viernes, 4 de agosto de 2017

LA PAZ  QUE SE PERDIO
Por MANUELITA LIZARRAGA ALCARAZ

LAS CIRUELAS Y PITAHAYAS DEL MOGOTE... PEQUEÑA PENINSULA DE LEYENDA.


Las primeras pitahayas del Mogote ya se dejaban ver... y como dijo la inolvidable Chuy Rollan, “aquí entre nos”, ¡doce exquisitas y jugosas pitahayas me comí!... diez pesos el kilo costaron, y los pagué con mucho gusto... al ponerlas en un platón en el centro de la mesa para darles mate, el libro de los bellos recuerdos galopo en mi mente como corceles desbocados... pero es que no lo puedo creer!, tengo que recordar.

En aquella añorada época... en estas fechas, las bondadosas parras y los mangos ya terminaban su fruto... y los dátiles en la palmeras empezaban a amarillear... a media mañana, mientras  me ponía a despumar el cocido, parada sobre un banco junto a la lumbreante y encalada hornilla, un escándalo se escuchaba en el patio perfumado a flores, a tierra mojada e inundando de aquellos olores al primer hervor de los frijoles... llegó Polencho del Mogote!, gritaban mis hermanos menores, y las comadritas y vecinas de mi madre llenaban el corredor al verlo llegar... era fiesta en casa. Aventaba yo la cuchara de palo, y me lanzaba a la bola a recibir a mi hermano el pescador... los canaletes y la vela las dejaba en la panga, porque se regresaba a pescar para traer el pescado de la cena, mientras mi madre preparaba la salsa, los frijoles y torteaba.

Con el desteñido paliacate liado a la nuca, el pantalón de mezclilla arremangado hasta las rodillas, y con su pelo negro aun, empujaba la carretilla llena de canastas atascadas de exquisitas ciruelas y pitahayas... no había medida para comerlas, ponían una canasta de pitahayas y otra de ciruelas sobre la mesa, y comíamos hasta hartarnos... mientras partíamos los chuniques a golpe de martillo en una piedra en medio del patio. Contaban los mayores que a su vez les contaban sus ancestros una bonita leyenda del Mogote, dijo la abuela lanzando fumarolas al aire.

Gracias a los indios, antiguos y sufridos habitantes de esta península, nosotros, y las generaciones anteriores, y las futuras, podemos disfrutar de las pitahayas y ciruelas del Mogote... Los indios se alimentaban de estos frutos silvestres además de otras semillas y raíces las que eran como un tesoro para ellos, así como de la pesca y la caza... Cuentan que una vez, los Indios iban siguiendo las huellas de unos coyotes, y al estar cazándolos, se dieron cuenta que los coyotes escarbando con las patas descubrieron agua dulce en el “agua de los Coyotes” y por eso los Indios le pusieron ese nombre y hasta la fecha existe un pozo enmarcado con dos palmeras que se llama “El Agua de los Coyotes”, a los Indios les gustó tanto ese lugar que lo tomaron como paraje... Buceaban la almeja ahí, y a un lado del mégano pelón está un conchero cubierto de arena, que parece otro mégano, pero no lo es, es un conchero que dejaron los Indios cuando mataban las almejas para alimentarse.

Cuentan la leyenda que había dos tribus enemigas... que uno de los jefes tenía una hija muy bella llamada “Nimba”... La muchacha california de piel canela, adornaba su larga y negra cabellera con collares de perlas y sus descalzos pies los adornaba con caracoles y concha fina, ésta se distinguía de las demás por su estatura y cuerpo juncal, además de su belleza por su bondad... Le gustaba recolectar semillas y frutos y las repartía entre los ancianos que no podían trabajar.

Una tarde, Nimba no regresó más de su acostumbrado quehacer... Sus pasos y sus acciones eran observados por el hijo del jefe de la tribu enemiga el joven “Tajeral” este quedó prendado de la bella joven, y la raptó; el padre de la muchacha estaba inconsolable le suplicaba a su enemigo, a través de mensajeros que le regresaran a su adorada hija, pero el jefe Tikino, le mandó la respuesta con sus mensajeros y le envió un garapacho de caguama lleno de las ciruelas más hermosa y apetecibles, así como de exquisitas pitahayas más escogidas del Mogote pidiéndole hacer las paces, y la mano de la muchacha para su hijo... Y cuenta la leyenda que el padre de Nimba quedó maravillado con el garapacho de ciruelas y pitahayas y le gustaron tanto ese sabor tan especial por ser del Mogote, que accedió a casar a su hija, desde ese entonces hubo paz en las dos aldeas... Por eso dicen que el que come ciruelas y pitahayas del Mogote se queda en La Paz, o vuelve a ella...que las ciruelas y pitahayas del Mogote son frutos de amor y paz...

Yo creo que por eso te amo tanto hermoso girón de tierra peninsular... Porque no solo ciruelas y pitahayas me has dado sino que aparte de disfrutar las bellezas de tu entorno,  tus atardeceres de ensueño y de todo lo demás, es la maravillosa experiencia de vivir con mi gente sudcaliforniana, tan nuestra.


…Por el placer de escribir…Recordar…Y compartir…


*Esta crónica fue publicada hace más de 15 años en el periódico sudcaliforniano, revista compás, en el programa de radio contacto directo XENT radio La Paz*





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