lunes, 26 de marzo de 2018

LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELTIA LIZARRAGA.
“MARTIN MEZA CASTRO...FUE UN HERRERO MUY SINGULAR”.
La alta y delgada figura enfundado en un overol, aparecía de repente por callecitas y callejones de La Paz armado con su tambito y su cautín...calzaba sus partidos pies con huaraches de suela de vaqueta y correas de piel...cubría su negro y ensortijado cabello con una cachucha de soldado...y sus ojos los cubría también con oscuras antiparras, que dejaban adivinar la nobleza en sus recias y morenas facciones...por la cachucha que usaba, la gente del pueblo creía que había sido un soldado. ¡Se soldán ollas, sartenes, cachimbas y todo traste despostillado!...pregonaba a voz en cuello aquel personaje tan singular por entre el caserío de los distintos barrios de La Paz, de aquella Paz de mis recuerdos, de romance, de molinos de viento, huertos y jardines perfumados y barcos de cabotaje entre tantas otras cosas.
Para la gente de aquel ayer, este señor con su tambito y su cautin era un misterio...nadie sabía su procedencia, ni su nombre, lo conocían por el “soldador y su cautin”. De repente aparecía por los barrios con su alegre pregón y las amas de casa al escucharlo presurosas sacaban a la banqueta lo que tenían despostillado...tinas, vasos de peltre, sartenes, ollas, etc.; y el soldador luego luego se ponía a trabajar tapando los hoyos de aquellos utensilios tan apreciados en el hogar...cuando era necesario, remendaba artísticamente los trastes con hojalata y los soldaba con el cautín. Su herramienta era, además del conocimiento y las ganas de trabajar, un tambito y su cautin. Diez y 20 centavos cobraba, a veces hasta un tostón y de casa en casa iba llenando una taleguita de manta que se colgaba al cuello y le llegaba hasta la cintura.
Los niños de los barrios, al verlo gritaban “! Allá viene el soldador con el cautín!”, y muy contentos lo rodeaban para verlo trabajar. Quizás les llamaba la atención el verlo enfundado en un overol, su cachucha de soldado y las oscuras antiparras, además del cautín. Lo cierto es que el señor no les inspiraba miedo, sino todo lo contrario. Fue un personaje muy singular era muy callado, es cierto, nunca hablaba de si mismo y se ignoraba su nombre; era respetuoso y hablaba únicamente lo necesario. Cuando se ponía a soldar ollas en las banquetas los niños lo rodeaban observando y admirando su labor.
Martín Meza Castro fue su nombre, nativo de la tierra del ensueño, de los trapiches, el mango y la caña...Todos Santos. Su padre fue uno de los primeros y mejores herreros en la península. Don Agustín Meza dominaba todas las artes de la herrería y Martín desde niño aprendió el noble oficio que de esa manera se ganaba la vida. Entre aquellos aromas a azahares y a molienda de caña, en la herrería de su padre “La Sin Rival” había una gran pila con su molino de viento rodeado de un hermoso y florido jardín. Junto a esa pila jugaba con cigarrones y mariposas la señorita Peregrina Amador, y allí, Martín le declaró su amor a la hermosa todosanteña al tiempo que le ponía una flor en su frondosa cabellera, diciéndole al oído “la flor mas hermosa le quiero arrancar a este jardín”, al tiempo, los jóvenes se casaron y en un calesín que don Agustín les fabricó como regalo de bodas, se vinieron a radicar a La Paz, formando su hogar por el barrio del Esterito, donde tenía su taller de herrería.
Bendijo su hogar el creador con cinco hijos, Antonio, Agustín, Leonor, Mercedes y Victoria. Don Agustín era un hombre muy ingenioso y se fabricó su propia fragua. La gente del barrio el Choyal y el Esterito con asombro miraba aquel raro aparato que echaba chispas. A un rin de bicicleta le adaptó pedales, motorcito y una bolsa de vaqueta para echar aire y calentar el cautin para realizar todo tipo de trabajo; como comales, machetes, cuchillos, entre otras cosas. De las muelles de carro, fabricaba los machetes y los cuchillos, cuando estas estaban al rojo vivo, sobre el yunque a marrazos les daban forma. Y como no todo el tiempo caía trabajo, se salía por los barrios con su cautin su tambito y demás herramientas a soldar utensilios directamente en los hogares de La Paz, para llevar el diario sustento a su familia.
La gente estaba acostumbra a verlo aparecer de repente con su tambito y su cautin...de pronto, no se escuchó mas su alegre pregón...las amas de casa y los niños se extrañaban de no verlo, y los trastes despostillados se les iban acumulando...nadie sabia que había pasado con el señor del tambito y el cautin. Una triste mañana de verano, con sorpresa don Agustín se dio cuenta que perdió la vista, de repente quedó ciego ante el dolor y tristeza de su esposa e hijos. En aquellos tiempos no se usaban la protección para soldar, y si la hubo don Martín sacaba apenas lo necesario para sostener a su familia. Pero aun así cieguito y todo el continuaba su labor de soldador, ya que sus hijos estaban chicos todavía. Con la ayuda de doña Peregrina, quien era sus ojos, don Agustín hacia los trabajos de soldador, y los niños salían a entregar ollas y sartenes por el caserío de los barrios.
De esa manera crecieron a sus hijos quienes fueron muy agradecidos y vieron por sus padres en su ancianidad hasta que la madre tierra cobró su tributo, continuando la tradición de soldador con la misma habilidad de su abuelo, su nieto Martín Meza, quien se siente muy orgulloso de el y de este oficio tan noble, y dice Martín que cuando no cae trabajo de soldador, entonces hace útiles y fuertes recogedores de basura para vender, oficio que también le enseño su abuelo para ganarse la vida honestamente.
…Y de la flama ardiente de la fragua, a golpe de marro cuchillos y machetes iban surgiendo de las artísticas manos de aquel invidente… Don Martin Meza y su cautín.
…Por el placer de Escribir…Recordar…Y…Compartir…

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