viernes, 19 de mayo de 2017

LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA

“LOS ANTIGUOS CALIFORNIOS...SUS COSTUMBRES Y EL DATILILLO EN FLOR”.



            Al ver ese hermoso datilillo en flor, me hizo evocar el pasado...recordar e imaginar a los antiguos pobladores de esta bella península quienes se alimentaban de la abundante caza, especies marinas y del fruto y de la flor de este hermoso árbol serrano, entre otras variedades...los guaycuras, cochimies, coras, aripes, pericues...y me asombra y quedo admirada al contemplar todo nuestro entorno tan maravilloso, que  a fuerzas nos heredaron para disfrute de generaciones venideras. Y pensar que ellos fueron los legítimos propietarios de estas tierras con todas sus bellezas y riquezas.

            Ellos...los primeros californios fueron seres admirables...tenían su propia cultura, Supieron sobrevivir por milenios con sus costumbres heredadas a través de generaciones, eran personas muy sanas, de buena presencia, de negros y brillantes cabellos, como el azabache, de buen carácter, grandes y corpulentos, de no feas facciones, de dentaduras blanquísimas y color de piel ni muy obscuro ni muy claro. Por la región de Los Cabos, según testimonios de navegantes y misioneros los indígenas eran rubios y muy blancos. Dicen las crónicas que los hombres andaban desnudos y sus mujeres eran pudorosas. Los californios creían en Dios Padre y Dios Hijo simbolizados de alguna manera. Estaban organizados en la cuestión social y religiosa, por hechiceros o “guamas” y respetaban al más fuerte. A sus difuntos los incineraban. Con pompas fúnebres, en barcas de carrizo arrojaban las cenizas al mar. Del enequen y de cierta palma elaboraban cordeles de canutillo para vestirse, así como utilizaban las pieles de los animales que cazaban para cubrir sus desnudeces, incluso eran más recatadas las mujeres californias para cuidar a sus niñas, que las españolas. Pintaban sus tejidos de pita matizados toscamente con colores de tierra y sobre todo las maravillosas pinturas rupestres que nos heredaron, hablan por si solas que no eran tan inútiles y retrasados como los describían. Eran inteligentes de acuerdo a su cultura, y su época, dominaban la tradición de la medicina herbolaria; debieron de existir comadronas o parteras para atender los hijos de las californias. Tenían sentimientos nobles las mujeres para con sus hijos, ya que para cargar a los bebes en las redes que acostumbraban le ponían en el fondo hojarasca y pieles de conejo para que no se lastimaran, lo que demuestra el cariño y preocupación que sentían por sus niños.

            ¡Al ver ese datilillo en flor, pensé...! Que felices vivirían los californios en todo este entorno peninsular antes de la llegada del hombre blanco a estas tierras! Se me enchina la piel de pensar e imaginar a toda esas personas, alrededor de 50.000 almas, según crónicas habitando el cerro  de la calavera, las islas: San José, Cerralvo, Espíritu Santo, y demás islas, así como  por toda la rivera del mar y todo el entorno peninsular, entre susurrantes palmeras y manglares, contemplando los bellos atardeceres y las alboradas...dueños absolutos de sus perlas, sus peces y todas las especies marinas...así como pitahayas, ciruelas y sus mezcales. Los describen como indígenas hambrientos, ¡que hambre iban a pasar!, si abundaba el conejo, el venado, el borrego cimarrón, entre otras especies y por la corpulencia que se describe, no estaban desnutridos, lo que demuestran que se alimentaban bien y tenían una vida sana.  La península, hasta nuestros días estaba inundada de frutos silvestres que ellos recolectaban para su alimento. Y si estaban tan fuertes  y sanos es que comían bien. Se me enchina la piel de gozo al imaginar como estaría la hermosa bahía de la Paz en aquella época inundada de animales como ballenas, orcas, toninas, pez sapo, caguamas carey, callo de hacha, almeja, madre perla y una infinidad de especies. El cielo y los manglares atascados de aves de diferentes especies que seguramente chocaban unas con otras de tantas que había; si los californios con sus propias manos agarraban los peces a puños. Si cuando yo era niña me toco todavía ver todo eso...que sería antes de que el hombre blanco, para desgracia de los nativos, pisara esta tierra; y aun no podemos acabarnos las especies, todavía quedan dos que tres, y tal parece que es la meta del hombre depredar la naturaleza, de la que no somos dueños y nada más la tenemos prestada.

            Ese hermoso datilillo en flor me hizo divagar ¡pobres californios! Ellos merecen un homenaje, un monumento que los recuerde eternamente a las generaciones venideras. Ellos eran dueños absolutos de su libertad...perdían la mirada en el azul del cielo y de sus aguas...así como en el verde esmeralda de sus palmeras y manglares, porque contra lo que se diga, ya había palmeras...ellos, los primeros californios si tenían costumbres si analizamos las crónicas que dejaron los padres jesuitas nos daremos cuenta que había indígenas destacados. Tenían cultura porque elaboraban artesanías, ya desde preparar su propio arco, sus flechas y pedernales así como sus adornos en concha y embutidos de concha y palo fierro. Las mujeres se adornaban con collares de perlas y pulseras elaboradas en concha, lo que demuestra que les gustaba verse bien, y dicen de ello todo lo contrario. Elaboran instrumentos musicales de carrizo, caracoles, cuero, madera, y tenían más de 30 danzas. Festejaban la fiesta de las pieles una vez al año la que era de las más importantes, así como en épocas de pitahayas consumaban matrimonios.

            Al ver ese datilillo en flor volaron mis pensamientos...los californios tenían sanas costumbres. No eran rateros no borrachos, el único vicio era el tabaco cimarrón que abundaba en la península. Para el noviazgo la muchacha tejía de pita una red y se la obsequiaba al joven, y él a su vez le entrega una batea de copal elaborada a punta de pedernal y sellaban el compromiso matrimonial. Y en la cosecha de pitahaya se consumaba el matrimonio; o simplemente se mostraban sus cuerpos y quedaban comprometidos. ¡Cómo no iban a estar sanos los californios si se alimentaban de semillas, frutos silvestres y de la caza, no tenían preocupaciones!, y caminaban grandes distancias y eran excelentes nadadores. Elaboran sus balsas de tronco de corcho. Pero , la fatalidad se enseñoreaba en ellos...aquella mañana del año 1533, en que jubilosos disfrutaban las tranquilas aguas con sus mujeres e hijos...entre las crestas del oleaje una latente amenaza e vislumbraba en la lejanía del mar...apuntaban algo blanco que no eran las aves del cielo que estaban acostumbrados a contemplar...era el velaje de una embarcación para ellos desconocida...conducida por el primer hombre blanco que hollaba las blancas arenas...Fortun Jiménez y 37 hombres más...se acercaba a sus dominios, era el principio del exterminio de esa raza excepcional que habían sobrevivido por milenios ante todos los embates e inclemencias del tiempo, pero no estaban preparados para hacerle frente a la ambición, a la lujuria, al odio, al cambio de cultura y a las enfermedades que introdujeron los extranjeros para acabar con ellos y saquear de estas tierras sus riquezas.

           


            Fortun Jiménez y la horda de desalmados que le acompañaban, después de dar muerte a Diego de Becerra, se apoderaron de la embarcación, y las embravecidas olas los arrojaron por accidente a esta hermosa bahía de La Paz...donde quedaron extasiados ante su belleza, tranquilidad y sus perlas, así como con las mujeres californias que al ver sus desnudeces intentaron violar, pagando con su vida tal osadía 20 hombre, entre ellos Fortun Jiménez salvándose como pudieron 17 tripulantes encabezados por el joven marinero Manuel Preciado quien llevó las noticias a la Nueva España de la Isla de las Perlas...

            Al contemplar ese datilillo en flor que sirvió de alimento a los primeros californios y a los rancheros que forjaron a Sudcalifornia después de la expulsión de los jesuitas en la península, en 1778  me quedé pensando en ese triste pasado de esta hermosa tierra, pero muy apasionante.


…Por el placer de escribir…Recordar…Y compartir…



*Esta crónica fue publicada hace más de 15 años en el periódico sudcaliforniano, revista compás, en el programa de radio contacto directo XENT radio La Paz*









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