a trabajar en la administración de la tenería Suela Viosca.- a esa que entran muchas carretas cargadas de leña, suelta feos olores y echa tanto humo día y noche por esa gran chimenea?.- eguale, la misma, allí trabajan mas de 200 gentes, que ganan el sustento para sus familias, curten y arreglan mas de 300 pieles diarias para la fabricación de calzado y otras cosas, y hasta la mandan para los Estados Unidos y Japón, bueno eso es lo que dicen.
            Bajo los árboles frutales, enmarcado con el girar de los molinos de papalotes, trinar de pájaros cantores, croar de sapos, ranas, y aquel ambiente perfumado a tierra mojada, flores y frutas, escuchaba emocionada, aquella plática de mi sabia abuelita. – decían que el señor Hash fue un hombre muy emprendedor y se enamoró de estas tierras. Según la plática que escuché, compró estas cuatro manzanas que en aquel tiempo eran puro monte, con el fin de sembrarlas como lo estas viendo. -¿ Nanita, y había coyotes, indígenas y animales salvajes aquí?. – antiguamente si los hubo, ya que de los californios fueron estas tierras. Pero en el tiempo en que compró este señor Hash, debió haber habido sólo liebres, chacuacas, víboras, iguanas y cachorones además de la vegetación propia de la región. La gente que trabajaba en la tenería le ayudó al señor Hash  a desmontar los solares, luego éste mandó perforar estos cuatro pozos de  agua que estás viendo ademados de ladrillo, además de estos cuatro grandes molinos de viento que sacan el agua y va a caer a la pila  para que a través del sistema de riego a estas huertas dan vida y verdor, y nosotros, así como las familias sudcalifornianas nos llena el estomago a bajo costo y nos regocija el alma.
            Aquella tarde, los cuatro molinos giraban y giraban y en ese momento se escuchaba una gritería por el arroyo de la calle 5 de Febrero, mugir de animales y una gran tropelía que levantaban una polvareda muy grande. ¡Nanita que ese estruendo!, son recuas de  ganado que los rancheros van arriando rumbo al muelle fiscal para ser embarcado y llevados a otra parte.- ¿y eso por qué abuelita? – es que el ganado de Baja California Sur tiene gran demanda y preferencia por la sabrosura y calidad de su carne. Ya que este se alimenta además de la pastura propia de la región, con orégano y damiana. Mi perro viejo el pachuco, también tenía su  juego; estaba con un ojo al gato y otro al garabato, escuchaba atento aquella plática, y después de haber matado la tusa, andaba correteando mariposas y cigarrones en las acequias, y demás charcas que había dejado la lluvia.- te estaba contando “coyote” (así me decía mi abuelita de cariño), lo que este gran señor hizo en estas tierras. Cuando don Maximiliano inauguró estos cuatro molinos dio una gran fiesta a la que asistió toda la población de La Paz, distinguiéndose el Gobernador de aquel entonces Coronel Agustín Sanjinés y el Presidente Municipal de La Paz un señor Ruffo. ¡Qué bonita estaría esa fiesta abuelita!, me hubiera gustado estar allí. – eso fue hace muchos años, tu madre no nacía todavía.
            Los señores que estaban comiendo caguama con tu tío Billi bajo las bougambilias, uno de ellos terció en la plática y quitándose el sombrero dijo, “cuenta mi tío Salomón que cuando él estaba chico conoció a ese extranjero, y era reguena gente que además e sembrar estos cuatro molinos de árboles frutales fue el primero que trajo cerveza a La Paz. se la mandaban de su tierra en barricas de madera en los buques de vela, los que tardaban mucho tiempo en hacer la travesía y el señor Hash regalaba la cerveza entre sus amigos. – hay abuelita, deveras que tiene usted fino el oído y buena la memoria, pues nada se le olvida, por eso es que tanto me gusta platicar con usted. ¿Será que tiene buena memoria porque le da el golpe al cigarro del tigre? – ¡que cigarros del tigre ni que ocho cuartos!...decía e Billi que este señor Maximiliano se vio en aprietos cuando trajo la cerveza pues no había hielo aquí en La Paz. tuvo que fabricar el hielo encargando el equipo a su tierra natal, y también regalaban el hielo, siendo él el primero en fabricar hielo en La Paz. – puchi nanita, entonces este señor además de bueno, trabajador e inteligente era muy rico, éste si que no era cicatero. – si, era muy rico y no era muerto de hambre pero su mayor riqueza la llevaba por dentro. - ¿Cómo está eso abuelita? – son valores que ahorita tu no vas a entender, pero que algún día comprenderás. Además de la riqueza de alma de este señor, llegó a tener ranchos con grandes extensiones de tierra donde pastaban alegremente más de 2000 cabezas de ganado. Fue exportador de perlas y trabajó la minería, dándole trabajo a mucha gente. – mi abuelita, ya se había comido más de cinco mangos y tenía lavadas un puño de guayabas buchonas, para darles mate, luego dijo. ¿Te acuerdas de la hermosa casona gris, frente al kiosco, donde tanto te gusta jugar en las resbaladillas y en las blancas arenas buscando caracoles? ¡Claro que me acuerdo! Pues esa casa, dijo tu tía Chuy que fue una de las primeras que construyeron aquí en La Paz y el que las mandó hacer fue nada más y nada menos que el señor Hash. En esa casona ha vivido gente muy importante del territorio.
            La tarde empezó a morir...ya teníamos un barrigón de mangos, guayabas y otras frutas...jugueteábamos los pies dentro del agua que generosa caía a chorros en la pila y corría por las acequias...a la distancia se divisaba el huertero que no recuerdo su nombre pero si su noble sonrisa y tierno mirar bajo el sombrero de palma de alta copa...éste venía cargado de guajilotes pasaditos y otros frutos. Moviendo la cola, el pachuco salió a su encuentro ¡córrele abuelita acábeme de contar que pasó con este señor que nos dejó tantos árboles frutales e hizo tantas cosas buenas en estas tierras!, ¿se murió o qué? – pues eso si que no lo sé, porque decían que le dio el mal de amores, se enamoró de una mazatleca y nada se supo de él. ¿Y qué es el mal de amores? – ya muchacha preguntona!, no esta usted para saberlo, todo a su tiempo. – abuelita, se acuerda que cuando fuimos a las verduras, a las huertas de don José Briseño, para allá por el rumbo del arroyo del palo, también estaba lloviendo mucho y me contaba cosas muy bonitas?. – si, si me acuerdo, por cierto que llevamos canastos y no llevamos la carretilla porque se atasca en las arenas del gran arroyo del palo, pero cuando fuimos con don Jesucito, el Sinarquista, a las flores y a la alfalfa para las gallinas, ahí si llevamos la carretilla ¡y cuántas chacuacas y liebres nos salieron al paso entre los romerillales!
            Que hermosas flores había con el sinarquista...y que chulos claveles y azucenas se daban, pero a mi mamá le encanta poner en los floreros: sempazuches, margaritas, rosas, cineas, cucarachas, y muchachas viejas. ¿Cuándo vamos a volver a las huertas de don Julián Rivera a las sandias y los melones abuelita?- ya habrá tiempo, cuando vuelva a llover tan bonito como este día y que nos pueda acompañar tu mamá porque nomás se la lleva en la casa trafiqueando todo el día.
            Aquel bello crepúsculo después de una tarde de lluvia se empezó a sentir...el huertero no estaba ya...y la penumbra entre los árboles ya se miraban en aquellas huertas de los cuatro molinos...el perro estaba inquieto cansado de tanto jugar, y los molinos giraban y giraban aventando chorros de agua. – abuelita, ya se está haciendo oscuro y dicen que aquí espantan. – a ver como está eso. El perro paró las orejas pelando grandes los ojos. Dice mi papá que aquí sale un hombre sin cabeza y un perro prieto arrastrando cadenas. - ¡que hombre sin cabeza ni que ocho cuartos!, ya párele de preguntar que tarde se nos hace y tu madre está esperando la fruta.
            Empujando la carretilla cargada de frutas emprendimos el regreso. Sapos y ranas entre las charcas croaban, y hasta los grillos cantaban...los cuatro molinos, bellos recuerdos...ahora, esos cuatro molinos son como fieles centinelas, cuidan y arrullan el sueño eterno de sudcalifornianos ilustres que descansan en la rotonda y a los viejos pergaminos que guardan gran parte de nuestra historia regional, desde los inicios de la conquista en el archivo histórico de La Paz que tan digna y merecidamente lleva el nombre de uno de los más brillantes historiadores de esta bella península...Profesor Pablo L. Martínez.
            La Paz fue la ciudad de los molinos de viento.

…Por el placer de recordar, escribir y compartir.
Facebook: La Paz que se perdió.


martes, 24 de junio de 2014

“CON CAGUAMADA...SE FESTEJABA EL DIA DE SAN JUAN, Y CORTARSE EL CABELLO FUE UNA TRADICION”.

POR MANUELITA LIZARRAGA

            ¡Era un alboroto en aquel hogar, el día de San Juan!...aquel viejo pescador, saliéndoles los negros cabellos aún bajo el paliacate atado a su frente...el holgado pantalón enrollado a media pierna, preparaba el terreno bajo los árboles para asar el pecho de caguama, previamente condimentado, así como el carapacho. Luego clavaba dos varillas o fierros en el suelo, hacía un pequeño hueco, le prendía fuego, y cuando estaban las brazas en su punto ponía el enorme pecho a asar así como el carapacho asentándolo en una lámina para que cayera el aceite, y con éste, lo iba bañando hasta que doraba...!eran unos olores en todo el barrio!...y la familia le hacía rueda a aquel exquisito pecho, tortilla en mano cortándole los azotillos doraditos, y tronando los chicharrones.

             Mientras el pecho al aire libre se asaba, inundando de aromas los alrededores, los cuartos y el trasero de la caguama los ponían a cocer en poco agua con sus olores: ajo, orégano y sal...”que no se recueza mucho”, decía mi madre, y en poquita agua para que quede concentrado su sabor. Los chamacos más grandes ya estábamos ayudando a picar menudita la abundante verdura...tomate, cebolla y chile verde...los ajos se pelaban y se picaban finitos...los condimentos como pimienta, orégano y laurel ya estaban listos, también las latas de chícharos, ejotes y chiles jalapeños, así como los limones, y desde luego en la cocina nomás les volaban las manos a las mujeres echando tortillas de masa de nixtamal.

            Con la alegría del día de San Juan y del corte de cabello las niñas andábamos bien trenzadas y con coloridos moños nuevos...y las mujeres mayores también se trenzaban...cuanto me gustaban las peinetas de carey de la abuela!, de las que hacía “el chunique”, del Esterito,  encajadas en sus trenzas artísticamente acomodadas. Mientras toda la verdura era guisada con aceite de caguama en una olla grande, la carne de los traseros y cuartos que se cocieron a fuego lento eran desmenuzadas en grueso y picada en cuadrito...para esto, la carne del pecho también se picaba junto con los azotillos y gordura del carapacho, y se revolvía toda la carne. Cuando la verdura soltaba el primer hervor, se le agregaban los olores, los chícharos, ejotes, orégano, pimienta y chiles jalapeños...y si había, se le ponía un poquito de salsa ranchera “para que agarre sabor”, decía mi madre...también le ponían un chorro de cerveza o vino blanco, y luego se vaciaba toda la carne revolviéndola con la verdura, agregándole poco a poco del caldo concentrado donde se coció la caguama “nomás que suelte el hervor”, decía mi madre, y ese era el punto. Esa si era caguama!, hasta parece que siento su sabor en la boca, quedaba jugosita y grasosita, no caldo de caguama.






            ¡Luego, era un gran fandango!...bajo los mismos árboles estaba una mesa previamente arreglada cubierta con hule floreado de aquellos...y sobre la mesa limones partidos, chiles jalapeños, saleros y un cerro de tortillas de maíz hechas a mano...ponían allí el carapacho en el centro de aquella mesa, y le vaciaban la caguama ya guisada...y alrededor era un verdadero festín...la familia y comadres y demás invitados taqueaban a placer, después de haber botaneado el consomé donde se coció la caguama, el hígado y los chicharrones...a los chamacos nos servían en platos y nos sentábamos en troncos bajo los árboles y la comíamos hasta hartarnos con cucharitas de tortillas, a lo tahualila, era raro, pero en aquel hogar la caguama no era motivo de borrachera, no se acostumbraba la cerveza,  hacían agua de arroz, tamarindo, naranjita o limonada.

            Tampoco había pasteles en los onomásticos  o cumpleaños de la familia...se festejaba con mole de gallina, barbacoa, cabeza enterrada con todo y cogote  o con caguamadas...o no se usaba el pastel o nada más en mi casa no lo había...pero yo no los recuerdo...es más, creo que no se acostumbraban los pasteles en los festejos, generalmente eran para las novias cuando éstas se casaban, o para las quinceañeras cuando empezó la costumbre del festejo de la quinceañera. También es porque eran pocas las personas que se dedicaban a la repostería, de las que recuerdo es la señora de Susarrey (Doña Chimanita), como cariñosamente se le decía y la señora Canseco. En cuanto a las aletas y cabeza del queloneo, si no la revolvían en el asado, al día siguiente hacían una exquisita sopa de aleta en chilito colorado, acompañado de arroz blanco. Para el preparado de la sopa de aleta, mi madre las metía y sacaba rapidito en agua caliente y les quitaba  el cuerito que las cubre y que hace que se pongan tiesas. Luego las ponía a cocer hasta que soltaban el huesito y las preparaba igual que la caguama, con todos sus ingredientes, agregándole además chile colorado y aceitunas quedaban para chuparse los dedos. En ese entonces no se conocía el empanizado.

            ¡que tiempos aquellos, días de San Juan!...era aquella Paz tranquila, era un paraíso...tiempos en que la tenería Suela Viosca tenía más de doscientos empleados y no se apagaban sus calderas ni de día ni de noche, ya que producían más de 300 pieles de vaqueta para exportación diarias...y las fumarolas de la alta chimenea inundaba el cielo. Su presencia, nos recuerda aquel promisorio pasado, fue la primer industria de gran importancia que impulsó el desarrollo económico en La Paz...eran tiempos en que las familias acudían al Cine Juarez, y que nada más había 3 taxis, de Ramón y Vicente García y el de Morita...la julia o perica tenía poco trabajo porque no había delincuentes para llevarlos al tambo, aunque eran pocos los borrachitos que recogían de la esquina de la alegría...de la cantina y billares de don Conrado de La Peña...eran tiempos en que se dormían tranquilamente en tenderetes en las banquetas contando las estrellas, y la gente que pasaba nomás alzaba los pies por encima del dormido. Eran tiempos en que los pescadores regresaban con las pangas hasta los bordes de aquellos productos del mar.

            Aquellos 24 de Junio, después de la comilona de caguama, el pachuco ruñía el carapacho, el que servía para jugar en él y además para tirar la basura...y mi madre tenía preparado atole de ciruelas amarillas o coloradas, o leche cocida, tejuino de olla...la gente de Sinaloa sabe que es esto. Así que la ciudad de La Paz era serena y bellas a todas horas...aunque aún lo es, pero de diferente manera...después del fandango, seguía el desempance, aquellos 24 de Junio esperábamos los momentos mágicos de las 6 de la tarde saboreando el café deleitando los sentidos...repicaban las campanas llamando al Rosario...entraba el esperado y tradicional viento del coromuel, que hacían girar como locos los más de 1250 molinos de viento...los grito s de los pavorreales y el alegre trinar de los pájaros...el toque de la banda de guerra para el arreamiento de bandera cuando estaba el cuartel general donde es ahora el mercado Madero...y aquellos aromas que golpeaban nuestra nariz a café de grano tostado en apaste de barro meneado con cuchara de palo y colado en talega de manta...y los panaderos...todo lo que me hizo recordar aquella tradición del 24 de junio  de cortar el cabello el día de San Juan, que se perdió junto con las caguamas ¡había tantas!, fue el platillo regional.

            ...y en aquel ayer...las madrugaditas del 24 de Junio, la gente se bañaba y un ruidajo de rondanillas y tambos que jalaban agua del pozo se escuchaba y el tris tras de las tijeras que cortaban el cabello a niñas y adultos, y hasta el perro.


…Por el placer de recordar, escribir y compartir…
Facebook: La Paz que se perdió.


lunes, 23 de junio de 2014

“FUE UNA COSTUMBRE EN LA PAZ...CORTARSE EL CABELLO EL DIA DE SAN JUAN”.

POR MANUELITA LIZARRAGA.


            En las madrugaditas del 24 de Junio, día de San Juan Bautista...en la década de los 40...un ruidajo de rondanillas y tambos se escuchaba en La Paz antigua, al jalar agua del pozo, donde la gente acostumbraba bañarse a esa hora porque decían los mayores que Juan Bautista bendijo el agua del Río Jordán a esa hora de la mañana, y bautizaba a la gente preparando el camino para el que vendrá...y el cabello crecía abundante y hermoso, cortando sus puntas el mero 24 al despuntar el sol...luego íbamos al mar a bañarnos y a disfrutar las blancas arenas de sus playas. Esa fue una costumbre muy arraigada aquí en La Paz, y entre las generaciones nuevas ha desaparecido la tradición de cortarse el cabello el día de San Juan

            Muchas felicidades a todos los Juanitos y Juanitas, hoy en su venturoso día...que Dios y María Santísima los colme de bendiciones y alargue sus días. Mi adorada madrecita se llamaba Juanita Alcaraz Gárate, Dios la tenga en su reino. Y cada minuto de mi vida le doy gracias a Dios porque a mis padres se les ocurrió venirse a esta hermosa tierra de La Paz. ¡Que emoción y que alegría!, la víspera del 24 de junio en aquel ayer...a toda la familia la abuela les cortaba el cabello, o de lo contrario, mi madre...y hasta mi perro viejo el pachuco, lo bañaban, le cortaban las puntitas de los pelos de la cola y de las orejas, nada más por hacer el chiste, pero al perro le encantaba participar en esa bonita tradición del 24 de junio, día de San Juan, y día de cortarse el cabello. El que nacía el día de San Juan, tenía el don de curar a los niños pujones. Antes las mujeres usaban su cabellera larga, ya fueran trenzadas, en chongos, o en diferentes formas, pero el cabello en general era largo.

            La noche del 23 de junio las tijeras especiales para la ocasión ya estaban listas...las correas de gamuza con que amarraban el cabello también; porque entre tejían las gamuzas entre las trenzas. El tuétano frito con flores de rosa de castilla o de manzanilla, para untarle al cabello, a modo de brillantina, también estaban listos; así como el agua de guatamote o el agua de barro asentada para enjuagar el cabello. “para que salga abundante, crezca bonito y no se caiga”, decía muy contenta la abuela. Era todo un rito esa tradición el día de San Juan Bautista...eran aquellos tiempos en que La Paz tenía poco más de 10.400 habitantes. 1250 molinos de viento...era La Paz tranquila de ensueño...de patios y callecitas barridas y regadas, así como de floridos y perfumados jardines con pájaros cantores y emparrados cargados de frutos...eran tiempos en que el mercado Madero lo abrían a las 4 de la mañana, y se escuchaba por las empedradas callecitas los presurosos pasos de las mujeres que acudían a él a la compra diaria...fueron tiempos de que la gente estaba atenta a los pitidos de la industrial, de la tenería y de los barcos mercantes que atracaban al muelle fiscal o partían...fueron los tiempos de los pregoneros: los palanqueros, panaderos, el pan de vapor, el marchante y de fayuqueros ambulantes.

            Aquellos 24 de Junio fueron tiempos en que se inauguró el Hotel Perla y la botica del Doctor Olguín paso a ser la botica de Rubén Castro o Farmacia California...tiempos en que el Santuario de Guadalupe estaba en sus inicios con el padre Agustín Alvarez y el hermano Arsenio...y la escuela Rosendo Robles con las dinámicas profesoras Jesús Roland, Anita Valdivia, Beatriz Flores y Euximio Beltran, entre otros...y además como olvidar a con Chavalito Ibarra que vendía tantas cositas que gustaban a grandes y chicos...con él, m abuelita me compró mi inolvidable muñeca de trapo...aquellos 24 de Junio, es recordar la Torre del vigía y el campanero del pueblo, a don Lencho Sánchez y su puesto de chocomiles, al sordo Camacho y su traca traca y eran los tiempos en que se disfrutaban las anécdotas del conono, el güero de las canoas, el chunique, el popochas y Marianita, entre otros.

            Al canto del gallo, aquellos 24 de junio, día de San Juan y de cortarse el cabello, de un salto salíamos de la cama, entre aquellos olores de café de granito, jalábamos el  agua del pozo a escasos cinco metros de profundidad, y en todo el barrio se escuchaban esos ruidajos de rondanillas y tambos del jale del agua...y a bañarse se ha dicho!. Después del baño, nos daban la tasa de café calientito con una galleta marinero o un tostado macho y esperábamos los primero rayos solares y después de rezar el padre nuestro, y escuchar a la abuela la historia de San Juan Bautista luego luego se dejaba escuchar el tris tras de las tijeras manejada hábilmente por los mayores. Nada más dos dedos de cabellos cortaban o una cuarta.

            ¡Era una fiesta en casa el 24 de junio!...era día de San Juan, era día santo de mi madre, y por lo tanto todos estábamos muy contentos. Después de cortarnos el cabello, en el desayuno había menudo o pozolada. En la comida había caguama. ¡Qué relajo con la caguama!, era todo un festín el santo de mi madre; con el corte de cabello y la caguamada, y a veces hasta llovía a cántaros el 24 de junio. Era motivo de reunión familiar, donde todos participábamos de aquella alegría...días antes del 24, la caguama ya estaba en casa...mientras las familias se bañaban, y el cabellos los mayores cortaban, aquel viejo pescador, mi hermano de crianza, la caguama sacrificaba...éste se tomaba la sangre de la caguama con limón y sal. Luego la destazaba y colgaba en unos ganchos las partes de la misma. Cabeza, aletas, cuartos, traseros, y desde luego el pecho. Para el hígado que era el primero que se botaneaba el agua ya estaba hirviendo en una cazuela de barro en las encaladas y lumbreantes hornillas.

            Ante la rueda de muchachos, que queríamos ver como palpitaba la carne aun después de muerta la caguama, a los temblorosos pechos de la misma, lo rayaban con un cuchillo, le ponían limón, ajo machacado, orégano y pimienta. La sal se la ponían cuando este ya casi iba a salir “para que no se le salga el jugo”, decía mi madre. Y si la caguama estaba muy gorda, había también chicharrones y el aceite servía para guisar la misma caguama, y lo demás lo guardaban para curar la tos y freír el pescado.





…Por el placer de recordar, escribir y compartir…
Facebook: La Paz que se perdió.




viernes, 20 de junio de 2014

“LOS ANTIGUOS CALIFORNIOS...SUS COSTUMBRES Y EL DATILILLO EN FLOR”.

POR MANUELITA LIZARRAGA

            Al ver ese hermoso datilillo en flor, me hizo evocar el pasado...recordar e imaginar a los antiguos pobladores de esta bella península quienes se alimentaban de la abundante caza, especies marinas y del fruto y de la flor de este hermoso árbol serrano, entre otras variedades...los guaycuras, cochimies, coras, aripes, pericues...y me asombra y quedo admirada al contemplar todo nuestro entorno tan maravilloso, que  a fuerzas nos heredaron para disfrute de generaciones venideras. Y pensar que ellos fueron los legítimos propietarios de estas tierras con todas sus bellezas y riquezas.

            Ellos...los primeros californios fueron seres admirables...tenían su propia cultura, Supieron sobrevivir por milenios con sus costumbres heredadas a través de generaciones, eran personas muy sanas, de buena presencia, de negros y brillantes cabellos, como el azabache, de buen carácter, grandes y corpulentos, de no feas facciones, de dentaduras blanquísimas y color de piel ni muy obscuro ni muy claro. Por la región de Los Cabos, según testimonios de navegantes y misioneros los indígenas eran rubios y muy blancos. Dicen las crónicas que los hombres andaban desnudos y sus mujeres eran pudorosas. Los californios creían en Dios Padre y Dios Hijo simbolizados de alguna manera. Estaban organizados en la cuestión social y religiosa, por hechiceros o “guamas” y respetaban al más fuerte. A sus difuntos los incineraban. Con pompas fúnebres, en barcas de carrizo arrojaban las cenizas al mar. Del enequen y de cierta palma elaboraban cordeles de canutillo para vestirse, así como utilizaban las pieles de los animales que cazaban para cubrir sus desnudeces, incluso eran más recatadas las mujeres californias para cuidar a sus niñas, que las españolas. Pintaban sus tejidos de pita matizados toscamente con colores de tierra y sobre todo las maravillosas pinturas rupestres que nos heredaron, hablan por si solas que no eran tan inútiles y retrasados como los describían. Eran inteligentes de acuerdo a su cultura, y su época, dominaban la tradición de la medicina herbolaria; debieron de existir comadronas o parteras para atender los hijos de las californias. Tenían sentimientos nobles las mujeres para con sus hijos, ya que para cargar a los bebes en las redes que acostumbraban le ponían en el fondo hojarasca y pieles de conejo para que no se lastimaran, lo que demuestra el cariño y preocupación que sentían por sus niños.

            Al ver ese datilillo en flor, pensé...! Que felices vivirían los californios en todo este entorno peninsular antes de la llegada del hombre blanco a estas tierras! Se me enchina la piel de pensar e imaginar a toda esas personas, alrededor de 50.000 almas, según crónicas habitando el cerro  de la calavera, las islas: San José, Cerralvo, Espíritu Santo, y demás islas, así como  por toda la rivera del mar y todo el entorno peninsular, entre susurrantes palmeras y manglares, contemplando los bellos atardeceres y las alboradas...dueños absolutos de sus perlas, sus peces y todas las especies marinas...así como pitahayas, ciruelas y sus mezcales. Los describen como indígenas hambrientos, ¡que hambre iban a pasar!, si abundaba el conejo, el venado, el borrego cimarrón, entre otras especies y por la corpulencia que se describe, no estaban desnutridos, lo que demuestran que se alimentaban bien y tenían una vida sana.  La península, hasta nuestros días estaba inundada de frutos silvestres que ellos recolectaban para su alimento. Y si estaban tan fuertes  y sanos es que comían bien. Se me enchina la piel de gozo al imaginar como estaría la hermosa bahía de la Paz en aquella época inundada de animales como ballenas, orcas, toninas, pez sapo, caguamas carey, callo de hacha, almeja, madre perla y una infinidad de especies. El cielo y los manglares atascados de aves de diferentes especies que seguramente chocaban unas con otras de tantas que había; si los californios con sus propias manos agarraban los peces a puños. Si cuando yo era niña me toco todavía ver todo eso...que sería antes de que el hombre blanco, para desgracia de los nativos, pisara esta tierra; y aun no podemos acabarnos las especies, todavía quedan dos que tres, y tal parece que es la meta del hombre depredar la naturaleza, de la que no somos dueños y nada más la tenemos prestada.

            Ese hermoso datilillo en flor me hizo divagar ¡pobres californios! Ellos merecen un homenaje, un monumento que los recuerde eternamente a las generaciones venideras. Ellos eran dueños absolutos de su libertad...perdían la mirada en el azul del cielo y de sus aguas...así como en el verde esmeralda de sus palmeras y manglares, porque contra lo que se diga, ya había palmeras...ellos, los primeros californios si tenían costumbres si analizamos las crónicas que dejaron los padres jesuitas nos daremos cuenta que había indígenas destacados. Tenían cultura porque elaboraban artesanías, ya desde preparar su propio arco, sus flechas y pedernales así como sus adornos en concha y embutidos de concha y palo fierro. Las mujeres se adornaban con collares de perlas y pulseras elaboradas en concha, lo que demuestra que les gustaba verse bien, y dicen de ello todo lo contrario. Elaboran instrumentos musicales de carrizo, caracoles, cuero, madera, y tenían más de 30 danzas. Festejaban la fiesta de las pieles una vez al año la que era de las más importantes, así como en épocas de pitahayas consumaban matrimonios.

            Al ver ese datilillo en flor volaron mis pensamientos...los californios tenían sanas costumbres. No eran rateros no borrachos, el único vicio era el tabaco cimarrón que abundaba en la península. Para el noviazgo la muchacha tejía de pita una red y se la obsequiaba al joven, y él a su vez le entrega una batea de copal elaborada a punta de pedernal y sellaban el compromiso matrimonial. Y en la cosecha de pitahaya se consumaba el matrimonio; o simplemente se mostraban sus cuerpos y quedaban comprometidos. ¡Como no iban a estar sanos los californios si se alimentaban de semillas, frutos silvestres y de la caza, no tenían preocupaciones!, y caminaban grandes distancias y eran excelentes nadadores. Elaboran sus balsas de tronco de corcho. Pero , la fatalidad se enseñoreaba en ellos...aquella mañana del año 1533, en que jubilosos disfrutaban las tranquilas aguas con sus mujeres e hijos...entre las crestas del oleaje una latente amenaza e vislumbraba en la lejanía del mar...apuntaban algo blanco que no eran las aves del cielo que estaban acostumbrados a contemplar...era el velaje de una embarcación para ellos desconocida...conducida por el primer hombre blanco que hollaba las blancas arenas...Fortun Jiménez y 37 hombres más...se acercaba a sus dominios, era el principio del exterminio de esa raza excepcional que habían sobrevivido por milenios ante todos los embates e inclemencias del tiempo, pero no estaban preparados para hacerle frente a la ambición, a la lujuria, al odio, al cambio de cultura y a las enfermedades que introdujeron los extranjeros para acabar con ellos y saquear de estas tierras sus riquezas.

           


            Fortun Jiménez y la horda de desalmados que le acompañaban, después de dar muerte a Diego de Becerra, se apoderaron de la embarcación, y las embravecidas olas los arrojaron por accidente a esta hermosa bahía de La Paz...donde quedaron extasiados ante su belleza, tranquilidad y sus perlas, así como con las mujeres californias que al ver sus desnudeces intentaron violar, pagando con su vida tal osadía 20 hombre, entre ellos Fortun Jiménez salvándose como pudieron 17 tripulantes encabezados por el joven marinero Manuel Preciado quien llevó las noticias a la Nueva España de la Isla de las Perlas...

            Al contemplar ese datilillo en flor que sirvió de alimento a los primeros californios y a los rancheros que forjaron a Sudcalifornia después de la expulsión de los jesuitas en la península, en 1778  me quedé pensando en ese triste pasado de esta hermosa tierra, pero muy apasionante.





1.- ASI ERAN LOS PRIMEROS CALIFORNIOS EN LA PENINSULA A LA LLEGADA DE  LOS MISIONEROS JESUITAS.

2.- LAS CALIFORNIAS CUBRIAN SUS DESNUDECES CON FALDERINES ELABORADOS POR ELLAS MISMAS CON HILOS DE PITA. Y ASI CARGABAN A SUS HIJOS.


3.- EL GUAMA, O  HECHICERO, ERA LA MAXIMA AUTORIDAD POR LA QUE SE REGIAN LAS TRIBUS INDIGENAS.


…Por el placer de recordar, escribir y compartir….
Facebook: La Paz que se perdió.

www.lapazqueseperdio.blogspot.mx

miércoles, 18 de junio de 2014

“LA CASA DEL PERRO PRIETO”


POR MANUELITA LIZARRAGA.

            Eran las doce del día de aquella cálida mañana en esta bella y paradisiaca ciudad de La Paz...por la calle Forjadores, pasando el arroyo, en una prestigiada negociación pintada de llamativo color, terminaba mis asuntos con el gerente, y al despedirme con la mano extendida aun, de pronto, sentí el espanto más grande de mi vida...a escasos dos metros de distancia, casi junto a mí, escuché el horrible gruñido de un enorme perro a punto de atacarme. La agilidad de la mente es asombrosa, y al instante pensé “este perro ya me mató, no voy a alcanzar la puerta”, y lo único que pude decir, fue “!señor, se le soltó el perro!”. Y el dueño del negocio, con toda la calma del mundo, mirándome a los ojos me dijo “cálmese señora no hay ningún perro”. “! pero como no!”, le dije asustada casi estaba junto a mi y me ataca. También yo lo escuche me dijo aquel buen hombre pero no hay ningún perro. Yo no salía de mi asombro. ¿cree usted en los espantos?, me dijo el señor...pues....fíjese que si. – pues que bueno, me dijo, por que se que no se reirá de mi con lo que le voy a contar.

             Muy serio, el señor me tomo de la mano y palmeándome la espalda para que se me pasara el susto, me invitó a inspeccionar el local para que me convenciera de que no era posible que allí hubiera un perro, y menos de las proporciones de acuerdo con los gruñidos que correspondían a un animal muy grande. Ya convencida, y más calmada, me dijo “yo soy de criterio abierto, y respeto todas estas cosas. Cuando iniciamos este negocio ocupamos gente diversa para la reparación del local, que como usted se da cuenta es muy chico y únicamente tiene baño y la puerta principal sin salida por otro lado. Aquella mañana de Abril, un escándalo se hizo porque la persona que andaba pintando salió despavorido hasta la carretera dejando un tiradero de pintura por todos lados y por poco lo atropellan los vehículo...gritaba aterrorizado ¡me va a atacar el perro prieto, por favor ayúdenme! y se dio dos vueltas manoteando, como que estaba luchando con el animal, y de pronto cayó al suelo, retorciéndose y haciendo ademanes como si se quitara el animal de encima.

            Desde luego, todos creímos que estaba loco o drogado, pero no, el muchacho se soltó en amargo llanto al ver que no era nada real la amarga experiencia que había pasado. Ya calmado, describió los hechos: que era un perro prieto enorme, tan negro como la noche de pelo brillante, de ojos refulgentes y hocico  babeante; andaba pintando la pared y de repente escuchó un feo gruñido acompañado de jadeos...de pronto, salió del rincón  cerca del baño aquel enorme animal y se le abalanzó de  un salto, que hasta sintió las mordeduras y su horrible jadeo sobre su cara cuando lo tenía en el suelo. El muchacho ya no volvió a trabajar en este lugar, y ni de la paga se acordó, ya no lo volvimos a ver. Continuó diciendo el señor de la casa del perro prieto, que él seguido escucha lo feos gruñidos y jadeos del animal, pero como no le demuestra miedo ni se mueve de su lugar, ni levanta la vista, no pasa a mayores y no le da importancia. Dice que él no ha visto al perro, pero siente su presencia dentro del local, que ya hasta se acostumbró a convivir con ese animal, al que si se le demuestra temor, puede verlo y lo puede atacar, aunque de una manera imaginaria.

            Sobre esta leyenda de la casa del perro prieto, cuentan los mayores, que en el siglo pasado cuando la minería y la pesquería de perlas estaban en su apogeo...una señorita de distinguida familia radicada en la tierra minera El triunfo, estaba próxima a contraer nupcias con un conocido joven de esa localidad; y que acompañada de sus tías, ya mayores, y su dama de compañía, en un carruaje negro apenas iluminado con un farol pegado al pescante jalado por cuatro briosos corceles venía a La Paz a comprar lo necesario en la Casa Ruffo para su ajuar de novia. El rápido trotar de las bestias y el traqueteo de las ruedas del carruaje se escuchaban como alegres castañuelas por brechas y polvorientos caminos. Después de largas y agotadoras jornadas, llegaron a la posta de San Pedro, amarraron las bestias en los apersogaderos para su refresco, y se hospedaron en la casa del pueblo para pasar la noche. Después de un breve descanso, al canto del gallo, muy de madrugada emprendieron el camino rumbo a La Paz...el carruaje se deslizaba a gran velocidad, pues amenazaba lluvia...negros nubarrones adornaban el cielo, tornándose más obscura la madrugada...el agua empezó a caer a cántaros apagando el chasquido de los látigos sobre las bestias y de las ruedas del carruaje negro sobre las charcas...de pronto, al pasar por el arroyo grande, donde estaba un gran mezquitón seco, el que había partido un rayo en otras épocas de lluvia,  por donde es ahora la casa color naranja del perro prieto bajo el árbol, iluminado por los relámpagos estaba un hombre muy alto pidiendo parada, vestido de catrín, de traje  color negro, de sombrero de alta copa, negro también, con unos papeles bajo el brazo, y con un rojo clavel en la solapa del saco...el rostro no se le miraba en la obscuridad del amanecer y estaba acompañado de un gran perro prieto de ojos muy brillantes al que amarraba con una cadena.

            Las damas se persignaron al tiempo que el cochero hizo la parada del carruaje para ayudar al hombre de negro bajo la lluvia, las bestias relincharon parándose en las patas traseras, el hombre del perro prieto,  el que sin decir una palabra de un salto se sentó en el pescante, y soltándole la cadena al perro, éste  se acomodó al lado de las bestias, las que se encabritaron y llevaban los pelos erizados...con gran dificultad el cochero lograba dominar los inquietos animales. El cochero iba extrañado porque no se le miraban lo pies al catrín, pero no le dio importancia, aun cuando se dio cuenta que el perro parecía que volaba al lado de los encabritados animales, bajo aquel torrencial aguacero...la tía Lorenza sintió un temor para ella desconocido...presentía algo malo...cuando iban dando vuelta por el gran árbol Palo verde en el cruce de los caminos reales, donde después fue la animita, la tía Prócula sacó discretamente el escapulario y con una fe inquebrantable se puso a orar...al momento, el hombre y el perro negro desaparecieron, ante los sorprendidos ojos del cochero,  dejando un fuerte olor a azufre, rompiendo el silencio el horripilante aullido del perro.

            El cochero, era un hombre de temple fuerte, acostumbrado a estas cosas, ya que a su paso por la piedra larga le habían sucedido cosas muy extrañas y sus mayores les contaban muchas leyendas, como era la costumbre; y para no asustar más a las damas, las que gritaban aterrorizadas, fustigó fuertemente las bestias,  y pudieron salir airosos de esos caminos y llegando felizmente a La Paz. al regreso, después de realizar las compras, el paso obligado era por donde está ahora la casa del perro prieto, pero ya estaban prevenidos, y las mujeres iban cargadas de rosarios, de palmas y agua bendita y no volverían a levantar a nadie en el camino.  Hay quienes han pasado por la casa del perro prieto y lo ven dentro de la negociación a altas horas de la noche, aventándose sobre las vidrieras, pero piensan que es el guardián, aunque les parece muy terrorífico. Otra experiencia sobre la casa del perro prieto vivida por Doña Chuyita y su esposo; dicen que en una ocasión que venían de Los planes, como a las once de la noche, les llamó poderosamente la atención que en la casa en mención, en el marco de la puerta estaba un hombre altísimo vestido de negro con sombrero como el descrito anteriormente, con un enorme y horripilante perro prieto amarrado con una cadena, haciéndoles la parada, pero que ellos se fueron de largo porque sintieron temor y no acostumbran levantar gente, menos a esas horas de la noche. En otra ocasión, Jacinta y Pedro proyectaban poner un negocio de alimentos, y se interesaron por algunos utensilios que venden en la mencionada negociación y fueron como a las nueve de la noche a verlos a través de los cristales y se fueron despavoridos al ver el enorme perro prieto que se aventaba sobre los escaparates con los ojos muy refulgentes.

            ...Cuando pases por la calle Forjadores, por la casa del perro prieto...más vale que vayas prevenido, porque en cualquier momento, el gruñido y el jadeo del perro prieto te pueden espantar.



…Por el placer de recordar, escribir y compartir…
Facebook: La Paz que se perdió.


lunes, 16 de junio de 2014

“DON GILBERTO LUCERO...PESCADOR RIBEREÑO DEL BARRIO EL ESTERITO...SE FORJO EN EL MAR”.

POR MANUELITA LIZARRAGA

            “El gran libro de ciencia es el cielo y el mar...conocimientos heredados por mis mayores...cada oleaje, cada amanecer, es diferente...a través de los años, con la práctica aprendimos a leer los misterios del cielo y del mar...arrebolado en sus atardeceres y sereno en el amanecer...a escudriñar sus placeres perleros, sus tesoros que celoso guarda y a descifrar sus mareas con la Luna en conjugación perpetua en el cielo, escrita por la mano de Dios”...suspirando con añoranza dijo el viejo lobo de mar de los Leones del Esterito, Don Gilberto Lucero, quien jugueteando el agua con sus pies y lanzando una fumarola de su grueso puro, mesándose los blancos cabellos continuó diciendo...”hacíamos 20 días de travesía a remo y vela tendida...cada quien tenía su canoa o panga...por la vela se distinguía y se distingue cada pescador, los Leones del Esterito y los Manglitenses, quienes son y fueron de los mejores pescadores de la época y de la región...arponeros de tiburones y de caguamas...Dios nos daba la fuerza y la destreza para tirar el arpón...de un solo tiro y un trancazo dábamos cuenta de los tiburones mas bravíos...es un arte arponear un tiburón y conocerle sus mañas...nada de esto esta escrito en los libros, es una ciencia que se aprende a través de generaciones. Nuestras riquezas marinas estarían mejor administradas por pescadores forjados en el mar, y no por gente que solo en los libros conocen los peces...por eso se acabó todo lo bueno que teníamos, por que gente sin consciencia ha depredado nuestros mares, tanto ruido de motores han alejado el pescado quienes buscan la soledad para multiplicarse.

            El mar ha sido toda mi vida, siempre acompañado por mi fiel e inolvidable esposa, Doña Toñita Alvarez de Lucero”, continuó diciendo don Quiqui, como cariñosamente lo llaman familiares y amigos,  que “desde mi tatarabuelo, hasta mi padre y ahora yo de 88 años, mis hijos y nietos hemos vivido de los productos y satisfacciones que nos da el mar. Las perlas...!ahh, las perlas!, los pescadores desde siempre hemos sido explotados...remábamos a canalete y a vela hasta Isla Tiburón, San Evaristo, Isla del Carmen, Isla Espíritu Santo, San José, La Partida, hasta las cercanías de Santa Rosalia, el cardonal, El Cardoncito, El Gallo, La Gallina, El Candelero, entre tantos parajes que existen en esta bella península, y hacíamos 20 días de travesía a puro canalete...buceábamos la madre perla sin equipo hasta doce brazas de profundidad, sacábamos la concha hasta llenar la panga, y de todas ellas, sacábamos 7 u 8 perlas en una jornada de 2 meses de trabajo...salíamos “tablas” con los gastos, apenas sacábamos para comer, los que ganaban eran quienes compraban  y revendían las perlas que dieron fama mundial a Baja California Sur,  y a nosotros, pobres pescadores que arriesgábamos la vida, nos pagaban una miseria”.

            En ese bello atardecer, con la mirada puesta en la lejanía, aquel lobo de mar, suspirando continuo diciendo “Hace como 5 décadas, se dice que los japoneses envenenaron la madre perla, que por envidias por que aquí era el único lugar donde se daban las perlas del mejor oriente. Se acabó la perla, y nos dedicamos a la pesca del tiburón, caguama, caracol y pescado de escama. Compraban el kilo de aleta de tiburón a .50 centavos, y el hígado lo pagaban a peso el kilo. Los pescadores, no conocemos el miedo, estamos forjados en el mar...el pescador debe ser valiente, osado, con arrojo y bravío...cuantas veces estuvimos a punto de que nos tragara un tiburón o tintorera...había ocasiones que a garrotazos los teníamos que matar alrededor de la panga...la pequeña barca parecía una hojita en el inmenso mar, rodeada de tiburones y ahí es donde se demuestra el valor y la pericia. Así como teníamos tiempos de bonanzas, había también tiempos muertos que eran de Noviembre a Enero. El que pesca con pistola son asesinos y depredadores... no son pescadores...el verdadero pescador es el que cuida la especie, el que teje la red y hace su vela...es el hombre que ama el mar , y el mar le corresponde en abundancia.

            Con cuanta ilusión, mi esposa Toñita y Yo, preparábamos el tren de pesca...nos íbamos a las islas y nos llevábamos a los hijos, pasábamos allá meses enteros...desayunábamos langosta, comíamos caguama y cenábamos callo de hacha. Llevábamos arpones para caguamas, fidga pescadora para jaibas y tiburonera, anzuelos de todas medidas, cimbras y redes tejidas por nosotros mismos a la medida indicada para que la cría chica pueda escapar...y la herramienta que no debe faltar a todo pescador, el valor, la destreza, la fe en Dios y el cuchillo. De complemento alimenticio llevábamos, frijol, arroz, manteca, galleta marinera, harina, panocha, café, canela y azúcar. Las tortillas de harina las amasábamos con aceite de caguama y agua de mar y en aquella soledad sabían exquisitas. A través de todos los tiempos el mar nos ha dado su riqueza con largueza para mantener generaciones de familias del Esterito y del Manglito, con la pesca, el buceo y las artesanías...perlas, pescados de los mejores, callos, almejas, caracoles, conchas, tamborillos, hojarascas, pulpos, entre otros...los choros los sacábamos con el dedo gordo del pie, en la orilla...con los talones palpábamos las hachas...no se imaginan las maravillas que guarda el fondo del mar, hay caracoles y conchas gigantes y mucho risco, donde se multiplican los peces, además de una diversidad de especies. El sargazo es un árbol que está en el fondo del mar.

            Para trabajar en las artesanías, el mar nos da una gran variedad de caracoles, desde los mas chicos hasta los mas grandes, burro, chino, negro, rosa, choro, pulpo, hojarasca, coral negro, morralla, concha fina, además de las perlas...hermosos botones se hacían de concha antiguamente, aquí en el esterito el “chivirito” tenia su fabrica de botones y los sudcalifornianos podíamos lucir en nuestras camisas botones de concha de nuestros mares. Se hacían también cachas de pistola y de cuchillos, dedales, entre tantas cosas y las mujeres hacen curiosidades de esas virtudes del mar apoyando su economía familiar ¡como olvidar aquellos tiempos! Durante los dos o tres meses, salábamos el pescado, el mero, garropa, pargos, tiburón, cabrilla, robalo, caguama, además de la aleta de tiburón y regresábamos con el corazón pleno de dicha y la barca atascada de aquella riqueza marina y los bolsillos repletos de dinero, por que los grandes barcos nos buscaban en los parajes pesqueros y compraban pescado de escama del mejor y lo pagaban a .50 centavos el kilo. La gente del pueblo nos esperaban a la orilla del mar, así como los comerciantes para comprar todo el producto que traíamos. Era día de fiesta en casa.

            Ésta felicidad del pescador se acabó, cuando en 1954 aparecieron las cooperativas...todos ganaban desde su escritorio, menos el pescador...por la década de los 60 aparecieron los primeros motores fuera de borda, y por lo consiguiente las lanchas de turismo y todos esos ruidos y ese progreso, acabó con la bonanza del pescador ribereño y enriqueció a los tentáculos...antes, de la puerta de la casa tiraban el anzuelo al mar para pescar...con el dedo gordo del pie sacaban los choros, y con los talones palpaban las hachas... y en la panga, a vela tendida nos metíamos por el estero hasta nuestros hogares las blancas arenas estaban cubiertas con caracoles y conchitas y las familias sducalifornianas podían disfrutar los atardeceres tirados en esas arenas como arrocitos, bañarse en las cristalinas aguas de la bahía, y si se nos pegaba la gana, dormíamos en la arena, bajo la lápida celeste arrullado por el murmullo del mar y nos despertaba el olor a brisa, el graznar de las gaviotas y el aletear de los pelicanos”. Terminó diciendo aquel león del Esterito, terror de los tiburones y lobo de los siete mares, don Gilberto Lucero.

…Por el placer de recordar, escribir y compartir.
Facebook: La Paz que se perdió.


“DON GILBERTO LUCERO...PESCADOR RIBEREÑO DEL BARRIO EL ESTERITO...SE FORJO EN EL MAR”.

POR MANUELITA LIZARRAGA

            “El gran libro de ciencia es el cielo y el mar...conocimientos heredados por mis mayores...cada oleaje, cada amanecer, es diferente...a través de los años, con la práctica aprendimos a leer los misterios del cielo y del mar...arrebolado en sus atardeceres y sereno en el amanecer...a escudriñar sus placeres perleros, sus tesoros que celoso guarda y a descifrar sus mareas con la Luna en conjugación perpetua en el cielo, escrita por la mano de Dios”...suspirando con añoranza dijo el viejo lobo de mar de los Leones del Esterito, Don Gilberto Lucero, quien jugueteando el agua con sus pies y lanzando una fumarola de su grueso puro, mesándose los blancos cabellos continuó diciendo...”hacíamos 20 días de travesía a remo y vela tendida...cada quien tenía su canoa o panga...por la vela se distinguía y se distingue cada pescador, los Leones del Esterito y los Manglitenses, quienes son y fueron de los mejores pescadores de la época y de la región...arponeros de tiburones y de caguamas...Dios nos daba la fuerza y la destreza para tirar el arpón...de un solo tiro y un trancazo dábamos cuenta de los tiburones mas bravíos...es un arte arponear un tiburón y conocerle sus mañas...nada de esto esta escrito en los libros, es una ciencia que se aprende a través de generaciones. Nuestras riquezas marinas estarían mejor administradas por pescadores forjados en el mar, y no por gente que solo en los libros conocen los peces...por eso se acabó todo lo bueno que teníamos, por que gente sin consciencia ha depredado nuestros mares, tanto ruido de motores han alejado el pescado quienes buscan la soledad para multiplicarse.

            El mar ha sido toda mi vida, siempre acompañado por mi fiel e inolvidable esposa, Doña Toñita Alvarez de Lucero”, continuó diciendo don Quiqui, como cariñosamente lo llaman familiares y amigos,  que “desde mi tatarabuelo, hasta mi padre y ahora yo de 88 años, mis hijos y nietos hemos vivido de los productos y satisfacciones que nos da el mar. Las perlas...!ahh, las perlas!, los pescadores desde siempre hemos sido explotados...remábamos a canalete y a vela hasta Isla Tiburón, San Evaristo, Isla del Carmen, Isla Espíritu Santo, San José, La Partida, hasta las cercanías de Santa Rosalia, el cardonal, El Cardoncito, El Gallo, La Gallina, El Candelero, entre tantos parajes que existen en esta bella península, y hacíamos 20 días de travesía a puro canalete...buceábamos la madre perla sin equipo hasta doce brazas de profundidad, sacábamos la concha hasta llenar la panga, y de todas ellas, sacábamos 7 u 8 perlas en una jornada de 2 meses de trabajo...salíamos “tablas” con los gastos, apenas sacábamos para comer, los que ganaban eran quienes compraban  y revendían las perlas que dieron fama mundial a Baja California Sur,  y a nosotros, pobres pescadores que arriesgábamos la vida, nos pagaban una miseria”.

            En ese bello atardecer, con la mirada puesta en la lejanía, aquel lobo de mar, suspirando continuo diciendo “Hace como 5 décadas, se dice que los japoneses envenenaron la madre perla, que por envidias por que aquí era el único lugar donde se daban las perlas del mejor oriente. Se acabó la perla, y nos dedicamos a la pesca del tiburón, caguama, caracol y pescado de escama. Compraban el kilo de aleta de tiburón a .50 centavos, y el hígado lo pagaban a peso el kilo. Los pescadores, no conocemos el miedo, estamos forjados en el mar...el pescador debe ser valiente, osado, con arrojo y bravío...cuantas veces estuvimos a punto de que nos tragara un tiburón o tintorera...había ocasiones que a garrotazos los teníamos que matar alrededor de la panga...la pequeña barca parecía una hojita en el inmenso mar, rodeada de tiburones y ahí es donde se demuestra el valor y la pericia. Así como teníamos tiempos de bonanzas, había también tiempos muertos que eran de Noviembre a Enero. El que pesca con pistola son asesinos y depredadores... no son pescadores...el verdadero pescador es el que cuida la especie, el que teje la red y hace su vela...es el hombre que ama el mar , y el mar le corresponde en abundancia.

            Con cuanta ilusión, mi esposa Toñita y Yo, preparábamos el tren de pesca...nos íbamos a las islas y nos llevábamos a los hijos, pasábamos allá meses enteros...desayunábamos langosta, comíamos caguama y cenábamos callo de hacha. Llevábamos arpones para caguamas, fidga pescadora para jaibas y tiburonera, anzuelos de todas medidas, cimbras y redes tejidas por nosotros mismos a la medida indicada para que la cría chica pueda escapar...y la herramienta que no debe faltar a todo pescador, el valor, la destreza, la fe en Dios y el cuchillo. De complemento alimenticio llevábamos, frijol, arroz, manteca, galleta marinera, harina, panocha, café, canela y azúcar. Las tortillas de harina las amasábamos con aceite de caguama y agua de mar y en aquella soledad sabían exquisitas. A través de todos los tiempos el mar nos ha dado su riqueza con largueza para mantener generaciones de familias del Esterito y del Manglito, con la pesca, el buceo y las artesanías...perlas, pescados de los mejores, callos, almejas, caracoles, conchas, tamborillos, hojarascas, pulpos, entre otros...los choros los sacábamos con el dedo gordo del pie, en la orilla...con los talones palpábamos las hachas...no se imaginan las maravillas que guarda el fondo del mar, hay caracoles y conchas gigantes y mucho risco, donde se multiplican los peces, además de una diversidad de especies. El sargazo es un árbol que está en el fondo del mar.

            Para trabajar en las artesanías, el mar nos da una gran variedad de caracoles, desde los mas chicos hasta los mas grandes, burro, chino, negro, rosa, choro, pulpo, hojarasca, coral negro, morralla, concha fina, además de las perlas...hermosos botones se hacían de concha antiguamente, aquí en el esterito el “chivirito” tenia su fabrica de botones y los sudcalifornianos podíamos lucir en nuestras camisas botones de concha de nuestros mares. Se hacían también cachas de pistola y de cuchillos, dedales, entre tantas cosas y las mujeres hacen curiosidades de esas virtudes del mar apoyando su economía familiar ¡como olvidar aquellos tiempos! Durante los dos o tres meses, salábamos el pescado, el mero, garropa, pargos, tiburón, cabrilla, robalo, caguama, además de la aleta de tiburón y regresábamos con el corazón pleno de dicha y la barca atascada de aquella riqueza marina y los bolsillos repletos de dinero, por que los grandes barcos nos buscaban en los parajes pesqueros y compraban pescado de escama del mejor y lo pagaban a .50 centavos el kilo. La gente del pueblo nos esperaban a la orilla del mar, así como los comerciantes para comprar todo el producto que traíamos. Era día de fiesta en casa.

            Ésta felicidad del pescador se acabó, cuando en 1954 aparecieron las cooperativas...todos ganaban desde su escritorio, menos el pescador...por la década de los 60 aparecieron los primeros motores fuera de borda, y por lo consiguiente las lanchas de turismo y todos esos ruidos y ese progreso, acabó con la bonanza del pescador ribereño y enriqueció a los tentáculos...antes, de la puerta de la casa tiraban el anzuelo al mar para pescar...con el dedo gordo del pie sacaban los choros, y con los talones palpaban las hachas... y en la panga, a vela tendida nos metíamos por el estero hasta nuestros hogares las blancas arenas estaban cubiertas con caracoles y conchitas y las familias sducalifornianas podían disfrutar los atardeceres tirados en esas arenas como arrocitos, bañarse en las cristalinas aguas de la bahía, y si se nos pegaba la gana, dormíamos en la arena, bajo la lápida celeste arrullado por el murmullo del mar y nos despertaba el olor a brisa, el graznar de las gaviotas y el aletear de los pelicanos”. Terminó diciendo aquel león del Esterito, terror de los tiburones y lobo de los siete mares, don Gilberto Lucero.

…Por el placer de recordar, escribir y compartir.
Facebook: La Paz que se perdió.


“DON GILBERTO LUCERO...PESCADOR RIBEREÑO DEL BARRIO EL ESTERITO...SE FORJO EN EL MAR”.

POR MANUELITA LIZARRAGA

            “El gran libro de ciencia es el cielo y el mar...conocimientos heredados por mis mayores...cada oleaje, cada amanecer, es diferente...a través de los años, con la práctica aprendimos a leer los misterios del cielo y del mar...arrebolado en sus atardeceres y sereno en el amanecer...a escudriñar sus placeres perleros, sus tesoros que celoso guarda y a descifrar sus mareas con la Luna en conjugación perpetua en el cielo, escrita por la mano de Dios”...suspirando con añoranza dijo el viejo lobo de mar de los Leones del Esterito, Don Gilberto Lucero, quien jugueteando el agua con sus pies y lanzando una fumarola de su grueso puro, mesándose los blancos cabellos continuó diciendo...”hacíamos 20 días de travesía a remo y vela tendida...cada quien tenía su canoa o panga...por la vela se distinguía y se distingue cada pescador, los Leones del Esterito y los Manglitenses, quienes son y fueron de los mejores pescadores de la época y de la región...arponeros de tiburones y de caguamas...Dios nos daba la fuerza y la destreza para tirar el arpón...de un solo tiro y un trancazo dábamos cuenta de los tiburones mas bravíos...es un arte arponear un tiburón y conocerle sus mañas...nada de esto esta escrito en los libros, es una ciencia que se aprende a través de generaciones. Nuestras riquezas marinas estarían mejor administradas por pescadores forjados en el mar, y no por gente que solo en los libros conocen los peces...por eso se acabó todo lo bueno que teníamos, por que gente sin consciencia ha depredado nuestros mares, tanto ruido de motores han alejado el pescado quienes buscan la soledad para multiplicarse.

            El mar ha sido toda mi vida, siempre acompañado por mi fiel e inolvidable esposa, Doña Toñita Alvarez de Lucero”, continuó diciendo don Quiqui, como cariñosamente lo llaman familiares y amigos,  que “desde mi tatarabuelo, hasta mi padre y ahora yo de 88 años, mis hijos y nietos hemos vivido de los productos y satisfacciones que nos da el mar. Las perlas...!ahh, las perlas!, los pescadores desde siempre hemos sido explotados...remábamos a canalete y a vela hasta Isla Tiburón, San Evaristo, Isla del Carmen, Isla Espíritu Santo, San José, La Partida, hasta las cercanías de Santa Rosalia, el cardonal, El Cardoncito, El Gallo, La Gallina, El Candelero, entre tantos parajes que existen en esta bella península, y hacíamos 20 días de travesía a puro canalete...buceábamos la madre perla sin equipo hasta doce brazas de profundidad, sacábamos la concha hasta llenar la panga, y de todas ellas, sacábamos 7 u 8 perlas en una jornada de 2 meses de trabajo...salíamos “tablas” con los gastos, apenas sacábamos para comer, los que ganaban eran quienes compraban  y revendían las perlas que dieron fama mundial a Baja California Sur,  y a nosotros, pobres pescadores que arriesgábamos la vida, nos pagaban una miseria”.

            En ese bello atardecer, con la mirada puesta en la lejanía, aquel lobo de mar, suspirando continuo diciendo “Hace como 5 décadas, se dice que los japoneses envenenaron la madre perla, que por envidias por que aquí era el único lugar donde se daban las perlas del mejor oriente. Se acabó la perla, y nos dedicamos a la pesca del tiburón, caguama, caracol y pescado de escama. Compraban el kilo de aleta de tiburón a .50 centavos, y el hígado lo pagaban a peso el kilo. Los pescadores, no conocemos el miedo, estamos forjados en el mar...el pescador debe ser valiente, osado, con arrojo y bravío...cuantas veces estuvimos a punto de que nos tragara un tiburón o tintorera...había ocasiones que a garrotazos los teníamos que matar alrededor de la panga...la pequeña barca parecía una hojita en el inmenso mar, rodeada de tiburones y ahí es donde se demuestra el valor y la pericia. Así como teníamos tiempos de bonanzas, había también tiempos muertos que eran de Noviembre a Enero. El que pesca con pistola son asesinos y depredadores... no son pescadores...el verdadero pescador es el que cuida la especie, el que teje la red y hace su vela...es el hombre que ama el mar , y el mar le corresponde en abundancia.

            Con cuanta ilusión, mi esposa Toñita y Yo, preparábamos el tren de pesca...nos íbamos a las islas y nos llevábamos a los hijos, pasábamos allá meses enteros...desayunábamos langosta, comíamos caguama y cenábamos callo de hacha. Llevábamos arpones para caguamas, fidga pescadora para jaibas y tiburonera, anzuelos de todas medidas, cimbras y redes tejidas por nosotros mismos a la medida indicada para que la cría chica pueda escapar...y la herramienta que no debe faltar a todo pescador, el valor, la destreza, la fe en Dios y el cuchillo. De complemento alimenticio llevábamos, frijol, arroz, manteca, galleta marinera, harina, panocha, café, canela y azúcar. Las tortillas de harina las amasábamos con aceite de caguama y agua de mar y en aquella soledad sabían exquisitas. A través de todos los tiempos el mar nos ha dado su riqueza con largueza para mantener generaciones de familias del Esterito y del Manglito, con la pesca, el buceo y las artesanías...perlas, pescados de los mejores, callos, almejas, caracoles, conchas, tamborillos, hojarascas, pulpos, entre otros...los choros los sacábamos con el dedo gordo del pie, en la orilla...con los talones palpábamos las hachas...no se imaginan las maravillas que guarda el fondo del mar, hay caracoles y conchas gigantes y mucho risco, donde se multiplican los peces, además de una diversidad de especies. El sargazo es un árbol que está en el fondo del mar.

            Para trabajar en las artesanías, el mar nos da una gran variedad de caracoles, desde los mas chicos hasta los mas grandes, burro, chino, negro, rosa, choro, pulpo, hojarasca, coral negro, morralla, concha fina, además de las perlas...hermosos botones se hacían de concha antiguamente, aquí en el esterito el “chivirito” tenia su fabrica de botones y los sudcalifornianos podíamos lucir en nuestras camisas botones de concha de nuestros mares. Se hacían también cachas de pistola y de cuchillos, dedales, entre tantas cosas y las mujeres hacen curiosidades de esas virtudes del mar apoyando su economía familiar ¡como olvidar aquellos tiempos! Durante los dos o tres meses, salábamos el pescado, el mero, garropa, pargos, tiburón, cabrilla, robalo, caguama, además de la aleta de tiburón y regresábamos con el corazón pleno de dicha y la barca atascada de aquella riqueza marina y los bolsillos repletos de dinero, por que los grandes barcos nos buscaban en los parajes pesqueros y compraban pescado de escama del mejor y lo pagaban a .50 centavos el kilo. La gente del pueblo nos esperaban a la orilla del mar, así como los comerciantes para comprar todo el producto que traíamos. Era día de fiesta en casa.

            Ésta felicidad del pescador se acabó, cuando en 1954 aparecieron las cooperativas...todos ganaban desde su escritorio, menos el pescador...por la década de los 60 aparecieron los primeros motores fuera de borda, y por lo consiguiente las lanchas de turismo y todos esos ruidos y ese progreso, acabó con la bonanza del pescador ribereño y enriqueció a los tentáculos...antes, de la puerta de la casa tiraban el anzuelo al mar para pescar...con el dedo gordo del pie sacaban los choros, y con los talones palpaban las hachas... y en la panga, a vela tendida nos metíamos por el estero hasta nuestros hogares las blancas arenas estaban cubiertas con caracoles y conchitas y las familias sducalifornianas podían disfrutar los atardeceres tirados en esas arenas como arrocitos, bañarse en las cristalinas aguas de la bahía, y si se nos pegaba la gana, dormíamos en la arena, bajo la lápida celeste arrullado por el murmullo del mar y nos despertaba el olor a brisa, el graznar de las gaviotas y el aletear de los pelicanos”. Terminó diciendo aquel león del Esterito, terror de los tiburones y lobo de los siete mares, don Gilberto Lucero.

…Por el placer de recordar, escribir y compartir.
Facebook: La Paz que se perdió.


jueves, 12 de junio de 2014

“EL CANTO DEL PESCADOR...Y DON GILBERTO LUCERO CABALGAN EN  LAS BRUMAS DEL TIEMPO”.

POR MANUELITA LIZÁRRAGA.

            Rodeado de gaviotas y pelicanos...descansaba sus brazos sobre las rodillas, la brisa del mar le pegaba en el rostro, y sus pies los tenía enterrados en las níveas arenas...era semejante a un ídolo viejo...era parte del paisaje sudcaliforniano...bajo su inseparable sombrero blanqueaban sus cabellos, y su faz siempre estaba sonreida como cuando alguien tiene la consciencia tranquila y el deber cumplido, satisfecho de todo lo que le brindó la vida. Contemplaba la inmensidad del mar, y su barca que se mecía al vaivén de las olas.

ERA UN VIEJO PESCADOR....ERA PARTE DEL PAISAJE SUDCALIFORNIANO.


            Que mirando en el horizonte buscaba la barca imaginaria donde haría posiblemente el último viaje. Sus labios emitían murmullos que se confundían con el rumor del mar...quizás eran plegarias.

            Brotaba de él un extraño rumor era como eco de caracol, parecía zumbido seco, impresionante. Cerca de él podía identificarse el sonido...era el eslabón de varias generaciones, de varias frases..vibraba como un canto lúgubre decía “voy en mi barca caracola hacía ti océano, voy hacía ti...mi amada me espera con un remanso de paz...llegaré con las olas en la silente noche estrellada para mitigar mis penas”.

            Aquel viejo pescador solía perderse...pero luego volvía a su sitial escogido. Oteando la lejanía, ante las miradas de las gaviotas con su alegre trinar decían, que se iba, en su barca de vela,  hacía allá donde abundan los peces y las perlas, a platicar con el marlin, a jugar con los delfines, a escuchar las confidencias de los tiburones, los que según él no eran asesinos.

ERA UN VIEJO PESCADOR....ERA PARTE DEL PAISAJE SUDCALIFORNIANO.

            Aquel viejo pescador, cuando estaba en tierra, tenía su refugio en una casita inundada de amor donde los tamarindos y los datileros derramaban sus frutos...caminaba por las noches iluminados por los cocuyos...le guiaban las estrellas...era un ser vinculado al mar...podría decirse que parecía prolongación humana del océano.

            ¿Porque te detienes viajero?, sigue tu camino no te interpongas. Dijo tacirturno el pescador. ¿Quien eres tú, que huyes de los humanos?, dijo el viajero. Soy hombre libre que los eludo porque esclavizan, contestó el ser del océano. ¿Tu eres esclavo marinero?, preguntó el caminante. ¡si, lo soy! ¿De quien lo eres?. De dos poderosos señores. Uno es como tú, robusto, altivo, que todo lo arrasa que señorea en el mar. El otro, es brillante, líquido que nos hace soñar que nos mata lentamente. Dijo el pescador.

            ¿Como te encadenaron?. Nací a orilla del océano, donde las perlas mas finas abundaban y el alimento no faltaba. Allí desde niño supe de las arribasones. Conocí donde nacen y mueren los peces. Yo sé donde están los paraísos marinos. Aprendí a leer y a escribir en las blancas arenas, la brisa del mar, en la luna y las estrellas; así como a descifrar los murmullos del mar, y el alegre susurrar del viento en noches tranquilas y serenas, así como de tempestades, en el marco de bellos crepúsculos y alboradas.

            Cuando llegué aquí, el magnificiente me contrató para viajar en sus naves...en las silentes noches de invierno no nos calentaba con fuego, nos daba ese Dios blanco y brillante que quema las entrañas, que llena de euforia; así me pusieron las cadenas.

ERA UN VIEJO PESCADOR....ERA PARTE DEL PAISAJE SUDCALIFORNIANO, ENTRE GAVIOTAS PELICANOS EMBARCACIONES Y APEOS DE PESCA. Ahora, ya nada es igual. La amplia sonrisa en su noble faz bajo el inseparable sombrero lo distinguía. El Quiqui Lucero, cariñosamente le decían sus amigos y quienes le amaron. Un día como hoy, 16 de abril del año 2000 ante la mirada de las gaviotas, aquel pescador no se vio más en su acostumbrado sitial.

            En las alboradas, y en las tardes crepusculares el viento llevará para siempre en el rumor del mar algo que parece decir...voy hacía ti océano...entre la bruma del tiempo navegaré...voy hacía ti amada mía en mi barca caracola llegaré con las olas en las noches silentes de luna, a tu remanso de paz a mitigar mis penas.


ERA UN VIEJO PESCADOR....ERA PARTE DEL PAISAJE SUDCALIFORNIANO,


…Por el placer de recordar, escribir y compartir…
Facebook: La Paz que se perdió.