viernes, 29 de diciembre de 2017

LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA ALCARAZ

“EL SULTAN...EL PERRO DE DOÑA CLOTI...FUE UN PERRO MANDADERO”.


            “Allá va el perro de Doña Cloti, la fotógrafa”, decía la gente al verlo caminar gallardamente con un ojo al gato y otro al garabato, con la canasta en el hocico atascada de carne y hueso, o de verduras y otras cosas...por aquellas callecitas de La Paz de antaño...por el barrio “La isla de Cuba”...en el marco de perfumadas flores, las que abundaban, los ruidos propios de aquel acontecer diario, y de las notas musicales que escapaban de las rocolas de las cantinas y billares de la época...cómo la de Don Goyito Chávez, Chula Vista y la de la esquina de la alegría, la lonchería y billares de Don Conrado de la Peña, en donde siempre estaba la perica en la puerta en espera de alguna eventualidad, y la que nunca cerraba sus puertas y la música siempre estaba tocando entre aquellos aromas de exquisito menudo, pozolada, café de talega y pan calientito.
            El sultán el perro mandadero era de ancho pecho, de gruesas patas y fuerte musculatura...sus ojos pelones parecían cargados de tristeza...tenía el fino pelaje de color café obscuro como con unos brochazos dados al descuido de color café mas claros...una mancha blanca plasmada en su grande y chata cabeza le recorría por entre pecho y  panza,  y la colita era larga y tiesa...el perro mandadero imponía respeto...no era ni fino ni corriente, mas bien parecía un bóxer con sus orejas semi paradas
La nobleza e inteligencia del perro eran excepcionales...fue educado por Benito el indio zapoteco...el sultán fue un perro mandadero muy célebre, quien llegó a formar parte de la familia Rodríguez ...y fue el causante de anécdotas y cómicos comentarios en las tertulias familiares...el perro mandadero era de magnifica estampa... compañero  y seguro guardián de los niños que compartía sus juegos infantiles...Doña Cloti la fotógrafa del pueblo, le daba la canasta con el dinero y la nota del mandado dentro de ella, y le ordenaba: “ ¡Sultán ve con Don Pepe Brooks al mandado!”, y el perro muy obediente agarraba con el hocico la canasta y con su colita parada muy garboso,  al rítmico vaivén de la canasta, llegaba al tendejón de Don Pepe y haciendo cola entre el público consumidor se paraba sobre las patas traseras y ponía las delanteras sobre el mostrador dejando la canasta y pegaba un suave mugido, como diciendo “despácheme por favor”...y Don Pepe conociendo esta gracia del perro surtía la nota, acomodaba el mandado y la feria en la canasta y el noble animal se iba derechito a la casa de Doña Cloti a cumplir la encomienda.
            Los tendejones que el Sultán visitaba muy orondo para hacer las compras con su canasta en el hocico era, además de la de Don pepe Brooks, “el chamaco”, la de el gavilán, la de el rancherito, la de don Salomón Díaz la de Don Plácido Cota y el mercado Madero, principalmente las carnicerías. Doña Cloti nomás le ordenaba tronándole los dedos...” Sultán ve con fulano”...y a su regreso, al perro lo premiaba con una caricia, un hueso carnudo y un puño de galletas abetunadas que tanto le gustaban; el perro, era muy celoso con el mandado...cuentan los mayores que una vez, unos perros le quisieron armar pelea y quitar el canasto con la carne, y el sultán dejando ésta en el suelo, pelando tamaños dientes   para hacerles frente y la defendió metiéndoles buen susto a los perros callejeros, los que huyeron despavoridos...también no faltó quien quisiera pasarse de listo y quitarle el dinero al canasto pero con la mirada fulminante que el perro les echaba, con eso bastaba para que se les quitaran las intenciones.
Otras de las peculiaridades del popular sultán, el perro mandadero, era que, se traía a Benito, el indio zapoteco de las cantinas, nomás le quitaba el sombrero y corría con él  en el hocico, se lo soltaba en un trecho y lo volvía a coger y así se iba llevando hasta la casa de Doña Cloti, y Benito Furibundo tenía que venirse porque todo le podían quitar, menos el sombrero. El perro mandadero de Doña Cloti, siempre estaba en el zaguán donde no dejaba entrar a nadie. Todos tenían que entrar derechitos por la puerta del negocio de fotografía. El sultán, además de hacer los mandados y cuidar la casa, también cuidaba los niños. El perro siempre acompañaba al mercado a Jesús Salgado el cocinero de Doña Cloti y cuando éste no podía ir por alguna causa, entonces el perrito iba solo hasta el mercado a la carne. El sultán vivió muchos años con Doña Cloti en el barrio La isla de cuba, catorce o quince años según se dice, pero una aciaga mañana de invierno, el perrito amaneció triste, no se levantó de su tapete, tenía catarro...Doña Cloti lo curó con un collar de siete limones tatemados ensartados en un alambre de cobre, pero de todos modos el perrito se murió; quizá porque ya estaba viejito...lo cierto es, que este perrito fue muy popular y dejó un buen recuerdo y gran pesar en la familia Rodríguez y quienes vivieron su época.
            Una soleada mañana de primavera, de la década de los 40, Benito el indio zapoteco, con un tercio de cobijas en el hombro recorría las callecitas de La Paz de antaño, con su alegre pregón ofreciéndolas en venta...ese día había sido malo para Benito, no había vendido ninguna cobija...la tripa le gruñía pidiéndole alimento...y al pasar frente a la casa de Doña Cloti, donde el molino de viento giraba y giraba, se detuvo de golpe...el hermoso trino de  los pájaros canores alegraba sus oídos...y la mezcla de aromas de la flores y de los exquisitos guisados que escapaban de esa pintoresca casita arropada de frondosas y perfumadas enredadera inundaban su nariz urgiéndole al estomago llegar de inmediato. Benito el indio zapoteco, calzaba sus pies con huaraches de cuero crudo, ataviado de calzón de manta, con su frazada de vivos colores atravesado el pecho y espalda. Con el pretexto de ofrecer cobijas se fue metiendo por ese perfumado jardín casi casi hasta la cocina donde la linda señora, la fotógrafa del pueblo, doña Cloti, con habilidad asombrosa en las encaladas y lumbreantes hornillas meneaba ollas y cazuelas con la cuchara de palo…rebosantes de ricos guisados que hicieron que a Benito casi se le salieran los ojos de la orbitas.
La bondadosa señora, al verlo, comprendió que aquel indito tenía hambre y luego luego le ofreció sendos platos de aquellos guisados. Benito, el indio zapoteco, muy agradecido se quedo en esa casa a trabajar por largos años. Andando el tiempo, Benito le dijo a Doña Cloti que hacia falta un perro guardián y los dos fueron a buscarlo por el barrio del esterito donde sabían que una familia tenía buenos perros, y lo compraron en dos pesos. Sultán le puso por nombre doña Cloti, y desde chico el perro dio claras muestras de inteligencia. Benito el indio zapoteco educo al perro para mandadero, castigándolo y premiándolo. El sultán el perro mandadero y Benito eran muy populares en el barrio la isla de cuba y eran una fiesta en la familia la que se divertía sanamente con todas las gracias que el perro aprendía. Cuando el perrito murió, el indito se marcho de la casa de doña Cloti de avanzada edad, para su tierra natal.
...por aquellas callecitas de la paz de antaño...el sultán...el perro mandadero de doña Cloti, transitaba gallardamente con la canasta en el hocico  atascada de mandado y dinero.


…Por el placer de escribir…Recordar…Y compartir…


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