LA PAZ QUE
SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA
ALCARAZ
“EL SULTAN...EL PERRO DE
DOÑA CLOTI...FUE UN PERRO MANDADERO”.
“Allá
va el perro de Doña Cloti, la fotógrafa”, decía la gente al verlo caminar
gallardamente con un ojo al gato y otro al garabato, con la canasta en el
hocico atascada de carne y hueso, o de verduras y otras cosas...por aquellas
callecitas de La Paz de antaño...por el barrio “La isla de Cuba”...en el marco
de perfumadas flores, las que abundaban, los ruidos propios de aquel acontecer
diario, y de las notas musicales que escapaban de las rocolas de las cantinas y
billares de la época...cómo la de Don Goyito Chávez, Chula Vista y la de la
esquina de la alegría, la lonchería y billares de Don Conrado de la Peña, en
donde siempre estaba la perica en la puerta en espera de alguna eventualidad, y
la que nunca cerraba sus puertas y la música siempre estaba tocando entre
aquellos aromas de exquisito menudo, pozolada, café de talega y pan calientito.
El sultán el perro mandadero era de
ancho pecho, de gruesas patas y fuerte musculatura...sus ojos pelones parecían
cargados de tristeza...tenía el fino pelaje de color café obscuro como con unos
brochazos dados al descuido de color café mas claros...una mancha blanca
plasmada en su grande y chata cabeza le recorría por entre pecho y panza,
y la colita era larga y tiesa...el perro mandadero imponía respeto...no
era ni fino ni corriente, mas bien parecía un bóxer con sus orejas semi paradas
La
nobleza e inteligencia del perro eran excepcionales...fue educado por Benito el
indio zapoteco...el sultán fue un perro mandadero muy célebre, quien llegó a
formar parte de la familia Rodríguez ...y fue el causante de anécdotas y
cómicos comentarios en las tertulias familiares...el perro mandadero era de
magnifica estampa... compañero y seguro
guardián de los niños que compartía sus juegos infantiles...Doña Cloti la
fotógrafa del pueblo, le daba la canasta con el dinero y la nota del mandado
dentro de ella, y le ordenaba: “ ¡Sultán ve con Don Pepe Brooks al mandado!”, y
el perro muy obediente agarraba con el hocico la canasta y con su colita parada
muy garboso, al rítmico vaivén de la
canasta, llegaba al tendejón de Don Pepe y haciendo cola entre el público
consumidor se paraba sobre las patas traseras y ponía las delanteras sobre el
mostrador dejando la canasta y pegaba un suave mugido, como diciendo
“despácheme por favor”...y Don Pepe conociendo esta gracia del perro surtía la
nota, acomodaba el mandado y la feria en la canasta y el noble animal se iba
derechito a la casa de Doña Cloti a cumplir la encomienda.
Los tendejones que el Sultán
visitaba muy orondo para hacer las compras con su canasta en el hocico era,
además de la de Don pepe Brooks, “el chamaco”, la de el gavilán, la de el
rancherito, la de don Salomón Díaz la de Don Plácido Cota y el mercado Madero,
principalmente las carnicerías. Doña Cloti nomás le ordenaba tronándole los
dedos...” Sultán ve con fulano”...y a su regreso, al perro lo premiaba con una
caricia, un hueso carnudo y un puño de galletas abetunadas que tanto le
gustaban; el perro, era muy celoso con el mandado...cuentan los mayores que una
vez, unos perros le quisieron armar pelea y quitar el canasto con la carne, y
el sultán dejando ésta en el suelo, pelando tamaños dientes para hacerles frente y la defendió
metiéndoles buen susto a los perros callejeros, los que huyeron
despavoridos...también no faltó quien quisiera pasarse de listo y quitarle el
dinero al canasto pero con la mirada fulminante que el perro les echaba, con
eso bastaba para que se les quitaran las intenciones.
Otras
de las peculiaridades del popular sultán, el perro mandadero, era que, se traía
a Benito, el indio zapoteco de las cantinas, nomás le quitaba el sombrero y
corría con él en el hocico, se lo
soltaba en un trecho y lo volvía a coger y así se iba llevando hasta la casa de
Doña Cloti, y Benito Furibundo tenía que venirse porque todo le podían quitar,
menos el sombrero. El perro mandadero de Doña Cloti, siempre estaba en el
zaguán donde no dejaba entrar a nadie. Todos tenían que entrar derechitos por
la puerta del negocio de fotografía. El sultán, además de hacer los mandados y
cuidar la casa, también cuidaba los niños. El perro siempre acompañaba al
mercado a Jesús Salgado el cocinero de Doña Cloti y cuando éste no podía ir por
alguna causa, entonces el perrito iba solo hasta el mercado a la carne. El
sultán vivió muchos años con Doña Cloti en el barrio La isla de cuba, catorce o
quince años según se dice, pero una aciaga mañana de invierno, el perrito
amaneció triste, no se levantó de su tapete, tenía catarro...Doña Cloti lo curó
con un collar de siete limones tatemados ensartados en un alambre de cobre,
pero de todos modos el perrito se murió; quizá porque ya estaba viejito...lo
cierto es, que este perrito fue muy popular y dejó un buen recuerdo y gran
pesar en la familia Rodríguez y quienes vivieron su época.
Una soleada mañana de primavera, de
la década de los 40, Benito el indio zapoteco, con un tercio de cobijas en el
hombro recorría las callecitas de La Paz de antaño, con su alegre pregón
ofreciéndolas en venta...ese día había sido malo para Benito, no había vendido
ninguna cobija...la tripa le gruñía pidiéndole alimento...y al pasar frente a
la casa de Doña Cloti, donde el molino de viento giraba y giraba, se detuvo de
golpe...el hermoso trino de los pájaros
canores alegraba sus oídos...y la mezcla de aromas de la flores y de los
exquisitos guisados que escapaban de esa pintoresca casita arropada de
frondosas y perfumadas enredadera inundaban su nariz urgiéndole al estomago
llegar de inmediato. Benito el indio zapoteco, calzaba sus pies con huaraches
de cuero crudo, ataviado de calzón de manta, con su frazada de vivos colores
atravesado el pecho y espalda. Con el pretexto de ofrecer cobijas se fue
metiendo por ese perfumado jardín casi casi hasta la cocina donde la linda
señora, la fotógrafa del pueblo, doña Cloti, con habilidad asombrosa en las
encaladas y lumbreantes hornillas meneaba ollas y cazuelas con la cuchara de
palo…rebosantes de ricos guisados que hicieron que a Benito casi se le salieran
los ojos de la orbitas.
La
bondadosa señora, al verlo, comprendió que aquel indito tenía hambre y luego
luego le ofreció sendos platos de aquellos guisados. Benito, el indio zapoteco,
muy agradecido se quedo en esa casa a trabajar por largos años. Andando el
tiempo, Benito le dijo a Doña Cloti que hacia falta un perro guardián y los dos
fueron a buscarlo por el barrio del esterito donde sabían que una familia tenía
buenos perros, y lo compraron en dos pesos. Sultán le puso por nombre doña
Cloti, y desde chico el perro dio claras muestras de inteligencia. Benito el
indio zapoteco educo al perro para mandadero, castigándolo y premiándolo. El
sultán el perro mandadero y Benito eran muy populares en el barrio la isla de
cuba y eran una fiesta en la familia la que se divertía sanamente con todas las
gracias que el perro aprendía. Cuando el perrito murió, el indito se marcho de
la casa de doña Cloti de avanzada edad, para su tierra natal.
...por
aquellas callecitas de la paz de antaño...el sultán...el perro mandadero de
doña Cloti, transitaba gallardamente con la canasta en el hocico atascada de mandado y dinero.
…Por
el placer de escribir…Recordar…Y compartir…
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