viernes, 21 de julio de 2017

LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA

“EL NIÑO ALEJANDRO QUIERE UNA FLOR”.


    En el panteón del legendario e histórico San José del Cabo...tierra de leyendas y del rebelde pericú, de virtuosas mujeres hermosas, perdida entre un montón de tumbas se encuentra un antiguo mausoleo que en su lápida siempre tiene una fresca y perfumada flor, llamando la atención su epitafio:


EL NIÑO ALEJANDRO QUIERE UNA FLOR.


    Nadie supo quién era ni de dónde vino, solo que desembarcó de un vapor un día, en la aguada segura, ahora Estero de San José, un lóbrego y rústico ataúd...quienes vieron el extraño desembarco sorprendidos quedaron al ver la tristeza y profundo sufrimiento reflejados en los desencajados rostros de sus padres, que nada más a eso llegó el barco a San José del Cabo para sepultar a su único hijo de ocho años muerto en alta mar por no sé qué rara enfermedad de la época;  y continuaron su camino en busca de “El Dorado”, el auge del oro en California.

Cuenta la leyenda que en aquellos álgidos tiempos de la piratería, invasiones, saqueos indiscriminados de las riquezas naturales de California, entre tantas otras cosas, un vapor con su cargamento humano y demás mercaderías surcaba las embravecidas olas rumbo a San Francisco California, atraídos por el auge del oro...cuentan los mayores que el gran vapor había perdido el rumbo, llevaban meses y meses navegando entre mar y cielo, y no se avistaba un lugar seguro para desembarcar....los pasajeros y demás tripulantes venían enfermos...la desesperanza se reflejaba en sus rostros, ya sin fuerzas para seguir adelante, entre todos venía un matrimonio con su hijo Alejandro de ocho años de edad.   El niño estaba muy enfermo. Rodeado de toda la tripulación lo inundaban de plegarias. Él sabía que iba a morir y les dijo a sus progenitores: “Padres, los quiero mucho, sé que pronto voy a morir y les pido que me concedan el deseo de sepultarme en tierra, no me arrojen al mar, que aterra que los animales marinos me coman”. “Pero hijo, tu no vas a morir”, dijo la madre, “al parecer moriremos todos, porque el barco anda perdido”.... Y el niño cerrando sus ojos, dijo “No madre, llegaremos a tierra, veo un hermoso jirón de tierra parecido al paraíso inundado de palmeras y demás vegetación de blanquísimas arenas que brillan con el radiante sol, bañadas por todos lados por las olas y el rugir del mar donde el agua dulce fluye a raudales y sus habitantes son buenas personas y cordiales...ahí quiero que me sepulten”. Y terminando de decir esto el niño exhaló el último aliento...los padres se soltaron en llanto y la tripulación asombrada, gritaba, esperanzada, “!Es una profecía del niño Alejandro!, llegaremos a tierra!”, “no”, decían otros, “estaba delirando por la calentura”, y las laboriosas manos de los carpinteros abordo empezaron a construir el rústico ataúd, luego depositaron el pequeño cadáver del niño Alejandro y el capitán dio inicio al ritual de sepultura en el mar, en el marco de rezos y llantos...No, esperen, decía su madre, implorante, llegaremos a tierra porque el niño así lo predijo, fue su última voluntad, que no lo sepulten en el mar. Y cuenta la leyenda que cuando a punto estaban de lanzar el ataúd al mar, se avistó en la distancia, serranías y palmeras y todos al unísono gritaban “¡tierra!, ¡tierra! Gracias a Dios”... era la aguada segura, el estero de San José del Cabo, donde llegaban todos los barcos de la época. Así  fue como llegó el ataúd con el niño Alejandro, el niño profeta decía la gente...toda la tripulación acompañó  el cortejo fúnebre donde le dieron cristiana sepultura ante los asombrados ojos de los habitantes de este hermoso pueblo josefino, cumpliendo así sus padres el deseo del niño Alejandro poniendo en su lápida el sencillo epitafio, ALEJANDRO QUIERE UNA FLOR. Y continuaron su camino rumbo a El Dorado el sueño del oro en California. Y la tumba del niño Alejandro siempre tiene una fresca y perfumada flor, que algún turista o visitante josefino, al posar su mirada en la lápida cumple los deseos del niño Alejandro, pidiendo una flor.  …Por el placer de escribir…Recordar…Y compartir… *Esta crónica fue publicada hace más de 15 años en el periódico sudcaliforniano, revista compás, en el programa de radio contacto directo XENT radio La Paz*






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