LA PAZ QUE SE PERDIO.
POR MANUELITA LIZARRAGA.
“LA
PAZ...PARAISO DE MIS RECUERDOS… MI ABUELA…Y EL PERRO…”
- LA FRONTERA DEL PENSAMIENTO EN LO REGIONAL.
- PONENCIA PRESENTADA EN LA TERCER JORNADA DE LITERATURA REGIONAL “LA
FRONTERA”.
Como
luciérnaga, la chispa del cigarro del “tigre” que fumaba mi abuela se perdía en
aquella oscuridad, preludio de un bello amanecer...El balde de nixtamal pesaba,
y el fiel perrito por delante guiaba nuestros pasos...Somnolienta aun y
temerosa apretujaba mi muñeca de trapo envuelta en el morral de Ixtle para el
mandado...Nos dirigíamos, como Todos los días al antiguo mercado
Madero...Corría el año del 49...Estaba en proceso de empedrado o pavimentación
la calle 5 de Mayo...vivíamos por el barrio el Choyal. – Ay Abuelita que oscuro
esta el camino que ni el perro se ve... – ¡Pos como se va a ver el “pachuco” si
es prieto como la noche! – Tengo miedo y tengo frío. – Pues aprieta el paso
para entrar en calor.
El barrido de las calles con escobas
de varejón de dátil por las mujeres de la época a esa hora de la madrugadita
ahogaba nuestros presurosos pasos... El aroma a flores y a tierra mojada
golpeaba agradablemente nuestra nariz...El chirriar de rondanillas y tambazos,
jalando agua de los pozos, así como el tong tong de los molinos de viento se
escuchaba...Pero no lograban apagar el canto de grillos y gallos que inundaba
aquel ambiente de bello amanecer otoñal. – Nanita, por estas casas dicen que
espantan. – Pues no voltees a verlas, no vaya a ser que te pegues un susto y
tenga que darte té de palo de Brasil para el mal de espanto. La tiendita de don
Chemita aun estaba cerrada, pero dentro de ella se escuchaban voces y se
percibía el aroma a café de grano a nuestro paso. –Por que huele tanto a barro
abuelita. – Es que los Yaquis del rumbo del panteón han de tener una quemazón
de ladrillo. – Y quienes son los Yaquis, nanita. – Gente grandota y prieta pero
muy trabajadora que llegaron un día de por los rumbos de Sonora con sus
costumbres y tradiciones y fundaron el Esterito, a veces bailan en la plaza muy
chistoso, que la danza del Venado, los matachines y no se que cosas mas; y ya
no le haga al preguntón por que no se mucho de los Yaquis, solo se que son
pescadores, hacen ladrillos, artesanías de carey y concha de mar. A mi corta
edad yo no entendía que era todo eso pero me parecía muy bonito la palabra
Yaqui y Carey. ¡Que madrugadora era la gente de La Paz!, al igual que nosotros,
sus pasos se empezaban a escuchar, pues el mercado Madero lo abrían a las
cuatro de la mañana. Caminábamos por la calle Independencia y al cruzar la
acera mi abuelita volteo sobre su izquierda rumbo a la calle Reforma, señalando
a la distancia: “Allá va Don Miguel Miranda, seguramente va a la tenería a su
trabajo, pues tiene un alto cargo allí”. La silueta de un alto señor con
sombrero se miraba en aquella oscuridad alumbrando con una lampara de mano, ya no
quise preguntar que era tenería por que empece a sentir miedo.
La
mañana seguía oscura, íbamos llegando por la casona de mis temores
frente a la huerta de dona Elena Verdugo, aquella dulce viejecita que una vez
nos reprendió a mi hermanita y a mi dándonos una buena lección cuando saltamos
a su huerta y cortamos naranjas amargas. La blanca casona con escalinata en el
portal sostenido con hermosas columnas, causaba miedo los huecos de las
ventanas y de la puerta, y flameadas de tizne sus paredes parecían cuevas
oscuras...Por muchos años la casona estuvo abandonada la gente decía que
espantaban, y hasta la fecha según
espantan, que las almas andaban en pena por toda la casa...Y en esas
condiciones la gente de aquel tiempo sacaba la vuelta el pasar por allí; fueron
varios los asustados que los espantaron. Mi
abuela fue una de ellas. En una ocasión jugaba yo con mi muñeca de trapo
y mi perro viejo tras el pretil de la encalada hornilla de lumbreantes tizones
y escuche que mi abuelita le decía a mi madre: “Juanita, no quiero que oiga la
niña lo que voy a decirte, por que se va a asustar y no me va acompañar al
mercado. No vuelvas a pasar de noche por la casona, por que acabo de ver en el
portal una mujer grandota vestida con
ropajes largos y negros, el pelo brillante ondulado cayéndole hasta los hombros,
no le vi el rostro pero cosa buena no es por que vestía de negro.” Pero el
perro y yo ya habíamos escuchado aquello
y al pasar por la casona a esa hora de la madrugadita y recordar la platica con
mi madre, sentí miedo. – No voltees para allá, mejor voltea para la huerta de
doña Elena que esta dando vueltas el molino y saca grandes chorros de agua...El
aire helado de los dos tiempos que corría pegaba en nuestros rostros...Y
deshojaba los arboles poco a poco. – Nanita y ¿por qué están tiznadas las
paredes de la casona del portal y toda por dentro? – Es que la quemaron por que
murieron varias familias enfermas de tiz. – Y ¿qué es tiz?, abuelita. – Pues
estaban tísicos o tuberculosos, una enfermedad muy mala que ha matado mucha
gente en todo el mundo y aquí no se han escapado, por eso hay varias casas
quemadas en La Paz, y luego las encalaban pintándolas de blanco. “La ciudad
blanca” le decían a La Paz antes, por
los años de los 30’s y 40’s por que sus casas en su gran mayoría estaban
pintadas de blanco, y la “pelona”, o “la muerte siriquisiaca” tenia mucho
trabajo a causa de esa maligna enfermedad. – ¿Es cierto que espantan aquí
abuelita? - ¡mjj! El pachuco atento camelaba para la casona como presintiendo
que algo iba a ver y yo miraba de reojo apresurando mas el paso recordando las
grandes llamaradas que se hacían cuando quemaron las casas a los alrededores de
la casa de piedra donde vivíamos y pensando que si mi madre se daba cuenta de
que mi hermanita y yo sacamos de entre las cenizas y escombros con un palito
unos juguetes y los enterramos entre los laureles, la pela que nos iba a poner
y hasta al perro le iba a tocar la zurra, desde luego nos iban a dar un vaso de
agua endulzada para el susto después de la cintariza.
De pronto, al llegar al preventorio
donde fue antes la casa de gobierno, y ahora es un jardín de niños y el centro
de salud, una refusilata de chicotes se escuchaba y el presuroso trotar de
caballos jalando un carretón negro que nos lleno de espanto al perro y a mí. –
No te asustes, dijo mi abuelita, es la carroza que se lleva los difuntos al
panteón, ¡qué raro que ande a esta hora de la mañana! – ¡Mire nanita allá se
divisa la “perica” en el sobarzo! Eran un carro rojo como ambulancia que le
decían la “julia”, también, y en ella se llevaba a los borrachitos al “tanque”,
“tambo” o “al bote”, le decían a la cárcel. Lo que mi abuelita no sabía que en
el corral de la cárcel mi hermanita y yo camelábamos por un agujero del cerco
por que nos encantaba ver a los toros cebús que allí había y encaramarnos a las
matas de zarzamora a cortar las moras. Y esa casa tan grande ¿qué es? Abuelita. – Es el
preventorio donde asisten a los niños de los padres que están enfermos de tiz,
los alimentan, los curan y los enseñan a labrar la tierra, así como les dan
educación y sobre todo cariño. Esa huerta que ves allí son verduras y
hortalizas que siembran ellos mismos para su alimento, y están aquí hasta los
doce años, y esta es la huerta de los Flores, y esa casa de cucurucho, de
ladrillo allí viven el profesor Domingo Carballo y su familia, también tienen
huerta. El molino daba vueltas y en la huerta de los Flores donde ahora esta la
fabrica de hielo de la “monarca” había yo escuchado a mi Tío Lao que también
espantaban así como en las huertas de los Isais y en la casa de porche de
piedra gris en la esquina de Guillermo Prieto e Independencia pero me quede
callada con mis temores, porque además
había escuchado que por donde esta la librería y papelería Agruel todo
eso había sido panteón y por eso espantaba por todo aquello. En realidad íbamos
caminando por donde todo eso asustaba. Ya íbamos pasando por con don Chavalito
Ibarra, aquel tierno viejecito de sombrero y dulce mirar quien al ver pasar a
las muchachas les tocaba bonitas canciones con su música de boca, que vendía
santitos, también muñecas de trapo y muchas cositas mas que tanto gustan a los
niños y al dar vuelta por la estrella
polar la que fue casa Cunningham, después fue Importaciones Mary, y
ahora es monte de piedad, mi abuelita dijo “ ya párele de preguntar por que de
aquí hasta la lonchería de don Conrado de la Peña ya no quiero hablar, me voy a
chupar otro cigarro.” Y Diciendo y haciendo encendió otro cigarro del “tigre” y
continuamos caminando en silencio por la empedrada calle Revolución. ¡Cuántos
molinos de viento había en el corazón de La Paz! 1,250 molinos había, y le
decían “LA CIUDAD DE LOS MOLINOS DE VIENTO”. Todas las casas tenían su molino y
su huerta, y la que no tenía molino, tenía su pozo de agua con rondanilla o
cigüeña.
El canto de los gallos empezaba a
morir rompiendo aquel silencio el trinar de los pájaros...columnas de humo
arropaban los techados, y una tronazón de talones se escuchaba a nuestro paso
acompañado del alegre pregón de los
palanqueros gritando y tocando puertas “¡pescado fresco y barato a 75 la
sarta!; ¡caguama a tostón el cuarto y a
pachuco el pecho!; ¡lisas tatemadas a dos por 25 centavos! Y ¡callo de hacha a
3 por 10!”. El pescador con su paliacate amarrado en la frente vestido
pulcramente de blanco, el pantalón cortado debajo de la rodilla, con la camisa
amarrada a nudo en la cintura, con sus partidos pies recorría las polvorientas
y algunas empedradas callecitas de La Paz con su palanca de raíz de mezquite al
hombro donde pendían las sartas de pescado fresco colgados en cogollos de palma
y en su mano llevaba una canasta tejida de palma también atascada de enormes
callos de hacha que inundaban la orilla de nuestra hermosa bahía de La Paz,
donde abundaba el alimento diario. – Son los palanqueros del Esterito, dijo mi
adorada y sabia abuelita, sacándose el cigarro de la boca, y continúo diciendo,
señalando a la distancia “y aquel señor que ves en la otra acera con palanca al hombro y dos canastones llenos
de verduras y frutas es el “marchante”. – ¿Y que es el marchante, nanita? – Es
el señor Santana que vende la fruta y la verdura de las huertas tocando de casa
en casa, hay dos marchantes en La Paz, EL, y el señor José Briseño”. Mejor me
quede calladita por que ya íbamos llegando a la lonchería de don Conrado de la
Peña, la que nunca cerraba y siempre tocaba la música, donde nos tomamos una
taza de café de grano con nata y pan calientito y mi perro se comió una
empanadita como todos los días, entre aquellos olores a menudo, pozolada,
empanadas, y tamales enmarcados con el toque de la guerrera por los soldados en
el cuartel donde ahora es el nuevo mercado Madero.
Mi abuela dejó el balde en el primer
molino de nixtamal que hubo en La Paz fundado por don Ramón Briseño, para que
fueran moliendo el nixtamal mientras hacia la compra en el antiguo mercado
Madero fundado en 1932 por el General Ruperto García de Alba y el que estaba
ubicado donde ahora es el pasaje Madero. El eterno pregón del baratero cumbre
que se escuchaba de puerta a puerta del mercado, y que no lograban apagar el
pitido de los barcos de cabotaje atracando en el muelle fiscal ni el zumbar de
las licuadoras del puesto de chocomiles del español, así como ni el raspador de
hielo del puesto de los raspados de don Trino Osuna, nos recibió a la entrada con
el perrito por delante deleitando nuestros oídos todos aquellos ruidos propios
del amanecer en el mercado. “¡Pásele marchantita tenemos hermosas telas a
tostón el metro!, ¡cortes de casimir ingles, gabardinas y mezclilla a tres
pesos!, ¡afelpados, cobijas y camisas para caballero!, ¡paliacates y medias de
popotillo!, ¡tápalos, sombreros de ala ancha y pañueletas floreadas de seda,
botones e hilos a precios de rajatablas!”...Gritaba durante todo el día el
baratero cumbre acompañado de su mujer doña Auxilio. Afiladas de cuchillos de
los carniceros...El golpe del machete sobre los huesos y las colas de gentes en
las carnicerías... de Juan Osuna, José Amao, Santo Nuñez, Julio Álbañez, Severo
Gómez, Lorenzo Lizardi, Gilito Arreola y Felix Peralta Osuna...El arrastrar de
cajones de la fruta y la verdura que traían de las huertas del japonés Juan
Kakowi y del señor Tamaki...El estira y afloja de los precios por la gente del
pueblo llenando sus canastos y morrales del alimento diario que pagaban en
monedas de plata Ley 0720 de aquellas...Aromas que se percibían a café de grano
y pan calientito de la panadería Lilia, así como a menudo, pozolada, machaca,
cocido y arroz colorado de los puestos de comida de doña Cuca Tamayo, Victoria
Villalejo y Tomasa Talamantes quienes palmeaban las tortillas de maíz y de
harina hechas a mano. Un alboroto traían en el mercado aquella mañana por que
Gollito Chávez, según decían, había sacado un tesoro en su casa.
Aquel hermoso amanecer de otoño
perfumado a brisa del mar en el mercado Madero, metida entre los largos ropajes
de mi abuela quien escogía la verdura a placer
mis ojos se llenaron de alegría al contemplar a mi padre, don Bernardo
Lizárraga Tiznado, un hombre a toda ley, muy honrado y trabajador en plena
juventud de bondadoso rostro y franca sonrisa con sus rizados cabellos negros
aun, con su cajón en el hombro surtía de frutas y verduras que se producían en
la región los puestos, así como de pacas de pescado seco de pura calidad:
garropa, cabrilla y mero, a los señores comerciantes que algunos recuerdo, y
Todos ellos fueron pioneros fundadores del antiguo mercado Madero: Don Bebo
Cota, Romualdo Hirales, Isaac Geraldo, José Castro “el guayabero”, Enrique
Nava, Esperanza Cota, Arturo León, Miguel Romero “El Miguelón” como le decían
cariñosamente y quien vendía la leche de doña Talpa Olachea, Santiago Jiménez,
Don Luis Hirales, Lucio Sánchez, Ramoncito Navarro, Doña Chepita, Doña María
Wong, Don Benigno Meza, Carlos Cota, Manuel Sliman y Reyes Rodríguez Casillas,
entre otros que escapan a la memoria y que con su empeño y esfuerzo apoyaban la
economía familiar e impulsaron el comercio de los productos de la región en su
época, contribuyendo al engrandecimiento de Nuestra Entidad.
El perro, se puso muy contento al
ver a mi padre, y como era su compañero de andanzas aquella mañana en el
mercado Madero se quedo con el. Que feliz me puse por que mi padre me dio una
peseta de .25 centavos una jolita de dos centavos así como un cinco del monito,
los que mi abuelita me guardó metiéndolos en su seno en su pañuelo hecho
nudito, “para que vayas al matiné el domingo al cine Juarez con tu hermana
Concha”. Salimos del mercado con la canasta y el morral llenos de mandado, y
una sarta de huesos amarrados con cogollos de palma. “Conseguí hueso de cuadril
y de tuétano para el cocido” así como manteca de pella de res para las
gorditas, ahora, dijo mi nanita hay que recoger la masa en el molino, y luego
vamos a la botica de Castro a comprar Belladona y alcalfor para untarle manteca alcalforada en la barriga
a tu hermanita por que esta hinchada”. Mientras Carmelita la boticaria
despachaba a mi abuela quien pedía también “hojasen” para lo estreñido y los
cólicos, yo me senté en la banca verde con el mandado a mis pies a esperarla. –
Nanita vámonos por la tienda de Don Salomón Díaz para que me compres salates de
la sierra y bellotas para tatemarlas en las brazas, o sino, por con el gavilán
o el chamaco. – Otro día te llevo por la “isla de Cuba” por que ya se hizo
tarde, ya andan los panaderos ofreciendo el pan en las casas con sus canastones
en las cabezas sobre el yagual, eso quiere decir que ya pasan de las seis de la
mañana y no tardan en pitar en la industrial dando la hora. Me quede frustrada
en realidad quería pasar por las tiendas de don Pepe Brooks y de don Placido
Cota donde siempre tocaba el “barzón”, porque me encantaba ver las carretas
tiradas por mulas, a los señores sombrerudos que venían de los ranchos a
intercambiar productos, y las vacas en los corrales.
Al regreso, con la claridad de la
mañana se miraban muy hermosas las callecitas de La Paz. Lucían barridas y regadas, perfumadas
a flores, albahaca, yerbabuena y poleo. Al llegar a la casa, las barricas ya
estaban llenas de agua jalada del pozo, ¡que cacareos de gallinas se
escuchaba!, ¡y que aromas salían de la cocina!, a machaca, tortillas de harina
y frijoles refritos. “El desayuno ya esta listo” dijo mi madre, vislumbrándose
entre humos el bello rostro detrás de las lumbreantes llamas de los tizones
mientras raspaba el queso para bañar el frijol, y molía en el molcajete los
tomates y los chiles güeritos para la salsa los que había tatemado en las
brazas. Pusimos el mandado sobre el pretil de la encalada hornilla a un lado
del apaste de barro de la avena olorosa a hoja de naranjo y de pronto mi madre
exclamo alarmada “¡El pachuco no viene con ustedes!”. – Se quedo con Bernardo
en el mercado, dijo la abuela tranquilizándola. Mi madre sabia que el perro
regresaría con mi padre hasta en la tarde, y no llegarían con las manos vacías;
un costillar, una cabeza de res, una sarta de chorizo, o un queso o quizá una
tira de carne seca ya fuera de vaca, burro, venado, caguama o pescado pero algo
traería seguramente. “Desayúnate y alístate para que te peine tu nanita y te
vayas al parvulito”, ordeno mi madre. Me puse muy contenta por que después de
aquel fin de semana vería a mi querida e inolvidable señorita, la profesora
Estela Santana de Pineda y Eva Juárez en el kínder en la escuela Choyal.
Mientras mi abuela tejía mis
cabellos embarrados de brillantina de la que ella preparaba, de tuétanos fritos
con flores aromáticas y le ponía la correa de gamuza y los moños a mis trenzas,
un largo pitido se escuchó.
¡Nanita está pitando la industrial!
– No, ese es el de la tenería Suela Viosca. – ¿Y eso que es abuelita?- Después
te cuento, dijo, señalando a la distancia las fumarolas que salían de la larga
chimenea de la tenería suela Viosca y que inundaban el cielo.
...Antaño, En las madrugaditas...Por
las empedradas callecitas de La Paz, paraíso de mis recuerdos...la niña temerosa
caminaba de la mano de su sabia y comunicativa abuelita acompañada del perro y
de su muñeca de trapo, iluminada apenas por la chispa del cigarro del tigre...
…Por
el placer de escribir…Recordar…Y compartir…
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