LA PAZ QUE
SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA
“LOS SANTOS
INOCENTES...PRIMEROS MARTIRES DE LA HUMANIDAD...HERODES PRIMER PERSEGUIDOR DE
NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO”.
AQUEL 28 DE DICIEMBRE...LLANTOS DE NIÑOS
Y ALARIDOS DESGARRADORES DE MADRES LLORANDO...LLENARON LAS CALLES Y LAS PLAZAS
DE LA CIUDAD DE DAVID.
Nacido
Jesús en Belén de Judea en tiempo del Rey Herodes, unos magos de oriente se
presentaron en Jerusalén, diciendo: “¿Dónde está el nacido rey de los judíos?,
porque vimos su estrella en el Oriente, y venimos a adorarle”. Al oír esto el
rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén. Y congregando a todos los sumos
sacerdotes y a los letrados del pueblo, les preguntó por el lugar del
nacimiento de Cristo. Ellos le dijeron: “En Belén de Judea, pues así está
escrito por el profeta”.
Y tu, Belén, tierra de Judá. No eres, no, la menor entre
las ciudades de Judá. Porque de ti saldrá un jefe que será pastor de mi pueblo
Israel.
Entonces Herodes, llamando aparte a los magos, puntualizó
con ellos el tiempo de la aparición de la estrella; y enviándolos a Belén, dijo
“Id e informaos bien sobre ese niño y cuando lo encontréis, avisadme para ir yo
también a adorarle”. Ellos, después de oír al rey, se fueron y en esto, la
estrella que habían visto en Oriente iba delante hasta que llegó y se paró
encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de alegría y
entrando en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrados le
adoraron; abriendo sus tesoros y le ofrecieron regalos de Oro, Incienso y Mirra
y avisados en sueños de no volver donde Herodes, regresaron a su país por otro
camino.
Después que se marcharon el Ángel del Señor se apareció
en sueños a José y le dijo: “levántate, toma al niño y a su madre y huye a
Egipto y estáte allí hasta que yo te avise; porque Herodes va a buscar al niño
para matarle”. El se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, y se fue a
Egipto, y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera lo que
dice el Señor por el profeta: “De Egipto llamé a mi hijo”.
Entonces Herodes, viéndose burlado por los magos, se
enfureció mucho y mandó matar a todos los niños de Belén y de todo su término,
de dos años para abajo, según el tiempo puntualizado con los magos. Así se
cumplió lo que dice el profeta Jeremías: “Una voz se ha oído en Ramá, llanto y
lamento grande: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse porque
ya no existen”.
Muerto Herodes, el Angel del Señor se apareció en sueños
a José en Egipto y el dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y vuelve a
Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño”. El se
levantó, tomo al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel, pero al oír
que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá, y
avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir a una ciudad
llamada Nazaret; para que se cumpliera lo dicho por los profetas, que sería
llamado “Nazareno”.
Los escribas y fariseos que maquinan la muerte de Jesús
eran hombres esclavos de todas las pasiones: de la soberbia, de la ambición y de
la envidia.
¿Y Herodes, el primer perseguidor de Cristo?
Es el hombre dominado por la
ambición, el ejemplo más auténtico de los efectos que produce una pasión en el
alma.
Herodes era un
hombre nacido de la nada.
Ni siquiera tenía
en sus venas pura sangre judía. Su madre era árabe y su padre idumeo, es decir,
semijudío, pues la raza idumea hasta hacía pocos años, había vivido en el
paganismo.
Herodes, nacido de oscura familia, logra levantar su
trono venciendo dificultades enormes, manejando el arma de la astucia y
procurando el apoyo material y moral del emperador romano.
Aquel trono, levantado con
tantos esfuerzos e intrigas, había que conservarlo a todo trance. La pasión no
deja brotar en su alma los sentimientos religiosos. Hombre escéptico y frío, lo
mismo entraba en el templo de Júpiter en Roma, que en el templo de Jehová en
Jerusalén. Para halagar a los judíos, reconstruye totalmente el templo de
Jerusalén, con toda suntuosidad que hace de él uno de los edificios más famosos
del Imperio Romano. Por halagar a los romanos simultáneamente, hace construir
también templos paganos en honor de la Diosa Roma y del Divino Augusto en
Samaria, en Cesárea y en otros lugares.
¿Qué religión tenía Herodes?, ninguna. La que en cada
momento sirviera mejor a su pasión de dominio, móvil de todas sus acciones.
Esta misma pasión le hizo cruel, en tal extremo, que no
dudaba en decretar sentencia de muerte cuando sospechaba que pudiera existir
algún peligro aunque fuera remoto, de perder el reino...estaba obsesionado por
la idea de las conjuras que instantáneamente ahogaba en sangre, hasta tal punto
que, sin exageraciones, se le puede considerar como uno de los hombres más
sanguinarios de la historia.
Apenas conquista Jerusalén, con la ayuda de las regiones
romanas, hace matar a 45 partidarios de su rival y a muchos miembros del
Sanedrín. Dos años después, manda ahogar en una piscina de Jericó a su cuñado
Aristóbulo, al que hace poco había nombrado sumo sacerdote.
Al año siguiente, decreta la muerte de su Tío José. Cinco
años después, comete su delito más trágico. Por simples calumnias urdidas en la
corte hace matar a su esposa Mariamme, a la que amaba con locura. A los pocos
meses es su suegra, la madre de Mariamme, víctima de su pasión. Y cinco años
más tarde, es su cuñado Kosdobar.
El palacio de Herodes chorreaba sangre por todas partes y
aún no se había saciado su pasión. Mariamme, había dado a Herodes tres hijos, a
quienes él quería mucho, tal vez en recuerdo de su esposa. A dos de ellos
Alejandro y Aristóbulo, los envió a Roma para que se educaran y encontraron
benévola acogida en la corte romana. Cuando volvieron a Jerusalén, receloso de
ellos, los mandó matar, aunque Augusto trató de evitarlo; y junto con los
jóvenes ajustició a 300 oficiales acusados de ser sus partidarios.
Le quedaba el hijo
primogénito, Antípatros, a quien había designado para heredero al trono...pero
no había de llegar a sucederle. Cinco días antes de morir él, mandó matar a su
hijo.
Para coronar su vida con acto que fuera digno remate de
todos los anteriores, cuando previó que estaba cercano su fin, convocó a muchos
judíos ilustres de todas las regiones del reino, y cuando los tuvo reunidos los
mandó apresar en el hipódromo de Jericó y dio órdenes apremiantes a sus
familiares de que los mandara matar a todos en el momento en que él muriera.
Conocida la crueldad y la ambición de Herodes, es muy explicable y aun natural
en él, la matanza de los niños inocentes. Este hombre, dominado por la ambición
que veía conspiradores por todas partes y no dudaba en sacrificar a las
personas más queridas, un día recibe una visita inspirada que le hace temblar
en su trono amasado con sangre. Son personajes ilustres, sabios, venidos de
tierras lejanas que aseguran que allí en las tierras de su dominio ha nacido el
famoso Rey de los Judíos, esperado hacía muchos siglos. Temeroso, consulta
Herodes a los sabios de Jerusalén a los doctores peritos en la sagrada
escritura, y confirman éstos la creencia de los magos. La ambición de aquel
hombre hace revivir en él todos los instintos sanguinarios. Ahora, si, ahora
existe un verdadero peligro para su trono. Disimula hasta que marchan los
magos. El hipócrita Herodes llega a fingir
sentimientos de religiosidad y deseos de adorar al niño Jesús. Pero interiormente
maquina su muerte.
Cuando se encuentra solo, ruge de furor, pasea inquieto
por los salones regios. ¿Tendrá que renunciar a aquel trono que tantos
esfuerzos y tanta sangre le ha costado? ¿Tendrá él que abandonar aquel
palacio?... ¡imposible!... ¡Imposible!, se dice...ese niño tiene que morir. Si
ese niño es el mecías, esperado por los judíos, lo que está profetizado en él,
tiene que cumplirse y todos sus esfuerzos serán inútiles; y si no es el mecías
¿Por qué temes?...el mecías...lo profetizado...él no tiene fe en nada, Herodes
no cree en nada. Le han dicho que en sus tierras ha nacido un Rey y hay que
matarle. ¡Pronto!, ¡lo más pronto posible! Desconcertado se pregunta, ¿Quién
será ese niño para que yo pueda matarle?, ¡no lo conozco!, los magos cuando
vuelvan me darán noticias de él...esperemos, pensaba Herodes. Espera algún
tiempo y los magos no regresan, le han engañado...su furor se exalta más
todavía, morirá ese niño y para asegurar bien el golpe, morirán con él todos
los niños de Belén menores de dos años...entre ellos está ese niño y morirá
infaliblemente.
Fueron muchas las muertes, 30, 40 niños, quizás más de
una aldea, ¿Que significa eso para él que ha sacrificado centenares de
víctimas, personas distinguidas y aún los seres más queridos al corazón humano?
Fue un espectáculo desgarrador...decenas de madres enloquecidas de dolor
defendiendo la vida de sus hijos, de las armas de los soldados romanos... ¿Que
le importa a Herodes el llanto de unas madres extrañas, si ha mandado a matar a
la madre de sus propios hijos?...el trono de Judá vale mucho más que la vida de
los santos inocentes y las lágrimas de tantas madres. Herodes, sin vacilar, da
la orden del degüello. Ruge la fiera en su palacio de Jerusalén, corre la
sangre de los niños inocentes en los hogares Belemitas...aquel 28 de Diciembre,
llantos y alaridos desgarradores llenaron las calles y las plazas de la Ciudad
de David. Por eso, quedó en las efemérides el día de los santos inocentes.
Para que el temor del
castigo nos frene también un poco, conozcamos el fin desastroso de Herodes.
Casi todos los perseguidores de Jesucristo han terminado trágicamente su vida.
Herodes parece que sufre el castigo de Dios antes de salir de este mundo. Se
apodera de él una enfermedad extraña. Un fuego interior le abraza. Sus entrañas
están ulceradas, todos su miembros, doloridos...los pies y el vientre hinchados
y sanguinolentos. Algunas partes del cuerpo llegan a corromperse y a crear
gusanos...es un cadáver vivo en putrefacción. ¡Qué terrible es la pasión cuando
se enrosca en el alma! Herodes, para halagar al emperador de Roma, había
mandado colocar en el frontispicio del templo un águila romana de oro. Para los
buenos israelitas aquello era como una idolatría. Sucedió que la noticia de su
muerte corrió antes de tiempo. Entonces dos doctores de la ley y otros
seguidores suyos se adelantaron y arrancaron del templo aquella águila que
hería continuamente los sentimientos religiosos del pueblo judío.
Lo supo Herodes, en el lecho
de su muerte, su mano moribunda pudo firmar la sentencia de muerte de aquellos
dos doctores y de treinta de sus afiliados.
…Por el placer de escribir…Recordar…Y
compartir…
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