“ANTAÑO...FABRICAR JABON,
FUE UNA INDUSTRIA FAMILIAR”.
Bajo
el techumbre de palma del fresco y cómodo corredor, del hogar de los hermanos,
los jóvenes de la tercera edad, Don Antonio y Celedonia Espinosa Amador...mientras
en la lumbre el jarro con hueso seco y frijol hervía, inundando la casa de
agradables olores...entre sorbo y sorbo de aromático café de grano, hacen
gratos recuerdos de su vida tan feliz en el Rancho San Antonio, en San Luis
Gonzaga, al lado de sus padres: Don Policarpio Espinosa Camacho y Bernarda
Amador Cota; así como de sus abuelos paternos y maternos: Epitacia Camacho
Geraldo y Cornelio Espinosa Orantes; Dolores Cota y Santiago Amador, Luisa
Geraldo y Andrés Camacho. Ellos fueron hijos mayores de seis hermanos, nacieron
en San Luis Gonzaga en 1914 y 1915...época de movimientos revolucionarios y
políticos en el territorio de Baja California Sur...de la explotación de la
horchilla, la minería y las perlas.
La
histórica y hermosa misión de San Luis Gonzaga, fue fundada inicialmente como
visita de la misión de Nuestra Señora de Los Dolores en 1721 por el padre
Jesuita Clemente Guillén. Y en 1740, la misión fue edificada por el padre
Lambert Hostell; así como las visitas colindantes de San Juan Nepomuseno, Santa
María Magdalena, San Hilario, San Luis y La pasión. Por medio de canales de
riego de piedra, en la misión de San Luis Gonzaga se inició el cultivo de
higos, uvas, dátiles y azúcar; y una iglesia de piedra fue levantada por el
padre Johan, Jacob Baegeret. En 1751. La población indígena fue calculada en
310, en 1745; en 360 en 1752; y 310 en 1768 cuando la expulsión de los jesuitas
en la península.
La vida en el rancho en San Luis Gonzaga, dicen, era muy
hermosa...eran tiempos en que había mucho ganado, chivas y bestias y los campos
estaban inundados de frutos silvestres. A través de los mayores, se heredaban
el conocimiento y dominio de todas las artes para la supervivencia en aquellas
soledades. Su padre, Don Policarpio, era jabonero, y fabricaba jabón en barra,
para el consumo familiar, y vecinal. Era todo un arte este oficio de la
fabricación del jabón, el que era de muy buena calidad y todos los miembros de
la familia participaban en esta labor, así como en todas las labores del rancho.
Este era el proceso: Don Policarpio el jabonero, formaba grandes castillos de
palo de lomboy, pero que estuviera verde, y le prendía fuego hasta que se
consumía todo aquello y quedaba convertido en flor de ceniza, la que su padre
la hacía mezcla y la batía durante tres o cuatro días; y cuando estaba en su
punto esta mezcla, la echaban en una gran pila, le agregaban agua hasta que
quedara buena la “lejía” para hacer el jabón. Luego ponían la lejía a hervir en
grandes peroles, le agregaban el cebo de res crudo y mucha sal para que se
cortara con la lejía. Y la iban batiendo poco a poco y la iban probando y
agregando más lejía si era necesario, hasta que echara espuma; luego la
enfriaban y la echaban en cajitas, y le ponían un costal y la estaban moviendo
para que se filtrara en la arena; ya que aquellos aromáticos bloques de jabón
estaban secos y duros, los cortaban con un cordel al tamaño de un pan de jabón
y lo echaban en cajas para el consumo familiar, y para las gentes de rancherías
aledañas; a veces traían el jabón a La
Paz a cambiar por mercancías.
En aquellos años, llovía bastante en el territorio de
Baja California Sur...serranías y campos estaban cubiertos de verde, perfumada
y florida alfombra que hacían la vida muy placentera al ranchero sudcaliforniano,
así como a todos los animales del campo. En el rancho San Antonio, en San Luis
Gonzaga, era una escuela de oficios y artes...cada quien se hacía sus propios
zapatos...tenían máquina para coser calzado y para elaborar la ropa. Pintaban
las telas utilizando la orchilla y el mezquitillo, a veces hasta el lomboy, y
había ocasiones que tenían que elaborar el hilo para coser. Las mujeres desde
temprana edad ya sabían los quehaceres de la casa así como del rancho y
dominaban las artes manuales...bordaban, tejían, y hacían prendas para vestir a
toda la familia. El calzado también se fabricaba en casa dominaban este oficio,
desde sacrificar al animal, curtir la
piel, y elaborar los zapatos así como las hormas a la medida de cada quien, y
como no había clavos, hacían estaquillas de palo de arco para clavar las
suelas. Así como hacían también las cueras y todos los implementos en vaqueta
que el ranchero necesitaba para su montura.
En la cuestión de herrería, había una fragua, un fogón y
el yunque para elaborar espuelas, cuchillos, cencerros, machetes, y todo lo
necesario en esta rama de la herrería. Las mujeres mayores, además de hacer las
labores del rancho, desde ordeñar hasta elaborar el queso y todos sus
derivados, hacían cazuelas y ollas de barro para el servicio en la cocina. Era
todo un arte este trabajo, así como también realizaban el tejido de palma, en
canastos, sombreros, suaderos, costureros, etc. Suspirando, Antonio y Celedonia
continuaron diciendo que era una vida tan sencilla la de la gente del campo que
lo mismo le daba oscurecer que amanecer, pero muy integrada; no se necesitaban
grandes cosas ni mucho dinero para ser felices. Por los ancianos había y
todavía hay un gran respeto y veneración, así como por los compadres
principalmente. El entretenimiento de los niños y mayores era rascar las
cuerdas de la guitarra bajo los árboles o bajo el cielo tachonado de estrellas
y jugar a la malía. Todos los días en la casa de sus padres, mataban un chivo,
o cazaban liebres, o venados, o gallinas o guajolotes. Los que abundaban; pero
la carne no debía de faltar. Las hornillas siempre estaban encendidas y las
cazuelas llenas de aquellos guisados, porque decía Don Policarpio, su padre el
jabonero, que el visitante no debía seguir su camino, si no era bien atendido
en su casa.
En el rancho San Antonio de San Luis Gonzaga, siempre
había comida para el que iba llegando, las lluvias abundaban, y el ganado
siempre estaba bueno para la venta y la matanza. Mataban las reses,
beneficiaban la carne, y la ponían a secar salándola y cuando ésta estaba seca,
formaban grandes pacas, así como guacales de queso seco, y en bestias las
llevaban a vender a La Paz...a .40 centavos el kilo de carne, el queso a .10 o
15 centavos si era de apollo, y los panes de jabón a cinco centavos. Hacían
hasta cinco días de camino por brechas y veredas y regresaban a los doce días.
En ese tiempo, no vendían azúcar, se usaba pura panocha, la que hacían por
toneladas en Todos Santos y su padre compraba hasta diez cargas de panocha, más
en la época revolucionaria. Tenían que ir desde San Luis Gonzaga hasta Todos
Santos por caminos secretos que sólo los muy mayores conocían. En cuanto a
frutas y semillas, había mucha en el monte de acuerdo a la temporada sobre
todo, el alimento silvestre, regalo tan grande de la naturaleza, la pitahaya,
ciruelas, salates de la sierra, o higos silvestres, zaya, jícama entre una
diversidad de raíces y plantas medicinales. También hacían tatema de mezcal, y
tostaban bellotas, que ya molida hacían un chocolate muy sabroso. El ranchero,
también dominaba el conocimiento de las
plantas medicinales para las pocas enfermedades que había, la gente ni se
enfermaba y morían a edad muy avanzada. El oficio de jabonero de su padre, los
ponía a todos en movimiento, y lo realizaban hasta cuatro o seis veces en el
año, haciendo buenas cargas de jabón, y era muy noble y bendecido este trabajo,
ya que les dejaba buenas ganancias. Don Policarpio a todos su hijos les
repartía las ganancias para que se compraran lienzos para que se hicieran
prendas de vestir, hasta a su señora madre y abuelas estrenaban peinetas de
carey, naguas y tápalos nuevos para
cuando iban a las tradicionales fiestas a la misión de San Francisco Javier.
Cuando los hombres del rancho iban a venir a La Paz, a
vender los productos y a traer mercancías, era una gran fiesta en casa, los
preparativos. Hasta 130 reses arriaban hasta La Paz, traían también varias
cargas de carne seca, guacales de queso, cargas de jabón, miel de abeja,
pelotas de cera de panal, para la fábrica de velas y veladoras que había,
sombreros, canastos y algunos bordados. Después de 15 días o más, los hombres
regresaban cargados de provisiones, y algún dinero, y muy felices. Todo era
bonanza, hasta aquel trágico año de 1933 en que hubo una gran sequía que casi se acabaron los animales en el
territorio. Pero la gente del campo son muy aguantadores y perseverantes. Pero
la situación ya no fue la misma. En 1944 tuvieron que emigrar a esta hermosa
ciudad de La Paz de los molinos de viento y barcos mercantes, abandonando
aquellas tierras que por generaciones perteneció a la familia Espinosa Amador,
y desde luego ya no fue lo mismo. Pero ellos estaban acostumbrados a batallar y
a la vida sencilla. Se adaptaron luego luego al cambio, sus padres y demás hermanos
se emplearon en los ranchos ganaderos ya que La Paz era un gran rancho; también
trabajaron en la Ticsa haciendo brechas a pico y pala, así como en el carrizal
y en los ejidos. Dicen Doña Celedonia y Don Antonio, que eso si, gracias a
Dios, siempre ha estado muy junta y muy unida la familia. Terminaron diciendo,
añadiendo que, el motivo por el que se escasean las lluvias, es porque han
deforestado el campo, hay mucho pavimento y los árboles llaman la lluvia, que
por favor ya no den permisos para tumbar árboles, que por el contrario, se
planten muchos árboles y tendremos más lluvia.
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