LA PAZ QUE SE PERDIO
Por
MANUELITA LIZARRAGA ALCARAZ
LAS
CIRUELAS Y PITAHAYAS DEL MOGOTE... PEQUEÑA PENINSULA DE LEYENDA.
Las primeras
pitahayas del Mogote ya se dejaban ver... y como dijo la inolvidable Chuy
Rollan, “aquí entre nos”, ¡doce exquisitas y jugosas pitahayas me comí!... diez
pesos el kilo costaron, y los pagué con mucho gusto... al ponerlas en un platón
en el centro de la mesa para darles mate, el libro de los bellos recuerdos
galopo en mi mente como corceles desbocados... pero es que no lo puedo creer!,
tengo que recordar.
En aquella
añorada época... en estas fechas, las bondadosas parras y los mangos ya
terminaban su fruto... y los dátiles en la palmeras empezaban a amarillear... a
media mañana, mientras me ponía a
despumar el cocido, parada sobre un banco junto a la lumbreante y encalada
hornilla, un escándalo se escuchaba en el patio perfumado a flores, a tierra
mojada e inundando de aquellos olores al primer hervor de los frijoles... llegó
Polencho del Mogote!, gritaban mis hermanos menores, y las comadritas y vecinas
de mi madre llenaban el corredor al verlo llegar... era fiesta en casa.
Aventaba yo la cuchara de palo, y me lanzaba a la bola a recibir a mi hermano
el pescador... los canaletes y la vela las dejaba en la panga, porque se regresaba
a pescar para traer el pescado de la cena, mientras mi madre preparaba la
salsa, los frijoles y torteaba.
Con el desteñido
paliacate liado a la nuca, el pantalón de mezclilla arremangado hasta las
rodillas, y con su pelo negro aun, empujaba la carretilla llena de canastas
atascadas de exquisitas ciruelas y pitahayas... no había medida para comerlas,
ponían una canasta de pitahayas y otra de ciruelas sobre la mesa, y comíamos
hasta hartarnos... mientras partíamos los chuniques a golpe de martillo en una
piedra en medio del patio. Contaban los mayores que a su vez les contaban sus
ancestros una bonita leyenda del Mogote, dijo la abuela lanzando fumarolas al
aire.
Gracias a los indios,
antiguos y sufridos habitantes de esta península, nosotros, y las generaciones
anteriores, y las futuras, podemos disfrutar de las pitahayas y ciruelas del
Mogote... Los indios se alimentaban de estos frutos silvestres además de otras
semillas y raíces las que eran como un tesoro para ellos, así como de la pesca
y la caza... Cuentan que una vez, los Indios iban siguiendo las huellas de unos
coyotes, y al estar cazándolos, se dieron cuenta que los coyotes escarbando con
las patas descubrieron agua dulce en el “agua de los Coyotes” y por eso los
Indios le pusieron ese nombre y hasta la fecha existe un pozo enmarcado con dos
palmeras que se llama “El Agua de los Coyotes”, a los Indios les gustó tanto
ese lugar que lo tomaron como paraje... Buceaban la almeja ahí, y a un lado del
mégano pelón está un conchero cubierto de arena, que parece otro mégano, pero
no lo es, es un conchero que dejaron los Indios cuando mataban las almejas para
alimentarse.
Cuentan la
leyenda que había dos tribus enemigas... que uno de los jefes tenía una hija
muy bella llamada “Nimba”... La muchacha california de piel canela, adornaba su
larga y negra cabellera con collares de perlas y sus descalzos pies los
adornaba con caracoles y concha fina, ésta se distinguía de las demás por su
estatura y cuerpo juncal, además de su belleza por su bondad... Le gustaba
recolectar semillas y frutos y las repartía entre los ancianos que no podían
trabajar.
Una tarde, Nimba
no regresó más de su acostumbrado quehacer... Sus pasos y sus acciones eran
observados por el hijo del jefe de la tribu enemiga el joven “Tajeral” este
quedó prendado de la bella joven, y la raptó; el padre de la muchacha estaba
inconsolable le suplicaba a su enemigo, a través de mensajeros que le
regresaran a su adorada hija, pero el jefe Tikino, le mandó la respuesta con
sus mensajeros y le envió un garapacho de caguama lleno de las ciruelas más
hermosa y apetecibles, así como de exquisitas pitahayas más escogidas del
Mogote pidiéndole hacer las paces, y la mano de la muchacha para su hijo... Y
cuenta la leyenda que el padre de Nimba quedó maravillado con el garapacho de
ciruelas y pitahayas y le gustaron tanto ese sabor tan especial por ser del
Mogote, que accedió a casar a su hija, desde ese entonces hubo paz en las dos
aldeas... Por eso dicen que el que come ciruelas y pitahayas del Mogote se queda
en La Paz, o vuelve a ella...que las ciruelas y pitahayas del Mogote son frutos
de amor y paz...
Yo creo que por
eso te amo tanto hermoso girón de tierra peninsular... Porque no solo ciruelas
y pitahayas me has dado sino que aparte de disfrutar las bellezas de tu
entorno, tus atardeceres de ensueño y de
todo lo demás, es la maravillosa experiencia de vivir con mi gente
sudcaliforniana, tan nuestra.
…Por
el placer de escribir…Recordar…Y compartir…
*Esta crónica
fue publicada hace más de 15 años en el periódico sudcaliforniano, revista
compás, en el programa de radio contacto directo XENT radio La Paz*
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