martes, 6 de marzo de 2018

LA PAZ QUE SE PERDIO POR
MANUELITA LIZARRAGA.
…AQUEL VIEJO PESCADOR…EL PRIMER VIERNES DE CUARESMA…
El inconfundible pitido del histórico barco mercante “El Viosca” que atracaba en el legendario muelle fiscal aquel amanecer de jueves de cuaresma, inundo la ciudad de La Paz… Aquella Paz aún dormida de los años aquellos… Y el aromático café recién colado en talega de manta, el crepitar de tizones encendidos en la cocina, entre otros ruidos, me sacó del sueño... Corrí la cortina de mi ventana, y a través de ella, somnolienta aun, lo vi partir… Polencho, mi hermano de crianza, aquel viejo pescador del legendario barrio “El Manglito”… Como era su costumbre, iba a pescar a la hermosa bahía de La Paz, a tomar de ella lo que generosa ofrecía en abundancia: el alimento diario a todos los pescadores del ayer quienes tenían y tienen la sabiduría y el arte para pescar heredado de los mayores por generaciones.
En las penumbras de aquel amanecer, como luciérnaga el cigarro encendido en su boca lo delató… Él no quería despertarnos… Bajo el paliacate amarrado en su frente salían los aun negros cabellos… En su rostro de tés morena curtida por el sol y la brisa del mar se reflejaba la bondad entre los surcos de su piel… El peso de la vela y canalete de la canoa sobre sus hombros, su morral de lonche y los apeos de pesca en una mano, porque con la otra sostenía lo que llevaba en los hombros, y con el pantalón remangado hasta las rodillas, las huellas de sus presurosos pies calzados con huaraches de suela de llanta iban quedando plasmados en el camino, perdiéndose en la distancia, ya casi saliendo el alba… Aquel célebre pescador iba en su canoa que tenía fondeada frente al palmar, cerca de la mojonera a traer el alimento para el viernes de cuaresma.
Como era la costumbre, al caer la tarde al regreso de la escuela nos fuimos mi hermanita María de Jesús y yo a bañar al mar bajo el palmar a esperar el regreso de Polencho… Y sentadas en la palma doblada que caía sobre el agua, mis ojos de niña atibaban la distancia buscando el regreso de aquel viejo pescador… ¡De pronto lo descubrí!... Era un espectáculo maravilloso que quedó grabado en mi mente para siempre… Y que me deleita el recordarlo… Aquella hermosa tarde crepuscular de jueves de cuaresma, tijeretas y gaviotas inundaban el cielo regresando a sus nidos llevando en su pico el alimento para sus polluelos… En la lejanía rompían las olas la barca que a vela tendida como saeta se deslizaba en el mar empujado por aquel histórico y legendario airecillo de leyenda “El Coromuel”… y Él, personaje tan querido de mis recuerdos, venía parado en la barca con la camisa volándole al viento, y con el nudo del paliacate en la nuca el marcado con un crepúsculo dorado de ensueño, casi casi para el ocaso.
¡Qué alegría cuando atracó la canoa en el palmar del Manglito! ¡Llegó Polencho, llegó Polencho! Gritábamos mi hermana y yo sentadas en la palma doblada chapoteando con los pies en el agua, y el muy contento nos dijo “me fue muy bien gracias a Dios, traigo: una caguama para la comida de mañana viernes de cuaresma, garropa y cabrillas para freír en el desayuno, y callo de hacha y almeja Catarina para la cena; se quedan aquí cuidando la canoa porque voy a la casa por la carretilla”… Y aquella inolvidable carretilla iba cargada hasta las cachas, con la caguama volteada aletas pa' arriba, las cuatro cabrillas grandes, dos enormes garropas, un canasto retacado de callos de hacha de media luna y redondos, así como uno de almejas. Dos mantarrayas grandes a las que nomás les mocho la cola y tres pericos y Polencho los dejó tirados en la orilla “para que se los coman los pelicanos, tijeretas y gaviotas”, dijo y fondeo la canoa. Porque han de saber mis estimados lectores y lectoras, que en ese tiempo no se comía ese pescado en La Paz, igual que el tiburón, nomás se le sacaba el hígado y se le cortaban las aletas y se tiraban para que comieran las aves. Para que queríamos eso, si teníamos tanto y de las mejores especies; ah pero en cambio tenemos la bahía inundada de marinas y yates que contaminan el mar; y nomas suspiramos porque ahora ni mantarrayas tenemos.
Eran los tiempos aquellos de ventarrones en que se decía: “Febrero loco y Marzo otro poco”, y aquel airoso amanecer de viernes de cuaresma, era fiesta en casa. Polencho muy temprano, de una hachazo en la cabeza mató la caguama y como era su costumbre le puso un vaso para agarrar la sangre, luego le puso limón y sal y se lo tomó sin respirar; luego la destazo. Mi madre ya tenía todo listo para prepararla. Las varillas en el patio para asar el pecho y el garapacho ya estaban puestos y el traste para que cayera el aceite también… Mientras los tizones ardían y se hacían brasas el pecho era preparado con pimienta, orégano y limón; también molían ajo y lo embarraban. ¡Eran unos olores en todo el barrio!, y desde luego estaban custodiados por mi perro viejo el pachuco… Y el aceite de la caguama nomas chirriaba en el traste, el que era usado para bañar el pecho, y para guisarla. El hígado se cocía y luego se picaba, le ponían limón y sal y se botaneaba… y mientras el pecho y el garapacho se asaban en el patio con el pachuco alrededor, en la olla grande de peltre previamente encalada, se cocía en poquita agua con sal y especias de olor, ajo, orégano y cebolla el trasero y los cuartos de la caguama; y las mujeres picábamos las verduras: cebolla, chile verde, tomate y ajo, todo muy finito para que se perdiera en la carne y soltara el jugo y se mezclaran los sabores decía mi madre, mientras amasaba para echar las tortillas de maíz. Después de cocida la carne del animal era desmenuzada; gruesecita y picada en cuadritos y la bañaban con pimienta y orégano; luego en la misma olla en que se coció ponían el aceite de la caguama, se echaba toda la verdura a guisar a que soltara el hervor, luego le echaban los chiles jalapeños, los chicharos y ejotes se sazonaba con sal y pimienta y se mezclaba la carne, agregándole poco a poco el caldo, nada más a que la cubriera; y al pecho se le quitaba los azotillos y la carne y todo se picaba y echaba a la olla a que nada más soltara el hervor… ¡Y que caguama señores!… En ese tiempo no se acostumbraba ni ponerle vino ni cerveza, todo era al natural, que también ahora con esos ingredientes es muy sabrosa.
Mi madre ponía en la mesa los limones partidos y el agua de tamarindo, y el garapacho ya limpio, ¡Y le vaciaba aquel exquisito guisado de caguama! Como palomas nomas volaban las tortillas que iban surgiendo de aquellas benditas manos al comal y de ahí a la mesa, y toda la familia y algunas comadritas alrededor de ella disfrutando aquel exquisito manjar traído por aquel viejo pescador y elaborado por mi adorada madrecita, toda una experta en el arte culinario. La grasa de la caguama la hacían chicharrón y el aceite lo guardaban para curar la tos y freír el pescado, luego el garapacho servía para tirar la basura o para los juegos de los chamacos, eso si no se lo acababa el pachuco ruñéndolo. Luego dijo mi madre “con las aletas y la cabeza de la caguama voy a cocinar el domingo una exquisita sopa en chilito colorado y hasta aceitunas le voy a poner”… Así era ella; de cualquier cosa hacia un manjar a veces hacia la caguama en bistecs rancheros, y como había tanta, pues la carne la secaban para la machaca igual que los callos de hachas, los meros y las garropas… Estoy segura que no me lo van a creer, pero se los juro por el pachuco que así era en La Paz.
…La camisa la volaba al viento… Con su pantalón arremangado hasta las rodillas y con su paliacate amarrado en la frente, las huellas de sus huaraches de lías y suelas de llanta iban quedando plasmadas en el polvoriento camino rumbo al mar… Inolvidable Polencho… Aquel viejo y celebre pescador… Florencio Espinoza Tapiz fue su nombre y acudió al llamado del señor un 29 de octubre del 2002 a la edad de 82 años, y toda su vida fue pescador del barrio el Manglito… No lo puedo evitar… La voz se me quiebra y el llanto me gana… Dios guarde su alma querido e inolvidable hermano y amigo y nosotros tu recuerdo.
…Por el placer de escribir…Recordar…Y compartir….

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