“LA SUDCALIFORNIANA DOÑA
MARIA ISABEL LUCERO LUCERO VIUDA DE MURILLO...Y SUS GRATOS RECUERDOS”.
Doña
Chabelita, encantadora muchacha de la tercera edad de ojitos malicioso y tierna
sonrisa juguetona, mientras paladeaba exquisito café de grano en la
tranquilidad de su hogar aquella tarde de invierno dijo, que ella es muy
afortunada porque además de gozar de cabal salud y guardar en su memoria tantos
bellos recuerdos y narrativas de sus mayores, Dios le concedió la fortuna de
contar con una numerosa y unida familia, y ser nativa de esta tierra bendita
por la mano de Dios...que ella desciende de gente valerosa e intrépida...los
Murillo, dijo, proceden de Norteamérica, son de las familias más antiguas que
se asentaron en estas tierras después de la expulsión de los padres jesuitas.
La narrativa, era una tradición familiar, a falta de
maestros los mayores transmitían sus conocimientos de generación en generación,
y los tatarabuelos contaban que eran los tiempos aquellos en que quedaron en
decadencia las misiones, y los indios californios se iban extinguiendo a causa
de las epidemias según se dijo, y al cambio de cultura, entre otras cosas. El
padre Junípero Serra iba abriendo brecha de Baja California Sur rumbo a la Alta California desde luego, según
contaban los mayores después de haber saqueado lo que quedaba en las misiones y
también algunos indios californios. Y que sus antepasados, los primero que
llegaron a Sudcalifornia, los señores Justo y Josefa Murillo decidieron a
aventurarse en busca de una mejor vida.
Sus tatarabuelos, dice, venían cargados además de sus
esperanzas, y su inquebrantable fe por conquistar estas tierras que según se
decían eran hostiles y áridas, traían los utensilios necesarios propios de la
época para cubrir las mínimas necesidades para la supervivencia...algunos
cambios de ropa, un par de mulas, el metate, un comal, semillas, algún dinero y
trastes entre otras cosas ya que no podían traer mucho porque la jornada era
larga y aventurada y venían a la buena de Dios...sin ninguna prisa...donde caía
la noche, ahí parajeaban...así pasaron muchas lunas y soles, y ellos venían un
rato caminando y otro rato al trote de las bestias...les tocó ver muchas cosas
e injusticias en su camino...varios enfrentamientos de gringos e indios por
defender sus tierras, así como vieron cómo los extranjeros los mataban.
La intrépida pareja Murillo Murillo lograron sobrevivir de
milagro escondiéndose aquí y allá sorteando mil peligros así, después de muchos
meses de camino Don Justo y Josefa Murillo quienes dejaron hijos y bienes en
Norteamérica, llegaron a finales del siglo XVIII, a estas tierras, a un hermoso
lugar al que bautizaron como el rancho El Agua Escondida donde se asentaron y
es la cuna del apellido Murillo en Sudcalifornia...dice Doña Chabelita que ella
guarda todavía el vasito de peltre que trajo de Norteamérica su bisabuela
Magdalena Murillo Vejar...continua diciendo Doña Isabel que su bisabuela
Magdalena enviudó en Norteamérica, y se vino a estas tierras en busca de sus
padres Justo y Josefina...
Le acompañaron en este viaje sus hijos Guadalupe y
Melenciana Vejar Murillo, de 15 años de edad, quién venía de novia con Tomás
Murillo quién también les acompañaba. Al igual que sus padres, sufrieron mucho
durante el largo viaje. En el rancho El Agua Escondida, se inundó de alegría
con la llegada de la familia de Los Murillo Murillo quienes se tuvieron que
quedar, porque simplemente no pudieron regresar, y sus abuelos, Melenciana y
Tomás se casaron y se fueron a vivir al rancho El Cantil, donde tuvieron varios
hijos entre ellos, de donde desciende Doña Chabelita y su esposo y todos los
Murillo que habitan estas tierras.
Sus antepasados, dice, eran unos maestros, enseñaban todas
las artes y las buenas costumbres. La gente ni se enfermaba y si acaso era del
estómago o cualquier resfriado los que curaban con plantas medicinales del
campo, ya que dominaban este conocimiento. Las mujeres trabajaban el rancho y
las tierras al igual que el hombre. El rancho,dice, era una escuela de las
artes manuales...se hacía hasta el hilo para coser las prendas de vestir, las
que también se hacían a mano, mientras que salió la primera máquina de coser al
mercado, también se hacían además de sembrar la tierra y todas las labores
propias del rancho, curtir cueros, fabricaban calzado hacían jabón, vino,
cueras, suaderos, trabajos de herrería, y todos los implementos que el ranchero
necesitaba para la supervivencia.
Fue una infancia muy hermosa la que vivió ella llena de
anécdotas y narrativas que hacían la vida del campo muy sana y tranquila.
También le contaban sus mayores que el aquel tiempo todavía quedaban indios
californios y que en la tinaja de la vieja agarraron a una india la que iba
acompañada de una niña pero la mujer murió de coraje y ahí mismo la sepultaron
y a la niña india la criaron sus antepasados los Murillo Murillo. Continua
diciendo Doña Chabelita que antes llovía mucho y había bastante ganado pero que
a partir de la gran sequía de 1933, la que duró siete años, la ganadería y el
campo, ha venido a menos, que ella es la menor de doce hermanos, que nació el
cuatro de noviembre de 1927, en el rancho La Huertita, que su padre
gracias a Dios aún vive y tiene 105
años, se llama Don Epifanio Lucero Murillo y su mamá se llamó Juanita Lucero
Arce. Otro de sus gratos recuerdos es que sus abuelos hacían trastes de barro
para el servicio de la casa, era todo un arte este trabajo, y mientras los
hacían, les contaban que era la abuela Magdalena le tocó ver cómo se casaban los
indios Californios y que lo hacían de esta manera: que hacían un hoyo en la
tierra y lo medio calentaban con ramas, metían a la novia cubriéndola de flores
silvestres de la cintura para abajo y el novio parado a un lado, y luego
bailaban alrededor las tribus y familiares, tocando con cuernos, caracoles,
carrizos y tamboriles de cuero y así quedaban casados los antiguos californios
quienes eran gentes pacíficas....y así Doña Isabel Lucero pasó de su feliz
infancia a su juventud y contrajo matrimonio con el joven Nicanor Murillo
Velez, especialista además de todas las labores del rancho en curtir pieles y
en preparar gamusas, tejían reatas y hacían bozales, así como suaderos de la
estopa del dátil, que fue un hombre muy trabajador y honrado, buen esposo y padre
de familia, de quien guarda muy gratos recuerdos y que Dios bendijo su hogar
con nueve hijos, Maria de Jesús, Antonio Mario, María, Isidro, Josefina,
Eulalia, Maximino, Juan Manuel y Ramona quienes la han inundado de dicha y de
muchos descendientes, terminó diciendo la encantadora muchacha de la tercera
edad Doña Chabelita Lucero añadiendo que recuerda con cariño al zapatero del
Rancho El Pilar, a Don Alberto Gómez, quien hacía bonitos zapatos rechinadores
y relucientes en aquella época.
Con esa mirada y dulce sonrisa que la caracteriza Doña
Chabelita continuó diciendo que ella vive muy feliz desde que se casó en el
Rancho San Fermín desde donde les manda un saludo a la gran familia de
Sudcalifornia especialmente a la juventud, que le echen muchas ganas y que no
pierdan el ánimo y el buen camino sobre todo los valores morales; que la vida
es muy bonita y que hay que vivirla,
pero bien, con la familia y con los amigos.
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