martes, 6 de marzo de 2018

LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA
“LA CASA DE MIS RECUERDOS”
Los leños crepitaban en la encalada hornilla...por el bello rostro de mi madre cual perlas corrían presurosas las lágrimas...temerosa, abrazando mi muñeca de trapo, a través de los llameantes tizones contemplaba la escena...mi perro viejo El pachuco, untándose contra el pretil de la hornilla, con una mirada de profunda tristeza dejó un gran trozo de carne seca junto a los pies de mi madre...”Mala señal”, dijo mi abuela, “Este hombre no vendrá a dormir.”
Cada vez que paso por esa mansión bardeada con pequeños arcos enclavada en 5 de mayo y Gómez Farias se agolpan en mi mente los gratos recuerdos...fue por la década de los 50...tenía razón mi abuela...aquella noche, mi padre no durmió en casa; el fiel perrito llegó solo con la carne por delante, lo que sería nuestro alimento...a causa de la bebida, como era la costumbre en La Paz, la “perica’ o “julia” lo recogió y lo llevó a dormir al tanque o sobarso, el que estaban ubicado en Altamirano y Constitución. En la cárcel, en aquella época había escasamente 4 o 6 presos y por “borrachitos”...!qué diferencia ahora!...frente al sobarso, en la banqueta había frondosos árboles de zarzamora, estaba cercada con tablones de madera a especie de barda y dentro de ese gran corralón había ganado Cebú...al fin niñas, nos encantaba treparnos a los árboles a cortar las zarzamoras y por los hoyos del corral camelábamos mi hermanita y yo a los toros Cebús...nos llamaba la atención que tuvieran grandes bolas en el lomo como el que venía dibujado en la salsa Búfalo...!eran bellísimos esos animales!...claro que los policías nos pegaban buenas regañadas y mi padre dentro de la reja nos guiñaba el ojo...como asintiendo las travesuras. De aquellos policías que recuerdo, era Angel Castro, el “popocha”, los demás rostros se me pierden en la bruma del tiempo...pues apenas yo tenía 5 años y mi hermanita siete.
Al pasar frente a esa casa bardeada de arcos...los mismos desde el siglo pasado...me trae gratos recuerdos de aquella Paz antigua...la casa en mención estaba inundada de árboles frutales y hermosas flores...aquella fría mañana, el molino daba vueltas con su inconfundible tong tong...el canto de los pájaros se escuchaba hermoso...mi madre nos mandó al sobarso a pagar la multa de tres pesos y en un morralito de hixtle llevábamos el dinero, una media tequilera (botella de vidrio) con café y unos tacos de machaca para mi padre. Al pasar por esa casa de mis recuerdos, nos llamó la atención unas hermosas naranjas amarillas llenas de puntitos negros. Mi hermanita María dijo “! Que bonitas naranjas, vamos a cortar algunas!” y como la barda de arquitos no estaba alta, ni tardas ni perezosas, ella fácil la brincó pero para que pudiera yo saltar, le puso un ladrillo para que alcanzara. Dejamos tirado el morral detrás de la barda, y nos metimos...!era todo aquello un encanto, que a nuestros ojos de niña nos pareció maravilloso!, era como si estuviéramos en un bosque...en la mullida alfombra del follaje, el ruido de nuestros pequeños pasos los apagaba el tong tong de la pichancha del molino de viento que aventaba a la gran pila llena de mariposas y cigarrones generosos chorros de agua, en el marco del alegre trino de los pájaros cantores. Había tantos pájaros en La Paz, mariposas y cigarrones!...nuestra meta eran aquellas naranjas con puntitos negros...nos levantamos el vestido a modo de bolsas y dando saltos empezamos a cortar las que podíamos alcanzar...estábamos tan contentas en esa faena del hurto de naranjas, cuando de repente nos agarra del vestido por la espalda una dulce y tierna viejecita...en realidad la señora no estaba viejecita, pero a nuestros ojos de niña eso nos parecía. Doña Elenita Verdugo se llamaba, era quien habitaba esa casa perdida entre los árboles...sorprendidas con las manos en la masa, nos dijo tiernamente “ ¿Les gustan las naranjas mijas?”, “mjj”, dijimos muy compungidas, agachando y moviendo la cabeza avergonzadas, tronándonos los dedos...llenas de miedo...y continuó diciendo la encantadora señora algo que quedó grabado para siempre en nuestras mentes y en nuestros corazones, algo que normó nuestras vidas y que le agradecemos profundamente a esta santa señora la lección que nos dio sin regaño y sin cuarta.
“¿No saben ustedes que las niñas no se deben meter a las casas ajenas sin permiso?; ¿Que las cosas se piden o se ganan?...y si les gustan las naranjas se las van a ganar. Esta güerita va a barrer y juntar basuras y esta niña gordita va a lavar trastes”. Y muy contentas nos pusimos a trabajar...a mi hermana la subió en un taburete junto al fregador, mientras yo encantada porque no nos habían pegado barría el patio. ¡Que barrido y que lavados de trastes podíamos hacer a esa edad! Lo que Doña Elenita quería era el mensaje que quedaría en nosotros y así fue. Al término del quehacer, la señora acariciándonos la cabeza, nos dio las naranjas recomendando... “¡Y no lo olviden!, no se vuelvan a meter alas casas ajenas...las cosas se piden o se ganan”. Felices brincamos esos arcos por la calle Independencia, frente a la casona, que por cierto espantan muchísimo, y extenuadas, nos sentamos tras la barda a pelar las codiciadas naranjas de nuestro antojo, mientras mi padre tras las rejas esperaba.
¡Pero que sorpresa nos llevamos!, las naranjas estaban amargas, agrísimas...y de pilón el morral con los tres pesos y el lonche había desaparecido. Muy mortificadas, íbamos pensando en que decir y nada se nos ocurría...desde luego que mi papá se tuvo que quedar tres días en el bote y la pela que nos pusieron para que les cuento. El perro enojado saltaba queriendo quitarle la cuarta de las manos a mi madre...cuando mi padre se enteró de nuestra travesura, estaba tan enojado, que nos dieron otra zurra...esa casa de la barda de arcos, por la 5 de Mayo donde vivió aquella dulce viejecitas de cabecita de lirios florecidos y de rostros sonreídos como las margaritas, me trae gratos recuerdos, con esa lección tan sabia que normó nuestras vidas.
….Por el placer de escribir… Recordar… Y…. Compartir…

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