“ EL ALMIRANTE OBREGON
PERLA...EN LA LEYENDA DE LA PAZ DE ANTAÑO”
La humareda arropaba los techados de tejamanil y palma
del caserío dormido, arrullados por las susurrantes palmeras, trino de pájaros
canores y molinos de viento...el silencio era roto por los ruidos propios del
amanecer...al despuntar el alba, por las tranquilas callecitas de La Paz
perfumadas a tierra mojada y efluvios de
perfume de hermosas flores, el follaje, como mullida alfombra, amortiguaba
el lento caminar de un personaje muy singular, el Almirante Obregón Perla, así como las pisadas de los demás habitantes
del pueblo, dirigiéndose con su canasta o morral bajo el brazo, como era la
costumbre, al antiguo mercado Madero, punto de reunión de la gran familia
sudcaliforniana para realizar las compras diarias.
Su porte era distinguido...alto y huesudo se autonombraba
él mismo Almirante Obregón Perla...nunca nadie supo de donde vino, ni cuál era
su verdadero nombre...bajo el mugriento sombrero, atravesado de plumas de
colores, que cubría su cabeza, se distinguían hilos de plata en sus
sienes...los grandes ojos bajo las pobladas cejas denotaban inteligencia y en
su rostro la bondad...vestía un harapiento uniforme como de militar, con un enorme
cinturón de cuero cubierto de alambres y pedacería de metal... en sus piernas
se ponía polainas de cuero también enrolladas de alambre y cadenetas, así como
muñequeras de cuero sucio en los brazos calzaba botines de lona que era parte
de su uniforme de almirante, y los dedos de sus manos los traía llenos de
tuercas, a manera de anillos, portaba un largo fierro a guisa de sable...era un
personaje muy singular que paseaba por toda la ciudad pidiendo ropa y
mendrugos...formaba parte del paisaje folklórico de aquella Paz de antaño. Al
ver las manos de algunas señoritas, que en todos sus dedos llevan anillos, y
hasta en los tobillos se ponen cadenitas y se ven muy bonitas por cierto, me
recordaron a Obregón Perla, que de alguna manera con sus tuercas en los dedos
impuso la moda de ahora.
Un día cualquiera apareció de repente paseando por las orillas de las playas de la
hermosísima bahía de La Paz...cuentan que Obregón Perla, en su juventud fue un
honrado empleado de “El Boleo” en Santa Rosalía, se decía que habitaba bajo los
pilares del muelle fiscal y que dormía vestido con todos su colgajos de
metales. Obregón Perla, sentado en la blanca arena bajo la sombra del frondoso
pino en el legendario e histórico muelle fiscal, entre fumarolas del grueso
puro, perdía su mirada en la lejanía del mar...dejaba vagar sus pensamientos,
confundiéndose con el vuelo de las gaviotas...Mateo, un viejo pescador de los
tradicionales barrios del Manglito y El Esterito, con su palanca al hombro se
acercó a él extrañado de ver a ese personaje con esa rara indumentaria, e interrumpiendo sus evocadores momentos, le
preguntó ¿quién eres forastero y de donde has venido?. Obregón Perla como un
resorte se levantó haciendo un ruidajo con los alambres y metales de su
indumentaria donde se estrellaban los reflejos del sol, y cuadrándose con un saludo militar
levantando su mano llena de tuerca a manera de anillos, señaló con el bastón a
la distancia y dijo “Soy el Almirante Obregón Perla y estoy cuidando mi flota
de barcos fondeados en la bahía, porque en breve zarparé a los siete mares y
llevaré mis baúles llenos de perlas a lejanas tierras”.
Mateo el
pescador, paseó su mirada al mar buscando la flota de aquel personaje tan
singular, pero ésta existía sólo en la imaginación del almirante Obregón Perla.
Rascándose la cabeza, el pescador al rítmico vaivén de la palanca continuó su
camino hundiendo sus pisadas en las níveas arenas . Obregón Perla con su
indumentaria llena de alambres y metales, y su sombrero cubriendo su cabeza, con su acompasado caminar, se paseaba por las
callecitas de La Paz rumbo al mercado Madero
y al malecón donde vivía bajo los pilares del muelle, y según él tenía
fondeada su flota imaginaria.
¡Adiós
almirante!, le gritaba la gente a su paso, a modo de saludo, y él levantaba su
sable y respondía “voy a mi barco
insignia para zarpar a los siete mares...llevaré mis baúles llenos de perlas a
lejanas tierras. Obregón Perla, con su lento caminar y su sombrero cubriéndole
las plateadas sienes recorría los ya desaparecidos tendajones de La Paz, entre
ellos “El huracán” de don Alejandro Gallo quien le daba una gruesa de puros y
los demás comerciantes, siempre tan nobles, le daban algunas cosillas que le
pudieran servir de alimento. En los lugares públicos, a la gente le gustaba
escuchar sus fantasías. Obregón Perla decía que él era un gran almirante y que
tenía fondeados en la bahía su flota de barcos, donde guardaba baúles llenos de
perlas, y zarparía a los siete mares llevando sus tesoros a lejanas tierras.
¡Adiós almirante!,
le gritaban los niños y adultos y Obregón Perla con su andar acompasado
levantaba el sable a modo de saludo y contestaba “voy a mi barco insignia,
zarparé a los siete mares, rumbo a lejanas tierras”. Obregón Perla fue un
personaje muy singular...fue parte del folcklor
de aquella Paz antigua... una vez no se le vio ya más...la gente estaba
acostumbrada a verlo deambular por aquellas evocadoras callecitas de La
Paz...al morir el almirante Obregón Perla, se fue un pasado romántico de
aquella Paz de molinos de viento y de barcos de cabotaje entre tantas otras
cosas y su flota y sus baúles de perlas
imaginarios se perdieron en el mito y la leyenda...sólo quedó su nombre en una
fría lápida en el panteón de Los San Juanes...y en el recuerdo, de quienes
fueron niños en otras épocas y ahora
peinan canas...!Adiós almirante Obregón Perla!.
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