LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA
LIZARRAGA.ALCARAZ
“MUJER EJEMPLAR...LA
SUDCALIFORNIANA DOÑA RAFAELA VERDUGO DE GONZALEZ...Y LA CASITA DE MIS
RECUERDOS”.
Mis pasos me llevan
continuamente por esa callecita donde se pierden en el polvo y el pasado las
huellas de mi vida...al ver la casita desentablada que amenaza derrumbarse por
el paso del tiempo, y que albergó parte de mi feliz infancia...como corceles
desbocados galoparon en mi mente los recuerdos transportándome a aquella época
en que alguna vez también yo fui niña y tenía apenas seis añitos...y embargada
de gran emoción me encaminé al hogar de la distinguida y muy querida señora
Doña Rafaela Verdugo Verdugo, viuda de González, tan unida a mis recuerdos que
forman parte de mi vida y que al paso de los años tengo la fortuna del
reencuentro del pasado con el presente, regalándome gratos momentos en el ocaso
de su vida, y cuando mis pasos también ya van siendo lentos, que disfrutamos
mutuamente.
Su rostro está como
una sonreída margarita...en el invierno de su vida, en su cabeza florecieron
los lirios...sus ojos son como una fuente de cristalinas aguas que reflejan la
dulzura de su alma...su pequeña figura, encorvada por el paso de los años,
encierran un espíritu bondadoso y fuerte, de proporciones inmensas...esa mañana
de Otoño en que los árboles se deshojan, y los pájaros canores cambian su
hermoso plumaje, al rítmico vaivén de la rechinadora y cómoda poltrona, en el
amplio corredor inundado de pájaros y custodiada por dos enormes perros, el
“Rocky” y el “Duque”, sus fieles guardianes, Doña Rafaela Verdugo Verdugo dijo
que nació un 24 de Octubre de 1911 en el pintoresco pueblo minero de Santa
Rosalía, cuando la explotación del cobre y otros minerales estaban en su auge.
Su padre, Don Vicente Verdugo fue un aguerrido capitán de los siete mares, que
tripuló barcos mercantes guiados por la brújula y las estrellas; entre los
barcos que recuerda que conducía son los Korrigans, El Mavari, El Precursor, El
Matilde, El Edna Rosa, alias LA SEÑORITA... El Raúl, El blanco, entre otros
muchos que hicieron historia en la navegación en la península; y su señora
madre fue una industriosa y gran mujer, Doña Catalina Verdugo, nativa del
rancho ‘El romerrillal”, ahora las playitas.
Debido al trabajo
que desempeñaba su padre, el capitán Don Vicente Verdugo, un tiempo vivieron en
Santa Rosalía y otro tiempo en Guaymas, Sonora, hasta que finalmente cuando
ella tenía siete años se vinieron a vivir a La Paz; concretamente por el palmar
del barrio de El manglito, por la mojonera, cerca del gran estero del arroyo
del palo, el que estaba tan hermoso todo eso inundado de manglares y pájaros
canores y felices jugaban todos su hermanos: Francisca, Dora, Socorro, Mariana,
Josefa, Rosario, Catalina, Justino y Daniel a quienes recuerda con gran cariño.
Eran tiempos de Jauja en La Paz...estaba en su auge la explotación de la perla,
la minería, la ganadería y la pesca...había muchos molinos de viento y huertos
inundados de árboles frutales, que hasta se echaban a perder, así como del
hermoso trino de los pájaros que alegraban aquel ambiente provinciano, de
aquella evocadora Paz de sus encantos… y de los míos también.
Los recuerdos
iluminaron la mirada de la dulce y tierna muchacha de juventud acumulada, Doña
Rafaelita, quien, arrellanándose en su poltrona, continúo diciendo “En 1918, el
15 de septiembre azotó un devastador ciclón en La Paz, el más grande de todos
los tiempos que se recuerda, y que gracias a que su padre, marinero y previsor
que era, construyó de fuertes troncos la casita bajo las palmeras,
sobrevivieron sin ningún percance, a este gran huracán. Su mamá Doña Catalina
Verdugo, fue una mujer muy industriosa y trabajadora, hacía sombreros de lona y
de palma para vender a los pescadores, así como era una diestra cazadora de
liebres y pájaros, los que abundaban por ese manglar, del estero frente al
remolino de la muerte. Hacía trampeadoras y atrapaba los pájaros, los que
mandaba a sus hermanos y a ella a venderlos por las casas, ya que era una
costumbre tener pájaros en cada hogar, porque decían los mayores que el tener
pájaros, era una buena terapia para los nervios. Doña Rafaelita, cursó su
primaria en la Escuela Número 48, la que estaba ubicada en la casa de la
familia Amao, en Juárez y Revolución. Antes dijo se estudiaba hasta cuarto año
y los alumnos salían muy bien preparados para ser maestros, pero ella se dedicó
a las labores del hogar, que era una escuela de oficios y artes al lado de sus
padres.
Así, transcurrieron
los años y de la infancia pasó a la adolescencia en las orillas del mar, entre
palmares, peces, pájaros, frente al legendario mogote y las ilusiones afloraron
en su joven Corazón. Una soleada mañana que andaba revisando las trampeadoras
de pájaros en los manglares del arroyo del palo, el que era un gran estero, en
su barca caracola, llegó a su casa buscando un sombrero de lona Pancho el
pescador; el joven Francisco González, quien era toda una leyenda este muchacho
por su valentía y dominio en las artes de la pesca. Ese día se conocieron,
naciendo un profundo amor entre ambos, que culminó en el altar. Bendijo el
creador su hogar con 8 hijos: Aurelia, Rafaela, Marianita, Dolores, María de
los Ángeles, Socorro, Francisco y Ramón; así como creció a los hijos de su
hermana Josefa, quien muy joven falleció, dejando tres niños en la orfandad,
Yolanda, Enrique y Xóchitl.
Doña Rafaela Verdugo
y Don Francisco González fueron padres ejemplares quienes durante toda su vida
demostraron el alto espíritu de servicio, y formaron una bonita familia muy
unida educada a las normas y las costumbres de su época. En la casita de mis
recuerdos, a un lado de la casa de ellos, vivimos muy felices mis padres,
hermanos, mi abuela y el perro el pachuco. Casi siete décadas atrás, todos
éramos como una gran familia. Las grandes hornillas de Doña Rafaela y las de mi
madre, siempre estaban encendidas llenas de cazuelas rebosantes de exquisitos y
aromáticos guisados que jubilosos compartíamos. ¡Una guazanga se hacía con
aquel montón de chamacos!, y Don Panchito siempre se preocupaba porque todos
comiéramos juntos. Cómo olvidar, cuando le hacíamos guardia a la gran olla del
tradicional cocido estilo Sinaloa, porque mi madre era del Rosario Sinaloa,
Doña Rafaela y mi madre ponían unas improvisadas hornillas en el patio, y nos
mandaban a atizar la lumbre o a despumar el caldo al primer hervor, si hasta le
bailábamos alrededor de la olla de cocido, de huesos de tuétano, corvas, coco
chuelas, y costillas con todas sus verduras, y aquella cazuelona de arroz coloradito
que tan sabroso hacía, mientras que en
la cocina se escuchaba palmear haciendo las tortillas de maíz. Era un alboroto
de chamacos en la gran mesa con su hule floreado y su blanco mantel de lindos
bordados. ¡Qué tiempos!
Al término de aquel banquete,
después de lavar los trastes, porque en esa casa cada quien tenía su quehacer,
con la toalla en el hombro, nos íbamos todo el muchachero, la abuela y hasta el
perro, a bañar a la playa; allí nomás a la bajadita, en el palmar de Abaroa.
Antes de que se pusiera el sol, ya estábamos en casa y la cena ya estaba lista.
¡Qué felicidad! Después de la cena y de hacer las tareas jugábamos a las
escondidas a la cuerda, a los colores, al matarile, el cani cani, trepadas en
los mezquites y rematábamos con la lotería a la luz de los candiles, hasta mi
abuelita participaba en el juego. Esa casita de mis recuerdos al lado de la
familia González Verdugo, la que ya está a punto de derrumbarse, casi 7 décadas
atrás fue muy hermosa. Allí vivieron antes que nosotros, la mamá y la abuelita
de Doña Rafaela. Así eran las casas de los que menos tenían en aquellos
tiempos.
Los domingos, después
de ir a misa, las muchachas González Verdugo, Aurelia, Marianita, Lolita,
Calita, La chacha, Socorro (Birochi), Yolanda, Xóchitl, y sus hermanos mayores
Francisco, Ramón y Enrique, así como mis hermanos mayores Concepción, Anita,
Carlos, María de Jesús, Pasita y yo,
hasta mi abuelita y el pachuco rentábamos una panga con don Rafaelito
Meza frente al malecón y nos llevaban a pasear a canalete y vela tendida por la
hermosa bahía de La Paz. Les encantaba a las muchachas pasar por debajo de los
pilares del muelle fiscal, amarraban la canoa en la escalinata del muelle, y se
aventaban clavados a bucear las monedas americanas, que aventaban los
extranjeros, para que los jóvenes del ayer las bucearan, nomás blanqueaban y
brillaban con los rayos del sol las monedas en el fondo del mar, y las
muchachas sacaban para pagar la canoa y luego nos íbamos por todo el canal.
Mientras le daban al canalete las jóvenes iban cantando y los chamacos
chiquitos íbamos con los ojos muy pelones, muy contentos contemplando aquellas
maravillas bajo las cristalinas aguas y las blancas arenas. Con su alto
espíritu de servicio, Don panchito y Doña Rafaela fueron de los pioneros, entre
muchos otros ciudadanos, que impulsaron la fundación del Santuario de Nuestra
Señora de Guadalupe y la Ciudad de Los Niños. Trabajaron tenazmente para lograr
su desarrollo desde la primera piedra del templo. Hacían kermes, rifas y tantas
cosas para recaudar fondos, así como ayudaban en las labores de atención de los
niños internos. Fueron Guadalupanos distinguidos. Fue época de mucho trabajo;
estos guadalupanos dejaron su mayor esfuerzo en la construcción del santuario
de Nuestra señora de Guadalupe y en mí un bello recuerdo de una familia
maravillosa, gran amiga de mi madre que compartió el pan y la sal con nosotros,
así como gran parte de su vida cotidiana. Donde abundaron las vivencias y
cómicas travesuras y anécdotas de aquellos tiempos.
¡Muchas felicidades
Doña Rafaela Verdugo de González! Gracias por concederme el privilegio de su
amistad...Dios la guarde por muchos años más y a mí, para seguirla disfrutando.
...Esa casita de
madera a punto de derrumbarse...mudo testigo del pasado...guarda gratos
recuerdos familiares en aquella Paz de Antaño y de la familia González Verdugo.
…Y la barca repleta de muchachas y muchachos cantando, de
niños felices, así como hasta la abuelita y el perro el pachuco a canalete y
vela tendida surcaban las turquesas y tranquilas aguas, de la hermosísima bahía
de la paz, rumbo al muelle fiscal en paseo dominguero… como fue una costumbre
en la evocadora paz de mis recuerdos…
Por el Placer de Escribir…Recordar…Y…Compartir...
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