LA PAZ QUE SE PERDIO POR
MANUELITA LIZARRAGA.
…AQUEL VIEJO PESCADOR…
El inconfundible pitido del histórico
barco mercante “El Viosca” que atracaba en el legendario muelle fiscal aquel
amanecer de jueves de cuaresma, inundo la ciudad de La Paz… Aquella Paz aún
dormida de los años aquellos… Y el aromático café recién colado en talega de
manta, el crepitar de tizones encendidos en la cocina, entre ostros ruidos, me
sacó del sueño... Corrí la cortina de mi ventana, y a través de ella,
somnolienta aun lo partir… Polencho, mi hermano de crianza, aquel viejo
pescador del legendario barrio “El Manglito”… Como era su costumbre, iba a
pescar a la hermosa bahía de La Paz, a tomar de ella lo que generosa ofrecía en
abundancia: el alimento diario a todos los pescadores del ayer quienes tenían y
tienen la sabiduría y el arte para pescar heredado de los mayores por
generaciones.
En las penumbras de aquel
amanecer, como luciérnaga el cigarro encendido en su boca lo delató… Él no quería
despertarnos… Bajo el paliacate amarrado en su frente salían los aun negros
cabellos… En su rostro de tés morena curtida por el sol y la brisa del mar se
reflejaba la bondad entre los surcos de su piel… El peso de la vela y canalete
de la canoa sobre sus hombros, su morral de lonche y los apeos de pesca en una
mano, porque con la otra sostenía lo que llevaba en los hombros, y con el pantalón
remangado hasta las rodillas, las huellas de sus presurosos pies calzados con huaraches
de suela de llanta iban quedando plasmados en el camino, perdiéndose en la
distancia, ya casi saliendo el alba… Aquel célebre pescador iba en su canoa que
tenía fondeada frente al palmara traer el alimento para el viernes de cuaresma.
Como era la costumbre, al caer la
tarde al regreso de la escuela nos fuimos mi hermanita María de Jesús y yo a bañar al mar bajo el palmar a esperar
el regreso de Polencho… Y sentadas en la palma doblada que caía sobre el agua,
mis ojos de niña atibaban la distancia buscando el regreso de aquel viejo
pescador… ¡De pronto lo descubrí!... Era un espectáculo maravilloso que quedó
grabado en mi mente para siempre… Y que me deleita el recordarlo… Aquella
hermosa tarde crepuscular de jueves de cuaresma, tijeretas y gaviotas inundaban
el cielo regresando a sus nidos llevando en su pico el alimento para sus
polluelos… En la lejanía rompían las olas la barca que a vela tendida como
saeta se deslizaba en el mar empujado por aquel histórico y legendario
airecillo de leyenda “El Coromuel”… y Él, personaje tan querido de mis
recuerdos, venía parado en la barca con
la camisa volándole al viento, y con el nudo del paliacate en la nuca el
marcado con un crepúsculo dorado de ensueño, casi casi para el ocaso.
¡Qué alegría cuando atracó la
canoa en el palmar del Manglito! ¡Llegó Polencho, llegó Polencho! Gritábamos mi
hermana y yo sentadas en la palma doblada chapoteando con los pies en el agua,
y el muy contento nos dijo “me fue muy bien gracias a Dios, traigo: una caguama
para la comida de mañana viernes de cuaresma, garropa y cabrillas para freír en
el desayuno, y callo de hacha y almeja Catarina para la cena; se quedan aquí cuidando
la canoa porque voy a la casa por la carretilla”… Y aquella inolvidable
carretilla iba cargada hasta las cachas, con la caguama volteada aletas pa' arriba,
las cuatro cabrillas grandes, dos enormes garropas, un canasto retacado de
callos de hacha de media luna y redondos, así como uno de almejas. Dos
mantarrayas grandes a las que nomás les mocho la cola y tres pericos y Polencho
los dejó tirados en la orilla “para que se los coman los pelicanos, tijeretas y
gaviotas”, dijo y fondeo la canoa. Porque han de saber mis estimados lectores y
lectoras, que en ese tiempo no se comía ese pescado en La Paz, igual que el tiburón,
nomás se le sacaba el hígado y se le cortaban las aletas y se tiraban para que
comieran las aves. Para que queríamos eso, si teníamos tanto y de las mejores
especies; ah pero en cambio tenemos la bahía inundada de marinas y yates que
contaminan el mar; y nomas suspiramos porque ahora ni mantarrayas tenemos.
Eran los tiempos aquellos de
ventarrones en que se decía: “Febrero loco y Marzo otro poco”, y aquel airoso
amanecer de viernes de cuaresma, era fiesta en casa. Polencho muy temprano, de
una hachazo en la cabeza mató la caguama y como era su costumbre le puso un
vaso para agarrar la sangre, luego le puso limón y sal y se lo tomó sin
respirar; luego la destazo. Mi madre ya tenía todo listo para prepararla. Las varillas
en el patio para asar el pecho y el garapacho ya estaban puestos y el traste
para que cayera el aceite también… Mientras los tizones ardían y se hacían brasas
el pecho era preparado con pimienta, orégano y limón; también molían ajo y lo
embarraban. ¡Eran unos olores en todo el barrio!, y desde luego estaban custodiados
por mi perro viejo el pachuco… Y el aceite de la caguama nomas chirriaba en el
traste, el que era usado para bañar el pecho, y para guisarla. El hígado se cocía
y luego se picaba, le ponían limón y sal y se botaneaba… y mientras el pecho y
el garapacho se asaban en el patio con el pachuco alrededor, en la olla grande
de peltre previamente encalada, se cocía en poquita agua con sal y especias de
olor, ajo, orégano y cebolla el trasero y los cuartos de la caguama; y las mujeres
picábamos las verduras: cebolla, chile verde, tomate y ajo, todo muy finito
para que se perdiera en la carne y soltara el jugo y se mezclaran los sabores decía
mi madre, mientras amasaba para echar las tortillas de maíz. Después de cocida
la carne del animal era desmenuzada; gruesecita y picada en cuadritos y la
bañaban con pimienta y orégano; luego en la misma olla en que se coció ponían el
aceite de la caguama, se echaba toda la verdura a guisar a que soltara el
hervor, luego le echaban los chiles jalapeños, los chicharos y ejotes se
sazonaba con sal y pimienta y se mezclaba la carne, agregándole poco a poco el
caldo, nada más a que la cubriera; y al pecho se le quitaba los azotillos y la
carne y todo se picaba y echaba a la olla a que nada más soltara el hervor… ¡Y
que caguama señores!… En ese tiempo no se acostumbraba ni ponerle vino ni
cerveza, todo era al natural, que también ahora con esos ingredientes es muy
sabrosa.
Mi madre ponía en la mesa los limones
partidos y el agua de tamarindo, y el garapacho ya limpio, ¡Y le vaciaba aquel
exquisito guisado de caguama! Como palomas nomas volaban las tortillas que iban
surgiendo de aquellas benditas manos al comal y de ahí a la mesa, y toda la
familia y algunas comadritas alrededor de ella disfrutando aquel exquisito
manjar traído por aquel viejo pescador y elaborado por mi adorada madrecita,
toda una experta en el arte culinario. La grasa de la caguama la hacían chicharrón
y el aceite lo guardaban para curar la tos y freír el pescado, luego el
garapacho servía para tirar la basura o para los juegos de los chamacos, eso si
no se lo acababa el pachuco ruñéndolo. Luego dijo mi madre “con las aletas y la
cabeza de la caguama voy a cocinar el domingo una exquisita sopa en chilito
colorado y hasta aceitunas le voy a poner”… Así era ella; de cualquier cosa
hacia un manjar a veces hacia la caguama en bistecs rancheros, y como había tanta,
pues la carne la secaban para la machaca igual que los callos de hechas, los
meros y las garropas… Estoy segura que no me lo van a creer, pero se los juro
por el pachuco que así era en La Paz.
…La camisa la volaba el viento… Con su
pantalón arremangado hasta las rodillas y con su paliacate amarrado en la frente,
las huellas de sus huaraches de lías y suelas de llanta iban quedando plasmadas
en el polvoriento camino rumbo al mar… Inolvidable Polencho… Aquel viejo y
celebre pescador… Florencio Espinoza Tapiz fue su nombre y acudió al llamado
del señor un 29 de octubre del 2002 a la edad de 82 años, y toda su vida fue
pescador del barrio el Manglito… No lo puedo evitar… La voz se me quiebra y el
llanto me gana… Dios guarde su alma querido e inolvidable hermano y amigo y
nosotros tu recuerdo.
…Por el
placer de escribir…Recordar…Y compartir….
No hay comentarios.:
Publicar un comentario