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DOÑA TRINI TRABAJO ACTIVAMENTE PARA
LA FUNDACION DEL SANTUARIO DE GUADALUPE, JUNTO DON DÑA RAFAELA VERDUGO DE
GONZALEZ, TERESA BENOIT Y MUCHOS MAS.
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SU ABUELO, DON SANTOS BELTRAN, ASI
COMO LOS MAESTROS DE ALBAÑINL, CAMPOS, Y DON LIBRADO GAUME CONSTRUYERON LA
CHIMENEA DEL TRIUNFO....UN PUÑADO DE ORO EN UN MOÑO COLORADO LES PAGABAN A LA
SEMANA.
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SU ABUELA REFUGIO MARTINEZ, Y
TATARABUELO, ANTONIO MARTINEZ, ERAN LEGITIMOS CALIFORNIOS...ORGULLOSAMENTE
INDIOS PERICUES.
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NACIO A LA VIDA ETERNA EL PASADO 20
DE FEBRERO DE ESTE AÑO.
Eran los felices tiempos aquellos de La Paz de antaño
en el barrio El Choyal...la casita de mis abuelos construida de adobe, troncos
y techumbre de palma, se perdía en aquella inmensidad del monte, entre
cardonales, mezquitales, palos verdes y choyales, entre otra vegetación...era
la primera vivienda, la fundadora de ese popular barrio, la de la familia
Beltrán Martínez... El Choyal le puso mi abuela al ranchito cuando llegó a él
porque había mucha choya seca, y no se batallaba por la leña, dijo recordando
con añoranza, la encantadora muchacha antigua, de plateados cabellos y sonreído
rostro como las margaritas, Doña Trinidad Beltrán Martínez.
En aquella casita donde se respetaba la ley de Dios, crecer
y multiplicad, continuó diciendo con nostalgia Doña Trini, casita de gratos
recuerdos donde nacieron sus padres, Natividad Martínez Acevedo y Abraham
Beltrán Martínez, descendientes del indio pericú, eso decían los mayores con
gran orgullo y donde nació ella un Dos de junio de 1916 además de nueve
hermanos: Ubaldo, Abraham, Santos, Juan, Francisca, Juanita, Rosa María, Jesús
y Elena. Ella y sus hermanos fueron los niños más felices de la tierra, por lo
menos de ese barrio El Choyal, donde crecieron tan sanos, educados bajo las
normas y costumbres más estrictas de la época, ante la mirada y la protección
de sus abuelos.
¡Pero cómo no recordar a
la abuela si era tan bondadosa y cocinaba tan sano y sabroso!, ahora,
dice Doña Trini, pura chatarra se come por eso hay tantas enfermedades. Viene a
mi mente, dijo, aquel techado arropado de humo, y aquellas hornillas de
lumbreantes tizones y cazuelas de barro las que mi abuela hacía, repletas con
aromáticos guisados. Una de las costumbres en casa, y en toda La Paz era para
el almuerzo el cocido de huesos de res con todos su menesteres el que no debía
de faltar en casa; o eran albóndigas, o era caldo de pescado, ¡y que caldo de
pescado señores!, cortado el pescado en tronchos con cabeza, carne y huesos y
hasta los azotillos le echaban...el caldo de chopa oreada, era especial; el de
liza, pues no se diga, y si no, de perdida, se hacía el caldo de pargo colorado
o mulato, mero, estacuda, garropa, o robalo, y las albóndigas se hacían de
pescado especial para eso, o de carne de res, pulpa negra tenía que ser, o si
no había más se hacían de liebre o de venado; pero en el almuerzo no debía de
faltar en aquellas hornillas las grandes cazuelas de barro con el hirviente
caldo, era la comida del pobre...ahora, difícilmente se come cocido porque sale
muy caro cocinarlo, además de que algunas personas ni lo conocen; dijo con
tristeza Doña Trini, añadiendo que ahora algunas personas ya ni cenan porque
engordan.
Su abuelita, dice, para la cena hacía aquellas inolvidables
“michas”, para todo aquel muchachero comelón. Era tan sabrosa la micha por
cierto. Molía el nixtamal en el metate, hacía una gruesa y gran torta con la
masa, la que amasaba con manteca de res, canela y panocha, luego la ponía en el
comal y la tapaban con una cazuela de barro para que no se saliera el vapor,
¡Que hornos ni que nada!, quedaba un pastel muy rico, esponjadito que hasta lo
sonaba con sus morenas manos como un tambor y decía “Ya está”, les daban de
cena. Les daban una rebanada de aquella micha, un plato de frijoles caldudos o
refritos bañado de queso raspado o en trozos, como quisieran, y un vaso de te
limón o damiana, y quedaban tan llenos que hasta se les podía tronar un piojo
en la barriga.
Recordar a la venerable abuelita es muy grato dice Doña
Trini... ¡cómo le gustaba que le peinara sus largos y negros cabellos así como
a sus hermanas!, se formaban en fila india con los cabellos destrenzados, junto
al perchero donde estaban encajados en la cola de caballo los destramadores y
peines piojeros; y colgadas las correas de gamuzas y los coloridos moños; les
embarraba el cabello con aromática brillantina que ella misma preparaba con
tuétanos de res, y pétalos de flores, mientras les contaba lo orgullosa que
estaba de ser descendiente de indios californios, del rebelde pericú,
concretamente, sus costumbres y sufrimientos, y sus demás hermanos partían chuniques
en el patio donde en camastros sobre lonas se pasaban los tendales de dátiles
al sol. El trenzado les duraba por varios días, de lo bien peinadas que
quedaban y las vestían como lo que eran, como niñas con vestidos largos con
bolsitas y moños, ahora a las niñas las visten como adultas.
Otro de los bellos recuerdos de Doña Trini es cuando se iban
a tomar el retrato familiar, eso era muy
importante; era todo un rito ¡había un alboroto en casa!, sacaban de los
arcones las mejores ropas, las que guardaban celosamente con bolitas aromáticas
para ocasiones especiales y sus tías mayores y abuelita peleaban las alpargatas
de gamuza y de mezclilla, para tal ocasión, y su padre se ponía su sombrero de
pelo y hasta se quitaba las antiparras, porque tenían que salir muy arreglados
en el retrato...se miraban tan bonitos todos así vestidos que a sus ojos de
niñas le parecían como gente muy acomodada y claro que no lo eran, pero sí de
muy buenas costumbres.
Los tiempos han cambiado mucho, dice Doña Trini...al
paso del tiempo, en el barrio El Choyal
se fueron asentando otras familias...una casita aquí, otra casita más allá y así
fue creciendo hasta lo que ahora es, una gran familia sudcaliforniana....y la
ciudad de La Paz llegaba hasta donde es ahora la gasolinera de Castro, y al
otro ladito fue un panteón por donde es
ahora la papelería Agruel... la gente le
sacaba la vuelta, el pasar por ahí, porque decían que asustaban...continua
recordando la muchacha de cabecita de lirios florecidos que fue a la primaria a
la Escuela No. Cuatro, la que estaba donde fue el sobarso, o el tambo, y
después fue un hospital antituberculoso, a ella le encantaba mirar a los
enfermos para ayudarlos; como era pequeñita, todavía, se empinaba a pies
juntillas, y colgándose por las rejas de las ventanas les hacía mandados comprándoles
cigarros, pan y fósforos en la tiendita de Don Onésimo Cosío quien hacía un pan
muy sabroso y tenía un llamativo sistema de dar el pilón a los niños
mandaderos.
Don Onésimo dice,
en una estante tenía frascos de vidrio pintados de diferentes colores con el
nombre de cada niño mandadero y a cada compra que hacían, le iba poniendo un granito
de maíz a su frasco hasta que se llenaba y el niño pedía un premio: a veces era
un gran paquetón de pan, melcochas, alfeñiques, o un cucurucho de pinole, o un
puño de panochas o galletas abetunadas que tanto gustaba a los niños. ¡Qué
bonita era la niñez de antes!. Recuerda con cariño a su hermano Abraham Beltrán
Martínez quien falleció un 22 de julio hace dos años, fue un gran hombre, fue
de los mejores buzos de madreperlas, y de los fundadores de la CROM en 1924 que
con su trabajo de la estiba dieron prestigio y bonanza al histórico muelle
fiscal, el que fue el detonante de la economía en el antiguo territorio de Baja
California Sur toda una época de oro en el comercio y la marina
mercante...Abraham, dijo, fue un hombre de leyenda. ¡cómo le gustaba escuchar
cuando les contaba tantas aventuras que vivió y cosas que le pasaron!, entre
ellas que vio y escuchó el canto de las sirenas, dijo que, buceaba aquella vez
en las profundidades del mar, cerca de San Juan de Ulloa, y que las corrientes
marinas lo envolvían en un hermoso canto que lo embelesaba...no comprendía de
donde procedía ese canto, ni que era lo que pasaba y como pudo emergió a la
superficie y ante sus sorprendidos ojos estaban dos hermosas mujeres flotando
en el agua con sus blancos y desnudos senos al aire libre y muy larga
cabellera, y al verlo a él hicieron unas graciosas piruetas y se sumergieron
levantando sus colas de pescado de la cadera para abajo, como pudo salió del
mar, y contó lo que había visto pero nadie le creyó.
En aquel tiempo, continúa diciendo Doña
Trini que su padre se puso muy enfermo, ya estaba grande de edad avanzada, ¡y
que susto se llevaron ella y su hermana Rosa cuando vieron a la llorona!, ella
tenía quince años, era una noche de luna de aquellas de Octubre, serían como la
una de la mañana, allá en el barrio El Choyal, las mandaron a la casa de
enfrente, de la familia también, de María de Beltrán, a traer un sartén de
brazas para atizar la olla del té y para calentar al enfermo, ya iban cruzando
la calle, cuando les pasó casi rozando sus cabezas algo así como un envoltorio
de sábanas blancas, que gritaban ¡mis
hijos, donde están mis hijos, denme a mis hijos!, y pues que hijos le íbamos
a dar, si apenas teníamos 15 años...por allá aventaron el sartén con las brasas
y de un salto estaban arriba del enfermo y un escándalo tenían y su papá con
aquella calma les dijo “ay mijita si nomás es la llorona que anda buscando a
sus hijos”, y luego les contaba la leyenda...pero que susto se
llevaron....antes dijo recomendaban los mayores que no dejaran llorar los niños
en la noche, y ni la luz apagada porque
se acercaba la llorona creyendo que eran sus hijos.
¡Cuánta tristeza sintió cuando murió su
padre!, el no quiso que lo llevaran en la carroza, pidió que lo cargaran en
hombros hasta el panteón en riguroso silencio, vestidos todos de negro, como
era la costumbre, pero un llanto llevaban todos caminando rumbo al panteón de
los san juanes, recuerda que le echaron dentro de la casa las antiparras que
tanto le gustaban, terminó diciendo Doña Trini, añadiendo que Dios es muy
bondadoso con ella, que vive al amparo de sus dos hijas, Leonor y Dorita, tres nietos y yernos, que son una bendición...
y de La Paz, de aquella Paz tranquila, de romance y de molinos de viento, y de tantas otras
cosas bellas, hay mucho que recordar, dijo la encantadora Doña Trini, orgullosa
de ser descendiente de indio pericú.