lunes, 14 de julio de 2014


“LA LEYENDA DEL MECHUDO...GUAMONGO...Y LAS PERLAS DE SUDCALIFORNIA”.

            Al vuelo de las flechas y las aves del cielo, los antiguos californios estaban acostumbrados a perder su mirada en la inmensidad del mar, cielos y serranías. Con sorpresa, una mañana de otoño del año de 1534, contemplaron el velaje de una embarcación que salía entre las crestas del oleaje, para ellos desconocida. Eran Fortun Jiménez de Bertandoña y su tripulación compuesta de 37 españoles, quienes después de dar muerte a Diego Becerra de Mendoza, se adueñaron del barco, y huyendo, las aguas los arrastraron por accidente, a la península californiana; donde ante los atónitos ojos de los nativos, los náufragos se pusieron a cosechar perlas a manos llenas y a tratar de violentar a las mujeres, lo que provocó su furia, matando a Fortún Jiménez y a 20 compañeros suyos.

            Después de la matanza, 18 supervivientes con miles de peripecias, se hicieron a la vela como pudieron, al frente de ellos iba un joven marinero, Manuel Preciado, quien llevó algunas perlas y las noticias de lo sucedido, a las costas de Sinaloa, difundiéndose así la noticia de la abundancia de perlas en la tierra recién descubierta, quienes le pusieron por nombre  a la Isla de Espíritu Santo, “La Isla de las Perlas”. Después de la llegada de Hernán Cortés aquel 3 de mayo de 1535, y que dio por nombre a esta ciudad de La Paz, “la Santa Cruz”, desde el siglo XVI, atraídos por el misterio, la aventura y las perlas que dio paso a la leyenda, cientos de galeones de intrépidos navegantes surcaron los mares del Golfo de California cegados por la ambición de poseerlas. Cruentas batallas de crueles piratas se cuentan entre ellos.

            Hasta finalizar el siglo XVI, con la llegada del padre Eusebio Francisco Kino quien fundó la primera misión en San Bruno, luego vino el Padre Juan María de Salvatierra, trayendo la virgen de Loreto, fundador de la misión del mismo nombre. Después, los padres Piccolo, Juan de Ugarte, Bravo, entre muchos otros con el objetivo de implantar la fe cristiana, cambiar las costumbres de los californios y establecer un puerto seguro para protección de las naos de Filipinas. La corona de España hacía concesiones a los armadores para la pesquería de perlas, y el pago era de esta manera; cada vez que salía del agua un buzo, la concha madre perla mas grande, era para la virgen. Todas las demás conchas madre perlas se iban colocando en un montón, y en la noche se dividían así: ocho conchas para los dueños, ocho en otro montón para los buceadores, y dos en un tercer montón para el gobierno. Por eso se hizo la costumbre entre los nativos quienes eran los buceadores de perlas, de sacar la mejor perla para la virgen de Loreto.

            Cuenta la leyenda, que una mañana de ardiente sol del mes de Junio, que es cuando empieza la temporada, cuando las aguas estaban mas calientes y transparentes, al suroeste de la Isla de San José, a unos doce kilómetros de la bahía “La Amortajada”, donde abundaban las tintoreras y grandes mantarrayas que medían hasta 20 pies de ancho, las que envolvían con sus aletas a los pescadores de perlas arrastrándolos a las profundidades del mar, y sorteando estos peligros, andaban dos grupos de indígenas buceando las perlas. En uno de los grupo iba el hechicero o guama de la tribu, hombre de gran poder de sugestión quienes estaban rebeldes a someterse a la fe cristiana, y rendían culto a “guamongo”, rey del mal; y el otro grupo era de los californios ya bautizados. Al término de la jornada, cuentan que uno de los pescadores de la misión de Loreto, tomando su cuchillo y canastilla, único equipo de buceo que usaban, dijo: “Voy por la perla para la Virgen” y se lanzo al mar; emergiendo después de dos o tres minutos con el rostro descompuesto y muy espantado. Algo raro había visto en el fondo de las aguas. El guama o hechicero burlándose de él, llamándole cobarde, le dijo al tiempo que se lanzaba al mar que él iba por la perla para guamongo, o sea, para el diablo. El hechicero se perdió entre las turbulentas aguas...los grupos de pescadores de perlas estaban expectantes en sus rústicas embarcaciones mecidas por el oleaje...pasaban los minutos, y las horas y el hechicero nunca salió a la superficie.

            Cuando las aguas se aclararon un poco, uno de los californios, de los mas animosos, tomando una lanza tiburonera y un largo cordel, descendió al fondo del mar con intención de prestarle ayuda al guama; pero al instante se regreso horrorizado. En ese inmenso placer perlero donde se daban las conchas de mas de 20 centímetros ideales para las perlas mas grandes, estaba el adorador de guamongo, el hechicero, aprisionado entre largos mechones parecidos a lianas que flotaban entre el mar en forma fantasmal, ahogado con los ojos desorbitados, con el cestillo de alambre a la cintura, lleno de conchas gigantes, y en sus manos a modo de ofrecimiento, una concha abierta con una gran perla adentro, pero la perla era negra. Al indígena le pareció escuchar carcajadas burlescas y que el hechicero con esos grandes ojos tan pelones le decía ¡ven, ven!, moviéndose lentamente entre las aguas, entre esos mechones.

            El mar estaba enfurecido...negros nubarrones en el cielo presagiaban tormenta...los atemorizados pescadores de los dos grupos, emprendieron el regreso a sus lugares de origen. Como buenos remeros que eran, las embarcaciones parecían que volaban perdiéndose y saliendo entre el oleaje. Cuando al fin llegaron con la nefasta noticia, unos se santiguaron y decían que la virgen había castigado al blasfemo, otros en círculos danzaban gritando que guamongo se había cobrado cruelmente su tributo. Por las dudas, los pescadores de perlas dejaron de bucear en “Punta Mechudo” o “EL Mechudo” que a raíz de este escalofriante suceso, lleva ese nombre: El Mechudo, dando paso a la leyenda.

            Varios pescadores que ignoraban esta leyenda, se han aventurado a buscar perlas por el mechudo, pero han salido espantados por que en el fondo del mar, en ese placer perlero, sale un hombre de largos cabellos de ojos muy pelones que los llama mostrándole en sus manos una gran concha abierta con una hermosa perla negra adentro. Desde entonces, según se dice, nadie se atreve a pasar por el mechudo. Por si las dudas, mejor le sacan la vuelta. Ya que saben que el mechudo es el guardián de las perlas de Guamongo.





  

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