jueves, 31 de julio de 2014

“ANTAÑO...FABRICAR JABON, FUE UNA INDUSTRIA FAMILIAR”.



            Bajo el techumbre de palma del fresco y cómodo corredor, del hogar de los hermanos, los jóvenes de la tercera edad, Don Antonio y Celedonia Espinosa Amador...mientras en la lumbre el jarro con hueso seco y frijol hervía, inundando la casa de agradables olores...entre sorbo y sorbo de aromático café de grano, hacen gratos recuerdos de su vida tan feliz en el Rancho San Antonio, en San Luis Gonzaga, al lado de sus padres: Don Policarpio Espinosa Camacho y Bernarda Amador Cota; así como de sus abuelos paternos y maternos: Epitacia Camacho Geraldo y Cornelio Espinosa Orantes; Dolores Cota y Santiago Amador, Luisa Geraldo y Andrés Camacho. Ellos fueron hijos mayores de seis hermanos, nacieron en San Luis Gonzaga en 1914 y 1915...época de movimientos revolucionarios y políticos en el territorio de Baja California Sur...de la explotación de la horchilla, la minería y las perlas.

            La histórica y hermosa misión de San Luis Gonzaga, fue fundada inicialmente como visita de la misión de Nuestra Señora de Los Dolores en 1721 por el padre Jesuita Clemente Guillén. Y en 1740, la misión fue edificada por el padre Lambert Hostell; así como las visitas colindantes de San Juan Nepomuseno, Santa María Magdalena, San Hilario, San Luis y La pasión. Por medio de canales de riego de piedra, en la misión de San Luis Gonzaga se inició el cultivo de higos, uvas, dátiles y azúcar; y una iglesia de piedra fue levantada por el padre Johan, Jacob Baegeret. En 1751. La población indígena fue calculada en 310, en 1745; en 360 en 1752; y 310 en 1768 cuando la expulsión de los jesuitas en la península.

            La vida en el rancho en San Luis Gonzaga, dicen, era muy hermosa...eran tiempos en que había mucho ganado, chivas y bestias y los campos estaban inundados de frutos silvestres. A través de los mayores, se heredaban el conocimiento y dominio de todas las artes para la supervivencia en aquellas soledades. Su padre, Don Policarpio, era jabonero, y fabricaba jabón en barra, para el consumo familiar, y vecinal. Era todo un arte este oficio de la fabricación del jabón, el que era de muy buena calidad y todos los miembros de la familia participaban en esta labor, así como en todas las labores del rancho. Este era el proceso: Don Policarpio el jabonero, formaba grandes castillos de palo de lomboy, pero que estuviera verde, y le prendía fuego hasta que se consumía todo aquello y quedaba convertido en flor de ceniza, la que su padre la hacía mezcla y la batía durante tres o cuatro días; y cuando estaba en su punto esta mezcla, la echaban en una gran pila, le agregaban agua hasta que quedara buena la “lejía” para hacer el jabón. Luego ponían la lejía a hervir en grandes peroles, le agregaban el cebo de res crudo y mucha sal para que se cortara con la lejía. Y la iban batiendo poco a poco y la iban probando y agregando más lejía si era necesario, hasta que echara espuma; luego la enfriaban y la echaban en cajitas, y le ponían un costal y la estaban moviendo para que se filtrara en la arena; ya que aquellos aromáticos bloques de jabón estaban secos y duros, los cortaban con un cordel al tamaño de un pan de jabón y lo echaban en cajas para el consumo familiar, y para las gentes de rancherías aledañas; a veces traían el jabón  a La Paz a cambiar por mercancías.

            En aquellos años, llovía bastante en el territorio de Baja California Sur...serranías y campos estaban cubiertos de verde, perfumada y florida alfombra que hacían la vida muy placentera al ranchero sudcaliforniano, así como a todos los animales del campo. En el rancho San Antonio, en San Luis Gonzaga, era una escuela de oficios y artes...cada quien se hacía sus propios zapatos...tenían máquina para coser calzado y para elaborar la ropa. Pintaban las telas utilizando la orchilla y el mezquitillo, a veces hasta el lomboy, y había ocasiones que tenían que elaborar el hilo para coser. Las mujeres desde temprana edad ya sabían los quehaceres de la casa así como del rancho y dominaban las artes manuales...bordaban, tejían, y hacían prendas para vestir a toda la familia. El calzado también se fabricaba en casa dominaban este oficio, desde sacrificar  al animal, curtir la piel, y elaborar los zapatos así como las hormas a la medida de cada quien, y como no había clavos, hacían estaquillas de palo de arco para clavar las suelas. Así como hacían también las cueras y todos los implementos en vaqueta que el ranchero necesitaba para su montura.

            En la cuestión de herrería, había una fragua, un fogón y el yunque para elaborar espuelas, cuchillos, cencerros, machetes, y todo lo necesario en esta rama de la herrería. Las mujeres mayores, además de hacer las labores del rancho, desde ordeñar hasta elaborar el queso y todos sus derivados, hacían cazuelas y ollas de barro para el servicio en la cocina. Era todo un arte este trabajo, así como también realizaban el tejido de palma, en canastos, sombreros, suaderos, costureros, etc. Suspirando, Antonio y Celedonia continuaron diciendo que era una vida tan sencilla la de la gente del campo que lo mismo le daba oscurecer que amanecer, pero muy integrada; no se necesitaban grandes cosas ni mucho dinero para ser felices. Por los ancianos había y todavía hay un gran respeto y veneración, así como por los compadres principalmente. El entretenimiento de los niños y mayores era rascar las cuerdas de la guitarra bajo los árboles o bajo el cielo tachonado de estrellas y jugar a la malía. Todos los días en la casa de sus padres, mataban un chivo, o cazaban liebres, o venados, o gallinas o guajolotes. Los que abundaban; pero la carne no debía de faltar. Las hornillas siempre estaban encendidas y las cazuelas llenas de aquellos guisados, porque decía Don Policarpio, su padre el jabonero, que el visitante no debía seguir su camino, si no era bien atendido en su casa.

            En el rancho San Antonio de San Luis Gonzaga, siempre había comida para el que iba llegando, las lluvias abundaban, y el ganado siempre estaba bueno para la venta y la matanza. Mataban las reses, beneficiaban la carne, y la ponían a secar salándola y cuando ésta estaba seca, formaban grandes pacas, así como guacales de queso seco, y en bestias las llevaban a vender a La Paz...a .40 centavos el kilo de carne, el queso a .10 o 15 centavos si era de apollo, y los panes de jabón a cinco centavos. Hacían hasta cinco días de camino por brechas y veredas y regresaban a los doce días. En ese tiempo, no vendían azúcar, se usaba pura panocha, la que hacían por toneladas en Todos Santos y su padre compraba hasta diez cargas de panocha, más en la época revolucionaria. Tenían que ir desde San Luis Gonzaga hasta Todos Santos por caminos secretos que sólo los muy mayores conocían. En cuanto a frutas y semillas, había mucha en el monte de acuerdo a la temporada sobre todo, el alimento silvestre, regalo tan grande de la naturaleza, la pitahaya, ciruelas, salates de la sierra, o higos silvestres, zaya, jícama entre una diversidad de raíces y plantas medicinales. También hacían tatema de mezcal, y tostaban bellotas, que ya molida hacían un chocolate muy sabroso. El ranchero, también dominaba  el conocimiento de las plantas medicinales para las pocas enfermedades que había, la gente ni se enfermaba y morían a edad muy avanzada. El oficio de jabonero de su padre, los ponía a todos en movimiento, y lo realizaban hasta cuatro o seis veces en el año, haciendo buenas cargas de jabón, y era muy noble y bendecido este trabajo, ya que les dejaba buenas ganancias. Don Policarpio a todos su hijos les repartía las ganancias para que se compraran lienzos para que se hicieran prendas de vestir, hasta a su señora madre y abuelas estrenaban peinetas de carey, naguas  y tápalos nuevos para cuando iban a las tradicionales fiestas a la misión de San Francisco Javier.

            Cuando los hombres del rancho iban a venir a La Paz, a vender los productos y a traer mercancías, era una gran fiesta en casa, los preparativos. Hasta 130 reses arriaban hasta La Paz, traían también varias cargas de carne seca, guacales de queso, cargas de jabón, miel de abeja, pelotas de cera de panal, para la fábrica de velas y veladoras que había, sombreros, canastos y algunos bordados. Después de 15 días o más, los hombres regresaban cargados de provisiones, y algún dinero, y muy felices. Todo era bonanza, hasta aquel trágico año de 1933 en que hubo una gran sequía  que casi se acabaron los animales en el territorio. Pero la gente del campo son muy aguantadores y perseverantes. Pero la situación ya no fue la misma. En 1944 tuvieron que emigrar a esta hermosa ciudad de La Paz de los molinos de viento y barcos mercantes, abandonando aquellas tierras que por generaciones perteneció a la familia Espinosa Amador, y desde luego ya no fue lo mismo. Pero ellos estaban acostumbrados a batallar y a la vida sencilla. Se adaptaron luego luego al cambio, sus padres y demás hermanos se emplearon en los ranchos ganaderos ya que La Paz era un gran rancho; también trabajaron en la Ticsa haciendo brechas a pico y pala, así como en el carrizal y en los ejidos. Dicen Doña Celedonia y Don Antonio, que eso si, gracias a Dios, siempre ha estado muy junta y muy unida la familia. Terminaron diciendo, añadiendo que, el motivo por el que se escasean las lluvias, es porque han deforestado el campo, hay mucho pavimento y los árboles llaman la lluvia, que por favor ya no den permisos para tumbar árboles, que por el contrario, se planten muchos árboles y tendremos más lluvia.

             A sus 84, y 85 años, los tiernos viejecitos al calor de su hogar rodeados de su familia ven pasar los años lentamente, gozando de cabal salud dándole gracias a Dios porque les ha permitido ver el paso de varias generaciones y comparar el pasado y el presente, y darse cuenta que Dios es muy grande y que no se necesita mucho para ser felices, disfrutando los gratos momentos que la vida les va dando en cada amanecer.

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