“ LA LEYENDA DEL CERRO DE LA
CALAVERA... Y MI ABUELA”.
Al
contemplar con gran pesar la majestuosidad del legendario cerro de la
calavera...galoparon en mi mente como en una película, aquella leyenda tan
bonita que me contaba una y otra vez mi inolvidable abuelita...corría el año de
1950...era aquella Paz de la música del romance, y del ensueño...de barcos de
cabotaje, de molinos de viento y de tantas otras cosas de bellos
recuerdos...!nanita, naita! Ya termine de recoger los huevos en el gallinero,
pusieron doce gallinas...le dije jubilosa mientras le entregaba la canastita de
alambre repletas de huevos colorados...añadiéndole: ahora, mientras me peina,
me unta esos menjurjes y teje mis trenzas cuénteme otra vez la leyenda del
cerro de la calavera, que algún día conoceré cuando esté grande.
La dulce muchacha antigua, le pegó una larga chupada al
cigarro, y dándole el golpe dijo mientras untaba mis largos cabellos de
brillantinas de tuétanos con flores aromáticas que ella preparaba: “cuentan los
antiguos que el cerro de la calavera es un volcán dormido...también dicen que
allí se hacían ritos prohibidos...otros decían que bajaban platillos voladores.
Lo cierto es que hace muchos, pero muchisimos años, por esos rumbos del cerro
de la calavera no había caminos ni se llamaba el cerro de la calavera, pero si
había muchos riscos y el mar embravecido se enseñoreaba en ellos. El Golfo de
California estaba inundado de barcos piratas quienes después de cruentas
batallas, ante el asombro de los naturales de estas tierras se metían a la bahía de La Paz a buscar el mejor lugar
para sepultar los tesoros, producto de sus atracos y que han dado paso a
bonitas leyendas.
Los galones fondeaban sorteando los riscos, frente al
cerro de la calavera y las aguas se agolpaban a buena altura de los cerros,
donde habitaban tribus de indígenas Guaycuras y Coras, quienes tenían
costumbres y tradiciones; dominaban la ciencia de la medicina herbolaria y eran excelentes buzos,
pescadores, cazadores y recolectores de raíces y frutas silvestres de lo que se
alimentaban. El fruto más exquisito y apreciado para ellos era la pitahaya. Y
en época de su cosecha, acostumbraban a realizar matrimonios. Los varones
repartían a las mujeres pieles para que cubrieran sus cuerpos o simplemente era
motivo de reunión y convivencia de todas las tribus. Sus instrumentos musicales
lo hacían con huesos, caracoles, semillas y carrizos, entre otras cosas. Se
adornaban con perlas, plumas de algunas aves y conchas finas y tenían más de 30
danzas.
Flor de pitahaya, era una hermosa doncella de la tribu de
los Ichuties o Coras. Hija primogénita de Jerónimo el Grande, un jefe guerrero.
La muchacha california estaba prometida en matrimonio con el joven Guaycura Ala
de Cuervo, hijo de Nabor, jefe de esa tribu. Como era la costumbre para sellar
el compromiso, mediante la entrega de arras que consistía en que él le entregó
a Flor de Pitahaya una batea elaborada y labrada en madera de copal, y ella le
entregó a Ala de Cuervo una redecilla de hilos de pita tejida por ella misma,
formalizando así el compromiso para celebrarse la boda en la cosecha de la
pitahaya. Todo marchaba muy bien entre la pareja. ¿Abuelita, era bonita Flor de
Pitahaya?, si, cuentan los mayores que era la doncella mas bella de la comarca.
En el óvalo perfecto de su rostro, bajo el arco triunfal de las pobladas cejas destacaban
los grandes ojos de espesas pestañas tan negros como la noche. Sus labios eran
tan rojos y carnosos como las pitahayas, por eso se llamaba Flor de Pitahaya,
porque además había nacido cuando la pitahaya estaba en flor, hacía 18 años
atrás. La joven cubría su juncal cuerpo de ébano con pieles de ciervo o de
venado. Los negros y sedosos cabellos que le tapaban las sentaderas los
adornaban con perlas ensartadas en fuertes cordeles, y de su cuello colgaban
varios collares de perlas.
Además, en sus brazos lucía pulseras de caracolitos y
concha fina, así como en sus descalzos pies. Pero el más bello adorno que
distinguía a Flor de Pitahaya entre todas las jóvenes de su tribu, además de
ser muy trabajadora, era su bondad, ya
que el producto de su trabajo lo repartían entre los ancianos y enfermos que no
podían buscar su alimento diario. Flor de Pitahaya, con su batea de madera de
copal bajo el brazo, artísticamente labrada por ella misma, y con su redecilla
de hilos de pita tejida por ella también salía al monte desde las primeras
horas a recolectar raíces semillas y frutas silvestres para el sustento diario
de los ancianos que no podían hacerlo. Y por las tardes de bellos crepúsculos,
cuando la marea bajaba cuentan que se le miraba recolectando los exquisitos
productos del mar.
Una de aquellas tardes en que paseaba por las blancas
arenas, su destino estaba marcado. Ante los sorprendidos ojos de la joven,
surcaba las cristalinas y verdeazules aguas un galeón pirata que andaba huyendo
de sus enemigos, andaba en busca de un refugio seguro. Un apuesto joven de
rubios cabellos como el sol y ojos color de cielo piloteaba la embarcación
fondeándose entre los riscos al pie del ahora cerro de la calavera. La alarma
cundió entre los californios. Pasaron los días y el barco pirata continuaba
allí. Las jóvenes de las tribus tenían prohibido salir a realizar sus labores
acostumbradas, se temía que los extraños les hicieran daño. Flor de pitahaya se
las ingenió y burlando la vigilancia salió rumbo a la orilla del mar a su paseo
acostumbrado. Extasiada contemplaba el
crepúsculo, cuando de pronto le salió al paso de entre los riscos aquel joven
extranjero, chocando sus cuerpos y tumbándole la batea llena de conchas y
caracoles, misma que rápido el muchacho la recogió y se la entregó. Perdiéndose
en el profundo abismo de los negros ojos de Flor de Pitahaya, quedando
cautivado por el juncal cuerpo de piel dorada perfumada a brisa de mar y a
flores del campo. Por su parte, ella también quedó atrapada en aquellos ojos
como el mismo cielo y el mar.
De aquel casual encuentro, siguieron otros, y otros, y
otros, naciendo un profundo amor entre los jóvenes, olvidando la muchacha que
ya estaba comprometida con el joven guaycura Ala de cuervo, por lo que
planearon huir. Por su parte, Ala de cuervo estaba preocupado ya no veía a Flor
de Pitahaya con la frecuencia de antes, y
ya se acercaba la fecha de la cosecha de pitahaya y la celebración de su
boda. ¿ Que le pasará a mi amada flor?, se preguntaba el muchacho, quizás esté
enojada pensó, ya sé, se dijo, voy a buscar las perlas mas hermosas para
hacerle un largo collar, y así lo hizo. Pero una tarde, dos jóvenes de la tribu
habían descubierto los furtivos encuentros de la muchacha y el extranjero, e
indignados fueron a acusarla con los padres de ambos, quienes no daban crédito
a lo que escuchaban. Decidieron convencerse y lavar la afrenta. Cautelosos, aquellos
jefes guerreros siguieron a Flor de Pitahaya a su cita de amor, y cuando la
pareja ya estaba a punto de partir en el galeón, los jefes llamaron a toda la
tribu y los aprendieron matando a toda la tripulación, quemando y hundiendo el
barco con todas sus riquezas.
Jerónimo el Fuerte, padre de Flor de Pitahaya y Aguila
Voladora padre de Ala de cuervo agarraron a los enamorados que a causa del gran
amor que nació en ellos violaron leyes ancestrales, y los arrojaron desde el
cerro más alto, cayendo los cuerpos al abismo, destrozándose entre los riscos,
muriendo al instante. De esa manera, aquellos hombres lavaron la ofensa, pero
no quitaba el profundo dolor causado al Guaycura Ala de Cuervo, quien amaba
sinceramente a Flor de Pitahaya, y éste por su parte la hubiera dejado marchar
para que fuera feliz con aquel hombre de barbado rostro, ojos de cielo y
cabellos como el sol. Cuenta la leyenda que Ala de cuervo se consumía por la
tristeza...todas las tardes se subía a la cumbre del cerro de la calavera a
contemplar los esqueletos de su amada y de aquel hombre que le arrebató su
amor, los que blanqueaban con el sol y el agua salada.
Pasó el tiempo y nada aliviaba su pena. Se acercaba la
fecha de la cosecha de la pitahaya y en la que se iba a celebrar su boda. El
día fijado para el matrimonio, la tribu muy alarmada lo vieron subir al ahora
cerro de la calavera, iba ataviado como todo un guerrero armado de arco y
flecha, llevaba en su mano la redecilla de pita que ella le dio cuando sellaron
el compromiso y le colgaba al cuello el largo collar de perlas que para su
amada elaboró. Con una cinta de cuero de venado, amarraba las negras plumas de
cuervo que adornaba su cabeza. En su rostro reflejaba una gran Paz y en el
negro profundo de sus ojos, la muerte. Ala de cuervo iba ataviado para
encontrarse con su amada. Se lanzó al vacío, entre los riscos cayendo entre los
esqueletos del extranjero y de Flor de Pitahaya.
Pasaron los años, siglos tal vez, milenios. El tiempo,
las aguas y el viento fueron cincelando con formas caprichosa aquel cerro
formando tres calaveras. Cuenta la leyenda que esas calaveras son las del
extranjero, flor de pitahya y el guaycura Ala de cuervo. Por eso le pusieron el
cerro de la calavera. Los ancianos de las tribus contaban esta bonita leyenda a
los jóvenes a manera de ejemplo de generación en generación, la que ha
trascendido hasta nuestros días”, termino diciendo mi sabia abuelita.
Baje aquel cerro de la calavera, alfombrado de conchas y
caracoles y continué con mis pensamientos perdiendo la mirada en la inmensidad
del mar....el cerro de la calavera y su leyenda.
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