jueves, 31 de julio de 2014

“ANTAÑO...FABRICAR JABON, FUE UNA INDUSTRIA FAMILIAR”.



            Bajo el techumbre de palma del fresco y cómodo corredor, del hogar de los hermanos, los jóvenes de la tercera edad, Don Antonio y Celedonia Espinosa Amador...mientras en la lumbre el jarro con hueso seco y frijol hervía, inundando la casa de agradables olores...entre sorbo y sorbo de aromático café de grano, hacen gratos recuerdos de su vida tan feliz en el Rancho San Antonio, en San Luis Gonzaga, al lado de sus padres: Don Policarpio Espinosa Camacho y Bernarda Amador Cota; así como de sus abuelos paternos y maternos: Epitacia Camacho Geraldo y Cornelio Espinosa Orantes; Dolores Cota y Santiago Amador, Luisa Geraldo y Andrés Camacho. Ellos fueron hijos mayores de seis hermanos, nacieron en San Luis Gonzaga en 1914 y 1915...época de movimientos revolucionarios y políticos en el territorio de Baja California Sur...de la explotación de la horchilla, la minería y las perlas.

            La histórica y hermosa misión de San Luis Gonzaga, fue fundada inicialmente como visita de la misión de Nuestra Señora de Los Dolores en 1721 por el padre Jesuita Clemente Guillén. Y en 1740, la misión fue edificada por el padre Lambert Hostell; así como las visitas colindantes de San Juan Nepomuseno, Santa María Magdalena, San Hilario, San Luis y La pasión. Por medio de canales de riego de piedra, en la misión de San Luis Gonzaga se inició el cultivo de higos, uvas, dátiles y azúcar; y una iglesia de piedra fue levantada por el padre Johan, Jacob Baegeret. En 1751. La población indígena fue calculada en 310, en 1745; en 360 en 1752; y 310 en 1768 cuando la expulsión de los jesuitas en la península.

            La vida en el rancho en San Luis Gonzaga, dicen, era muy hermosa...eran tiempos en que había mucho ganado, chivas y bestias y los campos estaban inundados de frutos silvestres. A través de los mayores, se heredaban el conocimiento y dominio de todas las artes para la supervivencia en aquellas soledades. Su padre, Don Policarpio, era jabonero, y fabricaba jabón en barra, para el consumo familiar, y vecinal. Era todo un arte este oficio de la fabricación del jabón, el que era de muy buena calidad y todos los miembros de la familia participaban en esta labor, así como en todas las labores del rancho. Este era el proceso: Don Policarpio el jabonero, formaba grandes castillos de palo de lomboy, pero que estuviera verde, y le prendía fuego hasta que se consumía todo aquello y quedaba convertido en flor de ceniza, la que su padre la hacía mezcla y la batía durante tres o cuatro días; y cuando estaba en su punto esta mezcla, la echaban en una gran pila, le agregaban agua hasta que quedara buena la “lejía” para hacer el jabón. Luego ponían la lejía a hervir en grandes peroles, le agregaban el cebo de res crudo y mucha sal para que se cortara con la lejía. Y la iban batiendo poco a poco y la iban probando y agregando más lejía si era necesario, hasta que echara espuma; luego la enfriaban y la echaban en cajitas, y le ponían un costal y la estaban moviendo para que se filtrara en la arena; ya que aquellos aromáticos bloques de jabón estaban secos y duros, los cortaban con un cordel al tamaño de un pan de jabón y lo echaban en cajas para el consumo familiar, y para las gentes de rancherías aledañas; a veces traían el jabón  a La Paz a cambiar por mercancías.

            En aquellos años, llovía bastante en el territorio de Baja California Sur...serranías y campos estaban cubiertos de verde, perfumada y florida alfombra que hacían la vida muy placentera al ranchero sudcaliforniano, así como a todos los animales del campo. En el rancho San Antonio, en San Luis Gonzaga, era una escuela de oficios y artes...cada quien se hacía sus propios zapatos...tenían máquina para coser calzado y para elaborar la ropa. Pintaban las telas utilizando la orchilla y el mezquitillo, a veces hasta el lomboy, y había ocasiones que tenían que elaborar el hilo para coser. Las mujeres desde temprana edad ya sabían los quehaceres de la casa así como del rancho y dominaban las artes manuales...bordaban, tejían, y hacían prendas para vestir a toda la familia. El calzado también se fabricaba en casa dominaban este oficio, desde sacrificar  al animal, curtir la piel, y elaborar los zapatos así como las hormas a la medida de cada quien, y como no había clavos, hacían estaquillas de palo de arco para clavar las suelas. Así como hacían también las cueras y todos los implementos en vaqueta que el ranchero necesitaba para su montura.

            En la cuestión de herrería, había una fragua, un fogón y el yunque para elaborar espuelas, cuchillos, cencerros, machetes, y todo lo necesario en esta rama de la herrería. Las mujeres mayores, además de hacer las labores del rancho, desde ordeñar hasta elaborar el queso y todos sus derivados, hacían cazuelas y ollas de barro para el servicio en la cocina. Era todo un arte este trabajo, así como también realizaban el tejido de palma, en canastos, sombreros, suaderos, costureros, etc. Suspirando, Antonio y Celedonia continuaron diciendo que era una vida tan sencilla la de la gente del campo que lo mismo le daba oscurecer que amanecer, pero muy integrada; no se necesitaban grandes cosas ni mucho dinero para ser felices. Por los ancianos había y todavía hay un gran respeto y veneración, así como por los compadres principalmente. El entretenimiento de los niños y mayores era rascar las cuerdas de la guitarra bajo los árboles o bajo el cielo tachonado de estrellas y jugar a la malía. Todos los días en la casa de sus padres, mataban un chivo, o cazaban liebres, o venados, o gallinas o guajolotes. Los que abundaban; pero la carne no debía de faltar. Las hornillas siempre estaban encendidas y las cazuelas llenas de aquellos guisados, porque decía Don Policarpio, su padre el jabonero, que el visitante no debía seguir su camino, si no era bien atendido en su casa.

            En el rancho San Antonio de San Luis Gonzaga, siempre había comida para el que iba llegando, las lluvias abundaban, y el ganado siempre estaba bueno para la venta y la matanza. Mataban las reses, beneficiaban la carne, y la ponían a secar salándola y cuando ésta estaba seca, formaban grandes pacas, así como guacales de queso seco, y en bestias las llevaban a vender a La Paz...a .40 centavos el kilo de carne, el queso a .10 o 15 centavos si era de apollo, y los panes de jabón a cinco centavos. Hacían hasta cinco días de camino por brechas y veredas y regresaban a los doce días. En ese tiempo, no vendían azúcar, se usaba pura panocha, la que hacían por toneladas en Todos Santos y su padre compraba hasta diez cargas de panocha, más en la época revolucionaria. Tenían que ir desde San Luis Gonzaga hasta Todos Santos por caminos secretos que sólo los muy mayores conocían. En cuanto a frutas y semillas, había mucha en el monte de acuerdo a la temporada sobre todo, el alimento silvestre, regalo tan grande de la naturaleza, la pitahaya, ciruelas, salates de la sierra, o higos silvestres, zaya, jícama entre una diversidad de raíces y plantas medicinales. También hacían tatema de mezcal, y tostaban bellotas, que ya molida hacían un chocolate muy sabroso. El ranchero, también dominaba  el conocimiento de las plantas medicinales para las pocas enfermedades que había, la gente ni se enfermaba y morían a edad muy avanzada. El oficio de jabonero de su padre, los ponía a todos en movimiento, y lo realizaban hasta cuatro o seis veces en el año, haciendo buenas cargas de jabón, y era muy noble y bendecido este trabajo, ya que les dejaba buenas ganancias. Don Policarpio a todos su hijos les repartía las ganancias para que se compraran lienzos para que se hicieran prendas de vestir, hasta a su señora madre y abuelas estrenaban peinetas de carey, naguas  y tápalos nuevos para cuando iban a las tradicionales fiestas a la misión de San Francisco Javier.

            Cuando los hombres del rancho iban a venir a La Paz, a vender los productos y a traer mercancías, era una gran fiesta en casa, los preparativos. Hasta 130 reses arriaban hasta La Paz, traían también varias cargas de carne seca, guacales de queso, cargas de jabón, miel de abeja, pelotas de cera de panal, para la fábrica de velas y veladoras que había, sombreros, canastos y algunos bordados. Después de 15 días o más, los hombres regresaban cargados de provisiones, y algún dinero, y muy felices. Todo era bonanza, hasta aquel trágico año de 1933 en que hubo una gran sequía  que casi se acabaron los animales en el territorio. Pero la gente del campo son muy aguantadores y perseverantes. Pero la situación ya no fue la misma. En 1944 tuvieron que emigrar a esta hermosa ciudad de La Paz de los molinos de viento y barcos mercantes, abandonando aquellas tierras que por generaciones perteneció a la familia Espinosa Amador, y desde luego ya no fue lo mismo. Pero ellos estaban acostumbrados a batallar y a la vida sencilla. Se adaptaron luego luego al cambio, sus padres y demás hermanos se emplearon en los ranchos ganaderos ya que La Paz era un gran rancho; también trabajaron en la Ticsa haciendo brechas a pico y pala, así como en el carrizal y en los ejidos. Dicen Doña Celedonia y Don Antonio, que eso si, gracias a Dios, siempre ha estado muy junta y muy unida la familia. Terminaron diciendo, añadiendo que, el motivo por el que se escasean las lluvias, es porque han deforestado el campo, hay mucho pavimento y los árboles llaman la lluvia, que por favor ya no den permisos para tumbar árboles, que por el contrario, se planten muchos árboles y tendremos más lluvia.

             A sus 84, y 85 años, los tiernos viejecitos al calor de su hogar rodeados de su familia ven pasar los años lentamente, gozando de cabal salud dándole gracias a Dios porque les ha permitido ver el paso de varias generaciones y comparar el pasado y el presente, y darse cuenta que Dios es muy grande y que no se necesita mucho para ser felices, disfrutando los gratos momentos que la vida les va dando en cada amanecer.
“ANTAÑO...FABRICAR JABON, FUE UNA INDUSTRIA FAMILIAR”.



            Bajo el techumbre de palma del fresco y cómodo corredor, del hogar de los hermanos, los jóvenes de la tercera edad, Don Antonio y Celedonia Espinosa Amador...mientras en la lumbre el jarro con hueso seco y frijol hervía, inundando la casa de agradables olores...entre sorbo y sorbo de aromático café de grano, hacen gratos recuerdos de su vida tan feliz en el Rancho San Antonio, en San Luis Gonzaga, al lado de sus padres: Don Policarpio Espinosa Camacho y Bernarda Amador Cota; así como de sus abuelos paternos y maternos: Epitacia Camacho Geraldo y Cornelio Espinosa Orantes; Dolores Cota y Santiago Amador, Luisa Geraldo y Andrés Camacho. Ellos fueron hijos mayores de seis hermanos, nacieron en San Luis Gonzaga en 1914 y 1915...época de movimientos revolucionarios y políticos en el territorio de Baja California Sur...de la explotación de la horchilla, la minería y las perlas.

            La histórica y hermosa misión de San Luis Gonzaga, fue fundada inicialmente como visita de la misión de Nuestra Señora de Los Dolores en 1721 por el padre Jesuita Clemente Guillén. Y en 1740, la misión fue edificada por el padre Lambert Hostell; así como las visitas colindantes de San Juan Nepomuseno, Santa María Magdalena, San Hilario, San Luis y La pasión. Por medio de canales de riego de piedra, en la misión de San Luis Gonzaga se inició el cultivo de higos, uvas, dátiles y azúcar; y una iglesia de piedra fue levantada por el padre Johan, Jacob Baegeret. En 1751. La población indígena fue calculada en 310, en 1745; en 360 en 1752; y 310 en 1768 cuando la expulsión de los jesuitas en la península.

            La vida en el rancho en San Luis Gonzaga, dicen, era muy hermosa...eran tiempos en que había mucho ganado, chivas y bestias y los campos estaban inundados de frutos silvestres. A través de los mayores, se heredaban el conocimiento y dominio de todas las artes para la supervivencia en aquellas soledades. Su padre, Don Policarpio, era jabonero, y fabricaba jabón en barra, para el consumo familiar, y vecinal. Era todo un arte este oficio de la fabricación del jabón, el que era de muy buena calidad y todos los miembros de la familia participaban en esta labor, así como en todas las labores del rancho. Este era el proceso: Don Policarpio el jabonero, formaba grandes castillos de palo de lomboy, pero que estuviera verde, y le prendía fuego hasta que se consumía todo aquello y quedaba convertido en flor de ceniza, la que su padre la hacía mezcla y la batía durante tres o cuatro días; y cuando estaba en su punto esta mezcla, la echaban en una gran pila, le agregaban agua hasta que quedara buena la “lejía” para hacer el jabón. Luego ponían la lejía a hervir en grandes peroles, le agregaban el cebo de res crudo y mucha sal para que se cortara con la lejía. Y la iban batiendo poco a poco y la iban probando y agregando más lejía si era necesario, hasta que echara espuma; luego la enfriaban y la echaban en cajitas, y le ponían un costal y la estaban moviendo para que se filtrara en la arena; ya que aquellos aromáticos bloques de jabón estaban secos y duros, los cortaban con un cordel al tamaño de un pan de jabón y lo echaban en cajas para el consumo familiar, y para las gentes de rancherías aledañas; a veces traían el jabón  a La Paz a cambiar por mercancías.

            En aquellos años, llovía bastante en el territorio de Baja California Sur...serranías y campos estaban cubiertos de verde, perfumada y florida alfombra que hacían la vida muy placentera al ranchero sudcaliforniano, así como a todos los animales del campo. En el rancho San Antonio, en San Luis Gonzaga, era una escuela de oficios y artes...cada quien se hacía sus propios zapatos...tenían máquina para coser calzado y para elaborar la ropa. Pintaban las telas utilizando la orchilla y el mezquitillo, a veces hasta el lomboy, y había ocasiones que tenían que elaborar el hilo para coser. Las mujeres desde temprana edad ya sabían los quehaceres de la casa así como del rancho y dominaban las artes manuales...bordaban, tejían, y hacían prendas para vestir a toda la familia. El calzado también se fabricaba en casa dominaban este oficio, desde sacrificar  al animal, curtir la piel, y elaborar los zapatos así como las hormas a la medida de cada quien, y como no había clavos, hacían estaquillas de palo de arco para clavar las suelas. Así como hacían también las cueras y todos los implementos en vaqueta que el ranchero necesitaba para su montura.

            En la cuestión de herrería, había una fragua, un fogón y el yunque para elaborar espuelas, cuchillos, cencerros, machetes, y todo lo necesario en esta rama de la herrería. Las mujeres mayores, además de hacer las labores del rancho, desde ordeñar hasta elaborar el queso y todos sus derivados, hacían cazuelas y ollas de barro para el servicio en la cocina. Era todo un arte este trabajo, así como también realizaban el tejido de palma, en canastos, sombreros, suaderos, costureros, etc. Suspirando, Antonio y Celedonia continuaron diciendo que era una vida tan sencilla la de la gente del campo que lo mismo le daba oscurecer que amanecer, pero muy integrada; no se necesitaban grandes cosas ni mucho dinero para ser felices. Por los ancianos había y todavía hay un gran respeto y veneración, así como por los compadres principalmente. El entretenimiento de los niños y mayores era rascar las cuerdas de la guitarra bajo los árboles o bajo el cielo tachonado de estrellas y jugar a la malía. Todos los días en la casa de sus padres, mataban un chivo, o cazaban liebres, o venados, o gallinas o guajolotes. Los que abundaban; pero la carne no debía de faltar. Las hornillas siempre estaban encendidas y las cazuelas llenas de aquellos guisados, porque decía Don Policarpio, su padre el jabonero, que el visitante no debía seguir su camino, si no era bien atendido en su casa.

            En el rancho San Antonio de San Luis Gonzaga, siempre había comida para el que iba llegando, las lluvias abundaban, y el ganado siempre estaba bueno para la venta y la matanza. Mataban las reses, beneficiaban la carne, y la ponían a secar salándola y cuando ésta estaba seca, formaban grandes pacas, así como guacales de queso seco, y en bestias las llevaban a vender a La Paz...a .40 centavos el kilo de carne, el queso a .10 o 15 centavos si era de apollo, y los panes de jabón a cinco centavos. Hacían hasta cinco días de camino por brechas y veredas y regresaban a los doce días. En ese tiempo, no vendían azúcar, se usaba pura panocha, la que hacían por toneladas en Todos Santos y su padre compraba hasta diez cargas de panocha, más en la época revolucionaria. Tenían que ir desde San Luis Gonzaga hasta Todos Santos por caminos secretos que sólo los muy mayores conocían. En cuanto a frutas y semillas, había mucha en el monte de acuerdo a la temporada sobre todo, el alimento silvestre, regalo tan grande de la naturaleza, la pitahaya, ciruelas, salates de la sierra, o higos silvestres, zaya, jícama entre una diversidad de raíces y plantas medicinales. También hacían tatema de mezcal, y tostaban bellotas, que ya molida hacían un chocolate muy sabroso. El ranchero, también dominaba  el conocimiento de las plantas medicinales para las pocas enfermedades que había, la gente ni se enfermaba y morían a edad muy avanzada. El oficio de jabonero de su padre, los ponía a todos en movimiento, y lo realizaban hasta cuatro o seis veces en el año, haciendo buenas cargas de jabón, y era muy noble y bendecido este trabajo, ya que les dejaba buenas ganancias. Don Policarpio a todos su hijos les repartía las ganancias para que se compraran lienzos para que se hicieran prendas de vestir, hasta a su señora madre y abuelas estrenaban peinetas de carey, naguas  y tápalos nuevos para cuando iban a las tradicionales fiestas a la misión de San Francisco Javier.

            Cuando los hombres del rancho iban a venir a La Paz, a vender los productos y a traer mercancías, era una gran fiesta en casa, los preparativos. Hasta 130 reses arriaban hasta La Paz, traían también varias cargas de carne seca, guacales de queso, cargas de jabón, miel de abeja, pelotas de cera de panal, para la fábrica de velas y veladoras que había, sombreros, canastos y algunos bordados. Después de 15 días o más, los hombres regresaban cargados de provisiones, y algún dinero, y muy felices. Todo era bonanza, hasta aquel trágico año de 1933 en que hubo una gran sequía  que casi se acabaron los animales en el territorio. Pero la gente del campo son muy aguantadores y perseverantes. Pero la situación ya no fue la misma. En 1944 tuvieron que emigrar a esta hermosa ciudad de La Paz de los molinos de viento y barcos mercantes, abandonando aquellas tierras que por generaciones perteneció a la familia Espinosa Amador, y desde luego ya no fue lo mismo. Pero ellos estaban acostumbrados a batallar y a la vida sencilla. Se adaptaron luego luego al cambio, sus padres y demás hermanos se emplearon en los ranchos ganaderos ya que La Paz era un gran rancho; también trabajaron en la Ticsa haciendo brechas a pico y pala, así como en el carrizal y en los ejidos. Dicen Doña Celedonia y Don Antonio, que eso si, gracias a Dios, siempre ha estado muy junta y muy unida la familia. Terminaron diciendo, añadiendo que, el motivo por el que se escasean las lluvias, es porque han deforestado el campo, hay mucho pavimento y los árboles llaman la lluvia, que por favor ya no den permisos para tumbar árboles, que por el contrario, se planten muchos árboles y tendremos más lluvia.

             A sus 84, y 85 años, los tiernos viejecitos al calor de su hogar rodeados de su familia ven pasar los años lentamente, gozando de cabal salud dándole gracias a Dios porque les ha permitido ver el paso de varias generaciones y comparar el pasado y el presente, y darse cuenta que Dios es muy grande y que no se necesita mucho para ser felices, disfrutando los gratos momentos que la vida les va dando en cada amanecer.

martes, 29 de julio de 2014

“AQUEL VIEJO PESCADOR...Y EL CICLON DEL 59”.



            ¡llegó Polencho!...!llegó Polencho!...llena de alegría gritó mi madre, asomando sus cabezas por cercos y ventanas las vecinas...aquella tarde del siete de septiembre de 1959, mi hermano, el pescador, después de un largo día de faena en el mar, llegó cargado a la casa...la desabrochada camisa se la volaba el viento...con el pantalón arremangado hasta las rodillas y el rojo paliacate anudado a su cabeza apenas podía la palanca al hombro, donde colgaban lindos pescados...dos grandes garropas, un mero y dos pargos colorados, una canasta de ciruelas y otra de pitahaya así como un balde de cayos de hacha...bajó todo aquello diciendo: “vengo por la carretilla porque también agarré una caguama y cortaron los dátiles en los palmares y me dieron cuatro racimos...!voy por ellos!”. Es para no creerse, cuanta alegría había esa tarde en casa, ni señales había siquiera del ciclón...todo estaba en calma.

            Mis pasos se escuchaban presurosos por el andador costero del malecón...regresaba de la escuela aquella noche del siete de septiembre del 59...caminaba a la altura de la casa del “Tanayo”, un hombre industrioso con historia en La Paz. Serían como las 8 y cuarto de la noche...esa tarde había tenido clase de contabilidad y cálculo mercantil impartida por el profesor Ebodio Balderas en la Escuela de Enseñanzas Especiales Número 27, la que fundó y era directora la emérita señorita Concepción Casillas Seguame. Al otro día a las siete de la mañana tendría prueba de español y literatura con el inolvidable profesor Manuel Torre Iglesias. Con las libretas bajo el brazo admiraba el maravilloso espectáculo que ofrecía a mi vista en aquellos momentos el cielo y el mar; el mar estaba tranquilo con su marea alta...el agua parecía un espejo que duplicaba las imágenes de las pequeñas embarcaciones de vela...el cielo lucía bellísimo aborregado de blancas nubes, más bien acolchonadito, por más que buscaba la luna y las estrellas no las encontré, y se reflejaba en aquel espejo de cristalinas aguas el cielo tan hermoso...ni señales de chubasco.

Caminaba en medio de aquella ensoñación y de repente un airecillo empezó a soplar, volando mi larga cola de caballo, meciendo y arrullando las palmeras del malecón...las olas empezaban a reventar suavemente contra la banqueta del muro costero como aumentando su fuerza... al pasar por los ocho grandes arboles de álamo, que se enseñoreaban y eran punto de referencia para los habitantes de la época en Marquez de León y Abasolo, el ruido de su follaje parecían susurros en mis oídos presagiando tormenta...como si se estuvieran despidiendo, como presintiendo que ya no los volvería a ver...apresuré el paso bajo aquel cielo aborregado...todo el ambiente era normal, llamando mi atención la parvada de tijeretas y gaviotas buscando refugio en tierra, a esas horas de la noche...las calles era obscuras, como de costumbres; las batientes de la cantina “La jaiba” de Don Mario Verdugo y de “La luna bar”, de Don Pedro Alvarez se abrían y cerraban donde salían volando a patadas algunos señores peleoneros, generalmente eran pescadores del Manglito y El esterito.


Temerosa, abrazando mis cuadernos, al fin llegué donde había luz que era en la tienda “La voz del manglito” del chinito Santiago Unzón. Me quedé parada bajo la pálida luz del foco, como agarrando aire...porque me esperaba otro trecho obscuro...pasando por la cantina “La copa cabana” de Don Pilarillo Carballo y donde está ahora la Escuela Rosendo Robles también estaba muy obscuro. Allí era un solar baldío y contaba la gente que salía un caballo prieto sin jinete reparando y relinchando terroríficamente, pelando tamaños dientes, que fueron muchos los espantados, pero tenía que pasar por ahí, bajo aquel hermoso cielo acolchonadito, pegando en mi rostro aquel airecillo perfumado a brisa de mar...el arbolito manglito dulce que estaba en el solar donde es ahora una maquiladora, y que dio  origen al nombre del barrio El manglito, se mecía con el viento...como despidiéndose también...ni señales de chubasco se miraban.

Al fin llegué a mi añorado hogar, y al abrir el zaguán ¡que felicidad!...golpeó mi nariz aquel exquisito aroma a fritanga de pescado, café de grano y a tortillas de maíz y de harina; despertando en mi un apetito atroz...mis ojos no podían dar crédito a lo que estaba a la vista...!el corredor estaba inundado de aquellas cosas que había traído aquel viejo pescador...caguamas, garropas, meros, pargos colorados, callos de hacha, dátiles, pitahayas y ciruelas del mogote!. Y por si fuera poco, la gran cazuela donde hacían la capirotada estaba sobre el petril  de la encalada hornilla de lumbreantes tizones atascada de tronchas de pescado frito, pargo y garropa con todo hueso y cuero. Así se freía antes el pescado. Había también un molcajete de salsa con tomates y chiles gueritos tatemados en las brasas, un cazuelón de frijoles caldudos y la jarra de café de talega. El hermoso y amado rostro de mi madre se vislumbraba entre el humo tras las hornillas, echando tortillas a mano de maíz y de harina. Aventé los cuadernos y me puse a disfrutar de aquel manjar...recordaba con nostalgia a mi perro viejo El pachuco, que por esas fechas hacía un año había muerto atropellado por un carro.

Esa noche del siete de septiembre, después de cenar, y hacer mi tarea de taquigrafía a la luz del farol, hasta jugamos a la oca y a la lotería...ni siquiera nos imaginábamos lo que venía...en la madrugada del 8 de septiembre ya teníamos el ciclón con todas sus fuerzas...era uno de los meteoros de los más devastadores, claro que no como el de 1918,  ni como el de 1941, a decir de los pescadores ¡que hermoso me pareció, todo estaba iluminado por la luz de San Thelmo!, decía mi padre, aguerrido lobo de mar...mi madre me metió dos cintarazos porque estaba encaprichada en irme a la escuela en medio de ese chubasco, pues yo nunca había vivido la experiencia de un ciclón; y el profesor Manuel Torres Iglesias, era muy estricto. Por la casa y los techados ni nos preocupábamos, pues mi papá ya la tenía asegurada, como era la costumbre en estos meses de agosto y septiembre, al fin marinero de gran experiencia, nomás entraban estos meses y empezaba a cruzar la casa con cables o fuertes mecates amarrándolos de los troncos de los árboles y puntas de fierro en el suelo. En cuanto a comida, menos preocupación teníamos. Esta tarde mi hermano el pescador por fortuna había abastecido bastante. En cuanto al agua para tomar, pues ahí estaba el pozo de cinco metros de profundidad con metros de agua dulce y cristalina y también tuvieron mucho cuidado en taparlo para protegerlo, en cuanto a las aguas broncas tampoco eran problema, pasaban por donde tenían que pasar, POR LOS CAUCES NATURALES DE LOS ARROYOS. Arriba del paredón estaba la casa y el pozo de agua, y por un lado pasaba el arroyo por debajo del alcantarilla...!que tiempos!.

Por las rendijas de las ventanas mirábamos los árboles como arañitas en el suelo...otros eran levantados de cuajo y volaban al cielo...pero las casitas ni las agarraba el viento...ahora cualquier lluvia que cae deja un cochinero en las calles porque los arroyos están invadidos, algunos otros han desaparecido...le pido a Dios que no vuelva a haber otro ciclón de los grandes, pues todas esas casas desaparecerían como el ciclón Liza y el arroyo buscaría su cauce natural. Cuando el ciclón del 59 cesó, únicamente se hundieron algunas embarcaciones y otras se vararon, arrancó de cuajo las palmeras y los árboles de la India que embellecían el malecón así como los ocho antiguos álamos que a mi paso sentí que de mí se despedían. Asimismo, a la casa de Doña Bartola le cayó un eucalipto encima, la casita estaba entre las palmeras en Allende y Alvaro Obregón...también arrancó de cuajo el manglito solito que dio origen al nombre del barrio, y que contaban los mayores que salía un enano dando saltos perdiéndose entre los pitahayales entre la obscuridad de la noche...tumbó también la torre y el reloj que embellecían el parquecito Cuauhtémoc y no pasó a mayores. El ciclón del 59 es uno de los más fuertes antes del fatídico Liza del 30 de septiembre del 76.

...La camisa la volaba el viento...el pantalón arremangado hasta las rodillas...el paliacate amarrado a su cabeza y con la palanca al hombro cargada de pescado, un tronazón de talones de aquel viejo pescador se escuchaba entre las susurrantes palmeras del barrio de pescadores El manglito.

“Por el placer de escribir…recordar…y compartir…”
Facebook: La Paz que se perdió.

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viernes, 25 de julio de 2014

“ EL ALMIRANTE OBREGON PERLA...EN LA LEYENDA DE LA PAZ DE ANTAÑO”




            La humareda arropaba los techados de tejamanil y palma del caserío dormido, arrullados por las susurrantes palmeras, trino de pájaros canores y molinos de viento...el silencio era roto por los ruidos propios del amanecer...al despuntar el alba, por las tranquilas callecitas de La Paz perfumadas a tierra mojada y efluvios de  perfume de hermosas flores, el follaje, como mullida alfombra, amortiguaba el lento caminar de un personaje muy singular, el Almirante Obregón Perla,  así como las pisadas de los demás habitantes del pueblo, dirigiéndose con su canasta o morral bajo el brazo, como era la costumbre, al antiguo mercado Madero, punto de reunión de la gran familia sudcaliforniana para realizar las compras diarias.

            Su porte era distinguido...alto y huesudo se autonombraba él mismo Almirante Obregón Perla...nunca nadie supo de donde vino, ni cuál era su verdadero nombre...bajo el mugriento sombrero, atravesado de plumas de colores, que cubría su cabeza, se distinguían hilos de plata en sus sienes...los grandes ojos bajo las pobladas cejas denotaban inteligencia y en su rostro la bondad...vestía un harapiento uniforme como de militar, con un enorme cinturón de cuero cubierto de alambres y pedacería de metal... en sus piernas se ponía polainas de cuero también enrolladas de alambre y cadenetas, así como muñequeras de cuero sucio en los brazos calzaba botines de lona que era parte de su uniforme de almirante, y los dedos de sus manos los traía llenos de tuercas, a manera de anillos, portaba un largo fierro a guisa de sable...era un personaje muy singular que paseaba por toda la ciudad pidiendo ropa y mendrugos...formaba parte del paisaje folklórico de aquella Paz de antaño. Al ver las manos de algunas señoritas, que en todos sus dedos llevan anillos, y hasta en los tobillos se ponen cadenitas y se ven muy bonitas por cierto, me recordaron a Obregón Perla, que de alguna manera con sus tuercas en los dedos impuso la moda de ahora.

 Un día cualquiera apareció de repente  paseando por las orillas de las playas de la hermosísima bahía de La Paz...cuentan que Obregón Perla, en su juventud fue un honrado empleado de “El Boleo” en Santa Rosalía, se decía que habitaba bajo los pilares del muelle fiscal y que dormía vestido con todos su colgajos de metales. Obregón Perla, sentado en la blanca arena bajo la sombra del frondoso pino en el legendario e histórico muelle fiscal, entre fumarolas del grueso puro, perdía su mirada en la lejanía del mar...dejaba vagar sus pensamientos, confundiéndose con el vuelo de las gaviotas...Mateo, un viejo pescador de los tradicionales barrios del Manglito y El Esterito, con su palanca al hombro se acercó a él extrañado de ver a ese personaje con esa  rara indumentaria,  e interrumpiendo sus evocadores momentos, le preguntó ¿quién eres forastero y de donde has venido?. Obregón Perla como un resorte se levantó haciendo un ruidajo con los alambres y metales de su indumentaria donde se estrellaban los reflejos del sol,  y cuadrándose con un saludo militar levantando su mano llena de tuerca a manera de anillos, señaló con el bastón a la distancia y dijo “Soy el Almirante Obregón Perla y estoy cuidando mi flota de barcos fondeados en la bahía, porque en breve zarparé a los siete mares y llevaré mis baúles llenos de perlas a lejanas tierras”.

Mateo el pescador, paseó su mirada al mar buscando la flota de aquel personaje tan singular, pero ésta existía sólo en la imaginación del almirante Obregón Perla. Rascándose la cabeza, el pescador al rítmico vaivén de la palanca continuó su camino hundiendo sus pisadas en las níveas arenas . Obregón Perla con su indumentaria llena de alambres y metales, y su sombrero cubriendo su cabeza,  con su acompasado caminar, se paseaba por las callecitas de La Paz rumbo al mercado Madero  y al malecón donde vivía bajo los pilares del muelle, y según él tenía fondeada su flota imaginaria.

¡Adiós almirante!, le gritaba la gente a su paso, a modo de saludo, y él levantaba su sable y respondía “voy a  mi barco insignia para zarpar a los siete mares...llevaré mis baúles llenos de perlas a lejanas tierras. Obregón Perla, con su lento caminar y su sombrero cubriéndole las plateadas sienes recorría los ya desaparecidos tendajones de La Paz, entre ellos “El huracán” de don Alejandro Gallo quien le daba una gruesa de puros y los demás comerciantes, siempre tan nobles, le daban algunas cosillas que le pudieran servir de alimento. En los lugares públicos, a la gente le gustaba escuchar sus fantasías. Obregón Perla decía que él era un gran almirante y que tenía fondeados en la bahía su flota de barcos, donde guardaba baúles llenos de perlas, y zarparía a los siete mares llevando sus tesoros a lejanas tierras.


¡Adiós almirante!, le gritaban los niños y adultos y Obregón Perla con su andar acompasado levantaba el sable a modo de saludo y contestaba “voy a mi barco insignia, zarparé a los siete mares, rumbo a lejanas tierras”. Obregón Perla fue un personaje muy singular...fue parte del folcklor  de aquella Paz antigua... una vez no se le vio ya más...la gente estaba acostumbrada a verlo deambular por aquellas evocadoras callecitas de La Paz...al morir el almirante Obregón Perla, se fue un pasado romántico de aquella Paz de molinos de viento y de barcos de cabotaje entre tantas otras cosas  y su flota y sus baúles de perlas imaginarios se perdieron en el mito y la leyenda...sólo quedó su nombre en una fría lápida en el panteón de Los San Juanes...y en el recuerdo, de quienes fueron niños  en otras épocas y ahora peinan canas...!Adiós almirante Obregón Perla!.

miércoles, 23 de julio de 2014

“BUSCANDO ESTRELLAS...UN CONCURSO TRADICIONAL EN LA PAZ...BELLOS RECUERDOS”.


            Motivo de sana convivencia familiar, fueron los tradicionales concursos de aficionados “buscando estrellas”; organizado por Cerveza Sol, Peñafiel y La Superior transmitido por reconocido medio electrónico de la localidad...y como conductores del programa los carismáticos e inolvidables Gustavo y Víctor Manuel Gutiérrez Gonzalez. El primer lugar se llevaba el gran premio de ¡500 pesos!. era un dineral de aquellos billetes buenos “cueros de rana”. Los votos eran las corcholatas de peñafiel, cerveza sol y superior

            Era aquella Paz de la música y el romance, por la década de los 60, época de oro de La paz que se perdió. Terminaba la moda del permanente, e iniciaba la cola de caballo, los bonitos peinados cardados que parecían tanques de guerra, duros por el spray...las modas de las crinolinas, las había muy bonitas de encaje, de tira bordada, de dul, y de popelina, y algunas hasta se almidonaban...los vestidos largos y  a media pierna, amplios, rectos, chemis, mumus, y la falda de medio paso...cuánto se batallaba con las rayas de las medias, ya que se movían los ligueros, y la raya se iba para un lado...los danzones, música romántica del recuerdo,  el mambo, el rock and roll, luego el twist, en fin tiempos de ensueños en aquella Paz de serenatas y de barcos de cabotajes, cuando nos conocíamos todos, y la gran familia sudcaliforniana se reunía en el kisco del malecón a disfrutar las tardeadas así como en el jardín Velasco.  Estaba en su auge el Valle de Santo Domingo con la producción del algodón y el trigo, había mucho movimiento en el muelle fiscal. Todavía se usaban las embarcaciones de remos y vela...empezaban a entrar los motores fuera de borda, y los pescadores se resistían a adquirirlos. Recuerdo que el primer motor que sacó fiando en La Perla de La paz Fito el pescador, le costó 15.000 pesos. no lo ajustó bien a la panga y se le fue al fondo del canal...fito guardo la vela y los remos, andaba echando curricán en la bahía, presumiendo su motor y de repente éste se le fue al fondo del mar y por allá voló la canoa al garete...en que aprietos se vio fito remando con las manos hasta llegar a la orilla del palmar...fue una anécdota muy comentada entre los pescadores del Manglito y el Esterito.

            Y precisamente, este cómico suceso, fue el comentario obligado mientras escuchábamos en aquel fresco corredor arropado de perfumadas enredaderas el programa de aficionados “buscando una estrella”, el que inició en el merendero Los Pinos, donde ahora es una prestigiada tienda de ropa, en Degollado y Madero. Este programa aglutinaba a todos los habitantes de La Paz, y del territorio; principalmente de los barrios el Manglito, Esterito, Centro, Choyal, Arroyo del Palo o Pueblo Nuevo...y empezaba a nacer la colonia Los Olivos. Cada jueves el pequeño radio Hitachi de batería era el centro de atención en el seno familiar...a las 8 de la noche debía estar en casa todo mundo para disfrutar el programa de aficionados, en compañía de toda la familia y hasta de los vecinos, o de lo contrario en la explanada del malecón y luego continuaba el baile en la Mutualista. Después se realizaba el concurso buscando estrellas en el Casino Moctezuma, el que estaba ubicado en Bravo y Héroes de Independencia...este Casino fue construido especialmente para este fin.

            Todos éramos tan felices aquí en La Paz...hasta nos andábamos riendo solos...bueno, también ahora lo somos pero de distinta manera, como que la gente ya no sonríe como antes, quizás porque vivimos muy de prisa y no había tantas preocupaciones como ahora... no había devaluaciones ni inflaciones...ni se mencionaban esas palabras los pescadores ribereños eran libres como el viento, y por lo tanto dueños del producto de su trabajo...vivíamos como en un ensueño, todavía era la época de las ilusiones, todo era color de rosa. Que emoción cuando presentaban a los concursantes, y que rechifla cuando les tocaban la campana!...”los estrambolicos”, eran los comicos del momento así como el llanero y el destartalado quienes subian la foro a bailar, y a ponerle sal y pimienta aquella fiesta !que cante el “caballero incógnito”!...y se soltaba el griterío, aquellos ruidos que se escuchaban aplausos, taconeos y tamborileos en las mesas...!que salga el Javier Solis, Carlos Lizárraga!, a quien no lo olvidan todavía algunas muchachas del ayer, que por cierto ya peinan canas al igual que yo, porque según era muy atento y bailador, además de que cantaba muy bonito y tenía fama de que no dejaba muchacha sentada...y el mariachi Uruapan, además de las orquestas de Don Rafael Castro y Don Luis Gonzalez le daban vuelo a los instrumentos musicales acompañando al “quemado de Todos Santos”, así como Conrado Mendoza, nativo del lado de San Pedro, la Cututina Uruchurto, y aquellas muchachas que nunca faltaban a estos eventos y que cantaban tan bonito, y  que a una de ellas le  decían la Lucha Villa, la inolvidable Chula Angulo, Alma Vázquez, María Antonieta Lucero, los muchachos Aviles, Guillermo Green, y como olvidar a Dorita Muñoz, y la chula Angulo quien además le cantaba los presidentes de la República Mexicana cuando estos visitaban La Paz...era todo un espectáculo, los recibían en el aeropuerto.

            Y como no recordar la entusiasta participación de Rafael Chávez y su hermano, Gloria y Maritoña Tamayo, el Olímpico , los Meza Alcalá, el Tevano y aquellas dos hermanas que llegaban barriditas de San José del Cabo y hacían su parada en la casa de los “medios malos”, Rosita Cota y su hermana entre tantas personas que escapan a mi mente, que hicieron la emoción y sana alegría familiar de aquellos tiempos, contribuyendo a impulsar la cultura y el amor a nuestro terruño peninsular y a sus gentes a través de la canción, ranchera, romántica, boleros, etc., y de la música mexicana tan nuestra. Después del concurso, y que algunos salían todos campaneados terminaba con un gran baile popular, donde la muchachada le daban vuelo a las crinolinas y le sacaban chispas al piso con el taconeo, amenizados por las orquestas del momento de don Rafael Castro y Luis Gonzalez, ante la vigilante mirada de los padres de las jóvenes, abuelos o chaperones...todavía se usaban los chaperones...y quienes no faltaban en este bonito concurso buscando una estrella, además de la gran familia sudcaliforniana, entre los que recuerdo, eran franco de la Peña, la estimada señora doña Lidia Beltran de Gómez y sus hijos, que no se perdían un concurso...familia Quijada Marquez, Castro Hirales, Peralta, Mora, Aldama, quienes se distinguían siempre en primera fila gritando porra al ritmo del campanero.

            En la gran final, en ocasiones venían a apadrinar a las nuevas estrellas algunos artistas de renombre... Emilio Galvez, Chelelo y Paco Michel de la canción vernácula otra vez, vino a tocar el gran Venus Martínez, le gustó tanto La Paz que se quedó, quizás fue porque comió ciruelas y pitahayas del mogote; fue o es Director de la Orquesta del Gobierno del Estado para fortuna nuestra. En el patio de la casa de Mario Cota se hacían los ensayos...también en el waikiki y Jaliciense a las doce del día citaban a los concursantes...era una alegría en ese barrio, estaba inundado de notas musicales y hermosas canciones...siempre había música, ensayaban las orquestas de don Rafael Castro y Don Luis Gonzalez, con los concursantes...la gente no tenía tiempo para estar triste.


            Ojalá que se retomara esta costumbre y se organizaran programas tan bonitos como estos, de buscando una estrella que era motivo de sana convivencia familiar, e impulsaba las aptitudes artísticas de las juventudes...buscando una estrella, un concurso en La Paz que se perdió.

lunes, 21 de julio de 2014

POR MANUELITA LIZARRAGA

“...Y SE LO CARGO EL CHAMUCO...A PILARILLO...EN EL LLANO DE  LOS BURROS”.


            En el legendario Manglito, barrio de pescadores ribereños por tradición...tambiéen se cuentan leyendas, cuentos y anécdotas de antiguos habitantes fundadores de este popular barrio...Don Pilar Carballo, llamado cariñosamente “Pilarillo”, tronco de prestigiada familia en La Paz, persona muy estimada de gratos recuerdos, se dedicaba al comercio mercante su barco “El quino”, entre otros que llegó a tener...surcaba los mares del Golfo de California intercambiando mercancías en los lugares más alejados del la península. e incursionó también en las armadas perleras, la pesca del tiburón y en el comercio establecido. A Don Pilarillo lo rodeaba la leyenda...cuando niño, protagonizó un hecho espeluznante.

            En La Paz de antaño, cuando sus pobladores eran pocos, principalmente en el Manglito, no había vecino que no supiera esta historia de Don Pilarillo. “!Por eso está tan largo este fregado muchacho porque hasta un remolino lo levantó varios metros del suelo y luego lo dejó caer pegando el ‘costalazo’, por eso se le aplanaron las sentaderas”...le decían los mayores, a cada travesura que hacía...esa era otra anécdota de Don Pilarillo Carballo...!Y no anden de vagos ni se salgan de la escuela, porque se los va a cargar el chamuco!, como le pasó a Pilarillo con el burro prieto...eran otras de las amenazas obligadas de los mayores cuando los niños no obedecían y meterlos en cintura...cuento que corría de boca en boca y que miedo sentían los niños...tenían que andar derechitos porque temían que les fuera a salir el mentado burro prieto que le salió a Pilarillo y su palomilla.

            Y como en aquel tiempo había mucho monte y arroyos cubiertos de vegetación en tiempos de lluvia, se prestaba a que los niños tuvieran temor y era una buena medida tomada por los mayores para hacerlos obedecer a través del temor, respeto y cariño, y lo que le pasó a Pilarillo, les venía a la medida. En los campos pesqueros, o bajo los palmares, a la luz de las fogatas mientras los pescadores tenían la piola tendida en la espera de que picara un pargo, garropa, mero o robalo en amena charla salía a colación entre otras cosas, lo que le pasó a Pilarillo por andariego y desentendido...o en las cantinas entre fumarolas y al calor de las copas y del disfrute de botanas gratuitas de almeja y callo de hacha de los que abundaban en la bahía, el tema obligado entre chistes y carcajadas era “...Y se cargó el chamuco a Pilarillo Carballo y su palomilla”, en el marco de aquellas famosas peleas a patadas y puño limpio que protagonizaban los leones del Esterito y los Manglitenses, nomás volaban las camisas, los paliacates, las navajas y también los cabronazos, y al finalizar la pelea entre aquella rueda de pescadores, muy dignos se daban la mano. Generalmente el pleito era por las hermosas mujeres de sus barrios; al final, quedaron  mujeres del Esterito en el Manglito y viceversa. ¡que tiempos!.






            En noches de invierno, en tiempos de equipatas...mientras la pertinaz llovizna repiqueteaba en los techados...a la luz de los faroles y de los tizones encendidos alrededor de la encalada hornilla entre aromas de café de granito acompañado de gorditas con manteca de res...contaban los mayores que antiguamente el respeto y el cariño a los mayores era sagrado, principalmente a los padres y a los maestros. El maestro tenía autoridad para seguir a los niños cuando salían de la escuela y vigilar que se fueran derechito a su casa, y si el chamaco agarraba para otro lado, a cintarazos se los llevaban a su casa. O cuando el niño no quería ir a la escuela, el maestro lo sacaba hasta debajo de la cama y si al chamaco se ponía rejego o matrero a cuerazos se lo llevaba...eran pocos los niños rebeldes que había y pocos también los reprobados.

            Pero como siempre hay de todo en todas las épocas, los maestros del ayer no contaban con el travieso Pilarillo que le encantaba tirar pa’l monte a montar burros. Pilarillo era un niño diferente. Muy inquieto y desentendido, ¡que hasta se lo cargó el chamuco! Y en otra ocasión lo levantó un remolino varios metros del suelo y lo dejó caer dando un buen costalazo, que hasta las sentaderas se le aplanaron. Todos estábamos muy emocionados alrededor de la hornilla, y la lluvia continuaba cayendo más fuerte y la abuela pegándole una larga chupada a su cigarro continuó diciendo...Pilarillo era un niño fuerte, cubría su ensortijado y negro cabellos con un sombrero de palma; y bajo el sombrero podía verse los ojos muy pelones donde brillaba la inteligencia...de la bolsa trasera del pantalón de mezclilla le colgaba su inseparable resortera, y en la otra bolsa, le colgaba también un calcetín retacado de catotas y catotones...muy buen mozo el fregado muchacho pero muy desentendido y travieso que hasta le sacaba canas verdes a sus padres y a sus maestros...!si hasta lo levantó un remolino!...puchi nanita, ¿a poco había escuelas en ese tiempo?, claro que había y buenas escuelas con buenos maestros como los hay ahora; Pilarillo y su palomilla estaban en la escuela 48...- ¿Aquella pa’lla lejos, que está por el camino real, por donde está la tenería de alta chimenea y que pita tres veces al día?. - ¡Eguale!, en esa escuela, hacen bonitos bailes donde van las muchachas a lucir sus vestidos largos, y los jóvenes su pantalón  de casimir inglés, gabardina, rayón o mezclilla.

            La lluvia continuaba repiqueteando y la abuela continuó diciendo...Antes todo aquello era puro monte, y Pilarillo y su palomilla se daban maña para que el profe no los viera y se escapaban a la hora del recreo a montar a pelo a los burros, en el monte de los burros, y hacer cuanta diablura se les ocurría...era muy buen jinete el carajo chamaco, ¡había tantos burros en La Paz!, que hasta ese lugar se llamaba el campo de los burros, allí es donde le encantaba a Pilarillo corretear y jinetear los burros.  Una cálida mañana, no se esperaba Pilarillo lo que le iba a pasar...escapó él  y su palomilla a la vista del profesor, y se internaron en el monte como ya era su costumbre...y cuentan los que saben mucho que a los chamacos les extrañó que todo estaba en silencio...se respiraba un ambiente muy raro...y por ningún lado se miraban los burros...las chacuacas, liebres y demás pájaros salían espantados...las hojas de los árboles ni se movían...ese silencio ya no le empezó a gustar a Pilarillo quien pelaba los ojos camelando para todos lados...

            “...Oye Pilarillo, ¿ no se te hace muy raro esta soledad y este silencio?”, le dijo uno de sus compañeros...y rascándose la cabeza, “Pos si”, dijo Pilarillo, “que extraño que los burros no están”, al tiempo que acariciaba nerviosamente la resortera como poniéndose alerta...pero de pronto, Pilarillo peló tamaños ojos gritando “!miren muchachos, allá está un burro prieto tras los lomboyales. – que raro, ese burro prieto no lo habíamos visto por aquí”, dijo otro de los niños. El burro prieto era muy grande y comía tranquilamente, brillaba su pelaje como un charol con el sol. Los chamacos emocionados agazapados entre las ramas lo estaban camelando, cazándolo, pecho en tierra, se fueron acercando poco a poquito... como Pilarillo y su palomilla ya estaban diestros en ese oficio de un espectacular salto Pilarillo ya estaba montado en el burro...el burro era manso, apenas se movió...luego saltó otro niño, luego otro, y luego otro, ¡y otro más!...los chamacos no lo podían creer el burro se hacían más largo a como los niños saltaban sobre él...tan largo era que los cinco de la palomilla de Don Pilarillo cupieron en él...!era la locura para los inquietos chamacos!.

            El último niño montado, le clavó los talones en las enancas, y éste empezó a caminar a la voz de “!Chu-chu arre burrito!”...dicen los que vivieron aquella época que un griterío se escuchaba entre los matorrales del campo de los burros...los muchachos jubilosos se paseaban en el burro prieto...éste los fue llevando, sin que se dieran cuenta, y de pronto...!!estaban volando!!, el burro prieto se elevó con los seis chamacos... ¿cómo que voló el burro abuelita?, preguntamos todos a un tiempo llenos de espanto, - Si, voló el burro prieto y ya en el aire, empezó a rebuznar echando lumbre por los ojos y el hocico y los chamacos a gritar desesperado y soltando el burro una apeste a azufre, dejó caer a Pilarillo y a su palomilla por el rumbo del barrio El choya, cayendo entre unos choyales, quedando los niños con las sentaderas espinadas, y además zurrados. Más tarde, unos vecinos los encontraron todos tuturucos y de inmediato los ayudaron...en un principio la gente no les creía lo que les pasó pues éstos hablaban puras incoherencias...estuvieron varios días enfermos y quitándoles las espinas y dicen que gritaban “!ya me quiero ir a la escuela antes de que se enoje el profesor!”.

            Después de varios días, al fin Pilarillo y los demás niños se recuperaron del susto que les dio el chamucho, y cuentan que a partir de entonces fueron los niños más disciplinados, puntales en la escuela, trabajadores y obedientes, eran el ejemplo en la Escuela 48 y en todo lugar; y se les quitó la maña de irse a vagar al monte...!uy abuelita, que mandando querías que te hiciera!, dijimos todos a un tiempo...


            ...Y a pilarillo y su palomilla se lo cargó el chamuco en el monte de los burros...

viernes, 18 de julio de 2014

“ LA LEYENDA DEL CERRO DE LA CALAVERA... Y MI ABUELA”.


            Al contemplar con gran pesar la majestuosidad del legendario cerro de la calavera...galoparon en mi mente como en una película, aquella leyenda tan bonita que me contaba una y otra vez mi inolvidable abuelita...corría el año de 1950...era aquella Paz de la música del romance, y del ensueño...de barcos de cabotaje, de molinos de viento y de tantas otras cosas de bellos recuerdos...!nanita, naita! Ya termine de recoger los huevos en el gallinero, pusieron doce gallinas...le dije jubilosa mientras le entregaba la canastita de alambre repletas de huevos colorados...añadiéndole: ahora, mientras me peina, me unta esos menjurjes y teje mis trenzas cuénteme otra vez la leyenda del cerro de la calavera, que algún día conoceré cuando esté grande.

            La dulce muchacha antigua, le pegó una larga chupada al cigarro, y dándole el golpe dijo mientras untaba mis largos cabellos de brillantinas de tuétanos con flores aromáticas que ella preparaba: “cuentan los antiguos que el cerro de la calavera es un volcán dormido...también dicen que allí se hacían ritos prohibidos...otros decían que bajaban platillos voladores. Lo cierto es que hace muchos, pero muchisimos años, por esos rumbos del cerro de la calavera no había caminos ni se llamaba el cerro de la calavera, pero si había muchos riscos y el mar embravecido se enseñoreaba en ellos. El Golfo de California estaba inundado de barcos piratas quienes después de cruentas batallas, ante el asombro de los naturales de estas tierras se metían  a la bahía de La Paz a buscar el mejor lugar para sepultar los tesoros, producto de sus atracos y que han dado paso a bonitas leyendas.

            Los galones fondeaban sorteando los riscos, frente al cerro de la calavera y las aguas se agolpaban a buena altura de los cerros, donde habitaban tribus de indígenas Guaycuras y Coras, quienes tenían costumbres y tradiciones; dominaban la ciencia de la  medicina herbolaria y eran excelentes buzos, pescadores, cazadores y recolectores de raíces y frutas silvestres de lo que se alimentaban. El fruto más exquisito y apreciado para ellos era la pitahaya. Y en época de su cosecha, acostumbraban a realizar matrimonios. Los varones repartían a las mujeres pieles para que cubrieran sus cuerpos o simplemente era motivo de reunión y convivencia de todas las tribus. Sus instrumentos musicales lo hacían con huesos, caracoles, semillas y carrizos, entre otras cosas. Se adornaban con perlas, plumas de algunas aves y conchas finas y tenían más de 30 danzas.

            Flor de pitahaya, era una hermosa doncella de la tribu de los Ichuties o Coras. Hija primogénita de Jerónimo el Grande, un jefe guerrero. La muchacha california estaba prometida en matrimonio con el joven Guaycura Ala de Cuervo, hijo de Nabor, jefe de esa tribu. Como era la costumbre para sellar el compromiso, mediante la entrega de arras que consistía en que él le entregó a Flor de Pitahaya una batea elaborada y labrada en madera de copal, y ella le entregó a Ala de Cuervo una redecilla de hilos de pita tejida por ella misma, formalizando así el compromiso para celebrarse la boda en la cosecha de la pitahaya. Todo marchaba muy bien entre la pareja. ¿Abuelita, era bonita Flor de Pitahaya?, si, cuentan los mayores que era la doncella mas bella de la comarca. En el óvalo perfecto de su rostro, bajo el arco triunfal de las pobladas cejas destacaban los grandes ojos de espesas pestañas tan negros como la noche. Sus labios eran tan rojos y carnosos como las pitahayas, por eso se llamaba Flor de Pitahaya, porque además había nacido cuando la pitahaya estaba en flor, hacía 18 años atrás. La joven cubría su juncal cuerpo de ébano con pieles de ciervo o de venado. Los negros y sedosos cabellos que le tapaban las sentaderas los adornaban con perlas ensartadas en fuertes cordeles, y de su cuello colgaban varios collares de perlas.

            Además, en sus brazos lucía pulseras de caracolitos y concha fina, así como en sus descalzos pies. Pero el más bello adorno que distinguía a Flor de Pitahaya entre todas las jóvenes de su tribu, además de ser muy trabajadora,  era su bondad, ya que el producto de su trabajo lo repartían entre los ancianos y enfermos que no podían buscar su alimento diario. Flor de Pitahaya, con su batea de madera de copal bajo el brazo, artísticamente labrada por ella misma, y con su redecilla de hilos de pita tejida por ella también salía al monte desde las primeras horas a recolectar raíces semillas y frutas silvestres para el sustento diario de los ancianos que no podían hacerlo. Y por las tardes de bellos crepúsculos, cuando la marea bajaba cuentan que se le miraba recolectando los exquisitos productos del mar.

            Una de aquellas tardes en que paseaba por las blancas arenas, su destino estaba marcado. Ante los sorprendidos ojos de la joven, surcaba las cristalinas y verdeazules aguas un galeón pirata que andaba huyendo de sus enemigos, andaba en busca de un refugio seguro. Un apuesto joven de rubios cabellos como el sol y ojos color de cielo piloteaba la embarcación fondeándose entre los riscos al pie del ahora cerro de la calavera. La alarma cundió entre los californios. Pasaron los días y el barco pirata continuaba allí. Las jóvenes de las tribus tenían prohibido salir a realizar sus labores acostumbradas, se temía que los extraños les hicieran daño. Flor de pitahaya se las ingenió y burlando la vigilancia salió rumbo a la orilla del mar a su paseo acostumbrado.  Extasiada contemplaba el crepúsculo, cuando de pronto le salió al paso de entre los riscos aquel joven extranjero, chocando sus cuerpos y tumbándole la batea llena de conchas y caracoles, misma que rápido el muchacho la recogió y se la entregó. Perdiéndose en el profundo abismo de los negros ojos de Flor de Pitahaya, quedando cautivado por el juncal cuerpo de piel dorada perfumada a brisa de mar y a flores del campo. Por su parte, ella también quedó atrapada en aquellos ojos como el mismo cielo y el mar.

            De aquel casual encuentro, siguieron otros, y otros, y otros, naciendo un profundo amor entre los jóvenes, olvidando la muchacha que ya estaba comprometida con el joven guaycura Ala de cuervo, por lo que planearon huir. Por su parte, Ala de cuervo estaba preocupado ya no veía a Flor de Pitahaya con la frecuencia de antes, y  ya se acercaba la fecha de la cosecha de pitahaya y la celebración de su boda. ¿ Que le pasará a mi amada flor?, se preguntaba el muchacho, quizás esté enojada pensó, ya sé, se dijo, voy a buscar las perlas mas hermosas para hacerle un largo collar, y así lo hizo. Pero una tarde, dos jóvenes de la tribu habían descubierto los furtivos encuentros de la muchacha y el extranjero, e indignados fueron a acusarla con los padres de ambos, quienes no daban crédito a lo que escuchaban. Decidieron convencerse y lavar la afrenta. Cautelosos, aquellos jefes guerreros siguieron a Flor de Pitahaya a su cita de amor, y cuando la pareja ya estaba a punto de partir en el galeón, los jefes llamaron a toda la tribu y los aprendieron matando a toda la tripulación, quemando y hundiendo el barco con todas sus riquezas.

            Jerónimo el Fuerte, padre de Flor de Pitahaya y Aguila Voladora padre de Ala de cuervo agarraron a los enamorados que a causa del gran amor que nació en ellos violaron leyes ancestrales, y los arrojaron desde el cerro más alto, cayendo los cuerpos al abismo, destrozándose entre los riscos, muriendo al instante. De esa manera, aquellos hombres lavaron la ofensa, pero no quitaba el profundo dolor causado al Guaycura Ala de Cuervo, quien amaba sinceramente a Flor de Pitahaya, y éste por su parte la hubiera dejado marchar para que fuera feliz con aquel hombre de barbado rostro, ojos de cielo y cabellos como el sol. Cuenta la leyenda que Ala de cuervo se consumía por la tristeza...todas las tardes se subía a la cumbre del cerro de la calavera a contemplar los esqueletos de su amada y de aquel hombre que le arrebató su amor, los que blanqueaban con el sol y el agua salada.

            Pasó el tiempo y nada aliviaba su pena. Se acercaba la fecha de la cosecha de la pitahaya y en la que se iba a celebrar su boda. El día fijado para el matrimonio, la tribu muy alarmada lo vieron subir al ahora cerro de la calavera, iba ataviado como todo un guerrero armado de arco y flecha, llevaba en su mano la redecilla de pita que ella le dio cuando sellaron el compromiso y le colgaba al cuello el largo collar de perlas que para su amada elaboró. Con una cinta de cuero de venado, amarraba las negras plumas de cuervo que adornaba su cabeza. En su rostro reflejaba una gran Paz y en el negro profundo de sus ojos, la muerte. Ala de cuervo iba ataviado para encontrarse con su amada. Se lanzó al vacío, entre los riscos cayendo entre los esqueletos del extranjero y de Flor de Pitahaya.

            Pasaron los años, siglos tal vez, milenios. El tiempo, las aguas y el viento fueron cincelando con formas caprichosa aquel cerro formando tres calaveras. Cuenta la leyenda que esas calaveras son las del extranjero, flor de pitahya y el guaycura Ala de cuervo. Por eso le pusieron el cerro de la calavera. Los ancianos de las tribus contaban esta bonita leyenda a los jóvenes a manera de ejemplo de generación en generación, la que ha trascendido hasta nuestros días”, termino diciendo mi sabia abuelita.


            Baje aquel cerro de la calavera, alfombrado de conchas y caracoles y continué con mis pensamientos perdiendo la mirada en la inmensidad del mar....el cerro de la calavera y su leyenda.    

miércoles, 16 de julio de 2014

“ LA CASA DEL PAREDON...Y EL NIÑO LLORANDO”.


            Ya estaba muriendo aquella tarde de invierno...caminaba absorta en mis pensamientos por el  muro costero del malecón...mis pasos me llevaron por el callejón de “las almas perdidas” o callejón del beso, el que luce hermoso recién pavimentado...al ver la ruinosa casa que perteneció a la familia Canalizo, la que fue derrumbada recientemente recordé su historia, a aquella valerosa mujer...a Doña Chonita de Canalizo,  épocas de revoluciones y otras cosas...pero esa, después la voy a narrar. Me encaminé a la calle Belizario Domínguez, y continué caminando con intención de llegar hasta el final del mencionado callejón, y llegar a la Belizario Domínguez para hurgar en su pasado...el caserío en ruinas me pareció maravilloso, habla de toda una época...a esa hora de la tarde, se siente un silencio sepulcral por ese rumbo, ya que es una de las calles más antiguas de La Paz, la primera para ser precisa, impregnada de historias y leyendas...las tijeretas y zopilotes retornaban a sus nidos en las susurrantes y juncales palmeras.

            Al ver los paredones dejaba volar la imaginación, y pensaba en los galeones piratas que arribaban a la bahía en tiempos pasados, y en los fieros e intrépidos aventureros, quienes después de cometer los atracos a las flotas españolas y al galeón de Manila, buscaban lugares seguros donde sepultar sus tesoros...volví a la realidad, cuando de pronto, estaba frente a aquella mansión, sobre un paredón de piedra, de la que se cuentan varias leyendas...la piel se me empezó a enchinar porque ya todo estaba en penumbras, y vino a mi mente aquel relato que me hizo la estimada señora aquella tarde de invierno doña Conchita de Castro, después de haber disfrutado de su agradable compañía y amena charla, al despedirme, dándome una palmadita en el hombro, me dijo apuntando a la mencionada mansión:

            “Fíjate mijita que en esa casa espantan muchísimo. – Como Así?. – Si, sus habitantes ya se acostumbraron a vivir con todo lo que pasa allí. Les apagaban la luz, pasan sombras de un cuarto a otro, estornudan, arrastran cadenas, en fin, un montón de cosas que ya ni caso hacen, pero lo que les pasó aquella vez, estuvo espeluznante. Resulta, que se fue toda la familia a un baile, y cuando regresaron después de la media noche, se encontraron con la novedad de que se les olvidó adentro la llave de la casa, la que estaba hasta el fondo de un pasillo, sobre un ropero. La casa estaba en tinieblas, y como todos sabían lo que allí espantaban, pues nadie se quería meter por la llave. - ¿Y como le hicieron Doña Conchita?, - Quiso la providencia que un jovencito, amigo del muchacho, los acompaño al mencionado baile, desde luego el niño no sabía nada de los espantos en la casa, y muy serio se acomidió a meterse por una ventana a la mansión por la llave.


            Así lo hizo el jovencito, y salió chiflando muy tranquilo con las llaves en la mano, y cuando le entregó a la señora de la casa las llaves, les dijo ¡Pero que inconsciencia, como se les ocurre dejar al niño solito en aquella oscuridad!. ¡pobrecito, apúrense el niño está llorando desconsoladamente ¡. - ¿Y que pasó después doña conchita?. - ¡Pues nadie se quiso meter en la casa, se amaneció la familia en la calle, ya que ellos no tenían un niño chiquito!. El muchacho acomedido, al enterarse de lo que pasaba en esa casa, y haber sufrido la espeluznante experiencia, porque hasta le acarició la cabecita al niño, estuvo varios días enfermo. Investigando sobre esta casa, otras personas que la habitaron en épocas pasadas, dicen que también le sucedieron cosas extrañas, que la casa se iluminaba como si se estuviera ardiendo, se escuchaban lamentos y llantos de niños. Otras dicen que antiguamente fue allí una gran huerta, y su dueño sabía de todo lo que pasaba, se decía que había un tesoro, pero al señor nunca le interesó sacarlo y ni permitió que lo intentara otra persona por que le iban a destruir la casa. Decía él, que si había dinero o tesoro, podía ser de los que enterraban los piratas en el siglo pasado ya que las aguas del mar subían hasta esos paredones y siendo así, no le interesaba porque era dinero mal habido y traía desgracias...según el tesoro, nunca nadie lo encontró. Por si las dudas, apresuré mis pasos, no fuera a escuchar el llanto del niño chiquito, en esa casona del paredón.

lunes, 14 de julio de 2014


“LA LEYENDA DEL MECHUDO...GUAMONGO...Y LAS PERLAS DE SUDCALIFORNIA”.

            Al vuelo de las flechas y las aves del cielo, los antiguos californios estaban acostumbrados a perder su mirada en la inmensidad del mar, cielos y serranías. Con sorpresa, una mañana de otoño del año de 1534, contemplaron el velaje de una embarcación que salía entre las crestas del oleaje, para ellos desconocida. Eran Fortun Jiménez de Bertandoña y su tripulación compuesta de 37 españoles, quienes después de dar muerte a Diego Becerra de Mendoza, se adueñaron del barco, y huyendo, las aguas los arrastraron por accidente, a la península californiana; donde ante los atónitos ojos de los nativos, los náufragos se pusieron a cosechar perlas a manos llenas y a tratar de violentar a las mujeres, lo que provocó su furia, matando a Fortún Jiménez y a 20 compañeros suyos.

            Después de la matanza, 18 supervivientes con miles de peripecias, se hicieron a la vela como pudieron, al frente de ellos iba un joven marinero, Manuel Preciado, quien llevó algunas perlas y las noticias de lo sucedido, a las costas de Sinaloa, difundiéndose así la noticia de la abundancia de perlas en la tierra recién descubierta, quienes le pusieron por nombre  a la Isla de Espíritu Santo, “La Isla de las Perlas”. Después de la llegada de Hernán Cortés aquel 3 de mayo de 1535, y que dio por nombre a esta ciudad de La Paz, “la Santa Cruz”, desde el siglo XVI, atraídos por el misterio, la aventura y las perlas que dio paso a la leyenda, cientos de galeones de intrépidos navegantes surcaron los mares del Golfo de California cegados por la ambición de poseerlas. Cruentas batallas de crueles piratas se cuentan entre ellos.

            Hasta finalizar el siglo XVI, con la llegada del padre Eusebio Francisco Kino quien fundó la primera misión en San Bruno, luego vino el Padre Juan María de Salvatierra, trayendo la virgen de Loreto, fundador de la misión del mismo nombre. Después, los padres Piccolo, Juan de Ugarte, Bravo, entre muchos otros con el objetivo de implantar la fe cristiana, cambiar las costumbres de los californios y establecer un puerto seguro para protección de las naos de Filipinas. La corona de España hacía concesiones a los armadores para la pesquería de perlas, y el pago era de esta manera; cada vez que salía del agua un buzo, la concha madre perla mas grande, era para la virgen. Todas las demás conchas madre perlas se iban colocando en un montón, y en la noche se dividían así: ocho conchas para los dueños, ocho en otro montón para los buceadores, y dos en un tercer montón para el gobierno. Por eso se hizo la costumbre entre los nativos quienes eran los buceadores de perlas, de sacar la mejor perla para la virgen de Loreto.

            Cuenta la leyenda, que una mañana de ardiente sol del mes de Junio, que es cuando empieza la temporada, cuando las aguas estaban mas calientes y transparentes, al suroeste de la Isla de San José, a unos doce kilómetros de la bahía “La Amortajada”, donde abundaban las tintoreras y grandes mantarrayas que medían hasta 20 pies de ancho, las que envolvían con sus aletas a los pescadores de perlas arrastrándolos a las profundidades del mar, y sorteando estos peligros, andaban dos grupos de indígenas buceando las perlas. En uno de los grupo iba el hechicero o guama de la tribu, hombre de gran poder de sugestión quienes estaban rebeldes a someterse a la fe cristiana, y rendían culto a “guamongo”, rey del mal; y el otro grupo era de los californios ya bautizados. Al término de la jornada, cuentan que uno de los pescadores de la misión de Loreto, tomando su cuchillo y canastilla, único equipo de buceo que usaban, dijo: “Voy por la perla para la Virgen” y se lanzo al mar; emergiendo después de dos o tres minutos con el rostro descompuesto y muy espantado. Algo raro había visto en el fondo de las aguas. El guama o hechicero burlándose de él, llamándole cobarde, le dijo al tiempo que se lanzaba al mar que él iba por la perla para guamongo, o sea, para el diablo. El hechicero se perdió entre las turbulentas aguas...los grupos de pescadores de perlas estaban expectantes en sus rústicas embarcaciones mecidas por el oleaje...pasaban los minutos, y las horas y el hechicero nunca salió a la superficie.

            Cuando las aguas se aclararon un poco, uno de los californios, de los mas animosos, tomando una lanza tiburonera y un largo cordel, descendió al fondo del mar con intención de prestarle ayuda al guama; pero al instante se regreso horrorizado. En ese inmenso placer perlero donde se daban las conchas de mas de 20 centímetros ideales para las perlas mas grandes, estaba el adorador de guamongo, el hechicero, aprisionado entre largos mechones parecidos a lianas que flotaban entre el mar en forma fantasmal, ahogado con los ojos desorbitados, con el cestillo de alambre a la cintura, lleno de conchas gigantes, y en sus manos a modo de ofrecimiento, una concha abierta con una gran perla adentro, pero la perla era negra. Al indígena le pareció escuchar carcajadas burlescas y que el hechicero con esos grandes ojos tan pelones le decía ¡ven, ven!, moviéndose lentamente entre las aguas, entre esos mechones.

            El mar estaba enfurecido...negros nubarrones en el cielo presagiaban tormenta...los atemorizados pescadores de los dos grupos, emprendieron el regreso a sus lugares de origen. Como buenos remeros que eran, las embarcaciones parecían que volaban perdiéndose y saliendo entre el oleaje. Cuando al fin llegaron con la nefasta noticia, unos se santiguaron y decían que la virgen había castigado al blasfemo, otros en círculos danzaban gritando que guamongo se había cobrado cruelmente su tributo. Por las dudas, los pescadores de perlas dejaron de bucear en “Punta Mechudo” o “EL Mechudo” que a raíz de este escalofriante suceso, lleva ese nombre: El Mechudo, dando paso a la leyenda.

            Varios pescadores que ignoraban esta leyenda, se han aventurado a buscar perlas por el mechudo, pero han salido espantados por que en el fondo del mar, en ese placer perlero, sale un hombre de largos cabellos de ojos muy pelones que los llama mostrándole en sus manos una gran concha abierta con una hermosa perla negra adentro. Desde entonces, según se dice, nadie se atreve a pasar por el mechudo. Por si las dudas, mejor le sacan la vuelta. Ya que saben que el mechudo es el guardián de las perlas de Guamongo.





  

viernes, 11 de julio de 2014

“ESE SOLAR BALDIO...Y ESA PILA EN RUINAS...ME TRAE GRATOS RECUERDOS DE MI ABUELITA”.

POR MANUELITA LIZARRAGA


            Cada vez que paso por ahí, vienen a mi mente los recuerdos...Santana Tiznado Velarde de Lizárraga, fue su nombre que endulzó mi feliz infancia a su lado...cuántas enseñanzas y gratos recuerdos guardo en mi mente y en mi corazón, aprendidos a través de mi corta vida junto a ella, “Doña Anita”, le decían sus amigas y yo le decía “mi nanita”. A cada paso me encuentro encantadores viejecitos de cabellos escarchados y espaldas encorvadas, y al verlos, busco en sus rostros aquellos rasgos, y mis pasos me llevan a cada casa, donde viví tan feliz a su lado...!pero si parece que la estoy viendo!...bajita, de largos y trenzados cabellos, entre plateados y dorados, de ojos claros, gateados, de finas facciones, con sus largos ropajes, su sombrero de palma, un bastón y zapatos como botines de piel de ternera, de aquellos que fabricaban con Don Julio y Esteban Beltrán; también los hacían con el señor Aguirre...era la abuelita más dulce, sabia y bella de la tierra...otros decían que era muy mal hablada y refunfuñona, pero a mi, me trataba como a la niña de sus ojos...”mi coyote”, me decía de cariño.

            Al ver ese solar baldío y los vestigios donde hubo alguna vez un molino de viento, con nostalgia recordé que semanas enteras pasaba con mí adorada abuelita. Tenía su casa en Bravo y Guillermo Prieto, había una gran huerta de árboles frutales, un molino de papalote con una gran pila para el agua, además de todas las frutas regionales que ahí se daban, me encantaba el chico zapote. En ese tiempo, estaba yo en la Escuela Número 1. Ahí cursé mi primer año con la inolvidable maestra Beatriz Zumaya de Taylor, la que elaboraba exquisitos pirulines y yo le ayudaba a venderlos a la hora del recreo. Frente a la casa estaba la tienda de un chinito, que entre otras cosas,  vendía sabroso pan...las puertas de la casa son las mismas de aquellos tiempos...y  toda la estructura de la construcción es la original, parece que por ahí no ha pasado el tiempo...por la tarde, mi abuela barría y regaba la empedrada banqueta frente a la calle; sacaba dos sillas donde nos sentábamos a esperar “el coromuel”... “vamos a esperar el coromuel”, decía ella, y me contaba cuentos y leyendas de aquellos tiempos. A mi corta edad me imaginaba que el coromuel era un gran pirata, y se refería al tradicional “airecillo” que dio paso a la leyenda. El coromuel.

            Mi abuelita tenía unas reacciones tan repentinas que me encantaban; a media noche, se le ocurría que fuéramos a visitar a mi Tía Chuy, su hija, quien vivía en Revolución y Degollado; tenía su casa con un gran huerto donde se cultivaban frutas y verduras. Mi abuelita era un tesoro de sabiduría. Tenía el don de sobar fracturas y lastimados...la gente la buscaba para que los arreglara, y cuando se luxaban, usaba aceite de comer para sobarlos, y ponía a calentar en un traste con brazas hojas de zapote para ponerles después de la sobada y luego los vendaba. Mi perro El pachuco y yo le acompañábamos y ayudábamos con la venda  y el aceite. Gracias a los conocimientos herbolarios de mi abuelita, fuimos unos niños muy sanos. Rara vez nos enfermábamos, y si acaso era del estomago, que generalmente era por comelones. Ella tostaba arroz hasta quemarlo, y nos daba remojado en agua...o si no, un vaso con agua con almidón con limón...o un té de yerbabuena con hojas de micle, albahacar y cogollos de guayabo; luego, nos hacía un exquisito caldo de pichón, o pollito de aquellos, o de papas, y con un atolito de masa y listo, quedábamos curados del estomago. Para evitar que tuviéramos parásitos, nos daba guayabas, semillas de calabaza tostada, ¡y que gordo nos caía cuando nos daba té de epazote en ayunas, por nueve días!, nos tapaba la nariz, y decía “Para no despertar la lombriz”,  y zas, carajo, nos metía una taza de té de epazote. Con albahacar, ruda, y ajo calientito hacía un tapón con algodón y nos curaba el dolor de oído; y cuando las anginas se inflamaban, hacíamos gárgaras de  cáscara de granada, o de té con raíz de san Miguelito o simplemente nos ponía un collar de tomates tatemados con los pies metidos en un balde con agua, y luego nos ponían el hábito de San Blas y quedábamos curados. Para el catarro, lo curaban con una pastilla de sulfadiacina, un té de hojas de eucaliptos con canela, endulzada con miel de abeja, y listo...nos envolvían en una cobija, para que sudáramos la calentura, y si teníamos constipados o mormados, mataba una gallina y freía infundia con poleo, flores de vinorama y romero, y era buenísima...o simplemente aspirábamos agua salada en el mar. Los ojos los curaba con té de manzanilla o con orines. Claro, que antes no estaba tan contaminado el ambiente como lo está ahora, y la alimentación era distinta, quizá por eso, hacían efectos ese tipo de medicamentos.

            En verdad que era sabia mi abuelita, me cuidaba el cabello como un tesoro. Freía tuétano de res y le ponía flores aromáticas, esa era la brillantina, la que guardaba en una olllita muy pequeñita colgada del techo del corredor...cuando me trenzaba el cabello con una correa de gamuza y con coloridos moños, me duraba hasta tres días el peinado. Había veces que molía tomate con miel de abeja y me ponía en el cráneo, me lavaba el cabello con agua de guatamote, y también con agua asentada de barro...”para que el cabello le crezca, sano, largo y hermoso y nunca tenga caspa”, me decía...y así fue, siempre tuve mi cabello largo, y nunca he tenido caspa hasta la fecha. Gracias a la madurez e inteligencia de mi madre que permitió que mi nanita interviniera en mi formación, pues el cariño, la experiencia y sabiduría de una abuela es un tesoro maravilloso que le da al niño seguridad, es como un refugio seguro...es un deleite que no tengo palabra para definir esos sentimientos tan bellos...y ahora que yo soy abuela, todo es diferente...somos anticuadas, no se permiten las sugerencias y opiniones cuando los niños se enferman, pero es comprensible, ahora todo es tan de prisa y tan distinto a la vida de antes, aunque se pierdan algunos valores en la lucha constante por la supervivencia, pero siento que esos valores tan fundamentales como lo es la convivencia de los abuelos con los nietos, no debe perderse...es como si a los niños les fueran quitando la raíz...es como si les fuera quedando un vacío por la falta de vivencia con los abuelos...el cariño por la madre, y por los abuelos, son sentimientos muy bellos, pero diferentes con su valor cada uno.

            En la costura, mi abuelita también era sabia, que bonito bordaba y tejía...ella me enseñó a pegar botones, a bastillar y a realizar mis primeras puntadas sobre la costura, a trenzar las hilazas, y zurcir calcetines, así como a pegar remiendos...le metíamos un foco al calcetín y quedaban bien zurcidos. Antes las mujeres remendaban los pantalones y camisas de los señores, y se veían muy dignos. Ahora, cualquier roturita y la ropa se deshecha. Para lavar, mi abuelita que bonito lo hacía, utilizaba para desmanchar la ropa, el palo adán...y mis calcetas las desmanchaba con utatabes machucados, porque yo tenía la maña de brincar con calcetines. Para blanquear la ropa, usaba cenizas de la hornilla, o cernada...me encantaba sacarle los carbones abollados en el agua al traste donde ponía la ropa blanca la que luego la tendía en el suelo en el rayo del sol. Las camisas de mi Tío Lao, las sábanas, fundas, servilletas, sus faldías y hasta mi refajo, quedaban blanquísimos. Parece que aun percibo el olor a limpio que salía de la ropa cuando la planchaba, con planchas de aquellas...y aquellos aromas a ropa limpia y a cigarro “del tigre” cuando me hacía rollo con mi abuela bajo las cobijas. Cómo se enojó mi abuelita, cuando parió “la facha” era una perra pinta con unos pestañones, muy noble el animal por cierto...tengo presente su dulce mirada como pidiendo perdón...metió su larga cabeza entre las faldillas de mi  nanita con un lastimero gemido...casi con lágrimas pues había parido a sus perritos bajo la hornilla...”tate quieta, eres una callejera”, le decía mi abuelita mientras se fumaba su cigarro del tigre mirando al cielo muy digna...y la perdonó...y yo encantada cuidaba de los perritos...también tenía su gata que se llamaba “la pola”...eran nuestros compañeros, además de las gallinas, un gallo consentido que lo llamaba “el mojo cuan”.

            Los días santos de mi abuelita, o  de las madres, mi tía Jesús Lizárraga De La peña le llevaba una garrafa de nieve de fresa y un pastel de aquellos de la Nevería La flor de La Paz, acompañado del mariachi, y sus cortes de tela para sus vestidos y zapatos. El angelito de la “guarda”, “San Lázaro Bendito, con tus cordones benditos amarra tus animalitos para que no nos piquen a mi ni a mis hermanitos”...entre otras oraciones además del Padre nuestro, fueron los rezos que me enseñó antes de irme a la cama y después de rezar, antes de dormir, me daba un vaso de agua...” para que tome agua la palomita”, decía, o sea el alma. Mi abuelita sabía muchas cositas.

            Esa antigua mansión, con el solar y una pila en desuso impregnada de tiempo y olvido, ubicada por la Bravo y Guillermo Prieto hablan de un bonito pasado de La Paz que se perdió...de huertos familiares, molinos de viento, abuelita y todo...me encanta pasar por ahí para hundirme en el recuerdo.


…Por el placer de recordar, escribir y compartir…
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