LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA ALCARAZ
POR MANUELITA LIZARRAGA ALCARAZ
“LA CAPIROTADA Y LAS TORREJAS”, DE LA COCINA DE MI MARE…EN CUARESMA..
Recordar aquel añorado ayer, aquellos olores y sabores de la cocina de mi madre, es un verdadero placer compartirlo…
¡María, María!... ¡Mi mamá ya sacó la cazuela para la capirotada y el jarro para las torrejas!..- con cuánto regocijo le dije a mi adorada hermana, al ver aquellos utensilios de barro sobre el pretil de la hornilla, y tan apreciados por mi madre y que nos llenaba de contento.
Nos agarramos de las manos las dos y nos pusimos a saltar y cantar de contentas alrededor de las hornillas ¡vamos a comer capirotada y torrejas!... ¡vamos a pelar cacahuates, vamos!
Era viernes santo. Viernes de silencio.
Al crepitar de los ardientes tizones, el bello rostro de mi madre se vislumbraba tras aquella encalada hornilla de evocadores recuerdos entre humos y olores, preparando la miel para ambos manjares y tostando el pan virote y semitas, que mi abuela rebanaba y le alcanzaba, mientras María y yo, pelábamos los cacahuates, que eran más los que nos comíamos que los que quedaban para la capirotada… -¡Que no se coman los cacahuates! - decía mi madre-, ¡Es María! – decía yo - ¡Y no! es la Mela…- decía mi hermana de diez años.
¡Cuánto nos gustaba ver como se preparaba la capirotada y las torrejas mi madre! Sobre la mesa ponía la gran cazuela de barro embarrada de mantequilla y en el fondo le ponía una cama de tortillas de maíz duras de preferencia, para esto, ya estaban todos los ingredientes en sus respectivos trastes: el pan birote rebanado y tostado, queso oreado picado en cuadritos, cacahuates pelados, nueces peladas, plátano macho pelado y rebanado frito en mantequilla de rancho o del venadito, porque no había de otra o no la conocíamos, manzana picada, naranja en rodajas con todo y cáscara, tomate del grande (no muy maduro cortado en rodajas) cebolla en rodajas (morada, porque no conocíamos de otra), ciruelas negras (pasa) y pasas… la miel ya estaba preparada con panocha , clavo, canela y las cascaras del plátano macho…¡Eran unos olores que inundaban todo el patio!... arrímense para que vean y aprendan decía mi madre. Ponía en la cazuela una tanda de pan y una tanda de todos los ingredientes.
Les ponía miel que cubriera esa tanda y luego le ponía otra tanda de pan y de todo aquello hasta terminar y la bañaba de la exquisita miel, luego la tapaba y le ponía masa de nixtamal alrededor para que no se saliera el vapor y sentaba la cazuela en una cama de brazas sobre el pretil de aquella añorada y encalada hornilla, y le ponía brazas también sobre la tapadera.
¡Pero parece que la estoy viendo, oliendo y saboreando!, era la locura aquella cocina tan llena de cazuelas rebosantes en viernes santo, viernes de silencio…
El jarro hirviente con la misma miel ya estaba listo para echarle las torrejas. Con semitas partidas a la mitad, tostadas al comal, se capeaban, o sea se metían al huevo batido y se freían, luego se echaban dentro de la miel y era todo, quedaban exquisitas, todo un MANJAR. Desde luego que todo tenía que cocinarse antes de las 12 del viernes santo, viernes de silencio.
Chiles rellenos de queso o verduras, tortitas de pescado seco, mero, garropa, estacuda o cabrilla y desde luego arroz colorado en cazuela de barro, frito con manteca de puerco de aquellos criados en casa, agua fresca de lechuga con panocha y limón y el postre leche cocida o arroz con leche, capirotada y torrejas… QUE TIEMPOS AQUELLOS…
¡María, María!... ¡Mi mamá ya sacó la cazuela para la capirotada y el jarro para las torrejas!..- con cuánto regocijo le dije a mi adorada hermana, al ver aquellos utensilios de barro sobre el pretil de la hornilla, y tan apreciados por mi madre y que nos llenaba de contento.
Nos agarramos de las manos las dos y nos pusimos a saltar y cantar de contentas alrededor de las hornillas ¡vamos a comer capirotada y torrejas!... ¡vamos a pelar cacahuates, vamos!
Era viernes santo. Viernes de silencio.
Al crepitar de los ardientes tizones, el bello rostro de mi madre se vislumbraba tras aquella encalada hornilla de evocadores recuerdos entre humos y olores, preparando la miel para ambos manjares y tostando el pan virote y semitas, que mi abuela rebanaba y le alcanzaba, mientras María y yo, pelábamos los cacahuates, que eran más los que nos comíamos que los que quedaban para la capirotada… -¡Que no se coman los cacahuates! - decía mi madre-, ¡Es María! – decía yo - ¡Y no! es la Mela…- decía mi hermana de diez años.
¡Cuánto nos gustaba ver como se preparaba la capirotada y las torrejas mi madre! Sobre la mesa ponía la gran cazuela de barro embarrada de mantequilla y en el fondo le ponía una cama de tortillas de maíz duras de preferencia, para esto, ya estaban todos los ingredientes en sus respectivos trastes: el pan birote rebanado y tostado, queso oreado picado en cuadritos, cacahuates pelados, nueces peladas, plátano macho pelado y rebanado frito en mantequilla de rancho o del venadito, porque no había de otra o no la conocíamos, manzana picada, naranja en rodajas con todo y cáscara, tomate del grande (no muy maduro cortado en rodajas) cebolla en rodajas (morada, porque no conocíamos de otra), ciruelas negras (pasa) y pasas… la miel ya estaba preparada con panocha , clavo, canela y las cascaras del plátano macho…¡Eran unos olores que inundaban todo el patio!... arrímense para que vean y aprendan decía mi madre. Ponía en la cazuela una tanda de pan y una tanda de todos los ingredientes.
Les ponía miel que cubriera esa tanda y luego le ponía otra tanda de pan y de todo aquello hasta terminar y la bañaba de la exquisita miel, luego la tapaba y le ponía masa de nixtamal alrededor para que no se saliera el vapor y sentaba la cazuela en una cama de brazas sobre el pretil de aquella añorada y encalada hornilla, y le ponía brazas también sobre la tapadera.
¡Pero parece que la estoy viendo, oliendo y saboreando!, era la locura aquella cocina tan llena de cazuelas rebosantes en viernes santo, viernes de silencio…
El jarro hirviente con la misma miel ya estaba listo para echarle las torrejas. Con semitas partidas a la mitad, tostadas al comal, se capeaban, o sea se metían al huevo batido y se freían, luego se echaban dentro de la miel y era todo, quedaban exquisitas, todo un MANJAR. Desde luego que todo tenía que cocinarse antes de las 12 del viernes santo, viernes de silencio.
Chiles rellenos de queso o verduras, tortitas de pescado seco, mero, garropa, estacuda o cabrilla y desde luego arroz colorado en cazuela de barro, frito con manteca de puerco de aquellos criados en casa, agua fresca de lechuga con panocha y limón y el postre leche cocida o arroz con leche, capirotada y torrejas… QUE TIEMPOS AQUELLOS…
Por el placer de escribir…Recordar…Y compartir…
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