lunes, 19 de mayo de 2014

“EL NIÑO QUE PELA LOS DIENTES...Y EL PERRO PRIETO.”


            Fue por la década de los 50...era aquella Paz tranquila, de poco alumbrado todavía...el ruido de los presurosos pasos de Roberto, morían ahogados en el polvo del camino y por el lastimero aullido de los perros que rompían aquel silencio y no lograban arrancar del plácido sueño a la ciudad dormida, en aquella obscura noche de fuerte frío invernal... Eran como las 11.30  de la noche...Roberto, que caminaba por la calle Ramírez, después de pasar un rato muy agradable de sano esparcimiento, regresaba de un baile popular de aquellos que organizaban algunas familias en los amplios corredores de sus hogares, arropados de perfumadas enredaderas… ya se acercaba “al campo de los burros”, donde cerca estaba su casa, pero al llegar a la esquina de la calle Cuauhtémoc y la calle Ramírez, el fuerte llanto de un bebé inundó sus oídos. El joven se detuvo de golpe, muy sorprendido.

            Bajo la mortecina luz del foco del poste de la esquina, estaba un niño desnudo en el suelo, cubierto apenas por unos matorrales. El bebé era de escasos ocho meses de edad, que lloraba y se retorcía lastimeramente. ¿Pero cómo es posible que esta criaturita esté abandonada en ese estado de desnudez y con tanto frío como estaba haciendo?, se preguntaba el muchacho, pensando...y agachándose para tomar al niño en sus brazos, le dijo tiernamente “A ver mijito, ¿por qué estás tan solito y desnudo en el suelo con tanto frío que está haciendo?, ¡’mengache’ con papá!”. Y al agacharse y hacer el ademán de agarrar al niño, éste sonriendo macabramente le peló tamaños colmillos y dientes al tiempo que de su boquita, la que al decir de Roberto, parecía una caverna del infierno, salía una gutural voz que decía “y también tengo dientitos”.

            El pobre muchacho saltándole el corazón del tremendo susto, una polvareda llevaba. Corría tan recio que parecía que lo  impulsaba el viento...pero lo peor, es que escuchaba detrás de él un fuerte jadeo y gruñidos que los seguían y al voltear para ver que eran esos horribles gruñidos, por poco se infarta...!era un enorme perro prieto con los ojos encendidos y el hocico babeante que lo seguía, y se fue detrás de él hasta llevarlo dentro de la cerca de su casa, la que por fortuna le quedaba a una cuadra de donde le salió el niño que pela los dientes. Llegó a su casa gritando espantosamente, tumbando la puerta de un fuerte patadón, pidiendo ayuda, levantando asustada a la familia que dormía plácidamente, y Roberto gritaba desesperado haciendo ademanes. ¡El niño me peló los dientes y se volvió ese enorme perro prieto que me está siguiendo!.

            ¡Ave María purísima, es el demonio!,  dijeron a una voz los mayores de la casa y rosario en mano empezaron a rociarlo en agua bendita y a todos los alrededores de la casa. Pero cosa extraña la familia no miraba el perro prieto, sólo estaba en la mente de Roberto, el que al entrar al cerco de su casa, el animal desapareció dejando un fuerte olor a azufre en el ambiente. Roberto, de la fuerte impresión por la experiencia vivida de la noche antes, estuvo muchos días enfermo, postrado en cama; hasta que tomó una decisión; después de un tiempo se recuperó y quiso sacarse la espina, y no dejarse dominar por el miedo que aquello le había causado. Pasaba continuamente por ese mismo lugar del campo de los burros donde le salió el niño pelando los dientes y el perro prieto,  a todas horas pasaba, y nada ocurría. Pero una noche, después de varios meses de aquel espantoso suceso, iba el caminando tranquilamente, y hasta chiflando, tarareando una canción, cuando de repente volvió a escuchar aquel llanto del niño para él tan conocido, pero ahora más fuerte, y hasta con gemidos y gruñidos a la vez; pero esta vez no quiso comprobar de donde procedía el llanto. Pasó de largo indiferente, sin mostrar miedo alguno. Ya no lo volvería a sorprender el niño que pela los dientes y aquel feo perro prieto de los ojos encendidos y el hocico babeante.


“…Por el placer de Escribir… Recordar y Compartir…”



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