LA PAZ QUE SE PERDIO
POR
MANUELITA LIZARRAGA
“EL
NIÑO ALEJANDRO QUIERE UNA FLOR”.
En el panteón del
legendario e histórico San José del Cabo...tierra de leyendas y del rebelde
pericú, de virtuosas mujeres hermosas, perdida entre un montón de tumbas se encuentra
un antiguo mausoleo que en su lápida siempre tiene una fresca y perfumada flor,
llamando la atención su epitafio:
EL
NIÑO ALEJANDRO QUIERE UNA FLOR.
Nadie supo quién
era ni de dónde vino, solo que desembarcó de un vapor un día, en la aguada segura,
ahora Estero de San José, un lóbrego y rústico ataúd...quienes vieron el
extraño desembarco sorprendidos quedaron al ver la tristeza y profundo
sufrimiento reflejados en los desencajados rostros de sus padres, que nada más
a eso llegó el barco a San José del Cabo para sepultar a su único hijo de ocho
años muerto en alta mar por no sé qué rara enfermedad de la época; y continuaron su camino en busca de “El
Dorado”, el auge del oro en California.
Cuenta la leyenda que
en aquellos álgidos tiempos de la piratería, invasiones, saqueos
indiscriminados de las riquezas naturales de California, entre tantas otras
cosas, un vapor con su cargamento humano y demás mercaderías surcaba las
embravecidas olas rumbo a San Francisco California, atraídos por el auge del
oro...cuentan los mayores que el gran vapor había perdido el rumbo, llevaban
meses y meses navegando entre mar y cielo, y no se avistaba un lugar seguro
para desembarcar....los pasajeros y demás tripulantes venían enfermos...la
desesperanza se reflejaba en sus rostros, ya sin fuerzas para seguir adelante,
entre todos venía un matrimonio con su hijo Alejandro de ocho años de edad. El niño estaba muy
enfermo. Rodeado de toda la tripulación lo inundaban de plegarias. Él sabía que
iba a morir y les dijo a sus progenitores: “Padres, los quiero mucho, sé que
pronto voy a morir y les pido que me concedan el deseo de sepultarme en tierra,
no me arrojen al mar, que aterra que los animales marinos me coman”. “Pero
hijo, tu no vas a morir”, dijo la madre, “al parecer moriremos todos, porque el
barco anda perdido”.... Y el niño cerrando sus ojos, dijo “No madre, llegaremos
a tierra, veo un hermoso jirón de tierra parecido al paraíso inundado de
palmeras y demás vegetación de blanquísimas arenas que brillan con el radiante
sol, bañadas por todos lados por las olas y el rugir del mar donde el agua
dulce fluye a raudales y sus habitantes son buenas personas y cordiales...ahí
quiero que me sepulten”. Y terminando de decir
esto el niño exhaló el último aliento...los padres se soltaron en llanto y la
tripulación asombrada, gritaba, esperanzada, “!Es una profecía del niño
Alejandro!, llegaremos a tierra!”, “no”, decían otros, “estaba delirando por la
calentura”, y las laboriosas manos de los carpinteros abordo empezaron a construir
el rústico ataúd, luego depositaron el pequeño cadáver del niño Alejandro y el
capitán dio inicio al ritual de sepultura en el mar, en el marco de rezos y
llantos...No, esperen, decía su madre, implorante, llegaremos a tierra porque
el niño así lo predijo, fue su última voluntad, que no lo sepulten en el mar. Y cuenta la leyenda que
cuando a punto estaban de lanzar el ataúd al mar, se avistó en la distancia,
serranías y palmeras y todos al unísono gritaban “¡tierra!, ¡tierra! Gracias a
Dios”... era la aguada segura, el estero de San José del Cabo, donde llegaban
todos los barcos de la época. Así fue
como llegó el ataúd con el niño Alejandro, el niño profeta decía la
gente...toda la tripulación acompañó el
cortejo fúnebre donde le dieron cristiana sepultura ante los asombrados ojos de
los habitantes de este hermoso pueblo josefino, cumpliendo así sus padres el
deseo del niño Alejandro poniendo en su lápida el sencillo epitafio, ALEJANDRO QUIERE UNA
FLOR. Y continuaron su camino
rumbo a El Dorado el sueño del oro en California. Y la tumba del niño Alejandro
siempre tiene una fresca y perfumada flor, que algún turista o visitante
josefino, al posar su mirada en la lápida cumple los deseos del niño Alejandro,
pidiendo una flor. …Por
el placer de escribir…Recordar…Y compartir… *Esta crónica fue
publicada hace más de 15 años en el periódico sudcaliforniano, revista compás,
en el programa de radio contacto directo XENT radio La Paz*
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